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El buda rebelde
Una pregunta espiritual es sobre todo aquella que nosotros mismos nos preguntamos y que procesamos solos. Del mismo modo que las respuestas deben venir de nuestro interior, las preguntas también surgen de ahí. Provienen del mismo lugar. Todas las preguntas se conectan a algo que ya sabemos. Cada pregunta lleva a una respuesta que conducirá a preguntas adicionales, y así sucesivamente. A medida que crezca nuestro entendimiento, nuestras preguntas se volverán más claras y nuestras respuestas más significativas. Así es como progresa el camino espiritual.
En algún punto, tendrás la certeza de que has alcanzado un entendimiento completo de tu pregunta. Lo reconocerás porque no es la respuesta de alguien más, es la tuya propia. Debes seguir cuestionando hasta que alcances ese punto. ¿Cómo puedes saber si has dejado de buscar antes de haber alcanzado ese tipo de certeza? Una señal es cuando buscas a alguien más para responder tus preguntas, lo que interrumpe tu investigación. En ese punto, tu mente inquisitiva ya no está trabajando.
Es cierto que otros pueden ayudarnos, pero no significa que exista alguien que pueda darnos todas las respuestas. Es posible apoyarnos en las enseñanzas del Buda y en los amigos espirituales hasta cierto grado. El conocimiento que viene de fuentes que respetamos puede ayudarnos a clarificar y refinar nuestra comprensión, pero no implica que aceptemos del todo lo que cualquiera diga y renunciemos a nuestra búsqueda, o que el asunto se termine al escuchar a alguien que consideramos una autoridad. Su descubrimiento y entendimiento de la verdad no nos ayuda si no nos conectamos en verdad con ellos. Si su experiencia no concuerda con la nuestra, no es útil para nosotros, sin importar cuán profunda sea una verdad para ellos.
A la larga, arribarás a alguna forma de pregunta final, un sentido de incertidumbre o duda que se queda contigo durante un rato. Cuando llegues a esa pregunta clara, ya habrás recorrido una jornada considerable. Para poder llegar ahí, ya habrás respondido cientos o miles de otras preguntas. Tener una pregunta clara significa que sabes bien qué es lo que no sabes. Ahora tienes una pregunta que puedes hacer a tus maestros o consultar en libros. Por otro lado, si planteas a un maestro una pregunta que no es clara para ti, entonces nada que él pueda decir te ayudará. No existe una respuesta clara a una pregunta planteada a medias. De otro modo, si solo buscas respuestas, cualquier respuesta, encontrarás miles de libros –budistas, cristianos, new age y muchos otros– que responden a varios tipos de preguntas. Pero si tu pregunta es vaga, ninguno de los hechos en esos libros puede iluminarte.
La sabiduría que estamos buscando no es nada más una respuesta que obtenemos de una persona religiosa o experta en el tema que nos dice qué pensar. La sabiduría real ocurre cuando encuentras una pregunta verdadera, y cuando esto sucede, no debes apresurarte a responderla. Permanece con ella durante un rato y hazla tu amiga. Vivimos en «tiempos instantáneos» –mensajes instantáneos, imágenes instantáneas, comida rápida–, y hoy en día nuestra mente está acostumbrada a la gratificación inmediata. Sin embargo, si traemos esta expectativa a nuestro camino espiritual, nos decepcionaremos. Algunas de nuestras preguntas no pueden responderse de inmediato. Debemos ser tan pacientes como los científicos cuando realizan sus experimentos y evalúan y verifican diligentemente sus hallazgos.
Un enfoque científico
Con frecuencia mezclamos la espiritualidad y la religión como si fueran una cosa. Pero esto no funciona del todo bien. Puede existir un camino espiritual dentro o fuera de un contexto religioso. La religión y la espiritualidad pueden ser prácticas y experiencias complementarias o independientes. Un camino espiritual es una jornada interna que empieza con preguntas acerca de quiénes somos y de la naturaleza y significado de nuestra existencia. De manera natural es un proceso de introspección y contemplación.
