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Heath's Modern Language Series: Mariucha
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María. Bien. (Destapa cajas y le muestra más floresy otros objetos.) Tengo más, mucho más… Mire, mire: aquí más flores… pájaros lindísimos… Aquí cascos de paja… ¡Vea usted qué cosa más elegante!

Vicenta. (Con grande admiración.) ¡Oh, qué maravilla!

María. (Sigue mostrando.) Vea la encajería para adorno de vestidos.

Menga. (Acercándose con Cirila y admirando aquellos primores.) Miá, miá, lo que trujo pa las señoras de acá… ¡Hale con ellas, muesama, y engáñelas y sáqueles la enjundia, que son bien ricachonas!

Vicenta. Ha tenido el talento de adivinar los adelantos de esta villa…

Menga. ¡Qué no discurrirá ésta, si tié los dimonios en el cuerpo!

Cirila. Los ángeles tiene, que no demonios, bruta.

Menga. Lo mesmo da… que hay dimonios del Cielo.

Cirila. ¡Jesús, qué blasfemia!

Menga. O angelicos de los infiernos… Dígolo porque ésta paiz un dimonio, y es, como quien dice, santa… Ea, dame lo mío.

Cirila. (La va cargando de piezas.) Santa es: no lo sabes tú bien.

Menga. (Acomodando su carga en el cesto y en lacabeza.) Echa más… ¡Arre ahora!

María. ¡Adiós Menga, ricachona!

Menga. (Abrumada con su carga.) Adiós, Santa Mariucha. (Vase por la izquierda.)

María. (A Cirila.) No te necesito por ahora. Acompaña un ratito a mamá. (Vase Cirila por la derecha.)

Escena IV

María, Vicenta.

Vicenta. Josefita colocará desde luego parte de estos primores. Ha estado usted felicísima. Agramante será dentro de poco un pequeño Madrid. Como dice Nicolás, la ola del lujo avanza, avanza…

María. Tendrá Josefita muchos encargos.

Vicenta. Como que se verá muy mal para poder cumplir. Ya sabe usted que para la inauguración del nuevo teatro tendremos aquí la compañía del Español. Nos abonaremos… todo el señorío.

María. Y venga lujo, vengan flores y encajes… y sombreros grandísimos, que son lo más propio para teatro.

Vicenta. Lo más elegante.

María. Así da gusto ver las butacas, hechas un bosque de plumas.

Vicenta. En nuestro lindo coliseo, desplegará la aristocracia agramantina un lujo… (Sin recordar el adjetivo.) ¿Cómo se llama al lujo?… ¡Ah! inusitado.

María. ¡Bien por Agramante!

Vicenta. Y ahora, otra cosa. (Se sienta frente a ella.) Y esto que voy a decirle, querida mía, es un tantico desagradable…

María. (Alarmada.) ¿Qué, Vicenta?

Vicenta. No, María, no es para asustarse… Soy su mejor amiga; me intereso mucho por usted, y quiero prevenirla de ciertos rumores…

María. (Serena.) ¿A ver, a ver?… ¿Qué dicen de mí?

Vicenta. Naturalmente, todo el mundo encuentra muy extraordinario, encuentra inverosímil que una mujer sola pueda…

María. ¿Levantar del suelo a una familia, sostenerla en una pobreza decorosa?… ¡Vaya con el milagro! ¿Y de esto se asombran?

Vicenta. Se asustan, se escandalizan. Este compra-y-vende de una señorita noble, hija de Marqueses, no está en nuestras costumbres.

María. Ni ello les cabe en la cabeza a estas mujercitas encogidas y para poco… Como si lo estuviera oyendo, Vicenta… dirán que una mujer no puede ganar dinero…

Vicenta. Honradamente. Se lo digo a usted con toda esa crudeza, para, que se indigne.

María. No, amiga mía: si no me indigno.

Vicenta. ¡Y se queda tan fresca!

