
Полная версия:
Heath's Modern Language Series: Mariucha
Corral. ¡Viva el muy ilustre caballero, la nobilísima dama y la elegantísima señorita, el elegantísimo ángel…! (Notando la ausencia de María.) ¿Pero no está el ángel…?
Bravo. ¡Vivan todos, vivaaaan!
Don Pedro. (En gran confusión.) ¿Pero qué es esto?… ¿Por qué tanto júbilo?…
Don Rafael. ¿Os ha picado la tarántula? (Don Rafael lleva aparte a Bravo para interrogarle.)
Filomena. (Muy impaciente.) Explíquenos, Corral…
Don Rafael. (Aparte a Bravo, oída su explicación.) ¿Pero es verdad?
Bravo. He visto los telegramas…
Don Rafael. ¡Dios nos asista! Esta gente se va a volver loca.
Corral. (A los Marqueses.) No les doy la noticia sino a cambio de una promesa.
Don Pedro. (Vivamente.) Sí, sí… por prometido, por prometido.
Corral. Promesa, seguridad quiero de que han de influir en el ánimo del ángel de la casa… para que…
Don Pedro. Bueno, bueno… se hará… Diga…
Escena X
Los mismos; el Alcalde, María, Cirila, que entran por la izquierda.
Alcalde. ¿Qué…? ¿Se me han anticipado estos locos?
Don Pedro. (Abrasado de impaciencia.) Alcalde, ¿qué hay?
Alcalde. Que me debe usted una merienda en el campo. He ganado la apuesta.
Don Pedro. ¡Ah! (Quédase con la palabra atravesadaen la garganta.)
Filomena. (A María.) ¿Hija… qué?
María. (Sin mostrar alegría, pero sin afectación de pena.) Queridos padres, vuestras esperanzas son realidad. Mi… (Iba a decir «mi hermano:» se corrige.) Vuestro hijo será antes de una semana… el esposo de Teodolinda.
Don Pedro. ¡Jesús!… ¡Oh!… (Quiere hablar y no puede. Queda como paralizado.)
Alcalde. La noticia es de las que al modo de centella pueden herir. Por esto Cesáreo se sirve de mí como pararrayos. Vean los telegramas. Son de ayer: han venido con retraso. (Les alarga los telegramas. Filomena los arrebata.)
Filomena. Déme…
Don Pedro. No, no… mentira… no creo… (Es acometido de una violenta perturbación nerviosa.)
Filomena. (Leyendo trémula, la voz cortada.) «Casamiento… lunes próximo… Teodolinda… abraza a sus padres… amorosa hija…»
Don Pedro. (Alelado.) No creo… no creo… Millones de pesos… diez… Falso, falso… no existen… fantasía números… ilusión… mentira…
Filomena. (Mostrando los telegramas.) Pero, hijo, mira…
Don Pedro. (Tiemblan sus manos; su mirada divaga. Cae en el sillón. Acude María a su lado.) Tele… telegramas mentira… de la elec… elec… tricidad. (Compungido, con amago de parálisis.) Quieren vol… volverme loco. Quieren ma… ma… tarme.
María. Cree, papá, y alégrate.
Don Pedro. (Abrazando a su esposa con infantil ternura.) ¡Filomena!
Filomena. Tanto padecer ha tenido al fin su término.
Don Pedro. (Abrazando a su hija.) ¡Hija del alma, ángel del Cielo…!
María. (En brazos de su padre.) Ya eres feliz, papaíto querido. (Entra Cirila con un vaso de agua.)
Don Pedro. (Levántase y acude a ellos.) Don Rafael, Alcalde, Corral, Juez… ¿Pero es verdad?
Don Rafael. Sí: creo en María… (Corrigiéndose.) Creo en Cesáreo… (Se aparta con Bravo.)
Alcalde. Dios no abandona a los buenos.
