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El buda rebelde
Mi intención al compartir esta jornada de la mente y su cultura, aquí y en las páginas siguientes, es hacer eco del mensaje del Buda de que la verdad acerca de quiénes somos en realidad, más allá de todas las apariencias, es un conocimiento que vale la pena buscar. Conduce a la libertad, y la libertad, a la felicidad. Que todos disfrutemos de la felicidad perfecta y que esa felicidad, a su vez, libere el sufrimiento del mundo.
1. El buda rebelde
Cuando escuchas la palabra buda, ¿qué piensas de ella? ¿Es una estatua de oro? ¿Un joven príncipe sentado bajo un frondoso árbol o a lo mejor Keanu Reeves en la película Pequeño buda? ¿Monjes con atuendo formal, cabezas rapadas? Puedes tener muchas asociaciones o ninguna en absoluto. La mayoría de nosotros estamos bastante alejados de toda conexión realista con la palabra.
La palabra buda, sin embargo, significa de modo simple «despierto» o «despertado». No se refiere a una persona histórica particular o a una filosofía o religión, sino a tu propia mente. Sabes que tienes una, pero ¿cómo es? Está despierta. No solo me refiero a «no dormida»; quiero decir que tu mente está en verdad despierta, más allá de tu imaginación. Tu mente es brillantemente clara, abierta, espaciosa y llena de cualidades excelentes: amor incondicional, compasión y la sabiduría que ve las cosas como son en realidad. En otras palabras, tu mente despierta siempre es una buena mente; nunca es torpe o está confusa. Nunca está consternada por las dudas, miedos y emociones que tan a menudo nos torturan. Al contrario, tu verdadera mente es la del gozo, libre de todo sufrimiento. Es lo que realmente eres. Esa es la verdadera naturaleza de tu mente y la de todos. Pero tu mente no solo se queda quieta, perfecta, sin hacer nada. Está jugando todo el tiempo, creando tu mundo.
Si esto es cierto, entonces, ¿por qué no es perfecta tu vida ni la de todos? ¿Por qué no eres feliz siempre? ¿Cómo puedes estar riendo en un minuto y desesperado en el siguiente? ¿Y por qué la gente «despierta» discutiría, pelearía, mentiría, engañaría, robaría e iría a la guerra? La razón es que, a pesar de que el estado despierto es la verdadera naturaleza de la mente, la mayoría de nosotros no la ve. ¿Por qué? Algo se interpone. Algo bloquea nuestra vista hacia ella. Claro que vemos pizcas aquí y ahí. Pero en el momento en que vemos su naturaleza, algo más pasa por la mente –«¿Qué hora es? ¿Es hora de comer? ¡Oh, mira, una mariposa!»– y se desvanece nuestra introspección.*
Irónicamente, lo que bloquea tu vista de la verdadera naturaleza de tu mente –tu mente búdica– es también tu propia mente, la parte de ella que siempre está ocupada, involucrada constantemente en un flujo continuo de pensamientos, emociones y conceptos. Y tú piensas que eres esta mente ocupada. Es más fácil de ver, como la cara de la persona que está parada frente a ti. Por ejemplo, el pensamiento que estás pensando justo ahora te es más obvio que tu conciencia de ese pensamiento. Cuando estás enfadado, prestas más atención a lo que te hace enojar que a la fuente real de donde proviene tu ira. Dicho de otro modo, notas lo que está haciendo tu mente, pero no ves a la mente en sí. Te identificas con el contenido de esta mente ocupada –tus pensamientos, emociones e ideas– y terminas pensando que estas cosas «soy yo» y «yo soy» como ellas son.
Cuando haces eso, es como estar durmiendo, soñando y creyendo que las imágenes de tu sueño son verdaderas. Si, por ejemplo, sueñas que te persigue un extraño amenazador, es escalofriante y real. Sin embargo, tan pronto como te despiertas, tanto el extraño como tus sentimientos de terror simplemente se van, y sientes un gran alivio. Además, si desde un principio hubieras sabido que estabas soñando, no hubieras experimentado ningún miedo.
