скачать книгу бесплатно
“ ¡Tú no te casarás jamás con este insolente!”, respondió su abuelo entre un golpe de tos y el otro.
Emma hubiera querido responderle que, si Aiden aceptaba, se habría casado con él y que lo habría seguido hasta el fin del mundo para poder estar con él. Con o sin la bendición de su abuelo.
Sobre todo, ahora que lo había visto a pocos pasos de ella para enamorarla de nuevo, haciendo desaparecer como por magia los doce años de distanciamiento.
Sin embargo, sabía que no era el momento oportuno para ciertas confesiones, si no quería hacer colapsar a su abuelo y conectarlo a un respirador antes de morir de un infarto.
“ Abuelo, lo has dicho tú también que este acuerdo nos sirve. La Marconi te necesita a ti… y a mí. Sabes que haría cualquier cosa para ayudarte. Además, pensaba que querías cumplir con la última voluntad de tu primo”, le dijo dulcemente, acariciándole la espalda para calmarlo.
Como cada vez que Emma tocaba el tema inherente a Marconi Construcciones, Cesare se calmó y, después de algunas respiraciones largas, se rindió.
“ Tú no te mereces a mi nieta y tampoco a la Marconi Construcciones, pero lamentablemente en este momento no tengo elección, de todas formas, puedes quedarte tranquilo que, al primer paso en falso, te destruiré. Emma se está sacrificando por mi… estoy seguro de que no se casaría jamás por voluntad propia con alguien como tú. Sin embargo, si la haces sufrir o la tratas mal, te haré pedazos a ti a tu acuerdo… Incluso si eso provoca un escándalo internacional. ¿Me expliqué claramente?”, dijo entre dientes Cesare levantándose de la silla y acercándose al joven.
Emma hubiera querido detener a su abuelo y calmarlo, pero nunca lo había visto en ese estado y tenía demasiado miedo como para hablar.
Atemorizada, se alejó de los dos hombres y se puso a mirar el suelo.
“ Si Emma hace su parte de buena esposa, no habrá problemas”, respondió Aiden impertérrito, haciendo que a la muchacha el faltara el aire.
“ Emma será una buena esposa. Es una mujer seria, respetuosa, instruida, sin pájaros en la cabeza, apegada a su familia, con un gran sentido del deber y sabe permanecer en su lugar.”
“ Justo lo que necesito. No necesito nada más.”
¿Por qué Emma sintió que se le helaba todo el cuerpo cuando escuchó esas palabras?
Ella quería un matrimonio de amor, romántico, dulce, hecho de afecto, respeto y pasión. Sin embargo, delante de ella se estaban repitiendo sólo las cláusulas de un contrato verbal y el apretón de manos entre los dos hombres que siguió luego, casi la hizo descomponer.
Intentó acercarse a Aiden esbozando una sonrisa, pero éste apenas la miró dirigiéndole una mirada imperturbable y casi de ira reprimida, manifestada sólo por la tensión en la mandíbula.
“ Aiden, yo…”
“ Mi secretaria te contactará durante el día para saber el día del matrimonio y darte todo lo que necesitas”, la interrumpió él serio y formal.
“ En verdad pensaba que quizás podríamos hablar… solos”, intentó temerosa Emma que hubiera querido tanto poder estar con Aiden sin la presencia de su abuelo.
“ Fija una cita con mi secretaria.”
“ Pero yo…”
“ Buen día, Emma. Cesare, hasta luego”, dijo el joven saliendo de la oficina a la misma velocidad con la que había entrado.
“” Yo no le gusto más. Se ha olvidado de mi””, comprendió Emma molesta y con un nudo en la garganta que le daba ganas de llorar.
“ No te preocupes, hija mía. Encontraremos la forma para que te divorcies de ese maldito sin perder el apoyo y las acciones del Consejo de Administración”, intentó consolarla el abuelo que había visto la molestia y el dolor en sus ojos.
Pero Emma no quería pensar en el divorcio antes de casarse. Ella quería sólo ser feliz y realizar su sueño romántico que había tenido de niña. Ella quería a Aiden.
5
Diez meses después, Emma y Aiden se casaron en Roma en la Iglesia de San Pietro in Montorio, donde se había casado también su abuelo, después de un noviazgo veloz que Emma pasó en Roma y que ni siquiera percibió, ya que después del encuentro en la oficina de su abuelo, pudo ver a su novio sólo el día del compromiso en el que se anunció el matrimonio.
Fue una fiesta sumamente suntuosa, como había dicho Cesare y que mantuvo a Emma ocupada todo el tiempo sin respirar.
