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El Criterio De Leibniz
El Criterio De Leibniz
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El Criterio De Leibniz

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Con un suspiró pasó la página, pero justo en ese momento alguien llamó a la puerta.

Un golpe discreto, casi tímido, habría podido decir.

Perpleja, miró el reloj a la luz de la lámpara: eran las diez de la noche, ¿quién podía ser, a esa hora?

Se levantó de la cama, dejó el libro y se dirigió a la puerta. No había mirilla, así que se acercó con precaución.

—¿Sí? —preguntó sin abrir.

—Novak —fue la simple respuesta.

Maoko levantó los ojos al cielo, suspirando, luego encendió la luz principal, abrió la puerta y dejó entrar a la noruega; volvió a cerrar con llave, anticipando lo que iba a pasar.

Tenía razón.

Jasmine Novak llevaba un abrigo marrón claro con detalles de tartán, de una calidad óptima. Zapatos marrones con tacón bajo y el pelo recogido en una coleta. No llevaba bolso.

Se había parado apenas había entrado. Esperó a que Maoko se pusiera frente a ella, después, con un gesto controlado, se desabrochó el abrigo empezando por arriba, botón a botón, con un ritmo regular. Cuando llegó al final, cogió las aletas del abrigo a la altura del pecho y las abrió lentamente, de manera perfectamente simétrica.

Estaba completamente desnuda.

Maoko sabía que las mujeres escandinavas eran desinhibidas, pero no se esperaba un comportamiento así.

Novak separó las dos partes del abrigo hasta que la prenda comenzó a deslizarse por sus hombros. La dejó resbalar suavemente por sus brazos, detrás de sí, y, cuando iba a caer al suelo, lo sujetó con las manos, lo dobló a media altura y lo colocó ordenadamente en el respaldo de un sillón cercano.

Después fijó su mirada en los ojos de la japonesa y tendió los brazos hacia delante, cruzando las muñecas.

Maoko sostuvo la mirada, de manera aséptica, y después observó las muñecas: solo quedaba una leve irritación donde habían estado las cuerdas la noche anterior. Esto supuso una gran satisfacción para ella, porque confirmaba su maestría del Shibari, el arte japonés de la cuerda. Se dedicaba a ello paralelamente a sus estudios universitarios, por el gran contenido estético que contenía ese arte, y quería llegar a Nawashi, o maestra.

Habría podido realizar una escultura refinada, usando cuerdas artísticamente sobre el cuerpo escultural de Novak, pero no creía que conociese el Shibari y, menos todavía que hubiera ido para ofrecerse como modelo para esa forma de arte.

No, la mujer noruega quería otra cosa, y lo estaba pidiendo con los ojos encendidos, y con el cuerpo desnudo que se ofrecía sin reservas a la mirada de Maoko.

Tenía la piel clara, como correspondía a su procedencia, y el pelo rubio le llegaba hasta los hombros con un corte cuadrado sencillo pero preciso.

El rostro sin maquillaje era delicado, iluminado por ojos de color azul claro correctamente espaciados y decorados por cejas rubias arriba y pecas claras abajo.

La nariz era pequeña y un poco levantada, la boca sutil con labios de color rosa claro.

El mentón regular, con una pequeña cavidad que, junto al corte de los labios, daba una impresión de impertinencia.

Los pómulos se mostraban apenas, y las mejillas eran tersas y suaves. Las orejas eran pequeñas y bien formadas. El cuello largo y sutil estaba en perfecta armonía con la cara.

Los hombros tenían una anchura comedida y proporcional a la altura de la mujer, de un metro setenta, y los músculos bien definidos mostraban una actividad física regular. Las clavículas emergían ostentosamente, tensando la piel y confirmando la mucha tonicidad de ese cuerpo.

El esternón y las costillas también dibujaban la imagen de un esqueleto perfecto, con una caja torácica pequeña y extremadamente femenina que llegaba a una cintura estrecha y sensual.

Los senos eran de dimensión contenida, bien sostenidos por la musculatura de aquella mujer que tendría unos treinta y tres o treinta y cuatro años.

Vientre plano con abdominales evidentes, fruto de entrenamientos de carreras o de bicicleta.