De manera similar, en nuestra vida cotidiana, somos como soñadores que creemos que es real el sueño por el que pasamos. Pensamos que estamos despiertos, mas no es así, y que esta mente ocupada de pensamientos y emociones es lo que en verdad somos. Pero cuando en verdad despertamos, desaparecen nuestro malentendido sobre quiénes somos y el sufrimiento que trae la confusión.
Un rebelde interior
Si pudiéramos, probablemente todos nos sumergiríamos por completo dentro de este sueño que parece ser nuestra vida de vigilia, pero algo sigue despertándonos de nuestro sueño. Sin importar cuán aturdidos y confundidos nos volvamos, nuestro adormilado yo siempre se vincula al pleno despertar. Ese despertar tiene una cualidad aguda y penetrante. Son nuestra propia inteligencia y nuestra capacidad clara de darnos cuenta las que tienen la habilidad de ver a través de todo lo que bloquea la visión de nuestro verdadero yo: la verdadera naturaleza de nuestra mente. Por un lado, estamos acostumbrados a dormir y los sueños nos satisfacen; por otro, nuestro yo despierto siempre está, digamos, sacudiéndonos y encendiendo las luces. Este yo despierto, la verdadera mente despierta, quiere salir de los confines del sueño, fuera de la realidad ilusoria. Mientras estamos encarcelados en nuestro sueño, ella ve el potencial de libertad. Por ello incita, espolea, punza e instiga hasta que nos inspira a tomar acción. Se podría decir que estamos viviendo con un rebelde dentro de nosotros.
Al pensar en los rebeldes políticos o sociales –históricos o contemporáneos, bien conocidos u olvidados–, gente que luchó por la libertad y la justicia o que está luchando ahora, los consideramos héroes: desde los padres de la Independencia de Estados Unidos hasta Harriet Tubman, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Jr., Aung San Suu Kyi y Nelson Mandela. Hoy en día, nos asombran su valor, compasión y logros extraordinarios. Sin embargo, estos idealistas y reformistas siempre son considerados agitadores por aquellos a los que desafían. No siempre son bienvenidas sus ideas e intenciones, e incluso su compañía. Parece que los rebeldes conllevan una mezcla de bendiciones –buenos para el negocio de las películas, pero en la vida real, inquietan a la gente–. Es difícil hacerlos a un lado. Siempre vuelven con preguntas que nadie más hará. No se conforman con verdades parciales o respuestas inciertas. Rehúsan a seguir convenciones que los controlen o los aprisionen, a ellos o a la gente de su sociedad. Su camino a la victoria pasa por un territorio algo difícil. Pero su carácter rebelde no se desalienta con facilidad. El compromiso con una causa –una gran visión de lo que podría ser– es la sangre vital del rebelde.
En el camino espiritual, este rebelde es la voz de tu mente despierta. Es la inteligencia aguda y clara que se resiste al statu quo de tu confusión y sufrimiento. ¿Cómo es este buda rebelde? Un agitador de proporciones heroicas. El buda rebelde es el renegado que te hace cambiar tu lealtad al sueño por una lealtad al estado despierto. Esto significa que tienes el poder para despertar tu ser soñador, el impostor que pretende ser el verdadero tú. Cuentas con los medios para romper todo lo que te ata al sufrimiento y te encierra en la confusión. Eres el campeón de tu propia libertad. Básicamente, la misión del buda rebelde es instigar una revolución de la mente.
Budas ordinarios
Este libro trata sobre el camino a la libertad descrito por el buda histórico, Buda Shakyamuni, hace 2.600 años. Existen muchas historias bellas y elocuentes acerca del nacimiento del Buda, su vida y cómo alcanzó el estado de iluminación. Algunos tratan al Buda como un hombre ordinario que vivió una vida excepcional. Otros lo consideran un tipo de supermán espiritual, un ser divino cuyas acciones mostraron cómo la gente ordinaria podría alcanzar la misma libertad que él encontró.