La religión, según se define de manera convencional, se refiere a un conjunto de creencias acerca de la causa y naturaleza del universo, nuestra relación con la creación y el creador, y la fuente de la autoridad espiritual. Podemos aceptar esas creencias al pie de la letra o explorar y examinar nuestra propia experiencia respecto a ellas. Algunas religiones aceptan tal cuestionamiento, mientras que otras lo disuaden, ya sea de manera abierta o implícita. El punto es que necesitamos ser claros acerca de lo que en realidad estamos haciendo en nuestra vida espiritual o religiosa.
Aunque el budismo puede practicarse «religiosamente», no es en realidad, en muchos aspectos, una religión: es espiritual por su énfasis en el cuestionamiento y el trabajo con la mente. Pero como se fundamenta en el análisis y razonamiento lógicos, así como en la meditación, muchos maestros budistas consideran el budismo como una ciencia de la mente, en vez de una religión. En cada sesión de meditación, recolectamos conocimiento sobre la mente a través de la observación, el cuestionamiento y la prueba. Hacemos esto una y otra vez, hasta que desarrollamos gradualmente un entendimiento significativo de nuestra propia mente. Algunas personas quizá incluso se cansen del budismo porque les da mucho trabajo que hacer (tienen que plantear todas las preguntas y encontrar todas sus propias respuestas).
La alternativa al tomar esta responsabilidad es dejar que la religión haga el trabajo por nosotros. Es posible renunciar un poco a nuestra inteligencia crítica al no plantear demasiadas preguntas, que es lo que hace la mayoría de nosotros. O podemos ir aun más allá, renunciar a todas nuestras preguntas y convertirnos en algún tipo de fundamentalistas religiosos. Entonces nos exoneramos de toda preocupación acerca de qué pensar y por qué.
De cualquier forma que etiquetemos las enseñanzas del Buda –como religión o camino espiritual–, el cuerpo de conocimiento que abarcan las escrituras budistas no pretende ser un sustituto de nuestro propio proceso inquisitorio. Es más como un laboratorio de investigación bien equipado donde puedes encontrar herramientas de todo tipo para investigar tu propia experiencia. De hecho, algunas perspectivas budistas se considerarían antirreligiosas en algunos lados. Primero, es una tradición no teísta. Desde el punto de vista del budismo, no hay una entidad supernatural fuera de nuestra propia mente. No existe un ser o fuerza con el poder para controlar nuestra experiencia o convertirla en un cielo o un infierno. Esa capacidad reside solo en el poder de nuestra mente. Incluso los seres iluminados como el Buda no tienen el poder para controlar las mentes de otros. No pueden crear un mundo mejor o peor para nosotros o deshacer nuestra confusión. La propia mente es la que crea nuestra confusión y solo la propia mente puede transformarla. Así que la entidad más poderosa en el camino espiritual budista es la mente.
Lo que más se acerca a la noción de un dios en el budismo es probablemente el estado de iluminación. Pero incluso la iluminación se considera como un logro humano: el desarrollo de la conciencia hasta su estado más elevado. El Buda enseñó que todo ser humano tiene la capacidad para alcanzar ese nivel de realización, lo cual es la diferencia entre los enfoques de las tradiciones no teísta y teísta. Si digo: «Quiero convertirme en Dios», parecería loco e incluso una blasfemia para un teísta; se consideraría un pensamiento muy ambicioso y egocéntrico. Sin embargo, en la tradición budista, se nos motiva a ser como el Buda: personas despiertas.
El Buda enseñó también otra idea algo desafiante: la noción del vacío. Hablaremos de esto después, pero por el momento solo diremos que se trata de la visión de que no hay un yo real ni un mundo real que exista exactamente en la manera que se nos aparece ahora. El Buda dijo que, cuando no comprendemos el vacío, no observamos lo que en realidad hay aquí: solo vemos la versión burda. Así que, desde el punto de vista budista, no hay ni un salvador ni nadie a quien salvar.