Las piernas eran una maravilla. La longitud del fémur y la de la tibia tenían la proporción ideal, y resaltaban la musculatura de los muslos y la pantorrilla. Los tobillos finos completaban ese cuadro envidiable.

Maoko observó los brazos largos y delgados, tónicos como todo lo demás, y las manos, con dedos finos y elegantes. Con una mano la cogió por las muñecas cruzadas y la condujo lentamente hasta la cama individual.

—Quítate los zapatos —le ordenó con voz tranquila pero firme.

Novak hizo lo que se le pedía, y después Maoko se colocó detrás de ella y la hizo ponerse de rodillas sobre la cama, haciéndola avanzar hasta el centro, y girada sobre el lado más largo. Cogió sus manos y se las puso detrás de la espalda, después cruzó sus muñecas de nuevo y los sujetó con una mano.

—Separa las rodillas —ordenó de nuevo.

La noruega obedeció.

—Más —añadió.

Novak separó un poco más las rodillas, manteniendo los muslos derechos para sujetar el cuerpo.

—Bien. —Las rodillas estaban a medio metro de distancia una de la otra—. Busto derecho. Cabeza alta. Mira hacia delante.

La noruega se enderezó, ayudada por la tracción de los brazos estirados hacia atrás y sujetos por Maoko a la altura de las muñecas cruzadas.

Levantó la cabeza orgullosamente y miró delante de ella.

—No te muevas —ordenó la japonesa.

Le soltó las muñecas lentamente y se alejó de la cama.

Novak no se movió ni un milímetro.

Maoko fue al armario, situado detrás de Novak, y por lo tanto fuera de su campo visual, y cogió un pañuelo amarillo de seda pura, volvió al lado de la cama y rodeó las muñecas de la noruega, cruzadas, con él. Hizo un nudo simple, apretó moderadamente y cerró el atadijo con otro nudo.

Novak respiraba con regularidad, en espera, manteniendo con precisión la posición que le había sido impuesta.

Maoko llevaba un pijama con camisa y pantalón largo, blanco con personajes Kawaii

(#litres_trial_promo). Se quitó el pijama y se quedó con la ropa interior de color blanco.

Volvió al armario y cogió dos guantes de látex de la bolsa del laboratorio. Se los puso haciéndolos estallar ruidosamente cuando acabó.

Fue a la cama, de rodillas detrás de Novak, con movimientos suaves para no desestabilizarla.

Apoyó sus tobillos sobre los de la noruega para mantenerla mejor en esa posición, y después apoyó sus manos en su cadera. Novak se estremeció y dejó escapar un suspiro, apenas audible, pero se controló enseguida y volvió a la inmovilidad que debía mantener.

Con movimientos simétricos, Maoko deslizó sus manos de los muslos a los glúteos adyacentes, acariciándolos. Eran sólidos y bien sostenidos. Siguió lentamente hacia arriba, subiendo por la espalda y apretando con los pulgares en la cavidad de la espina dorsal. Mientras avanzaba seguía con los pulgares el contorno de cada vértebra, y al mismo tiempo marcaba, con los otros dedos, cada costilla. Mantenía una presión constante que estimulaba las terminaciones nerviosas de esas zonas, muy sensibles, y Novak sintió escalofríos. Un sudor frío cubrió su frente y su espalda, pero apretó los dientes para no moverse. Maoko sonrió para sí, apreciando la reacción de la noruega, así como el autocontrol que demostraba tener.

Las manos llegaron a la base del cuello. Con los pulgares masajeó intensa y repetidamente las vértebras cervicales, después pasó a los omoplatos y, manteniendo continuamente una presión sobre la piel, llevó las manos hacia delante, a la parte inferior de la caja torácica. Las deslizó despacísimo hacia arriba, acogiendo progresivamente los senos. Cuando los índices encontraron el obstáculo de los pezones Maoko prosiguió del mismo modo, manteniendo la misma presión, obligándolos a ceder. Después aumentó el espacio entre el índice y el dedo medio para dejarlos emerger de nuevo. En cuanto recuperaron su volumen, erectos y rígidos, dejó de mover las manos. Permaneció así unos instantes, sujetando los senos con delicadeza. Novak estaba cubierta de sudor y respiraba de manera apenas perceptible, presa de una tensión extrema.

