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Sí, era hermoso y ese aire un poco ingenuo lo hacía todavía más intrigante que Norman.
Decidida a retomar el control de sus emociones y a tomar una pausa, aprovechó ese momento de distracción de su jefe para ir a tomar un café a la máquina en la sala relax, esperando encontrar a Abigail. Tenía miles de preguntas que hacerle.
Estaba esperando que el café bajara al vaso de plástico, cuando escuchó una voz detrás de ella.
“ ¿Disculpe, usted es Rachel?”
Rachel se dio vuelta para responder, pero lo que tenía delante de ella la hizo sobresaltar tanto que el primer botón de su camisa ajustada saltó por el aire, dejando ver su escote generoso que presionaba contra la tela.
Delante de ella había dos hombres idénticos: rubios de ojos verdes, altos y con una belleza capaz de hacer caer incluso sus defensas de hierro, típicas de una mujer lo suficientemente herida como para no querer volver a caer en la trampa del amor.
Estaba tan sorprendida que creyó que tenía alucinaciones, sino hubiera sido que el traje elegante color crema de uno de ellos contrastaba con el look más agresivo de motociclista del otro.
Tampoco sus ojos parecían querer separarse de esa visión doble, su mano derecha se apresuró a cubrir su seno, expuesto a sus miradas.
“ Yo… Dios mío, me siento mortificada”, se recuperó después de algunos segundos, intentando cerrar su camisa y esconder su sostén de encaje blanco.
“ Tesoro, eres una delicia, pero creo que sería mejor que lleves esto”, fue en su ayuda el hombre vestido elegante, quitándose del cuello un foulard rojo de Hermès y poniéndoselo en el cuello, de modo que la seda le acariciara el cuello y le cayera sinuosamente sobre el pecho.
“ Gracias”, se limitó a decir Rachel con las mejillas rojas por la vergüenza.
“ ¿El rojo te queda bien, sabes? ¿Eres un encanto y además rompe la rigidez del contraste entre el blanco y el negro, no crees?”
“ Yo… Sí… No sabría”, murmuró tímidamente Rachel, mientras las expertas manos del hombre le acomodaban la camisa y un mechón de cabello.
Normalmente no permitía a nadie ese tipo de contacto o de atrevimiento, pero ese hombre parecía inocuo y más interesado en su forma de vestir que en lo que había dejado ver.
No se podía decir lo mismo de su gemelo, que todavía estaba petrificado mirándole el pecho con una expresión que la hizo sentir terriblemente expuesta.
“ A propósito, me llamo Jean-Louis y él es mi hermano Jean-Luc. Luc, para los amigos. Estábamos buscando a nuestro padre y una señora nos dijo que te preguntáramos a ti. Tú eres la nueva secretaria de nuestro padre, ¿verdad?”, se presentó el hombre con una sonrisa capaz de encantar a cualquiera.
“ Sí. Su padre está en su oficina.”
“ No, no está. Venimos de allí.”
Con prisa y dejando el café, Rachel se dirigió a su pequeña oficina, donde encontró de inmediato una pequeña nota de Norman: “Voy al Moka’s Bar a tomar un café con mis hijos. N.”
“ Su padre está en el Moka’s Bar con Darius y Justin”, les dijo.
“ ¿Dónde está ese bar?”, preguntó Jean-Luc con un acento muy francés que sorprendió a Rachel con una ola de deseo.
“ Aquí afuera, doblen a la derecha”, alcanzó a decir a pesar de que su mente ya estaba en otro sitio, en una cama, entre las sábanas de seda, junto a… ¿Luc? ¿Justin? ¿O Darius?
“ Ok, gracias”, la saludaron los dos hermanos.
“ ¿Y el foulard?”
“ Un simple presente por San Valentín o, si prefieres, un pequeño resarcimiento por haber soportado a nuestro padre durante estos meses”, le respondió Jean-Louis.
“ Gracias”, ni siquiera Matt le había regalado jamás algo tan costoso. Rachel adoraba la ropa de marca, sobre todo las colecciones de Max Mara, Armani, Dior, Prada y Tom Ford.
Cuando los dos hermanos se fueron, Rachel se dio cuenta de que había otro post-it.
Era de Abigail: “¿Quién ha ganado el desafío?”
Rachel se puso a reír porque mentiría si hubiera dicho que había permanecido completamente indiferente ante esos cuatro hombres.
Sin embargo, esa noche salió de la Carter House con el corazón en pedazos.
Norman no había regresado a la oficina y ella no había recibido ninguna llamada a último minuto para avisarle que ese no habría sido su último día de trabajo.