Ese día fue el peor de su vida, dividida entre invitados que no conocía y la indiferencia de Aiden que se había limitado sólo a estarle cerca y que, cuando le puso el anillo en el dedo con un diamante tan grande como para sorprender incluso a la mujer más rica entre los presentes, no la había siquiera mirado a la cara.
Incluso la fatídica pregunta: “¿Quieres casarte conmigo?”, estuvo más dirigida al público delirante por esa novedad que a ella. Emma no había podido contener las lágrimas de infelicidad y se había limitado a asentir como si ese “Sí”, no quisiera salir de sus labios tensos por el dolor.
Además, sus dos mejores amigas no habían podido ir a Italia y ella se había encontrado más sola que nunca, bajo el peso de ese matrimonio por conveniencia del que no podía hablar con nadie. Ni siquiera con Rachel y Abigail.
Eso no era lo que siempre había soñado.
Además, mientras ella organizaba el matrimonio en Italia, Aiden se había quedado en Portland, ocupado con la fusión entre la Marconi Inmobiliarias y la Marconi Construcciones.
Esa distancia no le había permitido a Emma hablar ni una sola vez con él. Ni siquiera por teléfono o email.
“ El señor Marconi dijo que le da carta blanca”, le repetía siempre la secretaria de Aiden cada vez que ella intentaba llamarlo para preguntarle qué menú prefería, qué tela para los manteles quería, las flores…
Sólo Miranda Wilson, su wedding planner, había mostrado un poco de indulgencia por esa esposa sola y desesperada en las garras de un matrimonio más grande que ella con cuatrocientos invitados, prensa y reporteros listos para filmar el evento más esperado del año, mientras los rumores ya hablaban de un matrimonio debido a un embarazo inesperado.
¡Cuánto hubiera deseado que fuera esa la verdad sobre su propio matrimonio!
Sin embargo, no podía contarle a nadie de su dolor por esa unión que la estaba devastando a cada instante.
Su abuelo le había pedido incluso que no les dijera nada a sus primos y parientes, por miedo que se filtrara la noticia.
Para todos, Emma y Aiden se habían reencontrado y se estaban casando coronando su sueño de amor de doce años atrás.
El día de la ceremonia, Emma llegó al altar con lágrimas en los ojos y, cuando su abuelo intentó detenerla, ella lo animó para no darle un disgusto.
“ Emma, tú no eres feliz”, había alcanzado a decir con voz ronca antes de llevarla al altar.
“ Lo soy, abuelo. Y lo seré aún más cuando Aiden y yo podamos estar juntos, solos, sin el estrés de tener que organizar eventos como éste.”
“ Sí, tienes razón. La luna de miel en el crucero acomodará todo.”
“ Claro, no veo la hora de partir…”, suspiró Emma esperanzada. Su luna de miel duraría tres semanas. Tres semanas en las que hubieran estado solos, libres para poder hablar, recordar el pasado, reír juntos y contarse cosas… pero también de descubrir uno el cuerpo del otro.
Con la mente que vagaba sobre lo que habría ocurrido esa noche, alcanzó a sonreír y a iluminarse lo suficiente como para tranquilizar al abuelo.
Ese día incluso las ánimas más insensibles se conmovieron frente a ese matrimonio con la misa en latín, las notas conmovedoras y dulces del órgano, la suntuosidad de la iglesia, el vestido sirena de encaje de Pnina Tornai que envolvía el cuerpo de Emma con delicadeza, el viejo Cesare que tomó el lugar del padre difunto de la muchacha acompañándola al altar, donde le dio un cálido beso en la frente antes de separarse de la nieta…
Todo fue conmovedor y romántico. Todo, excepto la mirada helada de Aiden que hizo resbalar una lágrima de tristeza sobre el rostro perfecto de Emma después de ese beso rápido en la comisura de la boca que habría tenido que sellar su unión.
Afortunadamente, las lágrimas de Emma fueron interpretadas por todos los presentes como una manifestación de alegría incontenible y felicidad.
Su única esperanza de acercarse al corazón de su esposo estaba en el viaje de bodas.
Lamentablemente esa noche la nave partió sin Aiden, bloqueado por una imprevista reunión de emergencia en la Marconi Inmobiliaria, que lo mantuvo ocupado por videoconferencia toda la noche.
“ Posterguemos el viaje”, le había propuesto Emma, cuando habló con él durante una breve pausa.
