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—Hemos hecho una transferencia exitosa hace unos treinta segundos. ¿Ha notado algo particular, sonidos, vibraciones u otro?
—Absolutamente nada. Si no me lo hubiera dicho, habría jurado que no había pasado nada. Y, sin embargo... —entró en el campo visual que se mostraba en la pantalla, cogió el poliestireno y lo puso delante de la lámpara de su escritorio, para observarlo por transparencia—, sí, a esta altura hay un punto en que la luz pasa más fácilmente. Diría que es un área de unos cinco centímetros de lado.
—Perfecto, gracias, profesora. Espere un momento, por favor.
Miró a Novak interrogativamente.
—Hasta ahora hemos intercambiado materia sólida y aire —dijo ella—. Probemos ahora sólido y sólido.
Drew asintió.
—Profesora, por favor, coloque el poliestireno para que haya materia sólida en el punto B.
—De acuerdo.
Mientras tanto, Bryce había marcado un círculo en una cara del bloque de espuma con un rotulador, a la altura del punto en que la materia había desaparecido. Colocó el mismo bloque de poliestireno, pero esta vez girado ciento ochenta grados. El punto B correspondía a una parte intacta de la muestra.
Drew cogió un cubo de hierro de su caja de muestras, de cinco centímetros de lado, y lo colocó sobre la placa.
—Preparados —dijo a sus compañeros japoneses.
Maoko activó el aparato e inmediatamente después Bryce exultó por teléfono:
—¡Funciona! El bloque se ha vuelto más pesado, he visto como se ha hundido más en la silla. Esperad un momento.
Levantó el bloque de espuma y notó el aumento de peso. El examen a contraluz confirmó que el bloque de hierro estaba contenido en el de poliestireno, después de haber sido intercambiado desde el punto A por un trozo de poliestireno de idéntico tamaño, el cual aparecía ahora sobre la placa en el laboratorio de física.
Observar ese intercambio directamente, mirando la placa y la pantalla a su lado, fue una experiencia extraordinaria para todos; cuando Maoko apretó la tecla de activación los dos bloques cambiaron de lugar, simplemente, como si fuera lo más natural del mundo.
—Tengo la impresión de que el fenómeno tiene que ver con la geometría intrínseca del espacio, y que prescinde completamente de lo que el espacio contiene —observó Novak. Se acercó a Kamaranda y Schultz y les contó este último experimento, así como sus consideraciones. Los dos estudiosos se miraron, después el hindú levantó los hombros y borró toda la pizarra. Se quedaron pensando un momento, y después volvieron a escribir, con los comentarios de Novak sobre algunos detalles de las ecuaciones. En general seguía una breve discusión, después modificaban la ecuación, y continuaban.
Así pasaron algunas horas.
Bryce fue a dar unas lecciones; sus estudiantes se preguntaron ese día qué podría haber pasado: no era seca y exigente como solía, sino que parecía colmada de una felicidad interior, de cuya causa no tenían ninguna pista.
Kobayashi y Maoko empezaron a cambiar parámetros y regulaciones micrométricas en el dispositivo de una manera más sistemática y organizada que Drew y Marlon aquella noche determinante. Drew les había dado un gran número de muestras para las pruebas, y pudieron realizar numerosos experimentos. Hacia mediodía, sin embargo, Kobayashi se puso de pie con rabia y lanzó varias imprecaciones en japonés, después apoyó las manos sobre la mesa del laboratorio y observó con hostilidad el montaje. Había algo que no cuadraba. Antes de realizar el último intercambio habían configurado una regulación compleja, derivada de todos los apuntes y los esquemas que habían escrito y que estaban apoyados ordenadamente sobre la mesa de al lado. Pero el resultado no era el que esperaban.
—¿Por qué no se desplaza el punto B? ¡Maldita sea! —exclamó Kobayashi.
Maoko tenía una expresión oscura y mostraba una frustración evidente. Ella también se levantó, y cogió unos apuntes para releerlos por enésima vez en busca de algún error.