En realidad, los elementos básicos de la vida temprana del Buda no son tan diferentes de los nuestros, excepto por el hecho de que provenía de una rica familia real, y la mayoría de nosotros, no. En el fondo, sin embargo, lo que observamos cuando miramos la vida temprana de Buda Shakyamuni –cuando se le conocía simplemente como Siddhartha– es la batalla de un hombre joven por la independencia y la libertad contra la autoridad de sus padres y la sociedad. En un nivel, es un cuento clásico del rico niño que escapa de casa:
Siddhartha, el futuro Buda, fue el único hijo del rey y la reina de los Shakyas, cuyo reino se ubicaba al norte de la India. Vivió una vida protegida y suntuosa, controlada cuidadosamente por sus padres, quienes esperaban que algún día el joven príncipe sucediera a su progenitor en el trono. Tuvo todos los beneficios, privilegios y placeres que es posible imaginar: el palacio fabuloso, ropas de diseñador, sirvientes y grandes fiestas con celebridades y cabilderos. Pero, al final, Siddhartha no estaba contento con una vida solo de posesiones materiales, estatus social y poder político. Anhelaba descubrir el significado y propósito de la vida al encarar lo que nos espera a todos: enfermedad, vejez y muerte. Se esforzó por un tiempo en satisfacer los deseos de sus padres, pero finalmente decidió que tenía que seguir su propio camino. A la medianoche, abandonó el palacio solo, cambiando su comodidad y protección por lo desconocido, destino que no había aún descubierto.
Si trasladáramos este cuento antiguo a la actual ciudad de Nueva York, tendríamos una moderna historia americana:
Una rica y prominente pareja esperaba su primer hijo. Conscientes de los peligros y dificultades del mundo moderno, juraron usar su riqueza y contactos personales para hacer la vida de su hijo lo más segura y fácil posible. Incluso antes de que naciera, fue inscrito en la más exclusiva escuela preescolar. El niño recibió un nombre largo e ilustre que hacía eco a la grandeza del linaje de su familia, aunque sus amigos lo llamaron Sid. Creció dentro de un círculo de la élite social y política de Nueva York, gozando de todos los privilegios. Sus padres imaginaban un destino especial para él, e incluso su matrimonio con la hija del senador de…
No nos sorprendería descubrir que Sid, a la larga, decidió unirse a una banda de rock, irse de mochilero a Alaska o hacer autoestop en la carretera para ver dónde lo llevaba la vida. Lo mismo es cierto para cualquier persona o corazón joven. Cualquiera que sea nuestra situación, ordinaria o extraordinaria, queremos descubrir nuestro propio camino. Deseamos encontrar el significado último de nuestra vida.
Sabemos por la historia que el príncipe Siddhartha tuvo éxito en su búsqueda, pero no conocemos a ciencia cierta el destino de nuestro amigo de la era moderna, Sid. Le desearemos lo mejor. El punto aquí es que, en el momento de la partida, ninguno de los dos sabe qué futuro le espera. Ambos están tomando un profundo riesgo, abandonando la seguridad y el mundo conocido por un salto a lo desconocido. Pero es tan natural para Sid tomar ese riesgo como lo fue para Siddhartha saltar el muro del palacio. El impulso hacia la libertad es una parte esencial de nuestra constitución; no es exclusivo de seres especiales o de hombres en hábitos religiosos de tiempos antiguos o de tierras remotas. Este deseo de libertad es bastante ordinario. De hecho, «amante de la libertad» es una descripción común del carácter occidental –al menos esto es lo que se oye en las noticias–, pero da un paseo por las calles de cualquier ciudad moderna y encontrarás el mismo espíritu, en especial entre los jóvenes.