María. (Ofreciéndole el vaso de agua.) Bebe un poquito de agua, y serénate. (Continúan María y sumadre animándole con cariñosas expresiones. Forman grupo junto a una de las rejas del fondo.)
Don Rafael. (Con Bravo a la izquierda.) Con este inaudito casorio, que no sé si es obra de Dios o del mismo diablo, tendremos al don Cesáreo de perpetuo cacicón, o feudal amo de todo este territorio. (Se agregan el Alcalde y Corral.)
Bravo. Sátrapa y mandón de Agramante para in æternum.
Corral. Ayer fueron inscritas en el Registro las Albercas.
Alcalde. Y las pertenencias más ricas de Somonte son suyas.
Don Rafael. Y el aire, y el sol, y la luna… y nuestra respiración, y hasta las pulgas que nos pican. (Incomodadose aleja del grupo.)
Don Pedro. (Que ha leído con infantil risa los telegramas.) Bien claro está. (Lee.) Saldré… recoger familia…
María. Pero no dice cuándo.
Filomena. Será hoy, mañana…
Don Pedro. Naturalmente, iremos a la boda… Ya creo, ya creo. (Su crisis nerviosa se resuelve subitamente en una inquietud o desvarío mecánico. Recorre la escena con paso inseguro; después en actitud gallarda y altanera.)
María. (Siguiéndole.) Papá, ten calma…
Don Pedro. (A Filomena, que también le sigue.) Inmediatamente, dispón los equipajes…
Filomena. Recogeremos todo. Puede llegar Cesáreo de un momento a otro…
Don Pedro. ¡Adiós, maldito Agramante; adiós, triste destierro…!
María. Papá, no maldigas esta tierra de nuestro descanso.
Alcalde. Lo que es alegría para ustedes es pesar para nosotros. Se van. (Don Pedro, María, Corral, Bravo forman grupo a la izquierda hablando de si se van o no pronto. Filomena pasa a la derecha, donde está don Rafael meditabundo.)
Filomena. Ahora, mi venerable amigo, me toca a mí estar alegre, en premio de la alegría que di a los pobrecitos enfermos, a quienes usted socorrió con mis ahorrillos…
Don Rafael. ¡Mucho, mucho!… Pues se pusieron contentísimos, y se arreglaron, vivieron…
Filomena. ¿Y eran enfermos graves…?
Don Rafael. Gravísimos, amiga mía… Socorrí a una familia en la cual estaban todos… o casi todos, locos perdidos.
Filomena. ¿Furiosos?
Don Rafael. Así, así… Eran más bien pacíficos.
Filomena. Pues ahora, en acción de gracias, el primer dinero que caiga en mis manos será para…
Don Rafael. (Con gracejo irónico.) Otro mantito para la Virgen…
Filomena. Y que será espléndido.
Don Rafael. ¡Oh, sí: mucho, mucho! Manto bordado de perlas y esmeraldas con una orla en que se repita esta dulce leyenda: Creo en María. (Filomena cruza las manos con emoción beatífica. Siguen hablando. Don Pedro continúa rodeado de todos en el otro grupo,rebosando satisfacción.)
Corral. Ahora, señor Marqués, como si lo viera, me le hacen a usted Embajador.
Don Pedro. (Vanidoso, sin perder su dignidad.) No diré que no. Quizás lo aceptaría por complacer al Gobierno, y porque me conviene tomar las aguas de Carlsbad. (A María.) Y a ti te probarán muy bien las de Charlottenbrunn, en Silesia.
María. ¿A mí? ¡Si estoy reventando de salud! (Apartada de todos los grupos, se sienta junto a una delas rejas. Su actitud es de inquietud y melancolía.)
Don Pedro. Y para ti, Filomena, están indicadas las de Teplitz, en Bohemia.
Filomena. No hagas proyectos, hijo, que ya es hora de sentar la cabeza.
Don Rafael. ¿Y qué falta le hacen a usted embajadas, don Pedro?
