banner banner banner
El Criterio De Leibniz
El Criterio De Leibniz
Оценить:
Рейтинг: 0

Полная версия:

El Criterio De Leibniz

скачать книгу бесплатно


Dio la caja a Drew, que miró a Kobayashi.

El japonés señaló la máquina dos, y Drew colocó la muestra en la placa correspondiente.

Liberaron la zona del punto B y colocaron un taburete cubierto por una toalla, para recibir la muestra que iba a llegar y evitar que rebotara y cayera a tierra.

Maoko activó el intercambio sin modificar ningún parámetro.

La caja transparente se materializó donde esperaban. Marlon la recuperó y la ofreció a Bryce, que la colocó inmediatamente bajo el microscopio.

Entornó los ojos en los oculares y permaneció unos segundos en observación, después exultó.

—¡Se está alimentado! ¡Está bien! —y volvió a mirar, excitada—. ¡Es fantástico! Y..., un momento... ¡qué curioso..., qué coincidencia! —Esperó un poco más, dejándolos con la respiración cortada, y exclamó—: ¡se ha reproducido! Excepcional. Esta es la prueba evidente de que el intercambio no le ha afectado lo más mínimo. Mírelo usted mismo —ofreció, sonriente, a Drew.

El físico miró en el microscopio, ajustó el enfoque, y finalmente vio dos pequeños paramecios que nadaban tranquilamente en la solución nutriente.

Dejó el microscopio a los demás, ansiosos de admirar la primera forma de vida animal transferida con la máquina.

Era un resultado histórico.

Todos sonreían entusiasmados y se felicitaron recíprocamente.

Aquel día sería un hito en la historia del hombre.

—¿Qué más hay ahí dentro? —preguntó Drew, señalando la caja.

Bryce sacó una pequeña caja con un gusano, otra con una rana pequeña y, al final, una jaula en cuyo interior un hámster danzaba de aquí para allá sobre una estera de paja.

—¡Gusano! —anunció Bryce, dando la caja concernida a Drew, que la cogió y observó durante un momento el anélido rojo que se contorneaba alegremente.

—¡Buen viaje! —le deseó Drew, confiado, a la lombriz.

Intercambio.

Perfecto.

El gusano llegó a su destino contento como antes, con gran alivio de los científicos.

Ahora ya confiaban plenamente en la máquina y en la teoría que la gobernaba, así que pasaron inmediatamente al experimento con la rana.

El animal estaba tranquilo en su caja agujereada, y, llegada felizmente al punto B, saltó un poco para conseguir de nuevo una postura cómoda tras la caída sobre el taburete. Bryce le ofreció una mosca que hizo pasar por un agujero de la caja, y la rana, con un movimiento rápido de la lengua, la atrapó enseguida y la tragó.

— El animalillo tiene apetito, ¿eh? — observó, contento, Drew.

—Ahora pasamos a los mamíferos —declaró solemnemente Bryce, levantando a medias la jaula con el hámster—. ¿Lo hacemos? —preguntó por pura formalidad a Drew.

Él señaló directamente la placa A, y Bryce, con aire pomposo, posó la jaula sobre ella.

Maoko apretó la tecla de activación.

La jaula permaneció, mientras el hámster, libre, apareció en el punto B, y cayó sobre la toalla, saltó del taburete y corrió velocísimo hacia la esquina opuesta del laboratorio.

—¡Aaah!

Un chillido agudísimo rasgó el aire, mientras una muchacha salía de detrás de un armario y se precipitaba hacia la silla más cercana, subiéndose encima. Se llevó los dedos a la boca y siguió chillando.

—¡Aigh!

Todos los presentes se giraron, asustados, para mirarla.

Después de unos instantes, Drew reaccionó.

—¿Y tú quién eres? —gritó desaforadamente.

El hámster se metió debajo de un armario, para esconderse, y la muchacha dejó de gritar.

—¡Charlene! —gritó Marlon, presa del estupor más absoluto.

—¿Quién? —preguntó Drew.

