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Para Emma ese momento fue como un sueño.
“ Ahora estamos juntos, ¿verdad?”, le había preguntado la muchachita ingenuamente.
“ No sé si podemos.”
“ ¿Por qué?”
“ Eres mi prima.”
“ Sí, pero no en primer grado, por eso creo que se puede.”
“ Entonces está bien, pero tiene que ser un secreto.”
El día había pasado espléndidamente y nadie se había dado cuenta de nada, ya que Emma y Aiden eran inseparables desde mucho antes.
Sin embargo, para Emma ese idilio había durado sólo un día, antes de darse cuenta de que una vez terminado el verano no habría vuelto a ver a su noviecito hasta el próximo verano.
“ En realidad, el próximo año yo no vendré más aquí”, le había respondido Aiden, después de escuchar sus preocupaciones.
“ ¿Por qué?”, había preguntado Emma tratando de ocultar el nudo en la garganta.
“ El próximo año cumplo dieciséis años y el abuelo Giulio quiere que vaya a hacer una práctica en la sede de Seattle durante todo el verano.”
Emma se había puesto a llorar desesperada y se había calmado sólo después de que Aiden le había prometido que no hubiera faltado a su cumpleaños número trece.
Pero, sólo un par de meses después sucedió una violenta pelea entre Cesare y Giulio, con la consiguiente separación de las dos ramas de la familia.
Cuando Emma intentó pedir a su abuelo que invitara a Aiden a su cumpleaños, él se había enojado muchísimo y había amenazado con castigarla, si hubiera osado pronunciar de nuevo ese nombre que ni siquiera era italiano.
Habían pasado doce años desde entonces.
Doce años de cumpleaños que se habían vuelto más oficiales y formales.
Doce años durante los cuales había visto a Aiden sólo unas pocas veces en algún evento organizado por alguna otra persona que más tarde habría conocido la ira de Cesare y Giulio Marconi.
Doce años anclada al brazo del abuelo que la mantenía siempre cerca suyo, listo para mantener a distancia a los “Marconi con la M minúscula”, como decía él, y a protegerla de cualquier pretendiente o enamorado que hubiera tenido el coraje de acercarse a la que consideraba más que una hija, sino un verdadero pedazo de su corazón.
Tímida e insegura como era, Emma nunca había tenido la necesidad de liberarse de ese control morboso y asfixiante o de ir en contra de los deseos del abuelo y, si eso por un lado le imponía muchas limitaciones sobre todo en el campo amoroso, por el otro la hacía la Marconi más libre de la familia.
A diferencia de todos sus parientes, ella había podido permanecer fuera de las cuestiones empresarias, ya que era mujer y no tenía un interés particular por los negocios, como le recordaba a veces el abuelo.
“ Con esa carita tan dulce e inocente serías la presa favorita de todos los tiburones de Portland… No, Emma, tu sólo tienes que pensar en terminar tus estudios y buscarte un buen marido que pueda cuidar de ti”, le decía a menudo el abuelo. Lástima que no hubiera sido fácil terminar los estudios de arquitectura y mucho menos especializarse en diseño interior, ya que Cesare odiaba a los arquitectos tanto como a los dentistas y le parecían sólo inútiles, a diferencia de los geómetras y de los ingenieros. Además, no entendía qué sentido tenía estudiar tres años para aprender a decorar un ambiente. “¡Todos decoran su casa y nadie tiene esa especialización absurda que sólo los arquitectos podían inventarse! ¡Qué cosa inútil!”.
Por no hablar de la búsqueda de marido. El extenso examen y el interrogatorio al que se sometía a cada pretendiente de la nieta no permitía a nadie llegar a la tercera cita. ¡Ninguno estaba a la altura! Uno era demasiado snob, uno tenía padres divorciados, uno no era católico, uno no tenía raíces italianas, uno había dejado el colegio, uno le había respondido mal… y así hasta el infinito.
Emma había intentado ver a algunos muchachos a escondidas sobre todo en el colegio, pero su abuelo tenía ojos y orejas por todas partes.
“ Lo hago por tu bien. Un día me agradecerás, hija mía”, le respondía siempre cuando Emma daba muestras de sufrimiento.
Sin embargo, su abuelo siempre había sabido ganarse su afecto con una cuenta en el banco ilimitada, que siempre le había permitido comprar todas las casas que quería y decorarlas, o irse a vivir sola. Alcanzaba con que no dijera que se había graduado como arquitecta (estudio que él no había aprobado jamás) y que prometiera mantenerse alejada de los trepadores sociales y de la vida mundana.