Don Pedro. En todo caso, alguna de las que no dan quebraderos de cabeza y son puestos de pura etiqueta: por ejemplo, la de San Petersburgo.
Corral. Vale más que le hagan a usted embajador en Agramante.
Alcalde. En este territorio, sí, donde ha de tener Cesáreo tanta propiedad…
Don Pedro. Ya puede mi hijo ir pensando en mejorar los cultivos. Yo tengo pasión por la agricultura. (Jactancioso.)
Don Rafael. ¡Mucho, mucho! (Explicando don Pedro sus planes agrícolas van pasando al centro. María y Corral quedan a la izquierda.)
Corral. (Aparte a María.) Por última vez, Mariquita…
María. ¡Por última vez! Ya respiro.
Corral. Allá va mi… ultimatum…
María. (Con fingida benevolencia.) ¡Ah! don Faustino. Mis padres pican ahora muy alto. Y si va papá, como parece probable, a la embajada de San Petersburgo, de fijo querrán casarme con un príncipe ruso.
Corral. ¿Es burla?… ¡Ah, ingrata, ingrata!
Don Pedro. María. (Acude María al grupo del centro.)
Corral. (Aparte, despechado.) ¡Bromitas a mí! Ya verá mi ángel las que yo gasto… (Caviloso, pasa a la derecha.)
Don Pedro. Ya podéis ir preparando la merienda…
Filomena. De eso me encargo yo. ¿Cuántos…? (Don Pedro, María, Filomena y el Alcalde quedan a la izquierda ocupándose de la merienda. Pasan a la derecha Corral, Bravo y don Rafael.)
Bravo. (A Corral.) Dése usted por muerto, Faustino.
Don Rafael. Tu papel ya no es cotizable.
Bravo. (Zumbón.) Han bajado horrorosamente los brillantes… Y yo pregunto: ¿continuará en alza el carbón?
Don Rafael. (Indignado.) ¿Qué decís ahí, farsantes, envidiosos? (Indignado, se retira.)
Bravo. (Solo con Corral.) Don Cesáreo se encargará de dar un corte a esta ignominia… Sólo que… me temo que llegue tarde.
Corral. Para que llegue a tiempo, estoy yo aquí, que madrugo… Ya estoy pensando el telegrama que voy a poner… esta misma tarde.
Don Pedro. (Contestando a Filomena.) No, no… no me conformo con invitar a los presentes.
María. ¿Pues a quién…?
Don Pedro. Convido a todo el Ayuntamiento, a los Juzgados de primera instancia y municipal, a la oficialidad de la zona, a la Guardia civil, a los maestros de las escuelas públicas, al clero parroquial…
Filomena. ¡Hijo, por Dios…!
Don Rafael. Déjele usted. Dios a todo proveerá. (Óyese rumor lejano de alegría popular: voces, guitarras, panderetas.) Ya comienza el festejo.
Don Pedro. Alegría del pueblo, eres mi alegría.
Escena XI
Los mismos; Vicenta, Señora y Señoritas de González. Las cuatro con mantón de Manila y claveles en el pelo. Una de las señoritas trae un manojo de claveles, y Vicenta un mantón en caja o pañuelo.
Vicenta. A dar a todos mi enhorabuena y a llevarnos a María.
Señora de González. Señora Marquesa, reciba usted nuestros plácemes.
Señorita 1ª. Señor Marqués, nos alegramos infinito.
Don Pedro. Gracias, mil gracias, señora y señoritas…
Vicenta. (Mostrando el mantón a María.) Para usted traigo éste, que será de su gusto.
María. ¡Oh, sí… está muy bien! (Lo desdobla.)
Señorita 2ª. A ver, a ver. (Se lo pone.) ¡Oh, qué bien!
Filomena. ¡Admirable! (Todos aprueban. Suenan más cerca los cantos y músicas populares.)
Don Pedro. ¡Oh… todo es júbilo!