A pesar de lo impactante o radical que esto suene, no hay mucha diferencia con lo que la ciencia dice en la actualidad acerca del mundo subatómico. Gracias a la investigación científica, sabemos ahora que el mundo que percibimos a simple vista es como un tipo de ilusión óptica. Debajo de su superficie sólida, algo totalmente distinto está sucediendo. Si tratas de encontrar las verdaderas partes de la materia, solo hallarás partículas que actúan como ondas, y ondas que actúan como partículas, y el lugar donde cualquiera de ellas se ubica en un momento particular es pura conjetura. En la visión de este conocimiento científico de vanguardia, no solo la materia y la energía son intercambiables, sino que también es posible que existan múltiples dimensiones de algo llamado «espacio-tiempo».
Cuando oyes a un científico decir cosas como las anteriores acerca del universo, suena fascinante y muy espiritual. Pero cuando escuchas del Buda algo similar acerca de ti mismo, la idea de un dios todopoderoso y un cielo literal podría empezar a sonar muy atractiva. Sin embargo, resulta que lo que en un principio nos atemoriza respecto al vacío es una buena noticia. Cuando vemos al vacío más de cerca, observamos que en realidad está lleno. Vacío es tan solo una palabra que describe una experiencia; nuestra mente toma después esa palabra y la convierte en un concepto. Si tomamos el concepto como la experiencia real, entonces perdemos la mejor parte. Si, por ejemplo, nunca hubieras experimentado el amor y todo lo que supieras de él fuera la definición del diccionario, sin duda te estarías perdiendo la plenitud de esa experiencia. Ocurre lo mismo con el vacío. De hecho, el vacío y el amor se relacionan. Más adelante también regresaremos a este punto. Por ahora, digamos que, cuando unes los dos, sucede una experiencia que va más allá de cualquiera de ellos. La experiencia de esta unión de amor y vacío es el despertar de tu propio corazón de buda rebelde.
Las cosas como son
Siempre estamos tratando de alcanzar la realidad, la cual solo «es». Ya sea que la amemos o la odiemos, o nos amemos u odiemos unos a otros, no podemos cambiar la forma en que las cosas son en sus niveles más profundos. No es posible que dejemos de ser lo que en realidad somos, del mismo modo que no podemos impedir que una partícula subatómica deje de ser lo que realmente es, incluso si eso contradice nuestros conceptos sobre ella. La composición del mundo físico se reexamina y se reconcibe de manera constante. Cuando traemos esas visiones al mundo que consideramos tan sólido, nos acercamos a lo que el Buda enseñó hace veintiséis siglos respecto a la irrealidad última de todos los fenómenos y la imposibilidad última de encontrarlos.
En el budismo, no estamos intentando ver el mundo físico por sí solo, sino que estamos viendo la mente y su relación con las apariencias del mundo. Observamos la mente para ver lo que es en sí y cómo actúa con respecto a nuestras experiencias internas y externas de todo, desde los pensamientos y las emociones hasta las propias cosas. Para hacer esto, necesitamos un conjunto especial de herramientas que pueda llevarnos más allá de los límites de la mente. El budismo utiliza las herramientas de la meditación y un proceso de razonamiento.
Necesitamos preguntarnos al principio: «¿Estoy dispuesto a soltar mi apego a lo que creo para ver algo nuevo? ¿Estoy abierto a la posibilidad de una realidad inconcebible?». Nuestro problema principal es que esta realidad no encaja con nuestra experiencia ordinaria. Si creemos que nuestros sentidos y nuestra mente conceptual nos dan una imagen verdadera y completa del mundo y de quienes somos en él, solo nos estamos engañando. Necesitamos expandir nuestro entendimiento más allá de nuestras percepciones sensoriales y conceptos, que no son más que diminutas ventanas a través de las cuales vemos solo una realidad parcial. Para ver un nivel más alto de la realidad, necesitamos mirar por una ventana más grande. En el budismo, el análisis intelectual, por un lado, y la apertura a lo que yace más allá del concepto, por el otro, no se consideran contradictorios. Cuando tenemos la capacidad de pensar de manera crítica y al mismo tiempo estar abiertos a experiencias que yacen más allá de lo que conocemos, comenzamos a ver la imagen completa.