María. Cuando me determiné a sacar a mis padres de la miseria, por los medios que usted conoce, ya conté con que me habían de tomar por loca, o por otra cosa peor… y fortifiqué mi alma contra esos ataques… que no podían faltar.

Vicenta. ¿De modo que usted no teme…?

María. ¿A lo que llaman la opinión, a la falsa crítica, a la mentira maliciosa? No la temo. Todo es pura espuma, y yo soy roca.

Vicenta. Dios la conserve a usted en esa fortaleza y serenidad.

María. Con ellas me va muy bien: nadie viene a turbarme…

Vicenta. ¿Nadie? (Picaresca.) Eso no es verdad; que por ser usted mujer de tanto mérito, no le falta el asedio de pretendientes, alguno tan enfadoso como el pobre Corral…

María. ¡Mentecato como ése!

Vicenta. Loco está por usted, y a los desdenes responde con mayor exaltación… La verdad: yo, en el caso y en las circunstancias de usted…

María. (Imponiéndole silencio.) No siga, Vicenta, se lo suplico… y hablemos de otra cosa. (Transiciónrápida a las ideas alegres.) Hablemos de esto, de mi lindo comercio. ¿Sabe usted que tengo que ver a Josefita y acordar con ella plazos, precios…?

Vicenta. Iremos juntas. Yo también tengo que verla. ¿Vámonos ahora?

María. Dentro de un rato, si le parece bien.

Vicenta. (En actitud de despedirse.) Viene usted a mi casa, o llama desde el balcón… (Recordando.) ¡Ah!… Otra cosa: ya decía yo que se me olvidaba lo más importante… Esta tarde empiezan las fiestas de la Virgen de las Mieses… Es la locura de Agramante. Mañana y pasado, gran baile popular en el campo que rodea el Santuario, al pie del monte. Es costumbre de las señoras principales, en días tan alegres, sacar de las arcas los mantones de Manila.

María. ¿Y bailan?

Vicenta. Baila sólo el pueblo. Nosotras organizamos meriendas, paseamos en el bosque, nos reunimos las amigas, formamos corros…

María. ¡Oh, sí!… Un rato de expansión, al aire libre, entre personas amables, me agradará mucho…

Vicenta. Pues allá nos vamos. Yo tengo mantones…

Escena V

María, Vicenta; León, por la izquierda.

León. (En la puerta, gozoso, gallardo, descubriéndose.) Saludo a María, estrella de la mañana, torre de marfil, asiento de la sabiduría.

María. Ora pro nobis. (Riendo.) ¡Cómo viene hoy! (Ocupa su sitio en la mesa.)

Vicenta. (Aparte.) ¡Jesús, qué saludos tan poéticos usa este hombre carbonífero!

León. Señora Alcaldesa, Dios la guarde. (A María.) Hoy, más que ningún día, anhelaba yo venir a tomar sus órdenes.

Vicenta. (Aparte.) ¡Y entra aquí como en su casa! Pues yo no me voy sin enterarme… (Retirándose a la izquierda.)

María. No se aparte usted, Vicenta. Todo lo que hablemos León y yo puede usted oírlo.

León. Tratamos de negocios. (Saca una voluminosa cartera y la pone en la mesa.) Señora Alcaldesa, acérquese usted. Aquí no hay secreto, porque los arrebatos de mi admiración por esta señorita sin par, de nadie los recato… quiero que sean públicos.

Vicenta. Y lo serán… Ya empiezan a serlo.

María. Vaya, vaya, tenga juicio.

Vicenta. (Maliciosa.) Creo haber oído… que María debe a usted sus conocimientos mercantiles.

León. No merezco el honor de llamarme su maestro. Si esto se dice, será porque algún ejemplo de mi azarosa vida le sirvió de lección saludable. De aquellos ejemplos ha sacado su ciencia; de su ciencia, sus triunfos y la reparación de su casa y familia.