—No hay errores, Kobayashi-san —declaró tras unos instantes—. Es como si hubiera otra placa polarizada que mantiene el campo en la misma posición.
—¡Pero no hay otras placas, Maoko-san! —respondió irritado el japonés—. Hay algo que no vemos, algo que se nos escapa. Y, además, ¿dónde estaría esa tercera placa, según tú?
Maoko miró hacia arriba, al techo.
—Allí, profesor —dijo, señalando arriba.
—¡Drew-san! —llamó Kobayashi con voz tensa.
Drew estaba construyendo unas piezas para construir la segunda máquina. Se acercó a grandes pasos a los japoneses.
—Dime, Nobu.
—¿Qué hay sobre el falso techo?
Drew lo miró con la boca abierta.
—¿Sobre el techo? —preguntó, estupefacto—. ¿Qué quieres decir con «sobre el techo»?
—Dentro del techo —insistió, impaciente Kobayashi. Cuando no conseguía resolver un problema se volvía irascible—. ¿Podría haber metal, que tú sepas? ¿Una enorme y larga placa de metal?
Drew lo miró aturdido, después, de golpe comprendió lo que le estaba preguntado su compañero japonés.
—En el techo no lo sé, pero sé lo que hay sobre el techo— respondió—. Hay un laboratorio de ciencia de los materiales. Vamos a verlo.
Seguido por Kobayashi y Maoko, Drew salió del laboratorio y empezó a subir las escaleras. Abrió con violencia las puertas del laboratorio, dejando paralizados a los estudiantes que estaban trabajando allí, y se dirigió a la zona que debería estar sobre su montaje.
Justo allí, tendida en el suelo, había una placa cuadrada de hierro galvanizado, de unos pocos milímetros de espesor y dos metros de lado.
—¡Aquí lo tenemos! —gritó Kobayashi, señalando un lado de la placa.
Maoko lo vio y comenzó a asentir, descargando con un suspiro profundo la tensión acumulada durante esas horas.
—No comprendíamos por qué el punto B no se desplazaba, hiciéramos lo que hiciéramos. Ahora está claro —explicó, exultante—. Esta placa hace de placa secundaria con respecto a la placa del punto A. Ambas son paralelas, y esta tiene una tensión de referencia cero, porque está conectada a la tierra —y señaló el mismo punto que antes había identificado Kobayashi.
Siguiendo el dedo de la muchacha, Drew vio que el borde de la placa tocaba la tubería de desagüe del lavabo del laboratorio. El tubo metálico estaba conectado al sistema de descarga, que acababa en la tierra, en algún sitio. Como la tierra era la referencia de tensión cero para muchos sistemas de alimentación eléctrica, aquella placa resultaba jugar un rol extraño en el experimento de Drew.
—Si esta placa no hubiera estado aquí, o no hubiera estado conectada a la tierra, mi dispositivo no habría producido nunca el fenómeno que estamos estudiando —observó Drew—. Increíble.
—Estas son las coincidencias que hacen progresar al género humano, amigo mío —declaró Kobayashi, satisfecho.
Drew se dirigió a los estudiantes, que los miraban desconcertados.
—¡Tú! —dijo a un chico con aire de ser espabilado—, ¡ve ahora mismo a llamar a tu profesor!
—No tienes por qué enfadarte, Drew. Llevo aquí un buen rato.
Una voz tranquila y sardónica salió de detrás de una cortina de estudiantes, seguida por su propietario.
—Oh, ejem..., perdona, Morton... —dijo, embarazado, Drew—, es que esta placa de metal es un elemento fundamental del experimento que estamos conduciendo abajo. ¿Te importaría dejarla donde está por algunas horas?
—No hay ningún problema, estimado compañero —le respondió Morton con serenidad—. Sigue trabajando tranquilamente. Pero... —dijo, mirándolo con una sonrisa—, ¡me debes un trago!
—Cuenta con ello, Morton, gracias.
Mientras volvían abajo, Kobayashi habló con Maoko, y luego tradujo para Drew.