Señorita 1ª. (A María.) Ahora los claveles. (Con ademán de ponérselos. María se sienta.)
María. (Dejándose adornar.) Ponédmelos a vuestro gusto.
Bravo. (Aparte a Corral, señalándole a María.) ¡Vea usted qué preciosidad!
Corral. (Torciendo el rostro.) No la miro; no quiero mirarla. Se me va la vista; me da el vértigo. (Pasan por el foro animados grupos de mozas del pueblo, con mantón de Manila, tocando panderetas; muchachos con guitarras y bandurrias. Marchan al son de un pasacalle.)
(Para ver la muchedumbre alegre, acuden a las rejastodos menos María, que permanece a la derecha en actitud silenciosa y triste. Don Rafael a ella se aproxima.)
Don Rafael. (A María.) Hija mía, veo que no está usted alegre, y aquí vengo yo.
María. (Consternada.) Lo que a mis buenos padres tanto regocija, a mí me anonada.
Don Rafael. Pero usted es un corazón fuerte, y afrontará valerosa las desventuras que la esperan.
María. (Muy afligida.) ¿Y cree usted que podré…?
Don Rafael. Lo veo muy difícil. A los fuertes se debe la verdad. Lo creo imposible.
María. ¡Desdicha inmensa si usted me abandona!
Don Rafael. Yo, no. ¡Creo en Mariucha!
María. Pues prométame hacer lo que yo le diga… Usted me ha dado la mayor prueba de estimación y confianza entregándome, para ayudarme a sostener a la familia, el dinero del Cielo.
Don Rafael. Era lo más cristiano.
María. Dígame: ¿pasado mañana habrá también fiesta?
Don Rafael. Ya lo creo: será el gran día. Tiene usted que venir con mis sobrinitas a la alborada, y después…
María. Pues pasado mañana…
Don Rafael. ¿Qué tengo que hacer?
María. Bien poca cosa: no separarse de mí, ir siempre a mi lado. (Permanece meditabunda y llorosa.)
Don Rafael. ¿Y no es más que eso? Iré con usted, a donde quiera.
Don Pedro. (Que se aparta de la reja, con los demás,visto ya el paso de la multitud alegre.) Mariucha, ¿pero no has visto…? (La observa llorosa.) Hija mía, ¿lloras?
María. (Secándose las lágrimas.) No, no, papaíto, es que…
Don Rafael. Lloraba de gozo.
Don Pedro. Vamos, ven, y confundamos nuestro gozo con la alegría popular.
Filomena. Alegre está todo: el Cielo, la villa, el pueblo.
María. (Rehaciéndose, con potente esfuerzo, hace rápidatransición de la tristeza al contento: su pecho se ensancha, sus ojos resplandecen.) Y yo, también. (Con efusión de su alma cogiendo el brazo de don Rafael.) Yo también soy pueblo… porque soy pobre.
Don Pedro. (Un poco sorprendido de la frase.) ¿Qué, qué?
María. Llevadme a la fiesta, al campo, al sol… al sol, que es la pompa de los humildes.
ACTO CUARTO
Explanada de la Ermita del Cristo, a la subida del monte.—Al fondo, entre follaje, la ermita. Junto a ella una escalerilla tallada en la roca, que da paso al monte, cuya espesura se extiende en plano ascendente por todo el foro.—A la izquierda, arbustos por entre los cuales se abre un sendero que conduce a la Villa. Ésta se supone que está muy cerca, y a un nivel más bajo que la escena.—A la derecha, muro ruinoso con portalada sin puerta. De aquí parte un sendero, que se supone conduce al ferial, al Santuario de las Mieses, a la Estación del ferrocarril y a puntos lejanos de la Villa.—En el centro, un castaño corpulento que cubre con sus ramas toda la escena. Junto al tronco, un banco de mampostería, musgoso. Es de día.
Escena Primera
León, que entra por la izquierda.