Vicenta. ¿Es cierto, amiga mía?

María. Cierto será cuando él lo dice, Vicenta.

Vicenta. Bien. (A León con picardía.) Sabe mucho su alumna.

León. ¡Que si sabe! (Observando a María, que sonríe.) Vea usted esos ojos, que penetran en toda la realidad humana.

Vicenta. ¡Los ojos!… Ésa es la ciencia que a usted le fascina, señor mío.

María. No le haga usted caso, Vicenta. Hoy le desconozco: el hombre más aplomado y más sereno del mundo, se nos presenta como un cadete sin juicio… ¿Qué le pasa a usted hoy?

León. Me pasa… Pues verá usted: hoy he despertado con una idea luminosa, que repentinamente brotó en mí como una inspiración. Pensé…

María. (Con gran interés, levantándose y pasando al centro.) ¿A ver, qué ha pensado el hombre?

León. Muy sencillo… Pienso… como si Dios murmurara en mi alma… pienso que después de tanto penar, después del largo espacio de soledad y afanes en mi trabajosa vida, ya merezco el descanso, la alegría. Acábese mi Purgatorio y denme el Cielo, que ya tengo bien ganado.

Vicenta. ¿Y quién es usted para decir y afirmar que lo merece ya?

María. Eso sólo Dios lo decide.

León. Pues… a eso voy. Creo que Dios ha decidido mi indulto.

María. ¿En qué se funda para creerlo así?

León. En que… hoy, hoy ha dispuesto Dios… algo que estimula mis esperanzas. Y al hacerlo así, me ha dicho…

Vicenta. ¿Dios?… ¿Pero habla Dios con los comerciantes?

León. Alguna vez… Pues me ha dicho… «Pobre alma, acábese tu suplicio… ven… llama a la puerta de mi Cielo… No faltará un ángel que te abra…»

Vicenta. ¿Y ha llamado usted?

León. Voy a llamar.

Vicenta. (Aparte.) Sin duda estorbo para el llamamiento… Pero aquí me planto.

María. (Queriendo variar de conversación.) En fin, loquinario, ¿viene usted o no a que pongamos en orden nuestras cuentas?

León. No… Digo, sí… vengo a eso… y a otra cosa. Empecemos por las cuentas.

Vicenta. (Apartándose.) ¡Ay, ay, ay! Estas cuentecitas… me parece a mí que es el diablo quien las arregla.

León. (Saca de su cartera un papel.) Liquidación de azulejos.

Vicenta. ¿Qué, también vende alfarería? En el nombre del Padre…

León. Alfarería y cerámica superior. ¿A qué ese asombro? Mi discípula pidió a Sevilla dos partidas de azulejos: la una superior, con reflejos metálicos… la otra ordinaria. A mí me dio el encargo de colocarlas… ¿Pero no ha visto usted el zócalo del nuevo salón del Ayuntamiento?

Vicenta. Y los portales de las casas nuevas… sí.

León. (A María.) La clase superior se ha vendido ya totalmente. La otra ya irá saliendo. Liquidaremos las dos…

María. No: liquidemos sólo la partida realizada.

Vicenta. (Aparte.) Estas partiditas y estas liquidacioncitas… ¡ay! (Suspira.)

León. (Saca billetes de su cartera.) Son ochocientas treinta y dos… Rebajadas las letras de Aguiló Hermanos, Pasamanería, que pagué, resultan…

María. (Después de hacer rápida cuenta.) No tiene usted que darme más que cuatrocientas catorce, con diez céntimos.

León. Hija, no: seiscientas veintiocho.

María. ¿Y su comisión, no la descuenta?

León. Deje usted. Otra vez será.

María. No, no. ¡Lucido está el maestro! ¡Vaya un ejemplo que me da!… No hacemos más tratos si no descuenta ahora mismo…

León. Bueno, bueno: no riña. (Contando.) Cuatrocientas catorce… No discuto con usted ninguna de las formalidades mercantiles, y tomo lo que, según convenio, me corresponde. Esto no quita para que esté dispuesto ahora y siempre a dar a usted mi hacienda toda, mi vida, y mil vidas si mil tuviera.

