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«Se estaba dirigiendo hacia esta isla» analizó Rogers, muy concentrado en el dibujo. «Pero no logro entender en qué tipo de mar se encontraba.» Bajó la mirada hacia la esquina inferior del mapa. Luego frunció el ceño. En esa área estaban algunos escritos. Los leyó y sus pupilas se dilataron por la sorpresa. Y luego llegó la ira.
«¿Ustedes creen que yo sea un tonto?» estalló. «¿Se trata de algún tipo de broma?»
Henry Morgan sostuvo su mirada con una dureza que no dejaba filtrar ninguna emoción.
«Ninguna broma» contestó.
«¡Es imposible! Wynne no puede haber dibujado este mapa. Estaba completamente fuera de si cuando lo encontramos. No había comido ni bebido durante varios días. Farfullaba palabras sin sentido.»
«Y las farfullas todavía ahora.»
Rogers no se rindió. Reinició a estudiar el mapa, sus ojos se movían frenéticos en las órbitas. «¡Repito que no puede haberlo dibujado simplemente porque este lugar no existe!»
«¡El Triángulo del Diablo existe, se lo puedo asegurar!» exclamó Morgan. Casi parecía que hubiera dejado de respirar. «Wynne estuvo allí, no tenemos dudas. Y no lo demuestra solamente ese pedazo de que usted tiene en su mano, sino también el hecho de que nosotros sabíamos que se estaba preparando para dirigirse hacia esos mares.»
***
Saliendo de la villa algunos soldados se le acercaron, con la intención de acompañarlo hasta su carruaje. Rogers había insistido en que Morgan le dejara ver al prisionero. Todavía no podía creer la historia que le había contado.
«Adelante, su señoría dijo, de repente, uno de los guardias, abriendo la puerta del carruaje que los llevaría a las cárceles.
El carruaje su fue por una franja de tierra que se encontraba cerca de la playa. El chofer se vio obligado a disminuir la velocidad debido a la gente que ocupaba el camino. Morgan aprovechó para saludar a los colonos. Muchos contestaron con una reverencia. Un poco más adelante, la costa formaba un ligero arroyo, considerado el corazón verdadero de la bahía. En el ancladero se encontraban una docena de naves.
«Llegamos, su señoría» gritó a un cierto punto el chofer.
El camino que estaban recorriendo estaba lleno de rocas esparcidas por todas partes, que se hacían más y más compactas hasta formar un pavimento que terminaba frente a la entrada del fuerte. La embocadura estaba hecha de un arco de ladrillos en la cortina principal. Desde la cornisa superior, coronada por un enorme almenaje, se podían ver las grises bocas de los cañones.
Una vez dentro de Fort Charles se bajaron en el centro de la plaza octogonal. Luego fueron conducidos hasta las celdas por un pasillo de piedra, cuyas paredes eran iluminadas con algunas antorchas. En la penumbra vieron llegar a un hombre robusto y con aire repugnante. Estaba batallando a respirar y su rostro estaba mojado de sudor. Llevaba puesto un vestido sin adornos y manchado en varios puntos. Rogers reconoció rastros de sangre tanto en las mangas como en el cuello. Fue entonces cuando sintió la desagradable sensación de estar en presencia del mismísimo verdugo.
«Su señoría» saludó el hombre.
«Lo saludamos, maestro Kane» contestó Morgan. «Le quiero presentar el capitán Woodes Rogers, corsario a las dependencias de Su Majestad.»
«¿Cómo puedo ayudarle?»
«Estamos aquí para ver al prisionero Emanuel Wynne.»
El verdugo asintió con determinación, cogió una de las antorchas que estaban colgadas en la pared y los acompañó por un segundo pasillo, donde las celdas se alternaban. Cuando llegaron al final, tomaron una escalera. A mitad de camino, la bajada se hizo más empinada y se vieron obligados a agacharse, dado que el techo se bajaba gradualmente. Pronto se encontrarían bajo tierra.
«Antes de entrar les quiero hacer una pregunta» dijo Rogers al gobernador. «Usted ya reservó la ejecución para mañana. ¿Porque tiene tanta prisa?»
«Wynne es un pirata y por eso debe pagar por sus crímenes» contestó el otro.
“¿Sin derecho a ser procesado?” Esos pensamientos crecieron en la mente del Corsario en forma siempre más evidente. “¿Realmente crees que yo sea tan estúpido, Henry? Me trajiste hasta aquí por una razón más importante. ¿Por qué te estás esperando tanto?”
