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«Mínimo intenta hablar un poco de inglés» le pidió. «No cerré ojo toda la noche. Me duele horrible la cabeza.»
El otro se río. «Tienes toda la razón, una disculpa.»
Johnny, batallando se puso de pie. Las piernas entumecidas amenazaban con rendirse. Logró evitar una caída ruinosa sólo porque el portugués fue muy rápido en intervenir. Lo agarró por los brazos y lo puso al pie de la cama.
«Yo me encargo» dijo y fue a abrir las ventanas. Un soplo de aire fresco entró en la habitación. El sol entraba y los rasgos del hombre eran evidentes en las primeras luces de la madrugada.
Tenía un rostro afilado, el pelo negro que mantenía atado en una cola de caballo. Ojos oscuros y profundos le daban una mirada amenazadora, acentuada por gruesas cejas negras que se unían entre sí. El labio superior estaba enmarcado un grueso bigote.
«¿Cómo está tu madre?» preguntó.
«Nada bien» contestó Johnny.
Ambos miraron a Anne. Todavía estaba dormida.
A pesar de su respiración relajada, seguramente tuvo una noche difícil. Podía verse por la expresión de sufrimiento que tenía su rostro.
«Mejor dejarla descansar» admitió Bartolomeu. «No podemos hacer nada.»
«Pero…»
«Ningún pero» lo regañó él. «Ven conmigo. Tenemos que hablar.»
El chico asintió, aunque no muy convencido. Bajó las escaleras, y luego se acomodó en un taburete detrás del mostrador.
«Bennet estuvo aquí ayer en la noche.» Bartolomeu estaba intentando abrir una botella de ron llena de polvo. «A mí no me interesa lo que hacen ustedes dos, ni las mentiras que se tienen que inventar para que tu madre no se preocupe.»
Después de los últimos acontecimientos se había olvidado de todo eso. Instintivamente se puso el dedo índice sobre la nariz. La hinchazón, así como el dolor, habían disminuido. Afortunadamente, Anne no parecía haberlo notado .
“En ese estado como hubiera podido” pensó.
«Es una mujer fuerte» subrayó el dueño de la posada. «Pero tú no tienes el derecho de permitirte esos tipo de tonterías. El muchacho que hoy te fastidia, será el borracho que te hará daño mañana.»
«¿Es uno de tus refranes?»
El portugués frunció el ceño. El tono burlón con el que acababa de ser insultado no parecía haberle gustado mucho. Empezó a beber el licor.
«No» contestó con un guiño. «Me lo acabo de inventar.»
Hasta ahora, Johnny temía deber soportar otra maldita reprimenda y estaba listo para irse. A él le importaba solamente su madre. Esa simple broma tuvo el poder de cambiar su actitud.
«Ándale toma tú también» comentó Bartolomeu, luego. Y le pasó la botella.
«¿Así? ¿En la mera mañana?»
«Antes o después deberás convertirte en un hombre. Quiero ver si tienes el valor. ¡Ándale!»
El olor fuerte del ron llegó a las fosas nasales de Johnny, que no pudo contener una mueca de asco. Puso suavemente sus labios en contacto con el cáliz e inclinó su cabeza hacia atrás. El líquido se deslizó caliente y dulce a lo largo de la garganta. Cuando llegó al estómago liberó toda su fuerza.
«¡Quema!» comentó. Una serie de poderosos golpes de tos empezaron a sacudir su pecho. Siguió por un rato, bajo la mirada divertida de Bartolomeu, que ya no podía dejar de reír.
***
Por su costumbre el gobernador era tempranero. Especialmente cuando tenía que asistir a una ejecución. En esos casos apenas podía dormir, esperando con impaciencia el momento de llegar al andamio.
Esa vez fue diferente.
Después de despedir a Rogers, había preferido retirarse a sus habitaciones sin tocar comida. Además de la tensión, había atribuido el insomnio a las comidas demasiado sazonadas. Suponiendo que no podía dormir en absoluto, le había ordenado a Fellner, su mayordomo personal, que le trajera a una de las sirvientes negras que trabajaban en las cocinas.
«Usted es Abena, ¿verdad?» Comentó cuando llegó la sirviente que había pedido.
La esclava se había limitado a hacer una reverencia y se había quedado cerca de la puerta, mirando a su alrededor con expresión perpleja.
«No tenga miedo, querida. Por favor vengase aquí conmigo.» El gobernador había sacado su mejor sonrisa de depredador. «Póngase cómoda.»
«¿Ahora, excelencia?»
«Sí.»
La motivación era muy sencilla, y Abena había comenzado a desnudarse. Morgan la había examinada con curiosidad, como un niño, cuando mira un fenómeno que le resulta extraño. Luego había empezado a desnudarse él también. La había poseído con fuerza y Abena había soportado con resignación. No duró mucho tiempo, pero pareció complacido de sí mismo. Después de eso se había quedado dormido.