Vicenta. (Aparte.) ¡Ay, Dios mío, esto está perdido!

María. Pues con esto, unido a lo que me trajo usted ayer por las vajillas de porcelana superior y la cristalería de Bohemia (Contando en la cesta del dinero)… y otras cosillas, tengo en mi caja más de dos mil pesetas… Verdad que hay aquí un ingreso… (Picaresca.)

León. ¿De qué?

María. ¡Curiosón!… Esto es una partida secreta… un dinerito que me ha caído del Cielo. No puedo decir más.

Vicenta. (Aparte maliciosa.) ¡Qué cielo será ése, Señor, de donde caen estos dineritos!

María. Bueno, bueno. Pues lo que debo a usted sigo pagándolo en partiditas… Abóneme otras trescientas pesetas. (Se las pone delante.)

León. ¿De veras no las necesita? Antes que los principios, está la conveniencia de usted.

María. (Insistiendo.) No, hijo: cuando digo que…

Vicenta. (Aparte.) ¡También le presta dinero!

León. (A Vicenta.) Estos son negocios, esto es ley y mutuo auxilio comercial, señora Alcaldesa.

María. Llevamos nuestras cuentas con todo rigor.

León. Aquí no hay engaño ni misterio. Señora mía, está usted en la casa de la sinceridad, de la honradez más pura.

Vicenta. Sí, sí… Pero estos tratos y combinaciones…

León. (Con brío.) A gritos los digo yo en medio de la calle. Y puesto a descubrir mi alma, gritaré también que quiero a María, que la quiero con amistad, con respeto, con amor: la trinidad del querer…

María. (Riendo.) ¡Qué sutil y qué hiperbólico, Dios mío!

Vicenta. ¿Pasión tenemos?… Ya dije yo…

León. Culto fervoroso que no quiere ni debe ocultarse.

María. Basta ya… Cállese la boca. Sea usted discreto.

León. No puedo callar. La realidad presente me ordena la indiscreción.

María. (Confusa, turbada.) ¿Qué realidad es ésa que ayer no existía y hoy sí?

León. Ha llegado la ocasión de que todos los buenos afrontemos la verdad de la vida, y despreciemos todo artificio por imponente que sea.

María. (Con gran confusión.) ¿Qué dice?… ¿qué pasa?

León. Cualquier suceso inesperado abre a la voluntad humana caminos nuevos.

Vicenta. Ya, ya. (Con pretensiones de agudeza.) Crisis comercial… ¿no es eso?

León. Sí, señora… crisis.

María. ¿Crisis en el comercio de usted o en el mío?

León. En los dos… No, no: en el de usted.

Vicenta. Subida inesperada en el precio de los artículos.

León. Sí… Artículo hay que ha estado por los suelos, y ahora sube, sube…

María. No entiendo…

Vicenta. Y vendrá la quiebra.

León. Para impedir la ruina de mi amiga, le propongo mi apoyo comercial.

María. ¿Cómo?

Vicenta. Es muy sencillo… asociándose…

León. Propongo un negocio comanditario… sobre nuevas bases… Formulado lo traigo aquí. (Saca de su cartera un pliego sellado.)

María. (Con gran curiosidad, tomándolo.) A ver, a ver… (Trata de abrirlo.)

León. No, no: la índole delicada de este nuevo negocio exige que usted no se entere de él hasta que pueda consagrarle toda su atención… en la soledad.

Vicenta. Ya… estorbo.

María. No. (Persistiendo en su confusión.) ¡Si no es amor, Vicenta: es…!

Vicenta. ¿Que no? Abra usted y lea.

León. Ahora no.

Vicenta. ¡Si bien claro lo dijo antes! Huido del Purgatorio, se atreve a llamar a las puertas del Cielo.