“ No hay necesidad… ¡Es más, haz como si yo estuviera allí! De todas formas, ¿qué es lo que cambia? Estoy seguro de que sabrás disfrutar mejor de las vacaciones sin tu consorte que tan poco soportas”, le había respondido Aiden con la voz confusa.
“ Estás borracho”, comprendió Emma severa, pero Aiden ni siquiera respondió, debido a una llamada.
Cuando volvió del viaje de bodas sola, a Portland, Emma intentó hablar con Aiden muchas veces, pero sin éxito.
Definitivamente se dio cuenta del tipo de vida conyugal que habría tenido cuando consiguió llegar a la cuestión “casa”.
“ Yo tengo un apartamento maravilloso en la Quinta Avenida. Es muy grande y está cerca de tu oficina. Pensé que podrías mudarte conmigo”, intentó Emma tratando de no dejarse intimidar por esa máscara de hielo que él siempre tenía con ella.
“ Yo también tengo una casa, aunque un poco apartada… tanto que a menudo me quedo a dormir en la oficina.”
“ Entonces, ¿dónde preferirías estar?”
“ Si entendí bien, te gusta estar en tu apartamento.”
“ Sí”, le respondió Emma con una amplia sonrisa, finalmente contenta de poder enfrentar serenamente el tema. “Claro, pero sólo si a ti te gusta… yo me permití hacerte una copia de mis llaves”, continuó Emma, dándole un manojo de llaves que él no quiso tomar.
“ Podrías pasar por mi casa después del trabajo, así te muestro el apartamento. Podría preparar la cena…”
“ No tengo tiempo”, la detuvo de inmediato él.
“ Pero tendremos que decidir dónde vivir”, dijo ella insegura.
“ Si tanto te gusta vivir en la Quinta Avenida, no veo por qué tendrías que mudarte a otro lugar.”
“ Está bien… ¿Y tú?”
“ Yo no estoy nunca en casa. Estoy siempre de viaje y a veces me quedo aquí por la noche.”
“ Pero…”
“ No veo por qué tendría que molestarte.”
“ Aiden, yo… te lo ruego… tenemos que hablar...”
“ Disculpa, Emma, pero dentro de diez minutos tengo una reunión con el Consejo y todavía hay muchas cosas que discutir con tu abuelo, ya que quiere el control del 51% de las acciones de la Marconi Inmobiliarias”, la detuvo el hombre nervioso y apurado yendo a abrirle la puerta para acompañarla.
“ ¿Y el apartamento?”, dijo Emma confundida.
“ ¿Por qué tenemos que cambiar nuestros hábitos y arruinarnos la vida con la presencia del otro, cuando nos alcanza con ese certificado de matrimonio que tenemos?”
Emma hubiera querido gritar que estaban casados, que ella todavía estaba enamorada de él, que quería aprender a conocerlo y a amarlo como debería hacer una esposa con el marido, pero él la llevó delicadamente fuera de la oficina.
“ Buen día, Emma.”
“ ¿Puede un matrimonio hacer tanto daño?”, se preguntó cuándo volvió a casa, poniéndose a llorar.
“ ¿Cuántas lágrimas tendré que derramar antes de poder poner fin a esta tortura?”.
Y así comenzó su vida de casada: conviviendo son su propia soledad y algunas llamadas de la secretaria de Aiden que le avisaba de algún evento o fiesta a la que habrían tenido que asistir juntos, fingiendo ser la pareja más feliz del mundo.
Por amor a su abuelo, Emma se volvió una gran actriz al lado de ese extraño que todos llamaban su marido.
6
“ ¿Otro café?”, preguntó Emma amablemente con su tono pacato y casi afectuoso que había aprendido a usar cuando se dirigía a su marido en público.
“ No, gracias”, dijo Aiden avergonzado, casi sorprendido por sentir que su propia esposa le dirigía la palabra mientras lo miraba con la habitual expresión compuesta y cortés, pero que esa mañana no conseguía no sentirse molesto por su cercanía.
“ Lamento haber venido hasta tu casa a las siete de la mañana y sin siquiera avisarte. No volverá a suceder”, le repitió antes de hundir el rostro en el periódico para quitar la mirada del escote demasiado generoso por la bata de noche de seda de su esposa.
“ Ya te dije que no tienes que preocuparte. Ésta también es tu casa”, respondió Emma, intentado disimular la diversión que sintió cuanto vio a Aiden en su casa a la mañana temprano, con la camisa manchada de helado de fresas gracias a una niña un poco descuidada, y sin maletas por un problema en el aeropuerto cuando regresó de Chicago.