—Ejem... es Charlene. Ejem... mi novia —dijo Marlon, sonrojándose completamente por la vergüenza.

—¿Qué? —exclamó Drew, entornando los ojos con aire amenazador—. ¿Tu novia? —dijo, dando mucho énfasis a la palabra.

—Pues... sí. Mi novia. —Se acercó a Charlene, ayudándola a bajar de la silla.

La muchacha miró insegura hacia el escondite del hámster y se dirigió rápidamente hacia la puerta.

—¿Dónde cree que va, señorita? —la apostrofó Drew con una voz poderosa.

—¡Quiero salir de aquí inmediatamente! —respondió ella, con tono desafiante.

—¡Ahora no! —dijo, bloqueando su salida situándose delante de la puerta.

Marlon estaba desesperado. Se había puesto una mano en la frente y sacudía la cabeza. Sudaba copiosamente y no sabía si ponerse del lado de Charlene o de Drew. Era un lío, y sentía que él era el responsable.

—Profesor Drew, se lo ruego. Déjeme hablar con usted.

Drew lo ignoró.

—¿Qué está haciendo aquí? —interrogó Drew con aspereza.

—Yo... —comenzó la muchacha, pero enseguida se desmontó y enrojeció. Sabía que no se había comportado en absoluto correctamente.

—Solo quería ver qué estaba haciendo mi novio —respondió con sinceridad, y también con cierta amargura—. Hace varios días que veo que tiene la cabeza en otra parte, está nervioso, pero también pensativo, y me he dado cuenta de que me esconde algo, ¡y me miente! —terminó mirándolo a los ojos.

Marlon alzó los suyos al cielo y alargó los brazos, derrotado.

—¿Qué podía decirte? —intentó explicarle—. Estamos haciendo experimentos y...

—¿Qué ha visto, señorita? —Drew lo interrumpió bruscamente, dirigiéndose a Charlene.

—Yo... —comenzó temerosa—, he visto... He visto lo que había que ver.

Todos en el laboratorio se habían situado en torno a ella y la miraban con hostilidad, menos Marlon que se quedó aparte, destrozado.

—Bien —constató Drew—, ya no hay nada que hacer. Desde este momento, forma parte de este grupo de investigación. Supongo que es usted estudiante. ¿Estudiante de...?

—Psicología —respondió Charlene, con cautela.

—Bien, señorita Charlene, estudiante de psicología. —Drew miró la puerta detrás de él, para asegurarse de que estaba bien cerrada—. Usted hoy, aquí, ha asistido a la experimentación de un sistema para transferir materia de un lugar a otro de manera instantánea y que es absolutamente revolucionario. Vista su preparación en humanidades supongo que no le interesan las implicaciones científicas de nuestro trabajo, pero dejaré a Marlon el placer de explicárselas, si le parece oportuno. El fenómeno fue descubierto de manera casual por su novio al utilizar de manera totalmente involuntaria una máquina que yo había construido. Las personas que ve aquí —dijo, señalando a los presentes—, han sido elegidas por mí para descubrir el mecanismo de funcionamiento de la máquina y la teoría que la justifica. Y esto es lo que hemos hecho. Hoy hemos experimentado con formas de vida vegetales y animales. —Cuando oyó la palabra «animales» Charlene miró nerviosa hacia el armario bajo el cual se escondía el hámster—, y hemos encontrado una teoría sólida. Se encuentra usted en presencia de los científicos más grandes de hoy en día. Le presento al profesor Schultz, físico de la universidad de Heidelberg.

Charlene dio la mano al profesor, que se lo devolvió con un apretón fuerte y sincero.

—El profesor Kamaranda, matemático, de Raipur. El profesor Kobayashi, físico de altas energías, de Osaka. —Con cada apretón de manos Charlene sentía que la emoción iba aumentando dentro de ella, como un río crecido. Le parecía estar en presencia de los dioses—. La profesora Novak, física de la Universidad de Oslo. La señorita Yamazaki, estudiante del profesor Kobayashi.