Los jóvenes de Estados Unidos contribuyen sin duda a esta naturaleza amante de la libertad. Aparte de la gente indígena, casi la mayoría llegó hace poco de Europa, Asia, América Latina o África. Aunque ahora casi todos nos hemos desprendido en cierta medida de nuestras raíces étnicas, y algunos tal vez las hayan olvidado por completo (y creen simplemente que «Yo soy un americano»), de algún modo, lo mejor y más inigualable de Estados Unidos es exactamente esta ascendencia global, espíritu pionero e independencia de carácter, a lo cual todo mundo parece haber contribuido.
Este crisol es hogar de vanguardistas, inventores, librepensadores y visionarios, así como pragmáticos y puritanos. Artistas y músicos innovadores viajan en tren suburbano junto con banqueros corporativos y obreros. Todos son oficialmente bienvenidos. Las reuniones de las familias sacan chispas, desde las que suceden en tu casa hasta las que ocurren en el escenario nacional y documentan la CNN y el programa de espectáculos Entertainment Weekly. Pero cuando las chispas de estos roces de opuestos se encienden en una atmósfera de apertura, se crea una gran diferencia. Entonces, en vez de fricción pura, obtenemos una danza vivaz que genera una energía muy creativa. Poniendo a prueba los límites, yendo más allá de los viejos conceptos, lo que era una vez impensable se vuelve una nueva norma. Por ejemplo, no hace mucho, nadie había soñado con prender un interruptor y tener luz, mucho menos con observar imágenes remotas en la televisión o navegar por el ciberespacio. Incluso hace pocas décadas en los años sesenta del pasado siglo, nos asombramos al ver a un hombre caminando en la Luna desde nuestra sala, que de repente parecía bastante pequeña.
Llegar adonde vamos
Del mismo modo que los científicos se empeñan constantemente en descifrar los secretos del mundo externo para descubrir la naturaleza de la realidad, Siddhartha soñó con revelar los secretos del mundo interior de la mente. Cuando dejó el palacio, abandonó a una joven esposa, un hijo y su vida suntuosa. Estaba determinado a vencer su ignorancia y a encontrarse cara a cara con la realidad. Se adentró en el bosque sin garantía de un techo que lo cubriera, ningún medio de sustento y nadie que le brindara protección.
En esa época, la sociedad india estaba en un punto interesante. La estructura social era muy rígida. Un sistema de castas decidía tu lugar en la sociedad, tu función en la vida, tu ocupación y tu posición espiritual. Todo esto se establecía por la condición de tu nacimiento. Por otro lado, también era época de intensa excitación. Intelectuales y filósofos participaban constantemente en intensos debates que produjeron varias tradiciones espirituales en competencia. Grupos de jóvenes empezaron a juntarse en el bosque, uniéndose a alguno de estos grupos que existían fuera de la sociedad. Siddhartha también se unió, y estudió con dos de los más renombrados eruditos del bosque. Y lo que sucedió fue que rápidamente superó el entendimiento de sus maestros y luego se unió a un grupo de cinco practicantes ascéticos. Más determinado que nunca a alcanzar su meta, abandonó todas las comodidades. Siguió las torturantes prácticas de los ascéticos, incluyendo el hambre, con la intención de trascender el cuerpo físico y agotar los deseos de la mente. Pasados seis años, Siddhartha estuvo cerca de la muerte. En ese punto, abandonó esta creencia de que este camino de privación intensa lo conduciría a la libertad. Se derrumbó a la orilla de un río.
Aunque no lo sabía, Siddhartha se acercó mucho a su meta. Una muchacha que llevaba un tazón de arroz pasó a su lado y le ofreció esta comida. Él la aceptó, rompiendo su ayuno de seis años. Al ver esto, sus cinco hermanos ascéticos pensaron que Siddhartha había renunciado a su disciplina. Furiosos, juraron no hablarle de nuevo nunca y se marcharon. Siddhartha reflexionó sobre esta situación mientras poco a poco recobraba su fuerza; se dio cuenta de que ni su vida de gratificación personal en el palacio ni la de mortificación propia en el bosque eran un camino genuino hacia la libertad. Ambos eran extremos y el apego a cualquier extremo era un obstáculo. La verdadera vía yace en el punto medio de estos dos. Al darse cuenta de ello, estaba listo para el empujón final. Se sentó sobre un cojín de pasto debajo de las ramas protectoras de un árbol y tomó un voto personal para permanecer ahí hasta conocer la verdad acerca de su mente y el mundo.