La japonesa cerró entonces, lentamente, el índice y el dedo medio, uno contra el otro, comprimiendo los pezones en medio. La noruega abrió los ojos de par en par, y la boca, y no puedo contener un «¡Oooh!» sofocado.

—¡Silencio! —le ordenó Maoko en un susurro.

Novak se paralizó en ese estado, con los ojos muy abiertos y respirando por la boca abierta; seguía sudando.

La japonesa separó lentamente los dedos, liberando los pezones, que ahora aparecían aplastados en su base, cerca de la aureola donde estaban apoyados los dedos. Volvieron a su diámetro original, elásticamente, en pocos segundos.

Maoko esperó unos segundos más, después repitió el proceso. Esta vez apretó más fuerte, casi eliminando el espacio entre los dedos. Novak cerró la boca de golpe y apretó los dientes, aguantando la respiración, y consiguió no emitir ningún sonido. Maoko liberó los pezones de nuevo y estos tardaron un poco más en recuperarse. Esperó un poco y volvió a apretar los dedos, apretándolos fuertemente uno contra el otro. Aguantó así unos segundos, durante los cuales Novak permaneció rígida con los ojos tensos y los labios tan tensos que se estaban volviendo blancos.

Al final Maoko abrió los dedos gradualmente, de milímetro en milímetro, y esta vez los pezones permanecieron aplastados durante muchos segundos. Volvieron poco a poco, mientras la noruega sudaba profusamente a medida que las delicadas nervaduras señalaban la reactivación progresiva y dolorosa de la circulación.

Maoko dejó los senos deslizando las manos sobre la caja torácica y hacia los costados, pasando sobre la sutil cintura y parando en la cadera, por donde había comenzado.

Las dejó allí un momento.

La respiración de Novak volvió a ser regular y el sudor comenzó a secarse.

La temperatura de la habitación en esa noche de marzo era agradable para aquel cuerpo desnudo.

La luz de la lámpara en la mesilla era de color blanco frío, apropiado para la lectura gracias al contraste elevado que producía en las páginas impresas, mientras que la lámpara en el centro de la habitación emitía una suave luz ligeramente amarilla. El cuerpo pálido de Novak estaba teñido uniformemente de ese amarillo, y había asumido una tonalidad cálida y agradable, mientras el blanco de la lámpara de la mesilla, proyectado en tres cuartos por detrás, creaba sombras bien definidas en los bordes de los omoplatos y la oquedad entre los glúteos. Inmóvil como estaba, la noruega parecía una escultura expuesta en un museo e iluminada por faros convenientemente dispuestos. Era bellísima.

«Ahora veremos», se dijo Maoko con una sonrisa maliciosa.

Lentamente, deslizó las manos hacia el abdomen, con los dedos juntos. No ejercía ninguna presión, pero podía sentir bajo los dedos cómo se tensaban los haces musculares. Inexorable, se fue acercando a las ingles, mientras Novak había vuelto a sudar y a respirar agitadamente, a pesar de seguir manteniéndose rígida y en posición. Colocó los dedos medio, anular y meñique en la cavidad inguinal, cruzó los pulgares justo sobre la vulva y dejó los índices levantados. Permaneció así medio minuto, durante el cual la mujer noruega casi no se atrevió a respirar; su corazón batía velozmente y con potencia, hasta tal punto que Maoko podía sentirlo tronar, imperioso, en la caja torácica. Bajó los índices hacia la vulva y los usó delicadamente para separar los labios grandes. Bajo la sutil barrera de látex podía percibir el calor de la piel, húmeda por la excitación. Separó los labios con determinación hasta que la entrada de la vagina estuvo completamente abierta. Novak estaba tensa a punto del espasmo, con el corazón que batía violentamente, incontrolable. Se sentía completamente expuesta e indefensa y, consternada, sentía cómo el aire frío entraba en su vagina y circulaba en su interior, amplificando la sensación de vulnerabilidad que sentía. No sabía qué iba a pasar, a pesar de lo cual no movió ni un músculo.