Entonces podemos ver que el camino espiritual budista no encaja bien en la categoría o entendimiento general acerca de la religión, excepto quizá en el sentido académico. Puedes practicar el budismo como una religión tradicional, si te parece bien. Hay templos budistas que proporcionan un sentido de comunidad para sus miembros y un programa regular de actividades sociales y prácticas de meditación. Se cultivan los valores de una vida armoniosa y compasiva y hay un sentido de reverencia por el Buda y los grandes maestros que surgieron después de él. Lo anterior también es un aspecto valioso de la tradición y la manera en la que se practica el budismo en muchos lugares alrededor del mundo. Sin embargo, la esencia del budismo trasciende todas estas formas. Es la sabiduría y la compasión pura que existe de manera inconcebible en las mentes de todos los seres. Y el camino espiritual budista es la jornada que tomamos para alcanzar la realización completa de esta verdadera naturaleza de la mente.
Fe ciega
Como gente moderna y racional que vive en la era científica, queremos pensar que, más que en la fe ciega, nuestras creencias se basan en aspectos como la experiencia, el buen juicio y el razonamiento. Aunque la fe ciega se aplica a los niños o a las personas que son más inocentes e ingenuas en el mundo, si examinamos nuestras suposiciones ordinarias, encontramos que muchas de nuestras creencias son sencillamente cuestiones que se nos han dicho, que se dan por sentadas. Creer sin comprender es el significado de la fe ciega. Este tipo de fe ciega se presenta en el conocimiento común que vivimos todos los días.
Asumimos que las cosas son lo que son porque todos dicen eso. A partir del momento en que aprendimos a hablar como niños, descubrimos que todo tiene un nombre, y ese nombre es lo que la cosa es. No lo cuestionamos. Tampoco vemos el poder que esas etiquetas tienen para dar forma a nuestro pensar o limitar nuestro entendimiento. Cuando denominamos «mesa» a una mesa, suceden un par de cosas: sabemos dónde sentarnos para cenar o poner una computadora y, al mismo tiempo, estamos asumiendo –sin jamás pensar en ello– que en realidad existe algo llamado «mesa». De modo que nombrar y etiquetar funciona siempre en múltiples niveles que nos ayudan a vivir juntos en el mundo (un plus incuestionable) y también hacen nuestro mundo más pesado y sólido.
La fe ciega en la realidad mundana no es diferente de la fe ciega religiosa: alguien te dice que el cielo y el infierno existen y, en consecuencia, fijas tus esperanzas en uno y temes el otro. Pero ¿qué significan en realidad cielo e infierno? ¿Dónde están? ¿Qué acto te hará cruzar la línea para terminar en uno o el otro? Si mueres a los dieciocho o a los ochenta, ¿serás joven o viejo por siempre en el cielo? El consejo del Buda es que desafiemos nuestra fe ciega siempre que se manifieste. Con el fin de descubrir lo que en verdad pasa en cualquier nivel de la realidad, tenemos que abordar nuestra experiencia con conciencia discriminatoria. Recuerda, en alguna época se pensaba que el mundo era plano y que el sol giraba alrededor de él.
Irónicamente, en algunos aspectos, la ciencia moderna se ha vuelto nuestra religión colectiva. Tendemos a creer sin pensar mucho en lo que la ciencia nos dice acerca de nuestra realidad física. Por otro lado, cuando nos hablan de la verdadera naturaleza de la mente, no lo creemos con facilidad. ¿Por qué creemos en los agujeros negros, algo que no podemos experimentar fácilmente, pero dudamos de que nuestra mente esté despierta? Mientras que quizá no tengamos la oportunidad de verificar en persona las investigaciones de los científicos, podemos evaluar de primera mano las enseñanzas del Buda sobre la mente. En algún momento, después de un periodo de preguntas, análisis y meditación, podemos decir con certidumbre si esas enseñanzas son verdaderas o no, según nuestra experiencia.