Siddhartha meditó durante cuarenta y nueve días y, a la edad de treinta y cinco años, alcanzó la libertad que buscaba. Su mente se volvió vasta y abierta. Vio la verdad del sufrimiento de todos los seres y la causa de ese sufrimiento. Vio que la libertad es una realidad al alcance de todos los seres y la forma de lograrla. Se le llegó a conocer como Buda, el Despierto, y enseñó a todo el que se le acercó durante los siguientes cuarenta y cinco años. Otros siguieron sus instrucciones. Alcanzaron su propia libertad: se había iniciado el linaje del despertar.
Sin embargo, eso fue entonces, ahora es el presente. ¿Qué pasa con Sid? ¿Qué sucede con sus sueños? Si sabe adónde quiere ir, lo que necesita es un mapa y hablar con alguien que haya estado en ese lugar. Muchos caminos se ven parecidos, y es fácil confundirse en el recorrido. Algunos cambian de dirección; otros solo desaparecen poco a poco. Sid podría empezar a encaminarse hacía Alaska y terminar en un club de blues en Chicago o en los suburbios con una esposa y tres niños. Podría convertirse en novelista, científico o presidente de su país. O podría iniciar un nuevo movimiento, una revolución de la mente e inspirar a una generación. Hay posibilidades infinitas para cada uno de nosotros.
2. Lo que debes saber
En vista de que estamos hablando del camino espiritual budista como una senda hacia la liberación, necesitamos preguntar: «¿Liberación de qué? ¿Y cómo es esta libertad?». En otras palabras, necesitamos encontrar lo que el Buda dijo acerca del punto de partida y el punto final de esta jornada. Entonces podemos analizarlo y ver si resiste el escrutinio, y si es el camino correcto para nosotros.
A veces pensamos que la libertad significa simplemente ser libres de cualquier control externo –podemos hacer lo que queramos, cuando queramos–. O quizá pensemos que significa que no nos controlan fuerzas psicológicas que inhiben la libre expresión de nuestros sentimientos. Sin embargo, estos tipos de libertad son solo parciales. Si no las acompañan la inteligencia y el buen juicio fundamental, podríamos terminar actuando solo de manera impulsiva, dando rienda suelta a nuestras emociones. Sería posible sentirnos libres para gritarle a la gente o estar fuera toda la noche satisfaciendo nuestro apetito de excitación y sensaciones, mas ciertamente no estamos al mando, y no somos libres. Tal vez nos sintamos con energía y liberados de modo temporal por ese tipo de libertad, aunque el sentimiento es pasajero y suele estar seguido de más dolor y más confusión. Quizá también pensemos que la libertad significa tener una elección. Somos libres de elegir lo que queramos hacer con nuestra vida, tiempo y dinero. Es posible que elijamos sabia o tontamente, pero es nuestra elección.
Sin embargo, esta así llamada libertad solo es una fachada cuando tomamos las mismas opciones cada día, hacemos las mismas cosas una y otra vez y reaccionamos de la misma manera. Ya sea que seamos espíritus libres o tradicionalistas, personalidades tipo A o tipo B, nuestras acciones son igualmente predecibles. Cuando miramos bajo la superficie para ver qué está pasando, por qué somos infelices, aparece el mismo guion repetido. Si discutimos con el jefe en el trabajo, es probable que hagamos lo mismo en casa con nuestra pareja o nuestros hijos. Batallamos aquí y allá en nuestra vida con los mismos patrones inconscientes de agresión, deseo, celos o negación, hasta que quedamos atrapados en una telaraña de nuestra propia creación. Estas son precisamente las cosas en las que trabajamos para liberarnos en el camino budista: los patrones habituales que dominan nuestra vida y nos dificultan ver el estado despierto de la mente.