Maoko la dejó así durante algo más de un minuto, atada e inmóvil, completamente sudada y con el rostro rígido como una máscara, con su esencia más íntima descubierta y puesta a merced del mundo.

Improvisamente Maoko separó los índices, deslizándolos sobre el interior de los labios grandes y luego los liberó de golpe: hicieron un ruido nítido pero húmedo, como el de una mano que golpea una superficie mojada. Quitó las manos de las ingles de Novak y se quitó los guantes dejándolos del revés. Bajó de la cama de rodillas y fue a tirarlos.

Novak no se movió.

Maoko volvió rápidamente a la cama y le desató las muñecas, dejando el pañuelo en la mesilla. No había marcas profundas, ya que había estado atada durante poco tiempo, y había apretado poco. Además, Novak había permanecido inmóvil todo el tiempo y no había forzado la atadura, con lo que no se había dañado la piel.

—Arrodíllate —ordenó Maoko, apoyando un dedo en cada costado para guiarla.

La noruega dejó la posición recta que mantenía y apoyó los muslos sobre las pantorrillas. Los brazos estaban relajados a los lados.

Maoko quitó un cojín que estaba sobre la cama y lo dejó sobre el sofá.

—Túmbate —añadió. La sujetó por los hombros y la ayudó a tumbarse boca arriba.

Sujetándola por las muñecas colocó los brazos sobre su cabeza, apoyados en la cama y flexionados de modo que las manos estuvieran a unos veinte centímetros de distancia, con las palmas giradas hacia arriba.

Le puso el pañuelo en las manos.

—Mantenlo tenso. Mira al techo —le dijo.

Ella obedeció y tensó el pañuelo con las manos apoyadas en la cama, después fijó la mirada en el techo, pintado de blanco.

—Separa —indicó con una voz neutra, apoyando las manos en el interior de sus muslos. Le hizo separarlos hasta que las rodillas estuvieron a una distancia de sesenta centímetros, mientras los pies estaban girados relajadamente hacia el centro de la cama.

La japonesa volvió al armario y cogió otro par de guantes, después fue a la cocina y cogió unos palillos japoneses de un cajón

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Novak siguió por el rabillo del ojo los movimientos de Maoko, pero cuando esta se dio la vuelta para volver a la cama volvió a mirar el techo rápidamente.

La japonesa se acostó a la derecha de Novak y la miró con expresión crítica, empezando por los pies y siguiendo por las piernas, el abdomen, el tórax y la cara, hasta las manos, que tensaban el pañuelo diligentemente. El sudor se había secado casi completamente. Verificó de nuevo que estaba mirando el techo y se inclinó sobre su vulva.

Con el pulgar y el índice de la mano izquierda separó los labios cerca de la unión superior, a la altura del clítoris. El órgano asomó la cabeza por el prepucio clitoriano. Era pequeño, pero bien definido, rosa fuerte, y terso por la excitación. Maoko articuló los palillos en la mano derecha y tocó las puntas una contra la otra dos veces, con un tic tic seco de madera, de la que estaban hechos, y después los acercó a la vulva y, con gran precisión cogió el clítoris por las puntas como si fuera una tierna gamba.

Apretó un poco, lo mínimo que bastaba para sujetar bien la presa, e inmovilizó su mano. El clítoris era prisionero de los palillos, ligeramente presionado por las puntas que lo sujetaban por los lados. Miró la cara de Novak. Seguía mirando fijamente el techo, pero había abierto los ojos de par en par y tenía la frente perlada de sudor. La boca estaba medio abierta y parecía emitir un «oooh» silencioso.

Satisfecha por el autocontrol que demostraba la noruega, Maoko movió con atención extrema las puntas de los palillos, describiendo un círculo en el sentido contrario a las agujas del reloj, deformando el clítoris en consecuencia. El movimiento era de pocos milímetros, pero las seis mil terminaciones nerviosas que llegaban al órgano transmitían unas impactantes oleadas de placer al cerebro de la mujer noruega.

Novak emitió un gemido y contrajo visiblemente los abdominales.

—¡Contrólate! —siseó Maoko.

Novak se paralizó, y después relajó el abdomen lentamente, y tendió con fuerza el pañuelo entre las manos, convirtiéndolo en la válvula de escape de la extrema tensión a la que estaba sometida.