A la mañana siguiente, Fellner entró en la habitación llevando una bandeja con una copa de vino y todo lo necesario para el baño: una tina de agua fresca, y otra llena de harina de arroz, un conjunto de tarros que contenía el maquillaje y algunos paños perfumados.
«Buenos días, excelencia» dijo.
Morgan murmuró algo. Cogió su vaso y lo bebió, sin saborearlo.
A pesar de ser reconocido como la autoridad más importante en Port Royal, muchos todavía lo consideraban un pirata por esos modales feos y maleducados.
«Excelente día para llevar a cabo una ejecución» comentó Fellner. Movió las cortinas desde las ventanas y arregló arriba de un mueble en estilo barroco todo lo necesario para llevar a cabo el día.
«¿Dónde está la muchacha?» preguntó de repente el gobernador. Había extendido su brazo seguro de encontrarla todavía dormida a su lado.
Fellner no modificó su expresión. Recuperó la peluca y la empolvó con la harina de arroz. «Salió de las habitaciones de su excelencia sin siquiera preocuparse de pedir permiso. Uno de los jardineros la vio entrar en los alojamientos de los esclavos durante la noche. Estos negros son realmente impudentes. Lamento haberla llevado con usted.»
«No hay problema» murmulló. Se levantó de la cama y alcanzó el pequeño mueble. «Que la lleven a las prisiones para que le den unos latigazos.»
«Como usted desee, excelencia.»
Morgan empezó a enjuagarse la cara. Cuando terminó, siguió observando su imagen reflejada en el espejo. «¿Ya interrogaron al chofer?»
El mayordomo le pasó una toalla y le ayudó a secarse. «El capitán Rogers parece haber hecho una pequeña parada en un burdel. Quería gastar un poco del dinero que usted le dió.»
«Mmmm puede ser.»
«¿Usted confía en él?»
La pregunta de Fellner le pareció indiscreta. Morgan siempre lo había considerado una persona diminuta, no sólo en su apariencia física sino también en carácter. Era raro que se dejara llevar por consideraciones personales.
«Absolutamente no» contestó. «No obstante se trata del corsario más capaz del Mar de Caribe.» Abrió la tapa del tarro y se puso una gruesa capa de polvo en el cuello y en el rostro, creando una noble palidez. Luego aplicó el colorante rojo en las mejillas y en los labios. «¿Nuestro carruaje está listo?»
«Claro que si» contestó Fellner.
«Muy bien» comentó Morgan y comenzó a vestirse con la ropa más formal y elegante que poseía: una camisa de seda blanca y unas medias del mismo color. Todo acompañado por un chaleco azul. Para completar su vestimenta, la inevitable peluca, que cubriría su escaso pelo rojo.
Una vez que terminó, dio un paso atrás para permitir que el mayordomo le diera una mirada. Fellner ajustó el cuello de su camisa y asintió satisfecho.
«Se ve muy bien, excelencia» anunció.
«Entonces démonos prisa.» Morgan salió de la habitación, dirigiéndose hacia la gran escalera de la entrada. «Este maldito farseto nos está haciendo morir de calor.»
***
Johnny empezó a toser otra vez tan pronto como salió de la posada. Después de los problemas con el ron, Bartolomeu le había sugerido que bebiera un trago de hidromel, alegando que le ayudaría.
No había sido así. Corrió detrás de un callejón, dobló las rodillas y cerró los brazos al pecho. Luego vomitó. El sabor ácido de los jugos gástricos le borró la vista, haciendo que los contornos se vieran indistintos. Tuvo que esperar en esa posición unos minutos antes de levantarse.
«Qué asco» comentó, mientras que salía del pequeño callejón.
«¡Quítate!»
A gritarle, había sido la poderosa voz de un soldado. Junto con sus compañeros, estaba custodiando el cuerpo sin vida de una persona. Uno de ellos lo había agarrado por debajo de las axilas y lo estaba arrastrando por la calle en el silencio de aquella mañana tan bochornosa.
“Hay algo que parece diferente”. Su pensamiento nació espontáneamente en su mente, pero no se trataba tanto de la vista del cadáver, sino de la ausencia del habitual apiñamiento que sofocaba la calle principal. De hecho, se sorprendió aún más cuando los comerciantes cerraron los puestos de ventas y se dirigieron hacia el puerto. Incluso las prostitutas habían desaparecido.
«¡Pero claro!» exclamó. Le habló a una de las guardias, que se había quedado atrás con respecto a los demás. «¿Ya empezó la ejecución?»
El soldado se quedó como dudoso, sin saber qué contestar, como se realmente no hubiera entendido que quería ese muchacho de él.
«Todavía no» contestó finalmente. «Si te das prisa…»
Johnny no escuchó el resto de la frase. Ya estaba corriendo, siguiendo la corriente de personas que estaba entrando en el lugar del evento.
***
Una vez en el carruaje, Morgan se asombró en encontrar a Rogers sentado cómodamente entre las almohadas que llenaban los asientos. Parecía sereno, sin la sombra de ninguna preocupación. Y era esa seguridad suya que ponía tan nervioso el gobernador.