León. Ermita del Cristo: es ésta… Árbol corpulento. (Lo señala.) Y yo aquí. (Dudando. Saca con febril presteza una carta.) Lo he leído cien veces, y aún me asaltan dudas. (Lee.) «En la ermita… al pie del castaño…» Para mayor claridad añade: «entre el hospital de la Misericordia…» allí está la Misericordia (Señala un punto cercano y bajo.) «y San Pedro…» aquél es San Pedro. (Lo señala.) Tampoco puede haber duda en la fecha. La carta dice: «mañana.» La escribió anoche. Luego mañana es hoy… Bien claro está: aquí dará contestación a la carta que puse en su bendita mano… Aquí, antes de la procesión… Y vendrá con don Rafael… Un murmullo interior me dice que está próxima la ocasión culminante de mi existencia… María… No, no es loca jactancia creer que corresponde al amor mío. Esto se conoce, esto se ve, se siente, se respira… Y ahora… (Gran confusión.) aquí… al dar a mi carta respuesta verbal, me dirá… (Mayor confusión.) Yo me vuelvo loco… ¿qué es esto? ¿Qué universo nuevo, con nueva luz, se descubre ante mí? (Óyense toques de campana,lejanos.) Ya están en misa mayor. (Corre a la derecha.) Ya vienen. (Vuelve al centro.) No me dice si debo hacerme el encontradizo o si… ¿Lo dirá la carta?… Ya no hay tiempo. (Mirando.) Ya se acercan… Esperaré… y ella misma me indicará… (Se oculta entrelos arbustos de la izquierda. Entran María y don Rafael por la derecha.)
Escena II
León, María, Don Rafael.
María. (En la portalada dándole la mano.) Un pasito más y ya estamos. ¡Ay! no sé cómo pedirle que me perdone la molestia de esta caminata. (Ve a León y conun signo le manda esperar.)
Don Rafael. Por ser usted quien es, Mariquita, y por la fe que en su soberana virtud tiene este Cura, voy con usted al fin del mundo… Ea, ¿está contenta de mí?
María. Contenta y agradecida lo que no puede imaginarse. (Le conduce al banco.)
Don Rafael. Bueno… Pues recapitulemos. Usted, al manifestarme la grave resolución de no seguir a sus padres a Madrid…
María. (Interrumpiéndole.) Resolución fundada principalmente…
Don Rafael. Déjeme concluir… Para fundamentar su propósito de resistencia… alegaba usted, entre otras razones, un sentimiento que…
María. (Vivamente.) Sentimiento que usted conocía ya…
León. (Aparte.) ¡Oh, divina mujer!
Don Rafael. Lo conocía, y aconsejé a usted… En fin, admitamos el hecho con toda su fuerza. Ayer dije a usted que para dar su verdadero valor a ese sentimiento, es menester conocerlo de un modo indudable en su re…
María. (Impaciente, con gran viveza.) Claro, en uno y otro.
Don Rafael. (La manda callar y sigue.)…ciprocidad, en su reciprocidad. Total: que tengo que oír a los dos.
María. Justo.
Don Rafael. Pues ya estamos aquí. (Contando.) Usted, uno; yo, dos. ¿Y el tercero?
María. ¡Si está aquí!
León. (Avanzando, por indicación de María. Se descubre.) Aquí, don Rafael, con toda la verdad que llevo en mi alma.
Don Rafael. Pues vea yo esas conciencias… la de usted, que la de Mariucha ya me la sé de memoria.
León. (Señalando el árbol gigante.) Y que no es éste mal confesonario, ¿verdad, don Rafael?
Don Rafael. ¡Mucho!… Árbol secular, ¡cuántas declaraciones de enamorados, cuántos lamentos de tristes, cuántos planes de ilusos y soñadores habrás oído! Oigamos ahora tú y yo, y Dios con nosotros, la historia de estos pobres corazones, que ciegos corren a una batalla imposible.