León. He llamado, sí… ¡y con alma!

Vicenta. Me parece que no le abrirán, señor mío. (Mira alternativamente a León y a María. Pausa. María mira al suelo, a León; mira la carta. Con los ojos expresatodo: alegría, expectación, miedo de dar a conocer sus sentimientos ante su amiga.)

León. (Que ha recogido rápidamente su cartera y sombrero.) Si no me abren, si soy despedido, volveré al lugar de suplicio y expiación. Sé padecer; conozco el dolor; viviré recogido y encerrado en el desconsuelo infinito… sin que por eso flaquee mi fe cristiana. Siempre diré: Dios en las alturas, María en la tierra. María es la paz; María es la esperanza, la flor y el fruto de todo bien… (Se retira hacia la izquierda.) He llamado y espero. (Hace ligera reverencia y se va. María le sigue con la mirada. Permanece absorta.)

Escena VI

María, Vicenta; después Cirila.

Vicenta. (Mirándola con severidad.) Lea usted… lea para sí. Hágase cuenta de que está sola.

María. (Vencida de la curiosidad, rasga el sobre;desdobla con febril mano el papel, y lee rápidamente.) «En previsión de una crisis próxima…» ¿Ve usted? no es nada. Cosa de política, de comercio…

Vicenta. Amiga querida, estoy asustada. Preveo cosas muy graves.

María. ¿Por qué?

Vicenta. Ya sabe usted cuánto la quiero. Lo que he visto y oído aquí paréceme un principio de grandes desastres.

María. (Abrasada de curiosidad, vuelve a desdoblar lacarta.) Permítame un instante. (Lee para sí.) «Crisis de familia…» (Se interrumpe al oír la voz de Cirila; vuelve a replegar la carta.)

Cirila. (Entrando por la derecha.) Los señores Marqueses bajan ahora.

Vicenta. Yo me voy. (Retrocede.) Hemos quedado en ir juntas a la romería. Vendrán conmigo las de González. Por Dios, María, que no se arrime a usted ese hombre, que no caiga en la estúpida presunción de acompañarla.

María. (Sin oír lo que dice.) Bien… sí… Hasta luego, amiga mía.

Vicenta. Adiós.

María. (En cuanto la ve salir, lee rápidamente saltando de una carilla a otra.) «Este inmenso amor mío, hijo de la adversidad, tiene de su madre la firmeza y la esperanza…»

Cirila. (Mirando por la derecha.) Ya vienen…

María. (Lee saltando.) «Soy incandescente. Ardo: no me consumo. Siempre espero. (Saltando.)… alma superior, fuerte… La vida armónica… eficaz. (Repliega la carta y la esconde al sentir la voz de su padre.)

Escena VII

María, Cirila, Don Pedro, Filomena, Don Rafael.

Don Pedro. Hijita del alma, los ratos que nos roban tus quehaceres nos parecen siglos.

Filomena. Y siglos de tristeza, porque debemos decirte…

Don Rafael. ¿Qué?… ¿Ya empiezan a reñirla?

Don Pedro. ¿Quién habla de reñir? Adorada Mariucha, tus ideas de mujer entendida y laboriosa han sido el remedio de nuestra desdicha. Pero…

Filomena. Te agradecemos en el alma lo primero que hiciste por nosotros…

Don Pedro. La venta de tu ropa de lujo nos pareció un rasgo de cariño filial. Lo demás…

María. ¿Lo demás, qué…?

Don Rafael. Lo diré yo. Es que no pueden habituarse… cuestión de sangre, de nacimiento… no se acomodan a estos menesteres mercantiles.

María. Bah, bah. (Acariciándoles.) Por Dios, queridos papás, reflexionad en lo que consumimos; y si habéis pensado mejor arbitrio para vivir decorosamente, decídmelo… Pero ahora no. (Impaciente.) Estoy de prisa.