Desesperada y muy preocupada, se fue de inmediato a su casa y decidió desahogar el stress terminando de pintar la sala. Era un trabajo que había comenzado Matt un mes atrás, pero luego lo había interrumpido porque estaba demasiado cansado por las horas extras que hacía como bróker de finanzas.
“ O por todas las folladas que hizo a mis espaldas”, reflexionó Rachel golpeando tan fuerte la pared que le cayó pintura encima.
Por suerte se había puesto ropa vieja de Disney que habría tirado con gusto cuando hubiera terminado de pintar.
Estaba por terminar la segunda pared, cuando escuchó que sonaba su celular.
Corrió a responder y con la emoción que le emanaba por los poros, vio el nombre de su jefe en la pantalla.
“ Rachel, pero ¿dónde estás?”, se enojó Norman sin siquiera saludarla.
“ En casa”, miró la hora. Eran las seis de la tarde y su horario de trabajo había terminado a las cuatro, aunque ella se había quedado casi hasta las cinco para esperarlo.
“ Te había pedido el informe.”
“ Está sobre el escritorio.”
“ ¡No, no está! Te había dicho que era urgente. Dentro de menos de una hora tengo que enviar todo a la tipografía. Sabes que no me gusta no cumplir con mi palabra.”
Rachel volvió a pensar en lo que había pasado ese día.
¿Estaba segura de que había llevado la documentación que le había pedido? ¿O Darius la había distraído y luego se la había olvidado?
“ Voy de inmediato”, se limitó a responder antes de cortar.
El tiempo apremiaba.
Sin cambiarse, corrió a la Carter House y se dirigió de inmediato a su oficina.
Buscó el informe impreso, pero no lo encontró por ningún lado.
Exasperada con la presión encima, encendió el ordenador, decidida a imprimir una nueva copia.
“ ¿Pero qué demonios…?”, dijo sorprendida viendo el desktop de su ordenador completamente vacío.
Donde diablos habían ido a parar todos sus archivos, los informes…. ¿Todo aquello con lo que había trabajado durante esos meses?
De repente, se sintió llena de pánico.
Además, a esa hora los técnicos informáticos ya se habían ido y estaba completamente sola, con Norman en la oficina de al lado que esperaba ansioso la documentación que había pedido.
Desesperada, se puso a buscar el informe por todas partes, incluso en su cartera Prada.
Estaba por desistir y rendirse cuando vio el pequeño pendrive que le había dado Abigail algunas horas antes.
Sin saber qué otra cosa hacer, lo puso en el ordenador.
De repente, en el desktop aparecieron todos sus archivos.
¡Abigail le había guardado todo el trabajo que había hecho!
Volvió a pensar en lo que habían hablado y en las sospechas de que Mara Herdex hubiera hecho cualquier cosa para sacarse de encima a la competencia y ser la nueva editora senior.
De hecho, ese tipo de incidentes ya le habían sucedido en otras oportunidades y en esas ocasiones siempre había aparecido Mara con la solución en la mano.
Con una avalancha de epítetos en la boca, Rachel imprimió todo y corrió donde estaba su jefe. Golpeó la puerta y Norman le ordenó que entrara.
Pero una vez que Rachel entró, se dio cuenta de que no estaba solo.
Junto con él, estaban un hombre y una niña.
Intentando no mirarlos, Rachel dejo rápidamente el informe en el escritorio y se dirigió a la salida, pero la niña se paró delante de ella.
“ ¿No eres demasiado vieja para usar una sudadera de Blanca Nieves y los siete enanitos? ¿Por qué estás toda manchada con pintura?”, le remarcó la pequeña, mirándola con sus bellísimos ojos verdes y moviendo su pequeña cola de caballo color castaño oscuro.
“ Sophie, no molestes a las personas”, le dijo el padre, un hombre con los mismos ojos de Norman, pero con el cabello más oscuro y el rostro cubierto por una tupida barba ligeramente descuidada que le escondía las facciones. “Discúlpela. Mi hija siempre tiende a decir cosas inapropiadas en el momento inadecuado y a las personas equivocadas”, la justificó el hombre con un tono fingidamente enojado.
“ No, no importa”, le respondió Rachel esbozando una sonrisa.
“ Rachel, ¿tú ya conoces a mi hijo Rufus?”, intervino Norman.
“ La verdad es que no”, admitió ella.
“ Comienza a conocerlo bien si quieres continuar trabajando aquí, porque un día ésta empresa pasará a manos suyas.”
“ Papá…”, protestó molesto el hijo.
“ Lo sé, ¿pero en algún momento tendrás que sentar cabeza o quieres seguir arruinándote la vida?”, se preocupó el padre.