—Ahora tenemos que construir una placa secundaria más práctica. Bastará con una placa cuadrada de veinte centímetros de lado y de un milímetro de espesor. La fijaremos a un soporte regulable y la colocaremos inicialmente a diez centímetros sobre la placa del punto A. Por supuesto, la conectaremos a la tierra para que tenga el mismo comportamiento eléctrico que la placa del laboratorio de ciencias de los materiales.
Drew se puso a trabajar en ello inmediatamente y en una hora la placa secundaria estaba lista.
Kobayashi la colocó como había pensado, y después buscó una muestra en la caja de Drew para ponerla en el punto A. La caja estaba completamente vacía: habían usado todo lo que habían puesto a su disposición.
—¿No hay nada más que podamos utilizar? —preguntó Kobayashi con impaciencia.
—Déjame que piense... —Drew miró a su alrededor y, como no encontró nada, cogió un vaso de plástico lleno de agujas transparentes de cristal y se lo dio al japonés.
—Usa esto. No sé qué es, pero creo que no es nada especial.
Kobayashi colocó el vaso en la placa del punto A y después, sin tocar ninguna regulación, hizo un gesto a Maoko, que pulsó la tecla de activación.
Al instante, una fuerte explosión sacudió el laboratorio. Todos se tiraron al suelo, aterrorizados. Drew no podía respirar y la lanzó hacia la puerta. La abrió de par en par y volvió dentro a ayudar a los demás.
Novak estaba tirada en el suelo, boca abajo, inconsciente. Schultz y Kamaranda se estaban levantando en ese momento; jadeantes sujetaron a la noruega, cogiéndola por debajo de los brazos uno y el otro por los pies, y la llevaron a fuera.
Maoko y Kobayashi habían salido por su propio pie y estaban respirando a grandes bocanadas.
Drew se había recuperado bastante bien y se precipitó hacia Novak. Kamaranda la estaba sacudiendo fuertemente, mientras Schultz le mantenía las piernas algo elevadas, para favorecer la circulación. En pocos segundos la mujer recuperó la consciencia y, con ayuda de sus compañeros, se puso de pie.
Mientras tanto habían llegado numerosas personas de las zonas cercanas.
Drew minimizó el incidente para no llamar la atención sobre su investigación secreta.
—Ha explotado una alimentación, nada de particular. Ya sabéis lo que pasa, cosas viejas, no hay dinero para renovar el material, y así pasan estas cosas.
Estudiantes y compañeros de los otros laboratorios asintieron con comprensión y, viendo que las personas implicadas estaban bien, aunque también algo aturdidas, volvieron a sus tareas.
En ese momento volvió la profesora Bryce.
Había oído la explosión de lejos, mientras se dirigía al laboratorio, y se había dado prisa para llegar.
—¿Qué habéis hecho? —preguntó, preocupada, viéndolos en ese estado, con la ropa estropeada y el pelo sucio y despeinado.
—Todavía no lo sabemos —respondió Drew, mirando a su alrededor, desconfiado, para asegurarse de que no había nadie que pudiera oírlos.
Volvieron con cautela al laboratorio.
La mesa con el experimento estaba intacta.
Drew dio la vuelta al laboratorio y de repente vio lo que había pasado.
En la zona de la cafetería, la botella de agua había explotado.
Era una botella de diez litros y no había quedado ni un hilo de plástico del material que la constituía.
A su alrededor, todos los objetos metálicos estaban corroídos y echaban humo. La pared estaba ennegrecida y, en el suelo, el líquido incoloro se mezclaba con fragmentos caídos de los objetos dañados.
—Pero ¿qué habéis hecho? —preguntó de nuevo Bryce.
Kamaranda, Schultz y Novak miraron inquisitivos a Drew y a los dos japoneses.
—Bueno... hemos construido una nueva pieza para la máquina, la hemos montado y hemos intentado transferir una muestra. Eso es todo —dijo Drew, inseguro.
Maoko y Kobayashi miraban delante de ellos sin expresión alguna.