Filomena. ¿Tienes que salir?

María. Voy con Vicenta a casa de Josefita.

Don Pedro. Ya… Pues vete, vete.

Filomena. ¿Volverás pronto?

María. (En el ángulo de la derecha, quitándose el delantal.) En seguida… Dime, papaíto: de las remesas de esperanzas que te hace mi hermano, ¿ha resultado algo positivo?

Don Pedro. (Con tristeza.) Nada, hija mía.

María. Ya ves que ni le han hecho diputado, ni le ha salido aquel negocio, ni nada…

Filomena. Pero en su última carta nos dice, con cierto misterio, que no tardarán en despejarse los horizontes.

María. (Arreglándose.) No os fiéis de horizontes, ni de las nubes esperéis nada bueno. Miradme a mí, que quiero ser vuestro cielo, y más aun vuestra tierra. Dejadme que os gobierne, que os cuide, que os alimente… Sed modestos, sencillos, y no soñéis con grandezas alcanzadas por arte de magia. (Vuelve al centro ya vestida, el sombrero en la mano.) Mil veces os lo he dicho y hoy os lo repito. El noble arruinado no debe obstinarse en aparentar la posición perdida. Hágase cuenta de que se ha caído de la altura social, y al caer… naturalmente… cae en el pueblo… en el pueblo de donde todo sale y a donde todo vuelve.

Don Pedro. ¿Pueblo nosotros?… Shocking.

María. (Expresión de incredulidad y burla en el Marqués y Filomena.) ¿No lo creéis, dudáis?… Pues no dudéis nunca del amor ni de la abnegación de vuestra hija.

Filomena. (Poniéndole el sombrero.) Sí, sí… No dudamos… Pero no te detengas, hija.

Don Pedro. (Deseando que salga.) Lo primero tus asuntos.

María. No tardaré. (Indica a Cirila las cajas que ha de llevar.)

Don Rafael. (Aparte a María, junto a la puerta.) ¿Volverá usted pronto?

María. (Aparte a don Rafael, con vivo afán.) Sí: espéreme usted aquí, don Rafael. Tengo que hablarle.

Don Rafael. ¿Cosa de importancia?

María. De inmensa importancia y gravedad.

Don Rafael. Aquí estaré. (Sale María, seguida de Cirila con cajas.)

Escena VIII

Don Pedro, Filomena, Don Rafael.

Don Pedro. (Esperando que se aleje.) Ahora, aprovechando su ausencia… (A Filomena, que se asoma ala puerta.) ¿Está lejos?

Filomena. Ya están en la calle… Registremos todo. (Dirígense los dos a la mesa de escribir.)

Don Rafael. ¿Pero qué hacen?

Don Pedro. (Probando a abrir el cajón de lamesa.) Veamos si se encuentra aquí la clave de este misterio.

Filomena. (Dándole un manojito de llaves.) Prueba con estas llaves.

Don Rafael. Pero, señor Marqués…

Don Pedro. Alguna habrá que sirva. (Probando llaves.) Ésta no va… probemos otra.

Don Rafael. Permítanme que les diga…

Don Pedro. Sí: que es cosa fea esta violación de cerraduras…

Filomena. Pero se trata de un ser adorado…

Don Pedro. Que no queremos que se nos extravíe.

Filomena. Nos encontramos frente a un tremendo enigma…

Don Pedro. (Probando otra llave.) A ver ésta… Señor don Rafael, el enigma es éste: ¿cómo se puede atender a las necesidades de esta familia, y pagar el colegio de los niños, vendiendo flores de trapo y jugando a las tiendas?

Don Rafael. Puede ser, cuando ella lo hace.

Don Pedro. Pero de veras, don Rafael, ¿usted no duda?

Filomena. ¿No sospecha…?

Don Rafael. (Con energía.) Ni sospecho ni dudo. Yo creo en María.