“ No sabía dónde ir, porque en la oficina ya está tu abuelo esperándome y mi secretaria está enferma. Además, con el tráfico que hay a esta hora, me habría llevado más de una hora volver a mi casa.”
“ Verás que dentro de un rato Carmen volverá con una camiseta adecuada para la reunión de ésta mañana, para que puedas volver a la oficina sin dar la impresión de haber sido víctima de un helado de fresa”, le aseguró Emma, refiriéndose a su ama de llaves.
“ Gracias y de todas formas me iré apenas vuelva Carmen, así podrás volver a dormir.”
“ Hoy yo también tengo que salir temprano. Tengo una cita”, le informó Emma, apartando la mirada y permaneciendo vaga, a pesar de que quería contarle todo sobre Abigail y su mudanza a una casa propia. Esa decisión fue el resultado de los problemas que tuvo con su madre, con quien no había hablado durante dos meses, y de su deseo de intentar arreglárselas por su cuenta, ya que ahora podía permitirse pagar un alquiler gracias su ascenso como editora por la serie de cuentos de Rachel en la Carter House.
Sin embargo, ese nombramiento era parte de la vida que se había labrado en esa soledad y era lo único feliz que tenía. No tenía intención de permitir que Aiden se entrometiera en eso también, a riesgo de arruinarlo todo.
“ Recuerda que esta noche tenemos una cena de beneficencia a la que asistir”, se irritó de repente Aiden, aunque mantuvo un tono de voz neutro para enmascarar su molestia frente a la vaguedad de esa información.
“ Estaré allí. ¿Otro café?”, preguntó nuevamente Emma.
“ No, gracias”, respondió parco Aiden, que continuaba a mirar fijamente los artículos de economía del periódico, pero por más que se esforzara no conseguía leer siquiera una línea por la agitación que le provocaba la cercanía de Emma. Tenía el cabello suelto y algo despeinado que le caía vaporoso por los hombros y la espalda como olas de fuego, su rostro desprovisto del maquillaje que normalmente cubría las pecas que siempre había adorado y soñado besar una a una, sus ojos algo adormecidos, pero siempre temerosos e incapaces de mantener la mirada fija sobre él, como si ella le temiera o él le disgustara. Siempre tenía esa expresión de complacencia y cortesía reverencial hacia él. Incluso esa voz tranquila y gentil sólo intensificaba su sensación de frustración.
Hubiera querido hacerle perder el control, escucharla gritar, gemir con sus besos, susurrar lánguidamente su nombre… pero por el contrario se encontraba frente a esa maravillosa estatua de Afrodita, con ese comportamiento que siempre le recordaba que Emma era suya, pero que no podía tocarla ni tenerla.
“” El nuestro es un matrimonio por conveniencia y Emma se ha casado conmigo sólo porque ama a su abuelo, no a mí””, se repetía siempre cuando sentía crecer el deseo y las ganas de cumplir con su rol de esposo.
Habían pasado dos años desde que se casaron y todavía creía que estaba unido con la única mujer que había amado en su vida, pero todavía no había conseguido hacer caer ese muro que había entre ellos desde el primer encuentro después de doce años de distanciamiento. Un muro que se llamaba Cesare Marconi y que tenía el control total de los sentimientos de la nieta, tanto como para obligarla también a ella a desaprobarlo y a despreciarlo, en su opinión.
Había querido encontrar a esa muchachita de doce años que había dejado, pero no hizo falta mucho para alejarla. Primero con su negativa a reunirse con él en su decimotercer cumpleaños, a pesar de la promesa que le había hecho el año anterior, y luego con ese encuentro tres años antes en la oficina de Cesare.
Lo había sorprendido lo hermosa que se había vuelto pero, por otro lado, había perdido toda la audacia que tenía de niña, prefiriendo retroceder y esconderse detrás de su abuelo que controlaba todo, llegando incluso a casarse con un hombre cuya vista ni siquiera podía soportar.
Los únicos momentos de aparente intimidad eran los relacionados con las cenas de su abuelo o los eventos públicos, en los que tomaba su brazo y caminaban juntos, con el rostro relajado y sonriente, precisamente como la gente espera de la que siempre había sido definida como la pareja perfecta. ¡Pero no había nada perfecto en su unión!
Todo era falso y tenía como objetivo satisfacer los deseos de Cesare, que quería que todos creyeran en su amor.
Aiden a menudo había tenido que contener su impaciencia, especialmente frente a esa encantadora esposa llena de gracia en todo lo que hacía y decía, pero siempre se había reprimido.
Eran sólo negocios, se repetía, pensando en la fusión entre la Marconi Construcciones & Inmobiliarias.