—¿Una muestra? ¿Qué muestra? —se informó, alarmada, Bryce.
—Ejem... —empezó Drew—, como nuestras muestras se habían acabado busqué por el laboratorio y encontré un vaso lleno de cristales transparentes con forma de aguja... estos de aquí —y señaló un vaso idéntico al primero, en un estante.
La profesora Bryce palideció.
—¡Desgraciado! —gritó— ¡eso es yoduro de berilio!
Todos los presentes la miraron con expresión embobada.
—¿No lo entendéis? —gritó todavía más fuerte—. ¡El yoduro de berilio es fuertemente higroscópico y reacciona violentamente con el agua! Y la reacción produce ácido yodhídrico, ¡uno de los ácidos más corrosivos! Tenéis suerte se seguir estando enteros. ¿Pero cómo se os ha ocurrido mandarlo a la botella de agua?
Los dos japoneses seguían sin hablar, pero Drew los miró con intensidad.
—No podíamos prever dónde estaría el punto B con la nueva placa —dijo Kobayashi con una voz átona—. Este ha sido el primer experimento, y en función de este resultado podremos comenzar a calibrar una escala dimensional para situar el destino de los intercambios.
Maoko asintió fríamente.
—¿Os dais cuenta del peligro que habéis ocasionado? —exclamó Novak—. Esa muestra podía acabar en cualquier lugar, ¡incluso dentro de una persona!
—¿Y entonces? —la confrontó Maoko —. ¿A lo mejor usted es una gran científica y tenía otra solución? ¿Nos habéis dado algún elemento que nos permitiera calibrar la máquina? ¡No! Así que nosotros teníamos que experimentar. Y el riesgo estaba aceptado. Nosotros también estábamos en este laboratorio. ¡El problema de vosotros, occidentales, es que para vosotros la muerte es lo peor que puede ocurrir, mientras que, para nosotros, orientales, es también una cuestión de honor! ¡Morir de manera honorable, realizando una gran empresa, es uno de nuestros valores supremos! —concluyó la pequeña japonesa con los ojos en llamas y apretando los puños.
Novak iba a responder, pero Drew intervino para calmar los ánimos.
—Calma, por favor. En efecto, no veo cómo podríamos haberlo hecho de otra manera, sin una teoría consolidada. ¿Pero cómo ha llegado el yoduro de berilio a un laboratorio de física?
Nadie respondió, pero la profesora Bryce cogió el vaso que quedaba y se lo llevó. Aquella mañana había llegado a la reunión con dos vasos, que debía llevar a su laboratorio para algunos experimentos rutinarios, y los había dejado temporalmente en un estante. El desmayo y toda la actividad posterior, con los intercambios de muestras entre el laboratorio y su despacho, le habían hecho olvidar sus muestras completamente.
Capítulo X
Marlon había tenido suerte.
Buena parte de los elementos necesarios para la construcción de la segunda máquina la había encontrado en otros laboratorios de física y de ingeniería electrónica. El resto lo consiguió por un proveedor cerca de la universidad, al que pudo llegar en bicicleta.
Todo cabía en una caja de tamaño mediano y que pesaba algunos kilos; como ya era mediodía fue a comer a la cafetería de la universidad, llevando la caja consigo.
Como cada día, la comida en la cafetería era la ocasión de ver a Charlene. En cuanto ella lo vio con aquella caja y una expresión jadeante comprendió que algo estaba sucediendo, probablemente relacionado con el extraño comportamiento de Joshua desde hacía algunos días. Esa actitud misteriosa, esa tensión interior que se entreveía a pesar de los esfuerzos del chico por disimularla, la convencían más y más que su novio portaba un gran secreto, tan secreto que no podía contárselo ni siquiera a ella.
Intentó provocarlo.
—¿Qué tal? —preguntó deliberadamente con un tono ansioso—. Me tienes preocupada, Joshua. Estás taciturno, no hablas de tus estudios, ¡y ni siquiera has venido a verme a mi habitación! —acabó, con malicia.