Maoko miró a Charlene con una mirada crítica, pero después le dio la mano calurosamente.

—La profesora Bryce, bióloga de nuestra universidad —continuó Drew—, y yo, profesor Lester Drew, físico y tutor de su novio.

—Es un honor conocerlos —declaró emocionada Charlene—. Por favor, perdónenme por haberme infiltrado en su laboratorio y haber creado este problema. Pero intenten comprenderme: no sabía lo que estaba haciendo Joshua y..., lo he hecho sin pensar. De nuevo, les pido perdón.

—Lo hecho, hecho está —concluyó Drew—. Pero ahora debe darse cuenta de que todo lo que ha visto y todo lo que aprenderá a partir de ahora será absolutamente secreto. Absolutamente. ¿Lo entiende? El rector McKintock en persona dirige este proyecto y ha ordenado la máxima discreción. Usted no podrá, bajo ningún concepto, repito, bajo ningún concepto, hablar de ello con nadie. ¿Está claro?

—Sí. Está claro. Lo entiendo —respondió Charlene, todavía arrepintiéndose, pero también orgullosa de haber entrado en ese grupo.

—Y, bueno —añadió Drew, guiñándole un ojo—, una psicóloga siempre puede ser de ayuda.

Charlene sonrió, y al mismo tiempo Bryce la cogió por el codo y la alejó, hacia el escondite del hámster.

—Bien, señorita aspirante a psicóloga Charlene, novia del alumno Marlon, como rito de iniciación en esta cofradía de la Universidad de Manchester, tiene que ayudarme a recuperar el roedor fugitivo —sentenció, y le puso un trozo de cartón en la mano.

Charlene palideció.

—¡No! ¡No, no puedo!

—¿Cómo dice? —la miró a los ojos con una actitud amenazante.

—Eh, bueno. —Charlene se dio cuenta de aquel era el precio que pagar por su desfachatez—: En efecto, solo es un pequeño... un ratoncito pequeño —dijo, temblando.

—¡Es un hámster, no un ratón! —la corrigió Bryce con acritud—, y muchas familias lo tienen como animal doméstico, así que no debe temer nada. Doble el cartón en ángulo recto, sí, así, y apóyelo sobre estos lados libres del armario—, dijo, mostrándole dónde colocarlo. Después se agachó y puso un brazo contra el último lado libre del armario apoyado contra la pared, dejando solo una pequeña abertura. Metió la mano por ella y buscó en el espacio circunscrito. Tras pocos instantes lo atrapó. Retiró lentamente la mano y se levantó, presentando al mundo el primer mamífero desplazado con la máquina.

El animal estaba bien, a juzgar por su comportamiento enérgico.

Charlene dio unos pasos atrás, impresionada por el animal a pesar de todo.

Bryce metió el roedor en la caja de muestras, que tenía agujeros para permitir que respiraran los ejemplares transportados en ella.

—Y ahora, ¿queréis explicarme qué ha sucedido en el último intercambio? —preguntó, dirigiéndose a los compañeros que estaban a su alrededor.

—Es fácil, profesora —respondió Kobayashi—. Con la excitación de los experimentos realizados con éxito no nos hemos dado cuenta de que la jaula era más grande que el volumen de espacio para el que la máquina estaba configurada. La jaula es un cubo de unos ocho centímetros de lado, mientras que nosotros habíamos calibrado solo para cuatro centímetros de lado. El resultado es que solamente el animal, dentro del volumen calibrado, ha sido transferido, junto a un trozo del suelo de la jaula. El resto ha permanecido en la placa A.

—¿Queréis decir que... —insinuó Bryce, tensa—, que, si el hámster no hubiera estado completamente dentro del volumen destinado al intercambio, habríamos desplazado solo una parte del animal? ¿Se habría quedado un trozo en la jaula?

—Sí, así es —confirmó Kobayashi, para nada turbado por esa posibilidad.

Bryce suspiró.