Y Emma había aceptado. Por lo demás, no tenía necesidad de trabajar y había abierto un blog de arquitectura bajo un nombre falso, donde daba consejos sobre cómo reestructurar y decorar casas. No era un blog con muchos seguidores, pero había logrado abrirse camino en el laberinto virtual de la web.
Mientras tanto, también había comenzado a escribir algunos cuentos (siempre bajo un seudónimo), a frecuentar algún club del libro y a participar en el grupo del blog Sueños de Papel de Rachel Moses y de otras apasionadas de libros que intercambiaban consejos e información para ayudar a escritores novatos a tener visibilidad y a mejorar sus obras.
Claro, no tenía amigos y no salía con nadie además de sus primos y alguna vieja compañera del colegio, pero ahora las cosas estaban cambiando.
El encuentro con Abigail Camberg y Rachel Moses le había cambiado la vida y ahora tenía alguien con quien poder hablar abiertamente de sus pasiones y de sus sueños.
“ Emma, hija mía”, la recibió el abuelo apenas vio a la nieta entrar por la puerta de la oficina.
“ ¡Abuelo!”, exclamó feliz como una niña corriendo a abrazar a ese viejo hosco que siempre la había amado como ningún otro.
“ ¿Cómo estás?”
“ Bien. ¿Y tú?”
“ He tenido mejores momentos”, murmuró el hombre sentándose en su silla presidencial detrás del escritorio e invitando a Emma a sentarse frente a él.
“ Mala señal”, pensó de inmediato Emma en alerta. Cuando iba a ver a su abuelo, él siempre la hacía acomodar en el saloncito, donde generalmente había siempre un té o un café con dulces que la esperaban.
Pocas veces su abuelo la había hecho sentar delante a su trono y todas las veces había sido para regañarla, como esa vez que había descubierto que se veía a escondidas con un tal Clark que Cesare había definido como un “idiota holgazán de un republicano”, o cuando peleaban porque Emma había decidido asistir a los cursos de arquitectura y no de economía como se esperaba, o cuando le había comunicado que se iba a vivir sola a un altillo, o la única vez que había ido a una fiesta donde se había emborrachado con un solo whisky.
“ Lo lamento mucho, abuelo, que estés pasando un mal periodo. He hablado con Sally, la esposa de Salvatore, la semana pasada, y me dijo que el banco te rechazó el último préstamo”, respondió Emma, intentando distraerlo hablando de la Marconi Construcciones. Cosa que normalmente funcionaba.
“ Si, mi querida. Los tiempos dorados terminaron y esta crisis nos está cortando las piernas. De todas formas, tenemos pérdidas desde hace demasiado tiempo… ya llevamos cinco años que continuamos con este descenso al infierno y yo empiezo a no ver el final del túnel. No me sorprende que Giulio haya tenido un infarto. Después de tantos años trabajando duro para lograr algo de lo que estar orgulloso, ahora verse destruido por los bancos, con el consejo de administración que quiere vender las acciones a cualquiera que se divierta desarmando las empresas… Yo… yo…”, se enojó Cesare, pero después el cansancio y la fatiga respiratoria le fueron quitando las palabras.
“ Te lo ruego, tranquilízate”, se asustó de inmediato Emma yendo hacia él y tomándole la mano. Su abuelo tenía setenta y ocho años y, si el corazón le funcionaba bien, no se podía decir lo mismo de los pulmones después de haber pasado años fumando como una chimenea. Los doctores le habían quitado los cigarrillos y la pipa desde hacía tres años, pero él seguía sufriendo de espasmos respiratorios por el estrés.
“ Tendrías que ceder el puesto a uno de nosotros y retirarte, papá”, le había dicho su segundo hijo Samuele en una cena familiar, pero la mirada helada que había recibido como respuesta lo había enmudecido durante toda la velada.
“ Ya lo habría hecho si hubiera encontrado entre esa manada de holgazanes que viven entre algodones, al menos un hijo o un nieto merecedor y con el mismo fuego en las venas que yo”, le había dicho luego a Emma una vez que se quedaron solos.
“ Fui a ver a Giulio en el hospital unos días antes de su muerte, ¿sabes?”, le confesó su abuelo trayéndola de vuelta a la realidad.