“ Es tarde. Tengo que irme”, dijo cortante el hombre completamente avergonzado por la frase del padre delante a una desconocida.
“ Ok, vete y déjame a Sophie. Hace mucho que no paso tiempo con mi adorada nieta.”
Rufus asintió y, después de haber saludado y dado recomendaciones a la pequeña, salió apresuradamente.
“ Yo también me voy. Buenas noches”, dijo Rachel sintiendo que sobraba.
“ No, espera. Todavía no hemos hablado sobre la extensión de tu contrato.”
“ Creía que no me quería más aquí.”
“ Eres demasiado indispensable como para que prescinda de ti. Sin embargo, esperé hasta último momento porque estoy muy contrariado. Todavía te necesito como secretaria, pero me doy cuenta de que tu trabajo es el de editora y quisiera que tú tomaras ese puesto. Eres brillante y tienes experiencia. Estaría dispuesto a promoverte de inmediato como editora senior y a darte un aumento, si me prometes que te quedarás con nosotros. Además, he visto tu blog Sueños de Papel. Sabes muchísimas cosas y algunos de los artículos que has escrito son tendencia en las editoriales. Me has hecho entender que tienes pasta de líder y, después de nuestras últimas charlas, empiezo a pensar en la idea de abrir una serie de ficción.”
“ ¡Sería fantástico!”, se entusiasmó Rachel todavía incrédula.
“ Demuéstrame que eres tan capaz como creo y te pondré como jefa de la columna, pero te advierto que no será fácil porque hasta ahora no tengo los recursos ni el personal calificado para armar un buen equipo. De todas formas, si se dan los resultados que dices, entonces te daré vía libre y un presupuesto trimestral que podrás administrar como prefieras. ¿Te parece bien?”
“ ¡Estoy lista y le prometo que no lo voy a desilusionar!”, exclamó la mujer sintiéndose en el séptimo cielo. ¡Su sueño se estaba volviendo realidad! No habría podido pedir nada más.
Cuando salió de la Carter House estaba tan feliz que nada podía quitarle la sonrisa y la felicidad que sentía en ese momento. Ni siquiera su amigo de carta que no se presentó al restaurante en su primer encuentro.
“ Me faltó el coraje. Perdóname. Richard.”, le escribió por email esa misma noche para disculparse.
“ Por lo que parece, el destino me está diciendo que me concentre en mi carrera y no en los hombres”, comprendió Rachel sintiéndose desilusionada. Muy en su interior estaba convencida que de su amistad con Richard podía surgir algo más. Se habían escrito durante un año y ella lo había seguido como consultora editorial por meses, ayudándolo a surgir como escritor. Con el tiempo se habían vuelto amigos y finalmente habían decidido encontrarse personalmente, ya que hasta ese momento nunca se habían visto. Ni siquiera por foto.
3
“ Me has salvado la vida, Abigail”, dijo Rachel apenas llegó de Powell’s donde había ido por un almuerzo rápido al día siguiente.
“ Lo sé”, respondió Abigail feliz de haber hecho algo bien. Estimaba a Rachel como profesional y como persona porque era siempre honesta, correcta y responsable, incluso si a menudo no tenía tacto, pero no lo hacía a propósito. Ella era así. Durante esos meses, incluso si la había mantenido a distancia, había aprendido a conocerla y a apreciarla.
Cientos de veces habría querido ir a presentarse, pero el miedo había prevalecido y jamás había osado acercarse.
Sin embargo, cuando había escuchado una conversación de Mara Herlex en la que admitía que saboteaba el trabajo de Rachel, había decidido hacer algo.
Cada día, durante la hora del almuerzo, había ido a la oficina de Rachel a copiar su trabajo en ese pendrive, sabiendo que en algún momento habría sido útil. ¡Y no se había equivocado!
Lo había hecho por Rachel porque no se merecía ese desprecio y, por ella misma que ya no soportaba más las humillaciones de Mara e incluso por la Carter House porque no estaba pasando un buen período y ciertas venganzas y mezquindades sólo habrían conseguido dañar aún más a la editorial.
“ ¡Y me enamoré!”, exclamó Rachel riendo.
“ ¡Lo sabía! ¿De quién?”
“ De todos. Incluido Norman.”
“ Qué lástima que estén todos fuera de juego.”
“ ¿Los seis?”
“ Sí.”
“ ¿También Norman? Yo sé que él está soltero.”
“ Sí, pero tiene cincuenta y seis años, ¡vamos! ¡Podría ser nuestro padre!”
Rachel se quedó sin habla porque sabía que era verdad. Ella también se lo repetía a sí misma.