Don Pedro. (Lanzando una exclamación de alegría al sentir que se abre la cerradura.) ¡Ah! (Tira del cajón.)

Filomena. ¡Abierto! (Se aproxima con viva curiosidad.)

Don Pedro. Venga usted, señor Cura, y examine…

Don Rafael. (Alejándose.) Yo no: soy confesor; pero no abro las conciencias con llave falsa.

Filomena. (Dando prisa a don Pedro.) Registra pronto, por si vuelve.

Don Pedro. (Sacando con gran respeto la cestilladel dinero.) ¡Santa Bárbara, cuánto dinero! (Se asombra de su contenido.)

Filomena. (Mirando el dinero sin contarlo.) Pasa de quinientas pesetas…

Don Pedro. (Contando a la ligera.) Doscientas… cuatro… seis… Y también mil… (Más asombrado.) ¡Y también dos mil!… Y aquí un sobre que contiene billetes. A ver, ¿qué dice aquí? (Lee el sobre.) «Dinero del Cielo.»

Don Rafael. (Aparte.) ¡Ahora es ella!

Don Pedro. Tanto dinero me pone en gran confusión.

Filomena. Y a mí.

Don Rafael. A mí no. Dios ha favorecido a la niña en sus negocios.

Don Pedro. La legítima ganancia no puede ser tan grande.

Filomena. No nos hará creer don Rafael que Dios multiplica los billetes de Banco.

Don Rafael. ¿No multiplicó los panes y los peces?

Don Pedro. Amigo mío, no estamos en los tiempos bíblicos.

Don Rafael. En los tiempos bíblicos y en todos los tiempos, Dios hace lo que le da la gana.

Filomena. Y este dinero bajado del Cielo, ¿qué significa? Yo no lo entiendo.

Don Pedro. Queridísimo Cura, ¿no comprende usted que hay misterio?

Don Rafael. Misterio habrá. Pero mi fe religiosa me ha enseñado a creer lo que no entiendo. Creo en María.

Filomena. (A Don Pedro.) Sigue… A ver si los papeles nos aclaran el enigma.

Don Pedro. (Pone la cestilla donde estaba. Saca papeles.) Cuentas… facturas…

Filomena. Lee.

Don Pedro. (Leyendo.) «Letras pagadas por León… Saldo con León…»

Filomena. ¿Y esto, don Rafael?… ¿Qué dice de esta ingerencia del carbonero en los asuntos de mi hija?

Don Rafael. (Imperturbable, paseándose.) Creo en Mariucha.

Don Pedro. (Examinando otro papel.) Una cuenta de sus gastos… (Lee.) «Caja de puros Henry Clay para papá… la pensión de los niños… (Alzando la voz.) Pagado a León…»

Filomena. (Que también ha examinado papeles.) Y aquí: «Cobrado de León…» Esto ya es demasiado.

Don Pedro. (Repitiendo.) ¡Debido a León… entregado a León… recibido de León!… ¡Pero esto es una cueva de leones! (Se levanta indignado.)

Filomena. (Con disgusto.) Déjalo ya… tapa… cierra.

Don Pedro. (A Don Rafael.) ¿Qué significa la repetición de este maldito nombre en todos los apuntes, en todas las cuentas?

Don Rafael. No sé… Con leones y sin leones, creo en Mariucha; creo en la que ha sido y es imagen de la Providencia, mensajera de los consuelos que Dios envía a una desgraciada familia…

Filomena. ¡Oh, quién pudiera creer…! (Óyense las voces de Corral y Bravo dentro.)

Don Pedro. ¡Si esa fe se nos pudiera comunicar!… ¡Ah! ¿Qué voces son esas?

Escena IX

Don Pedro, Filomena, Don Rafael, Corral, Bravo.

Corral. (En la puerta, ambos con grandes aspavientos de alegría, descubriéndose.) ¡Vivan los señores Marqueses de Alto-Rey!

Bravo. ¡Vivan…!

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