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El buda rebelde
Una revolución que se percibe alrededor del mundo
La década de los 1960 sobresale en mi mente como un ejemplo de una revolución cultural y espiritual porque ocurrió durante mi vida. A pesar de que nací a medio mundo de distancia cuando comenzó este movimiento, me afectó de modo personal. Podría decir que fue una revolución que se percibió por todo el planeta. Se extendió desde Estados Unidos hasta Europa y diferentes partes de Asia. Desde luego que se percibió en el Asia budista, pues empezaron a aparecer hippies occidentales, académicos, poetas y músicos en los ashrams, monasterios y zendos del viejo mundo. Algunos llegaron cantando «Om» y en busca de conocimiento, una revelación de hecho, acerca de la naturaleza de la mente y el universo. Poco después, escuché mis primeras canciones de rock and roll –los Rolling Stones, los Beatles, Bob Dylan y Elton John– en lo que llamábamos gramófono en el pequeño pueblo de mi monasterio, en las faldas de las montañas de Sikkim en la India. Mis primeros amigos extranjeros jóvenes fueron estadounidenses y, poco a poco, hice amigos de otros países alrededor del mundo: Europa, Inglaterra y el sureste de Asia.
Para mí, esta nueva generación –los hippies del amor y paz – se convirtió en la cara de los tiempos cambiantes y de la dirección futura del mundo. Esta nueva generación creó una poderosa contracultura que rechazó los valores establecidos y cuestionó la autoridad, y se dedicó al libre pensamiento, los estilos de vida experimentales y a algo nuevo denominado «toma de conciencia». Abandonaron sus culturas dominantes y protestaron contra la guerra, se manifestaron por los derechos civiles, los derechos de las mujeres, los derechos de los homosexuales y por el ambiente amenazado, y escucharon su propia música rebelde como «Get it while you can» (Obtenlo mientras puedas), «All you need is love» (Todo lo que necesitas es amor) y «Sympathy for the devil» (Simpatía por el diablo).
Entre los jóvenes, había un sentido de entusiasmo y esperanza de que el mundo estuviera cambiando. Miraron al exterior y observaron una sociedad materialista y moralista; miraron hacia dentro y advirtieron nuevas dimensiones de experiencia, indicios de una realidad trascendente, un nuevo mundo, la posibilidad de que el cielo estuviera aquí en la tierra ahora, si solo pudieran verlo. Aunque no fue más que un destello, marcó una diferencia. Si bien duró poco, el impacto de esa inspiración fresca y espíritu rebelde se sigue sintiendo.
El deseo de libertad –no solo libertad externa, sino el estado de ser libre– es transformador. Cada paso que damos hacia la libertad ayuda a crear un rastro que otros pueden seguir, ya sea social, político o espiritual. En todo caso, estos tres reinos no están del todo separados. Ni son, como he dicho antes, propiedad exclusiva de ninguna nación o cultura.
A pesar de que la revolución de la década de los 1960 se marchitó, perduraron algunos aspectos de su visión. Se lograron ciertas libertades sociales y civiles, o al menos se abrieron las puertas para alcanzarlas. En mi opinión, el efecto más profundo fue espiritual, el amanecer de una sensibilidad espiritual y un sentido de búsqueda de la verdad reminiscente de los días de Siddhartha, cuando los jóvenes se reunían en el bosque para debatir, aprender y trabajar con todo el corazón en su propio camino hacia la libertad.
El mundo ha cambiado
Ahora, estamos al principio del siglo XXI. Mira a tus vecinos: todos los viejos hippies que conducían vochos (escarabajos) hace mucho que se cortaron el pelo y se afeitaron las barbas. Ahora forman parte del sistema contra el que una vez se rebelaron. La generación del amor y la paz dejó su lugar a la de la ambición (los yupis que conducen un auto deportivo). Luego vino la generación preocupada, la Generación X, que heredó más problemas que riqueza. Ahora sus hijos, la Generación Y y más allá, esperan su oportunidad, jugando a videojuegos hasta que les toque dejar su huella. El mundo ha cambiado y sigue cambiando. No más «amor libre» y todas esas cosas que sucedían sin demasiada preocupación durante la revolución hippie. Todo eso quizá haya sido apropiado en aquellos días, pero los tiempos y la cultura se han transformado. La gente ha cambiado: las necesidades y la psicología de los hombres, las mujeres y las familias son diferentes. Los precios son más altos; las oportunidades de empleo son distintas. Algunos trabajos han desaparecido, y con suerte los nuevos están ocupando su lugar.
Podríamos todavía dejarnos crecer el pelo y la barba y tomar LSD, y también conducir un vocho cubierto de grafitis. Pero ahora todos se burlarían de nosotros y dirían: «¡Mira! ¡Está jugando a ser un hippie!». Nunca nos convertiremos en hippies genuinos solo fingiendo. Ser un hippie no fue únicamente una cuestión de adoptar cierta apariencia o las marcas de cierto estilo de vida. Todo lo que hicieron en ese contexto histórico y cultural tuvo un propósito. Sin embargo, no tendría sentido que adoptáramos esas mismas formas ahora –el pelo, las drogas, el amor libre y la combi–. Estaría fuera de contexto. Sería como una imitación barata, algo que ya no tiene detrás ningún fundamento o filosofía. Estaríamos mejor con la cabeza afeitada, fumando marihuana en casa. Yo creo que mucha gente hace eso de cualquier modo, así que al menos sería más auténtico según los tiempos actuales.
El mundo en el que vivimos en la actualidad es un lugar diferente. Si la enseñanza del Buda va a seguir siendo relevante, no podemos aferrarnos a su presentación según la vieja era hippie. No podemos arrastrarla hasta el siglo XXI sin cambiarla. Cuando el budismo llegó a Estados Unidos, todo era nuevo. No había una tradición meditativa similar aquí que pudiera dar la bienvenida y absorber las enseñanzas budistas. Para acceder a la tradición y aprender sus secretos, los estudiantes siguieron el camino de la inmersión como la ruta más genuina y productiva. Uno era un estudiante zen, un budista tibetano o un alumno de Vipassana que aprendía las enseñanzas a través de las formas y protocolos de esas tradiciones. Las velas y el incienso, los tazones de ofrenda y las estatuas del Buda, el sonido de los gongs y los cantos en lenguajes extranjeros, los cojines de meditación y los elegantes adornos en las paredes se combinaron para crear un efecto tan bello como contemplativo. También fue un poco extraño, incluso como de otro mundo. ¿Qué fue puramente cultural y qué constituyó la verdadera enseñanza? ¿Quién podía distinguirlo en un inicio?
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