La japonesa continuó con el movimiento rotatorio dando tres vueltas en un sentido, después otras tres en el sentido contrario, alternativamente, para equilibrar la tensión sobre el clítoris. Durante el proceso, todo el cuerpo de Novak se recubrió nuevamente de sudor. Tiraba fuerte del pañuelo, para controlarse más, y los bíceps emergían con evidencia, contraídos y bien modelados.

Tres vueltas hacia un lado, tres vueltas hacia el otro, continuamente, sin descanso. El clítoris estaba ahora de color rojo oscuro, y erecto.

Después de unos dos minutos Maoko vio que la cara de Novak estaba enrojeciendo también y que su respiración se aceleraba. Los abdominales se estaban contrayendo involuntariamente y, de la garganta de la mujer, salía una especie de gemido que iba aumentando de volumen. Estaba a punto de llegar al orgasmo, y Maoko abrió súbitamente los palillos liberando el clítoris de manera improvisa. Soltó también los labios, que se cerraron.

—¡Aaah! —se lamentó Novak con un sonido nasal, mientras la excitación era interrumpida de golpe. Estaba decepcionada, ansiosa por concluir y llegar al clímax, pero todo se había parado inesperadamente.

Levantó la cabeza y miró con rabia a Maoko, pero esta volvió a colocarla como estaba.

—¡Pórtate bien! ¡Baja la cabeza! —le gritó, apoyando su mano izquierda en su frente y empujándola hacia abajo.

Novak retornó a su posición, irritada. Resopló a modo de protesta, pero luego se relajó y volvió a mirar al techo y a tirar del pañuelo.

Su cara estaba volviendo a tener un color normal y el sudor se secaba rápidamente.

Maoko esperó un poco. Cuando le pareció que se había calmado lo suficiente, apoyó su mano izquierda sobre su abdomen y comenzó a acariciarlo, ligeramente, haciendo círculos, para apreciar la piel lisa y los músculos tónicos que la esculpían. Novak cerró los ojos, sumisa. Respiraba con regularidad, tranquila, inspirando por la nariz y expirando por la boca medio cerrada. En un estado de gran relajación, aflojó el agarre del pañuelo.

En ese momento Maoko introdujo delicadamente el dedo medio de su mano derecha en la vagina, con la palma de la mano hacia arriba. Pareció que Novak no reaccionase. Añadió el índice y empujó un poco más arriba. Entonces Novak abrió los ojos, con la mirada vacía, parecía ausente. Maoko empujó un poco más, de manera que el anular y el meñique también entraron; su pequeña mano empezó a penetrar la vagina de Novak. La mujer noruega abría los ojos más y más a medida que Maoko entraba dentro de ella. Extrañamente, no empezó a sudar, sino que palideció, desbordada por las sensaciones indescriptibles que estaba experimentando.

La mano de Maoko continuaba a subir por el canal vaginal lubricado por la excitación, y el dedo pulgar también entró. La entrada a la vagina estaba dilatada y envolvía firmemente el diámetro máximo de la mano, de unos ocho centímetros. Empujando más, Maoko introdujo la mano completamente, y la entrada se cerró, húmeda, alrededor de la muñeca.

Ahora Novak parecía medio adormentada; tenía los párpados medio cerrados y no mostraba reacciones evidentes. Parecía completamente abandonada a la posesión de la parte más íntima de su cuerpo, y parecía expresar una aceptación total.

Con enorme coordinación Maoko había seguido acariciándole el abdomen, para que estuviera tranquila. Entonces cerró la mano derecha sobre el centro del vientre y apretó ligeramente. Después movió los dedos índice y medio dentro de su compañera, frotando las yemas contra la pared vaginal anterior. Los movía lentamente de forma circular, explorando, con los nudillos apoyados contra la pared del fondo a causa del pequeño espacio. Continuó explorando minuciosamente hasta que encontró lo que buscaba. Una zona rugosa, no más grande de una moneda, centrada en el eje de simetría de la vagina. Novak tenía el punto G

(#litres_trial_promo), y Maoko lo había encontrado.

La mujer noruega reaccionó inmediatamente.