María. Por Dios, no sea tan pesimista.
Don Rafael. Ea… a nuestro asunto. Señor don León, declare usted. (María se retira a una distancia en que puede escuchar.)
León. Declaro…
Don Rafael. ¿Cómo tuvo principio ese… esa inclinación…?
León. Una noche, dos meses ha, fui llamado por María…
Don Rafael. Eso ya lo sé… cuando le pidió a usted un socorro para su familia, y usted no pudo dárselo. (Riendo.) ¡Graciosísimo! Ya me lo ha contado ella.
León. Aquella noche fue…
Don Rafael. Cuando le vendió el vestido a esa fantasiosa… ¡Buen golpe, de maestro!… Adelante.
León. Desde aquel punto y ocasión, señor Cura, se encendió en mí un fuego de amor tan vivo…
Don Rafael. ¡Mucho, mucho!
León. María emprendió para el sostenimiento de su familia una serie de trabajos que hacen de ella una grande heroína.
Don Rafael. ¡Mucho! ¡Si no ha nacido otra que se le iguale! (Risueño, con ingenua admiración.)
León. Yo la ayudaba en sus empresas mercantiles.
Don Rafael. También lo sé… Adelante.
León. Como la ayudó usted dándole el dinerito del Cielo…
Don Rafael. Le habría dado el de la tierra si lo hubiera tenido. Le di el del Cielo porque no tenía otro… Bueno: con que la amó usted…
León. La amé por su abnegación, por su piedad filial, por la valentía que desplegaba en aquella lucha… la amé también por su belleza… todo hay que decirlo…
Don Rafael. Naturalmente… Si fuera un coco de fea, todo eso de la abnegación y de la valentía habría sido música…
León. La amé por su talento incomparable, por esa dignidad, unida a la gracia…
Don Rafael. (Moderando el entusiasmo descriptivo de León.) Bueno, bueno. Bien a la vista está su mérito…
León. Yo bien sé que no la merezco: ella es grande; yo, aunque también de padres ilustres, soy un infeliz hombre, atado a un bajo comercio. A la presente condición humilde he venido por mis errores de otros días, de días muy lejanos, don Rafael. (Con viveza y calor.) Aberraciones de las que ya estoy corregido, radicalmente corregido, bien lo sabe usted. Abierta está mi alma a los ojos de Dios. Los de usted también han entrado en ella…
María. (Sin acercarse.) Créalo, don Rafael, si cree en mí.
Don Rafael. Creo… Su enmienda y reforma no son nuevas para mí.
León. María conoce mi amor. Yo adivino el suyo. Si ella y Dios me deparan la dicha inefable de llamarla mi esposa, creeré que esto no es la Tierra, sino el Cielo.
Don Rafael. Tierra es, y bien dura y triste… valle de lágrimas. (Suspirando.) Bien. Ya puede usted acercarse, María, y decirme… (María se acerca, los ojos bajos.) aunque casi no es preciso…
María. (Con modestia.) Le quiero por su inteligencia, por sus desgracias, por el inmenso esfuerzo moral que significa su regeneración, consumada por él mismo, solo con su conciencia. Por esto, y por gratitud, le quiero, y decidida estoy… a… (Vergonzosa, enmudece.)
Don Rafael. Acabe, hija… Ya, para lo que falta…
León. ¡Oh, júbilo inmenso! (Con vivo entusiasmo, abrazando a don Rafael.) Déjeme usted que le abrace…
Don Rafael. Apriete, apriete. Ya puede estar orgulloso. (Con pesimismo.) Pero…
María. ¿Pero qué…? (Vivamente, atacándole por un lado.) Usted no nos abandona; usted hace suya nuestra causa.
León. (Atacándole por el otro lado.) Usted sabe dar a Dios lo divino, lo humano a los hombres.