Envuelto por esas conjeturas, se encontró de frente a una celda, sin siquiera darse cuenta. El interior, primero sumergido en la oscuridad, fue iluminado por la antorcha de Kane. Inmediatamente lo vio trabajar con un pesado anillo de bronce que contenía una docena de llaves. Puso una en la cerradura y la giró, emitiendo un sonido chillón. Los virotes se abrieron evidenciando una habitación pobre, sencilla, cuyo único mobiliario era un camastro de paja. Al estar bajo tierra no había ventanas de ningún tipo, ni siquiera simples ranuras. En todas partes había un fuerte olor a moho, heces y orina.
Morgan parecía muy interesado en la figura que yacía sobre el camastro de paja. Estaba inmóvil y envuelto por una manta sucia. «¿Seguro no ha exagerado, maestro Kane? Queremos que este hombre sea colgado delante de una muchedumbre exultante, no que se muera aquí como una rata de alcantarilla.»
«No se preocupe» garantizó el verdugo y avanzó hacia Wynne. Luego le dio una patada en el costado. El pirata se puso de pie muy rápidamente, chillando. En las sombras se parecía a un espectro. El rostro esquelético estaba marcado por una barba afilada que marcaba sus mejillas desordenadamente. Su pelo largo y sucio caía frente a sus ojos y detrás de sus hombros.
El gobernador mostró una sonrisa llena de falsedad. « Monsieur Wynne usted está algo tocado por lo que le ha sucedido. No necesitamos tratarlo así. Somos caballeros. Ahora, maestro Kane, tenga la amabilidad de dejarnos solos. Por favor salgase.»
«Pero…» intentó contestar Kane.
La mirada de Morgan se puso inmediatamente muy intensa.
«Se puede ir» repitió, con falsa tranquilidad.
El verdugo colgó la antorcha en la pared de una celda y se salió.
«Wynne» le interrumpió Rogers. «¿Logra escucharme?»
El corsario esperó, a que contestara. Pero cuando se dio cuenta de que eso podría durar para siempre, se inclinó sobre sus rodillas, a pocos centímetros del prisionero. «Mi barco los encontró afuera de Nassau, ¿se acuerda? Vine aquí para hablar sobre el mapa. ¿Qué le pasó?»
Wynne levantó la cabeza, mirando a su interlocutor, pero no parecía verlo. Él pensó ver un resplandor verdoso procedente de uno de sus ojos. Contuvo la respiración. No podía estar seguro, ya que el pirata tenía el pelo presionado contra su rostro. Entonces se convenció que no era más que el reflejo de la antorcha que colgaba de la pared.
«El Triángulo del Diablo» comentó en voz baja Wynne, después de unos minutos.
«¿De verdad han navegado por esos mares?» preguntó Rogers.
«No tenía que dejar mi lugar. Órdenes del capitán. Estará muy enojado.»
«Sigue diciendo siempre lo mismo» comentó Morgan, con un cierto fastidio. «Solamente se preocupa de regresar con Bellamy. Ni siquiera los latigazos de Kane han logrado sacudirlo.»
Al oír esas palabras, el pirata jadeó, murmurando como un pez fuera del agua y emitiendo ruidos sordos procedentes del fondo de su garganta .
«¿Estaban bajo el mando de Samuel Bellamy?» Rogers movió sus dedos cuidadosamente, agarrando su brazo con delicadeza. Estaba claro que Wynne estaba intimidado por la presencia de Morgan. Si no hubiera sido capaz de calmarlo, se habría vuelto a cerrar en su mutismo.
El hombrecito dejó escapar una expresión de sorpresa. «Nos perdimos.»
«Por favor, explíquense con mayor claridad.»
«La niebla… estaba en todas partes.»
«¿Cual niebla?» insistió Rogers. «¿Que trata de decirme?»
«Me tengo que quedar de centinela» Wynne cambió el tono de voz. Parecía más la de una persona que estaba buscando compartir secretos. «Órdenes del capitán.»
Rogers se quedó en silencio, nuevamente en espera.
«No hay nada que podemos hacer» confirmó Morgan. «Estamos perdiendo nuestro tiempo. Usted logró, capitán, que le dijera algunas cosas más. Eso hay que admitirlo. Pero…»
«¡Es esto que ustedes no entienden!» exclamó el pirata. Parecía que una chispa de lucidez hubiera aparecido nuevamente en su cerebro. «Hay un precio a pagar por aquellos que buscan el tesoro. Un tesoro que puede cambiar el destino de quien lo encuentra.»
«¿Cual tesoro?» preguntó de inmediato el gobernador.