Una de las enseñanzas más importantes del Buda corresponde a una simple afirmación de sentido común que acarrea profundas implicaciones para nuestra vida tanto social como espiritual. En respuesta a una pregunta planteada por unos aldeanos acerca de cómo saber qué creer cuando hay tantos sistemas de creencias y doctrinas contradictorios respaldados por maestros y expertos que pasaban por el pueblo, el Buda una vez aconsejó:
No creas en algo simplemente porque lo has oído.
No creas en algo porque muchos lo dicen y lo rumorean.
No creas en algo solo porque está escrito en tus libros religiosos.
No creas en algo tan solo por la autoridad de tus maestros y ancianos.
No creas en tradiciones porque han sido transmitidas durante muchas generaciones.
Pero luego de la observación y el análisis, cuando encuentres que algo concuerda con la razón y conduce al bien y el beneficio de uno y de los demás, entonces acéptalo y vive a la altura de ello.1
Lo que el Buda está diciendo en esta cita es que debemos investigar cualquier presentación de la verdad que afirma ser fidedigna. Debemos cuestionar su razonamiento y lógica con nuestro razonamiento y nuestra lógica propios. Debemos analizarla de arriba abajo, de adentro afuera. Si encontramos que es razonable, útil y benéfica no solo para nosotros mismos sino para otros también, podemos aceptarla. El Buda, de hecho, dice: «[…] entonces acéptalo y vive a la altura de ello». La anterior es una enseñanza importante para nosotros, porque es posible –de hecho, es común– escuchar una enseñanza profunda sobre compasión o vacío o leer una prueba científica sobre el calentamiento global y aceptarlo, pero no vivir de acuerdo con sus implicaciones. Estamos muy entusiasmados al principio, pero no hay seguimiento, lo que se debe a que no lo hemos examinado lo suficiente como para saber lo que significa. Mientras nuestro entendimiento sea vago, dudaremos. De modo que si ahí hay alguna sabiduría, nunca nos conmueve de manera significativa.
Por último, lo que dice el Buda es que la solución a nuestras dudas no es adoptar la fe ciega de los «verdaderos creyentes», incluso, o en especial, de los verdaderos creyentes budistas, sino lograr una certeza inquebrantable, la completa confianza en nuestro propio entendimiento, logrado con mucho esfuerzo, sobre la naturaleza de las cosas. Confiamos en este entendimiento porque hemos llegado a él a través de nuestra propia investigación. Desde esta perspectiva, es posible afirmar que la fe genuina es simplemente confianza en nosotros mismos, en nuestra propia inteligencia y entendimiento, que entonces se extiende por el camino que estamos recorriendo. Pero necesitamos encontrar nuestro propio camino, ya que no hay un camino espiritual «unitalla». Y nuestro propio camino lo encontramos a través del examen y el cuestionamiento, y a través de nuestro genuino corazón curioso. Podemos apoyarnos en la sabiduría del Buda como un ejemplo, mas para entender esa sabiduría por cuenta propia, es necesario que dependamos de nuestra propia mente de buda rebelde.
3. Familiarizarte con tu mente
Todas las enseñanzas del Buda tienen un mensaje claro: no hay nada más importante que conocer tu mente. La razón es simple: la fuente de todo nuestro sufrimiento se descubre dentro de esta mente. Si nos sentimos ansiosos, ese estrés y preocupación son producto de nuestra mente. Si nos altera la desesperanza, esa miseria se origina dentro de nuestra mente. Por otro lado, si estamos locamente enamorados y caminando en el aire, ese gozo también surge de nuestra mente. Placer y dolor, simple y extremo, son experiencias de la mente. La mente es la que experimenta cada momento de nuestra vida, todo lo que percibimos, pensamos y sentimos. Por lo tanto, cuanto mejor conozcamos nuestra mente y cómo trabaja, más grande será la posibilidad de liberarnos de los estados mentales que nos oprimen, nos hieren de manera invisible y destruyen nuestra habilidad para ser felices. Conocer nuestra mente no solo nos conduce a una vida feliz, sino que transforma todo rastro de confusión y nos despierta por completo.