Don Rafael. (Apartándoles.) Sí, sí: sé todo eso… pero sé también que contra ese afecto… todo lo santo y noble que se quiera… se alza un poder tiránico, incontrastable.
María. ¿Pero nada significa nuestra voluntad?
León. ¿Manifestada ante la religión, ante usted?
Don Rafael. ¡Dios Uno y Trino, que no pueda yo…! Si por la religión se resolviera… pronto os arreglaría yo… (Con ademán de bendecir.) Pero el mundo ha venido a parar a un enredo, a una confusión tal de todas las cosas, por el sin fin de leyes, preocupaciones, prácticas y corruptelas, que vuestra noble aspiración no podrá escapar, no, de la inmensa red… Sucumbiréis, sucumbiremos, hijos míos… Debo deciros todo lo que sé… que es muy grave. (Ambos se aproximan, ansiosos.)
María. Sé que viene mi hermano en la disposición más hostil…
León. Los Marqueses sin duda se opondrán…
Don Rafael. No creo imposible reducir a los Marqueses… ¡Pero a don Cesáreo, que viene con la cabeza llena de viento y la voluntad inflamada de insolentes resoluciones…! Oídme. Debéis saber toda la verdad, por triste que sea.
Los Dos. (Con gran ansiedad.) Sí, sí…
Don Rafael. ¿Sabéis por qué precipita su viaje don Cesáreo?…
María. Llegará hoy.
Don Rafael. Viene hoy, porque debió de recibir un largo telegrama en que pérfidamente se le llama para que impida el oprobio de la familia…
María. ¡Estúpida maldad!
Don Rafael. Se le habla de María enloquecida, fascinada por un…
León. Imagino los horrores que dirán de mí.
María. ¿Quién puso ese telegrama?
León. ¿El Marqués?
María. ¿La Alcaldesa?
Don Rafael. Es cosa del tontaina de Corral, ayudado por Bravito, el juececillo.
María. ¡Infames!
Don Rafael. Pues con esa requisitoria indecente, y algo que días atrás escribieron otras personas, don Cesáreo, el hoy omnipotente don Cesáreo, viene dispuesto a que su hermana se someta; y para esto no ha de emplear contra ella medios violentos. No la cogerán a usted ni la maniatarán para llevársela a viva fuerza. No harán nada de esto, porque no es preciso.
María. (Con gran ansiedad.) ¿Pues qué harán?
Don Rafael. El feudalismo de nuestra edad revuelta no necesita apelar a esos medios.
León. Ya sé. Cesáreo está a punto de ser feudal tirano de este país.
Don Rafael. Hoy traen los periódicos, con la noticia de la boda, otra que viene a ser la confirmación de ese feudalismo.
Los Dos. ¿Qué?
Don Rafael. El Gobierno, deseando recompensar… no sé qué es lo que recompensa, ni el mismo Gobierno lo sabe… concederá a Teodolinda y a Cesáreo el título de (Con énfasis) Duques de Agramante.
León. Muy lógico: en sus manos está toda la gran propiedad rústica y minera.
Don Rafael. Y con la propiedad, la influencia; y con la influencia, los resortes de toda autoridad.
María. De autoridades corrompidas…
Don Rafael. Putrefactas, sí; pero que echan la barredera, ¡y ay del que cogen!
María. ¿Pero todos…?
Don Rafael. Todos serán instrumentos de Cesáreo… lo son ya, porque la adulación madruga, hija mía; no espera que venga el poder: corre a su encuentro.
María. ¿Y todos esos enemigos, jueces, alcaldes, vendrán contra nosotros?
León. (Comprendiendo.) No: contra mí solo. Ya veo claro el ardid de guerra. Es en verdad diabólico y terrible…
María. Ya entiendo. León…
León. Yo seré el perseguido.
Don Rafael. El vilipendiado, el encarcelado tal vez… (Óyese repique de campanas, lejano, al cual seunen pronto otros sonidos de campanas más próximas, de timbre diferente.)