«¿Usted que hace aquí?» preguntó sin poder ocultar su fastidio.
«Pensé que le podría gustar un poco de compañía» contestó el corsario.
«Usted es demasiado presumido, mi estimado capitán.»
«Ándale. No sea tan rígido. Al final de todo es culpa de usted si me encuentro en esta situación.»
Morgan se tomó el derecho de no replicar. Había pocos elementos en su vida que lo podían irritar. Uno de ellos estaba sentado justo frente a él. Nadie nunca había tenido el valor de burlarse de él tan abiertamente.
«¿Cómo piensa proceder?» le preguntó.
«No será una tarea sencilla» explicó el capitán. «El mapa no tiene puntos de referencias. Tendremos que navegar a ciegas.»
«Estamos seguros que usted lo podrá lograr.»
Rogers se encogió de hombros, casi para hacerle saber que el asunto no le interesaba. Desde que se habían puesto en marcha, no se había detenido ni por un momento de mirar afuera por la ventana.
Por otra parte, el gobernador estaba inmerso en la evaluación de que Port Royal era una colonia sin duda rica, aunque sí, eso no era suficiente para hacerla agradable. Y lo mostraba claramente el área por donde estaban pasando. Los caminos se reducían a callejones estrechos, sumergidos en la suciedad. Los edificios, apoyados uno en contra del otro, eran mal construidos. Los colonos también tenían algo equivocado. Sin embargo, siendo una persona ansiosa y oportunista, había pensado de poder explotar la ciudad a su gusto. A final de cuenta ¿Qué diferencia había entre un pirata y un político?
«Zarparemos en unos días» explicó Rogers. «La tripulación debe completar unos últimos preparativos. Por el momento no he dado demasiadas explicaciones sobre el viaje.»
«Menos gente será implicada, mejor será para nosotros.»
«Sin embargo, no podré mantener este secreto con la tripulación por demasiado tiempo, antes o después deberán saber lo que vamos a hacer o, me arriesgaría a un motín.»
«Usted no arriesga nada, capitán» dijo Morgan. «Y aunque fuera, como quiera tendrá derecho a la cantidad de dinero que establecimos en la nueva carta de compromiso.»
«¿No le preocupan las locuras de Wynne?»
«Absolutamente no.»
«¿Y porque?»
«Aunque fueran los delirios de un loco, no tendríamos nada que perder.» El gobernador quitó una pequeña partícula de polvo desde su chaleco. «A esta hora el padre Mckenzie estará confesando el prisionero. Aunque de verdad no creo haga mucha diferencia.»
«Todos somos pecadores» sentenció el corsario.
«Este es un mundo cínico y cruel. Usted debería saberlo mejor que nosotros. No pensábamos que usted fuera un moralista. ¿Tiene ascendencia puritana?»
«Mis ascendencias no son importantes.»
«¿Entonces porque está clase de moraleja justo ahora?»
«El mío no quería ser un reproche» aclaró Rogers, tranquilo.
«Claro, claro» comentó Morgan. « Monsieur Wynne puede regresar su asquerosa alma al Creador sin más ceremonias. Supimos lo que queríamos saber. Si, a parte la reunión será numerosa, mejor. Esto nos permitirá reforzar nuestra posición con la población. Así se darán cuenta de que uno no puede escaparse del juicio de Dios.»
El corsario gruño una aprobación sin el mínimo entusiasmo.
«La ejecución de Wynne será un evento inolvidable.»
Con este último comentario Morgan se quedó en silencio en espera de llegar en Fort Charles.
***
La plaza estaba dividida en dos partes: la zona baja, donde se juntaba la multitud, y una más arriba donde se había construido la horca. Ambas se comunicaban por escalones de piedra, custodiados por decenas de soldados. Alrededor de la plaza habían sido construidos algunos cuarteles, que tenían función tanto de alojamiento cuanto de almacén de armas y municiones. Varias pasarelas conectaban el cuerpo central de la fortaleza a las murallas y cada una tenía su propia batería de cañón. El muro sur, al contrario, se asomaba al mar. Allí estaba la torre central.
Tan pronto como Johnny pasó las puertas, se encontró adentro de una muchedumbre confusa, desordenada. Al principio tuvo la desagradable sensación de estar perdido, definitivamente fuera de lugar en un sitio tan desarmante.
Desde donde estaba, apenas podía ver el andamio. Tenía que encontrar una manera de acercarse. La fortuna vino a su rescate tan pronto como el carruaje del gobernador hizo su entrada. La multitud se vio obligada a abrirse y él aprovechó de esa situación para acercarse lo más posible. Lo logró sin dificultad. Entonces una mano le agarró del hombro. Tragó saliva, temiendo que alguien estuviera enojado con él. Probablemente a un soldado no le había gustado lo que acababa de hacer. Se tardó mucho en darse la vuelta.