Emma quedó con la boca abierta. Sólo pronunciar la palabra Giulio estaba prohibida en presencia de su abuelo y ahora le dejaba saber que ambos se habían visto dos meses antes.
“ No me lo habías dicho”, susurró Emma sorprendida.
“ Lo sé. El hecho es que supe que había tenido un infarto. Me llegó el comentario que estaba muriendo, lleno de remordimientos por estos doce años alejado de él por el loco amor por una mujer a la que no volví a ver, fui a verlo.”
Emma hubiera querido pedirle mil explicaciones: ¡¿la pelea entre su abuelo y Giulio fue por una mujer?! Eso, si que no se lo esperaba. Por lo que sabía, su abuelo todavía estaba unido al recuerdo de su difunta esposa, la madre de sus cuatro hijos.
“ A diferencia mía, él ya había encontrado un heredero a quien dejar el mando”, continuó el hombre.
“ ¿Quién?”
“ El hijo de Giacomo y Eleonor. Por lo que parece, del hijo más estúpido de Giulio nació el mejor nieto.”
“ ¿Aiden?”, murmuró apenas Emma que de todas formas había olvidado cómo pronunciar ese nombre en voz alta, desde que le había sido prohibido. Incluso si en realidad en cada uno de sus cuentos siempre había un bellísimo e intrépido Aiden que salvaba a la protagonista.
“ Sí”, respondió Cesare ligeramente contrariado. “Y además es muy bueno. Sé también que a la Marconi Inmobiliarias le estaba yendo mal y, sin embargo, todavía está a flote y Giulio me confesó que le debía todo a Aiden. Me informé y es verdad. Ese muchacho ya se hizo un nombre en el mundo de los negocios y por lo que parece no es uno que anda con vueltas cuando se trata de cerrar un trato, incluso si aparenta tener una máscara de hielo.”
De todas formas, Emma no recordaba siquiera la última vez que había visto a Aiden. Había pasado una eternidad.
“ Quien sabe cómo se convirtió…”, pensó.
“ Hace algunos días Aiden vino a verme. Me trajo una carta de mi primo en la que me pedía que salvara nuestro nombre y a la familia. Se disculpaba por no haber sido siempre honesto conmigo y me imploraba que devolviera a la Marconi Construcciones su antiguo esplendor.”
“ Pero de todas formas está muerto.”
“ Sí, pero ya llevé la carta a un abogado y me dijo que tiene valor, por lo que puedo impugnar la herencia de Giulio. Sin embargo, no quiero destruir lo que hemos construido, es más quiero hacer que la Marconi vuelva a ser lo que fue, como él lo pidió. Quiero cumplir su deseo.”
“ Tendrás que ponerte de acuerdo con Aiden.”
“ Ya lo hice y él aceptó.”
¿Todo en una sola semana? Claro que su abuelo sabía como mover cielo y tierra en poco tiempo.
“ Me alegro mucho”, respondió con cautela escondiendo la felicidad de poder ver nuevo a Aiden.
“” Quien sabe si él también se acuerda de nuestro beso de hace doce años atrás…””, pensó soñadora y reconfortada por el hecho que, gracias a sus investigaciones secretas, sabía que también él estaba todavía soltero.
“ A mí no.”
“ ¿Por qué?”, preguntó Emma curiosa. ¿Cuándo su abuelo había aceptado hacer algo en contra de sus deseos?
“ Porque tú eres parte del acuerdo”, le respondió aferrándole las manos aún más y encadenándola con una mirada que parecía plata.
“ ¿Yo?”
“ Sí, queremos hacer una fusión de las dos empresas, pero no queremos levantar más sospechas aún, así que hemos pensado en una unión que distraiga de los verdaderos problemas y que castigue a la familia Marconi.”
“ Me parece una buena idea”, susurró Emma sabiendo cuanto se preocupaba su abuelo en no crear escándalos.
“ Emma no has entendido. La fusión se trata de tu matrimonio”, aclaró el hombre con voz sufrida.
Fue precisamente la palabra matrimonio la que desconectó todas las neuronas del cerebro de Emma.
En contraposición, su corazón le hacía sentir un ataque de taquicardia con triple salto mortal.
“ Tú y Aiden”, remarcó el abuelo creyendo que el silencio de Emma se debiera a la falta de comprensión de sus palabras.
Emma intentó razonar.