Wynne empezó a agitarse. Se liberó del agarre del corsario y terminó acurrucándose en el camastro de paja, en posición fetal. Desde ese ángulo, Rogers podía ver las marcas todavía frescas de los latigazos.
«¡Wynne!» exclamó Morgan, con tono amenazante. «¿De cuál maldito tesoro está hablando? Conteste, ¡maldito!»
El pirata expresó una serie de lamentos y ya no habló más. Ni los insultos del Gobernador tuvieron éxito .
«¿Era esa la información que buscaba, su señoría?» Más que una pregunta la de Rogers era una afirmación. «¿Usted me usó para descubrir la posible existencia de un tesoro?»
El rostro de Henry Morgan expresaba molestia. «Yo no me aproveché de usted, capitán. Tenía una tarea específica. Capturar a Wynne. Y lo logró de una forma excelente.»
«Más que nada fue gracias al caso, como usted ya comentó.»
«Obvio.»
«¿Dígame Henry, usted está jugando conmigo?»
El hombre lo miró con una expresión de asombro.
«Usted me debe una explicación» siguió diciendo Rogers. «He cumplido con mi deber. Y pensé que así estaba bien. Pero ahora usted me está involucrado en esta historia.»
Desde el final del pasillo se podían escuchar los tonos de unos pasos, acompañados por el ligero silbido de Kane. Obviamente habían permanecido en la celda durante demasiado tiempo y el verdugo regresaba para asegurarse que no hubiera pasado algo malo.
«Es mejor no discutir este tema en este lugar, capitan» dijo en voz baja Morgan.
«Yo al contrario creo que sea mejor discutirlo» contestó Rogers.
«¿Que quiere saber?»
«La verdad.»
«De acuerdo» añadió el gobernador. «Al fin y al cabo usted es un hombre de confianza.»
«¡Dese prisa!»
«Bellamy vino personalmente a contarnos lo que estaba pensando hacer. Nuestro pasado no es un misterio, usted lo sabe muy bien. Así que no tiene que sorprenderse por nuestras amistades.»
“De hecho no me sorprenden por nada” pensó Rogers.
«Nos pidió un préstamo.» Morgan hablaba rápido y de vez en cuando se aseguraba que Kane no llegara de un momento a otro. «No tenía recursos suficientes para poder emprender un viaje tan peligroso. A cambio reclamamos la lista de los tripulantes. La experiencia nos ha enseñado que si gastamos dinero, a cambio queremos saber quién lo recibirá. Y el único nombre en la lista que conocíamos era el de Wynne.»
«Así que me han enviado a buscarlo» comentó Rogers.
«Exactamente. Cuando supimos que Bellamy había desaparecido no podríamos hacer lo contrario.»
Sólo entonces el francés retomó la palabra. Había vuelto a sentarse sobre el camastro de paja, con las piernas cruzadas. «Me castigan por fomentar el motín. Pero no fue mi culpa. Puedo jurarlo. No confíe en el hombre con los dientes dorados.» No obstante tenía el rostro escondido por el pelo, era evidente que estaba sonriendo. «A parte yo era el único que podía ver bien. Por este motivo estaba de centinela. Tenía que observar, como el chamán nos había dicho.»
Rogers se inclinó hacia delante otra vez. Estaba a punto de abrir la boca, con la intención de preguntarle a qué se refería. Pero el pirata lo anticipó.
«¡Los ojos muchas veces nos engañan, capitán Rogers!» dijo.
«¿Y el tesoro?» preguntó Morgan.
No hubo otra contestación. Emanuel Wynne inclinó la cabeza hacia atrás y estalló en una risa obscena y poderosa, que contrastaba con la delgadez de su cuerpo. Siguió haciéndolo incluso cuando el verdugo volvió. El gobernador ordenó que lo azotaran una y otra vez, con la esperanza de obtener más informaciones. Cuanto más lo torturaba Kane, más el pirata se reía. Él siguió hasta que no se le rompieron las cuerdas vocales, y de la boca nada más empezaron a salir ruidos repugnantes, tanto que Rogers se vio obligado a taparse los oídos.
SEGUNDO CAPÍTULO
LA EJECUCIÓN
A última hora de la tarde, Johnny se regresó a su casa. Recordando lo que había ocurrido en la mañana, decidió tomar la vuelta más larga. De este modo evitaría cortar por el barrio español. Seguramente su madre estaba en el trabajo, sumergida como siempre en el abrumador olor de las especias que apestaban la cocina del Pássaro do Mar. Así que no se iban a preocupar por él, en el caso hubiera llegado tarde.