—Entonces hemos tenido suerte —asintió repetidamente, pensativa—. En todo caso, es un riesgo que había que correr. Sin embargo, comprendéis que desde el punto de vista ético la experimentación se puede hacer solo y únicamente cuando no hay alternativas. Con los resultados prometedores de los experimentos anteriores no tenía la más mínima duda de que algo podría haber salido mal. Por eso he puesto la jaula sobre la placa con tanta desenvoltura. ¡Este hámster ha sido afortunado! Con la velocidad a la que se mueve habría podido estar en cualquier lugar de la jaula en el momento del intercambio. Estoy contenta de que haya salido todo bien —concluyó, golpeando con un dedo la caja en la que el animal se movía sin parar, corriendo de aquí para allá.

Marlon, mientras tanto, se había acercado a Charlene. La llevó a parte y le preguntó en voz baja:

—Dime una cosa. ¿Cómo has hecho para entrar en el laboratorio sin que nadie te viera?

—No te he visto en el comedor —respondió ella—. Estaba preocupada. Por la tarde, cuando iba a la biblioteca, te he visto salir del comedor junto al grupo aquí presente. Os he seguido desde lejos y os he visto entrar aquí. He dado la vuelta al edificio y he encontrado la ventana del baño abierta. He entrado por allí y he podido esconderme detrás del armario sin que me viera nadie. He visto los experimentos. Lo demás ya lo sabes.

—Has entrado por el baño —le sonrió Marlon, enamorado. La acarició con la mirada—. Como un filme policíaco de serie B —y se rio divertido.

—¡Justo así, graciosillo! —replicó Charlene maliciosamente, dándole una patada en el pie.

—Señoras y señores, por hoy basta —anunció Drew en voz alta—. Diría que hoy no nos podrían haber salido mejor las cosas. Gracias a todos. ¡Nos vemos mañana!

El grupo se disolvió y cada uno se dirigió a su alojamiento.

Otro día histórico llegaba a su fin.

Capítulo XV

Midori miró por la ventana a un punto lejano, invisible.

Allí estaba el jardín de los cerezos, en el parque en el que había conocido a su amado Noboru.

Era el atardecer, y la muchacha escribía a su novio.

«Hoy estoy muy cansada.

La lección de historia del Japón medieval es realmente insoportable. ¿Qué más me da lo que pasara en esa época? Yo estoy viviendo ahora. Es ahora cuando no puedo estar contigo, y me duele el corazón de lo mucho que te echo de menos.

Dentro de dos semanas tengo el examen de historia y no consigo retener las nociones. Me saldrá mal, lo sé. Y mis padres se preguntarán por qué, después de una buena carrera universitaria, mi rendimiento ha bajado tan notablemente.

No, no es justo, ni por ellos, que me quieren, a pesar de todo, y esperan que llegue a una buena posición social, ni para mí, porque si no termino los estudios solo podré hacer tareas domésticas, precarias y mal remuneradas. ¿Por qué las mujeres japonesas están tan discriminadas? Es una sociedad marchita, dominada por machos autoritarios que deciden todo y dejan a la mujer mirando ese techo transparente a través del cual ellos gobiernan nuestras vidas.

Pero yo no quiero quedarme en la sombra.

Estudiaré, sí, estudiaré más que nunca, también Historia, sí, y me licenciaré y seré profesora, ganaré lo suficiente y podremos casarnos, y tú saldrás de esa barca y dejarás de ser pobre. Y tú también podrás estudiar, como yo, y serás poeta: tienes el talento, Noboru, y tienes que complementarlo con los estudios».

Midori levantó la pluma de la hoja y se pasó las manos por los ojos, para secar las lágrimas que se deslizaban por su rostro copiosamente. Sufría terriblemente. Pero también era fuerte y racional. Sabía luchar.

Maoko cogió el pañuelo y se secó los ojos. El desgarro de Midori la había conmovido. Ese amor atormentado se escapaba de las páginas del libro y le llegaba al corazón, haciéndola llorar cada vez.