Nada, las neuronas estaban todas en coma etílico, borrachas de felicidad y anticipación.
“ Hija mía, te lo ruego, respóndeme. He llamado a Aiden antes de que llegaras porque tengo que confirmarle la fusión, pero si tú no quieres o no estás de acuerdo…”
Emma intentó decir algo, pero todo su sistema nervioso estaba apagado.
Se estaba recomponiendo, cuando sonó el intercomunicador.
Era la secretaria. Aiden Marconi había llegado y quería una respuesta.
Las palabras soeces que salieron de la boca de Cesare sorprendieron incluso a Emma que no estaba acostumbrada a ese lenguaje.
Ni siquiera golpearon, sino que la puerta se abrió para dejar entrar a Aiden, seguido por la secretaria furiosa que continuaba a decirle que tenía que ser anunciado.
“ Tengo una reunión dentro de una hora. No tengo tiempo para esperar”, le respondió de mala manera el hombre acercándose al escritorio con grandes pasos.
“ ¡Dios mío!”, explotó la mente de Emma recuperando un mínimo de comportamiento frente al joven que estaba frente a ella y la miraba en estado de shock.
“ Mi marido… Aiden será mi marido”, le comunicaron las únicas dos neuronas que se despertaron del coma. Emma permaneció con la boca abierta, todavía con las manos de su abuelo entre las suyas y ligeramente apoyada en el escritorio, mientras sus ojos intentaban buscar al Aiden de quince años que recordaba en ese bellísimo hombre que la miraba desde su altura de casi un metro noventa.
El rostro de Aiden se había endurecido en sus facciones y la boca carnosa estaba tensa en lugar de estar curvada con una de las magníficas sonrisas que recordaba.
Sin embargo, los ojos eran siempre los mismos: grises como la plata con ligeros matices verdes. Lo opuesto de sus ojos que eran verdes con matices grises.
Gris- verde. El color clásico de todos los Marconi.
Avergonzada, todavía sorprendida por las palabras de su abuelo y por tener delante al hombre de sus sueños, no osó bajar la mirada por el cuerpo de Aiden, después que había sentido cómo se le incendiaban las mejillas por esos hombros anchos y tensos bajo el traje elegante y esos rizos negros que disfrutaban haciéndole cosquillas en el cuello en los que Emma quería hundir los labios.
“ Emma”, repentinamente serio e inescrutable, antes de fijar sus ojos en Cesare. “Buenos días, Cesare.”
“ Hola”, alcanzó sólo a decir Emma intentando recomponerse.
“ Has llegado con anticipación”, lo agredió de inmediato el viejo.
Incluso si habían decidido tener una tregua, era obvio que el odio entre los dos todavía estaba vivo.
Habría sido precisamente ese matrimonio el que aplacara definitivamente los ánimos y que les permitiera dejar atrás el pasado.
“ Se adelantó una reunión extraordinaria luego de nuestra última charla y ahora el Consejo quiere una respuesta”, explicó enérgico y severo Aiden respondiendo a Cesare.
“ ¿Cómo te atreves a venir aquí a imponer órdenes?”, se enojó de inmediato el anciano.
“ Los tiempos apremian y lo sabes.”
“ ¡No necesito que un muchachito venga a decírmelo! Recuerda que nací antes que tú y que mientras tu todavía usabas pañales, yo ya había creado un imperio partiendo de la nada”, lo regañó Cesare.
“ Un imperio que está colapsando”, rebatió Aiden haciendo enfurecer a Cesare que de nuevo fue sacudido por espasmos respiratorios que lo llevaron a toser y lo obligaron a intentar relajarse en el sillón, a pesar de las ganas incontrolables de echar de su palacio a ese insolente.
“ Abuelo, te lo ruego, cálmate”, se preocupó de inmediato Emma yendo al saloncito a llenar un vaso de agua para él.
Cuando el viejo se restableció lo suficiente, Emma decidió tomar la palabra, incluso si la mirada enfurecida de Aiden le resultaba amenazadora.
“ No veo por qué debemos seguir peleando, cuando estamos aquí precisamente para ponernos de acuerdo… Un acuerdo que ya fue decidido por ambas partes”, balbuceó Emma con la mirada que ya no sabía sobre que o quien posarse para no avergonzarse aún más, mientras intentaba evitar pronunciar la palabra matrimonio para no morir de la vergüenza.