Caminó por la parte oriental del puerto, cruzando los muelles y las ensenadas. De vez en cuando miraba a los barcos amarrados. La mayoría de las tripulaciones habían desembarcado. A menudo sentía el deseo de embarcarse y abandonar Port Royal. ¿Pero cómo? No habría resistido ni siquiera una semana en el mar.
En ese momento la voz de Anne regresó, tan poderosa como sólo ella era capaz de hacer, cuando lo acusaba de ser igualito a su padre. Recordó la historia concebida con la complicidad de Avery.
“Tenía que pasarle una pinza” repasó mentalmente, buscando hasta convencerse a sí mismo. “Me dijo que me diera prisa, así que me di la vuelta. No me di cuenta de una viga inferior y terminé en contra de ella.”
Podría ser una historia creíble, a pesar de que ya veía la mirada preocupada de su madre, sus ojos brillantes, su boca abierta. Seguramente lo iba a llenar con su habitual ola de reproches, sobre lo peligroso que era el mundo y todo lo demás. Obviamente, era de esperar que le pidiera al anciano que le explicara cómo habían pasado los hechos de verdad. Él le confirmaría todo esa misma noche tan pronto hubiera llegado a la taberna para tomar.
“Esperando que no se emborrache” pensó.
Más tarde, el terreno estaba como a forma de terraza, seguido por una escalera construida cerca del muro del puerto. Johnny trepó sin pensarlo demasiado. Conocía la zona como sus bolsillos. Cuando llegó a la cima, se detuvo para admirar la bahía.
Había contemplado ese espectáculo varias veces, pero percibía ese día una emoción diferente, nunca experimentada. La luz del atardecer envolvía todo con pinceladas color morado. Por un momento tuvo la sensación que el mismo aire estaba saturado de electricidad, casi presagiando algún cambio.
«El viento está cambiando.»
Johnny frunció el ceño. Un hombre se le había acercado sin que él se diera cuenta y, al igual que él, tenía la mirada fija en la dirección del arroyo. Llevaba puesta una chaqueta azul y una camiseta abierta en la parte delantera, apretada en la cadera con un cinto verde. A sus pies llevaba botas altas hasta bajo las rodillas. El rostro marcado, como si hubiera sido picado por centenares de insectos voraces, estaba rodeado por un par de largas y gruesas patillas oscuras, que hacían que su rostro se viera largo como él de una faina.
«¿Esta por pasar algo, verdad?» le preguntó, sin saber tampoco él porque le estaba dirigiendo la palabra.
El hombre asintió.
«Regrésate a tu casa, jovencito» le dijo. Puso sus manos a los lados y al hacerlo movió su indumentaria. Abajo apareció la empuñadura de una espada. «Muy pronto se desencadenará una tormenta. Mejor que no te encuentres por esa área cuando todo esto pasará.»
Johnny no respondió. Se dio cuenta que ese hombre no le gustaba. Especialmente cuando sonrió: tenía los incisivos superiores hechos en oro.
“Es un pirata” pensó, y mientras se alejaba le oyó sonreír. Era una risa desagradable y desagradable. Se volvió, empujado por el miedo que este pudiera perseguirlo. Al contrario, el pirata no le estaba prestando la mínima atención.
Mientras tanto, la frenética vida de la colonia estaba bajando. Los caminos se vaciaron. El que no tenía un hogar a donde regresar eligió entrar en alguna cantina. Los encargados de las linternas habían comenzado su turno para encender las farolas y llenarlas de nuevo aceite. Extrañamente, no parecía haber ningún muerto tirado en el barro. Pero la noche aún era larga y todo podía suceder.
Johnny caminó por la calle que lo separaba del Pássaro do Mar en un estado de agitación tan grande que no podía entender el porqué. Seguramente todo se debía al encuentro con ese hombre misterioso. Y continuó pensando en él incluso cuando llegó a uno de los muchos sitios de guardia esparcidos por todo el camino, donde un niño, de no más de doce, estaba clavando un aviso. Algunos soldados la rodearon, curiosos.
«¡Por fin!» comentó uno de ellos.
«Ya tenía miedo que el Gobernador hubiera perdido todo su valor» comentó otro.
«Cállate» le ordenó una tercera persona. «¿No querrás acabar ahorcado tú, también?»
La discusión continuó con poco interés. Para Johnny era diferente. Tan pronto como el niño terminó, decidió seguir adelante, atraído por las palabras que se podían leer por encima del anuncio.
POR VOLUNTAD DE SU MAJESTAD REY JORGE DE INGLATERRA