Experimentar ese estado despierto es conocer la libertad en su sentido más puro. Este estado de libertad no depende de circunstancias externas. No cambia con los altibajos de la vida. Es el mismo si experimentamos ganancia o pérdida, elogios o culpas, condiciones agradables o desagradables. Al principio solo entrevemos este estado, pero esos atisbos se vuelven cada vez más familiares y estables. Al final, el estado de libertad se vuelve nuestro terreno conocido.
La mente como un extraño
Quizá haya un extraño que ves todos los días en tu vecindario. Es posible que la cara de esta persona o su forma de caminar o vestir te sea familiar porque te has cruzado con ella muchas veces en la calle. Pero nunca has intercambiado más que una inclinación de cabeza o un saludo cortés. Nunca has entablado una conversación porque tienes miedo de acercarte a alguien desconocido. No sabes si esta persona está cuerda o loca, si es alguien amable, amoroso y potencialmente un buen amigo, o una amenaza para la sociedad. Puesto que de cualquier modo estás ocupado y no hay urgencia para averiguarlo, no le prestas atención y continúas tu camino. Sin embargo, al día siguiente te encuentras con esta persona de nuevo y otra vez el día después. A la larga, ocurre cierto tipo de conexión.
De muchas maneras, nuestra mente es como el extraño que vemos en las calles de nuestro vecindario. Podríamos protestar: «Pero ¿cómo es posible, si estoy con mi mente todo el tiempo?». Parece absurdo decir que nuestra mente es un extraño. El problema, para la mayoría de nosotros, es que la relación con nuestra mente no va mucho más allá de saludarla. Quizá la hayamos saludado tantas veces que nos sintamos como viejos amigos, pero ¿conocemos a nuestra mente de verdad? Es más probable que la relación sea lejana –no una amistad íntima– porque no hemos pasado mucho tiempo significativo juntos. Estamos conscientes de su presencia, de sus características generales e incluso de su volubilidad. Pero no conocemos su historia completa; no sabemos realmente qué la mueve. Es posible que hayamos notado que en ocasiones se comporta de forma muy cordial y razonable, y que otras veces comienza a patear y a gritar. Así que permanecemos en guardia; no estamos seguros de si este extraño que es la mente resultará ser una gran compañera o de repente se pondrá en nuestra contra como las figuras sombrías de nuestras pesadillas. Somos curiosos, pero desde una distancia segura.
Entonces, ¿qué es este extraño misterioso llamado «la mente»? ¿La mente es el cerebro o un derivado del cerebro? ¿Es la serie de compuestos químicos y neurotransmisores que iluminan las vías del cerebro y desencadenan la sensación, el pensamiento y el sentimiento, y llevan a la brillantez de la conciencia? Esta es básicamente la visión materialista de la neurociencia, que considera la mente como una función del cerebro. Sin embargo, desde el punto de vista budista, la mente y el cuerpo son entidades separadas. Mientras que el cerebro y sus funciones sin duda dan lugar a ciertos niveles burdos de fenómenos mentales, la mente en su sentido más sutil y último no es material ni está necesariamente ligada a una base física.
Dos aspectos de la mente
Como ya hemos visto, el budismo describe la mente de diferentes maneras. Existe la mente confusa o dormida y la que está iluminada o despierta. Otra manera de describirla es hablar acerca de sus aspectos relativo y último. El relativo se refiere a la mente confusa; el aspecto último es su naturaleza iluminada. La mente relativa es nuestra conciencia ordinaria, nuestra percepción dualista vulgar del mundo. «Yo» estoy separado de «ti», y «esto» está separado de «aquello». Parece haber una división fundamental dentro de todas nuestras experiencias. Damos por sentado que lo bueno existe aparte de lo malo, lo correcto, aparte de lo incorrecto, y así sucesivamente. Esta manera de ver tiende a engendrar malentendidos y conflictos más a menudo que armonía. El aspecto último de la mente es simplemente su verdadera naturaleza, la cual está más allá de cualquier polaridad. Es nuestro ser fundamental, nuestra conciencia básica, abierta y espaciosa. Imagina un claro cielo azul lleno de luz.