Si te interesa «conocer al Buda» y seguir el camino espiritual que describió, hay algunas cuantas cosas que deberías saber antes de empezar. Primero, el budismo es primordialmente un estudio de la mente y un sistema de entrenamiento de la mente. Es de naturaleza espiritual, no religiosa. Su meta es el conocimiento de uno mismo, no la salvación; la libertad, no el cielo. Se basa en la razón y el análisis, la contemplación y la meditación, para transformar el conocimiento acerca de algo en conocimiento que va más allá del entendimiento. Pero sin tu curiosidad y cuestionamientos, no hay camino, no hay viaje que emprender, incluso si adoptas todas las formas de la tradición.
Cuando Siddhartha abandonó el palacio para buscar la iluminación, no partió porque tenía una gran fe en una religión particular, porque hubiera conocido a un gurú carismático o porque había recibido una llamada de Dios. No se marchó porque estuviera cambiando un sistema de creencias por otro, como un cristiano que se convierte al hinduismo o un republicano que se vuelve demócrata. Su viaje empezó simplemente con el deseo de conocer la verdad acerca del significado y propósito de la vida. Estaba buscando algo sin saber qué era.
¿Qué estamos buscando?
¿Por qué en la actualidad cualquiera de nosotros entra a un camino espiritual? ¿Qué estamos buscando? Si nuestro problema es el sufrimiento o el deseo de «conocer», vivimos con profundos cuestionamientos cada día. ¿Por qué te levantas de la cama cuando la alarma suena a las seis y media de la mañana? ¿Qué pasa por tu mente cuando apagas la luz a media noche? Nuestras preguntas se pierden en el ajetreo de la vida, pero nunca se van en realidad. Si podemos atraparlas y mirarlas en un momento o en otro –cuando nos servimos nuestra primera taza de café o esperamos que cambie la luz roja del semáforo–, podemos empezar a ver más allá de este «trabajo de vida» hacia la propia vida. No tenemos que esperar hasta que la vida se vuelva precaria –hasta que enfrentemos el dolor de la depresión, la decepción, la pérdida o el miedo a la muerte– para hacer preguntas que son de naturaleza «espiritual». Todo lo que necesitamos hacer es dejar que nuestras preguntas regresen. Diles: «Sois importantes para mí ahora».
Para descubrir tus preguntas reales, toma un receso. Deja de mirar hacia delante, adonde vas, o hacia atrás, donde has estado. Cuando te detienes, existe la sensación de no ir a ninguna parte. Hay una sensación de espacio, que es un tremendo alivio. Solo es necesario que respires y seas quien eres. Al mismo tiempo, hay una sensación básica de «¿qué?» Quizá esa sea tu primera pregunta verdadera. Solo quédate con ese «¿qué?» con una mente abierta. Ese «¿qué?» es como una puerta abierta. Algo entrará. Puede ser una respuesta u otra pregunta. No tienes que hacer nada, sino estar ahí para recibir lo que haya de venir.
Al principio, podemos pensar que tener preguntas es un signo de ignorancia. Cuantas más preguntas se presenten, menos sabemos. Cuantas más respuestas surjan, más sabios somos. Sin embargo, saber con claridad lo que no sabes es ya una forma de sabiduría. La ignorancia real es no saber lo que no sabes. Pensar que sabes algo que no sabes puede conducirte a un tipo de sabiduría inventada, cierto conocimiento imaginario incapaz de liberarte de tu confusión.
Mientras nuestras preguntas sean sinceras y honestas, no las que nos harán sentirnos inteligentes o vernos mejor, la mente inquisitiva abre la jornada espiritual. No obstante, debemos aprender a trabajar con nuestras preguntas de manera hábil. Estamos pasando por un proceso que toma tiempo y que necesariamente trae dudas y escepticismo. Si tan solo aceptamos lo que nos lanzan, ¿adónde se ha ido entonces nuestra inteligencia? En realidad, necesitamos dudas y escepticismo inteligentes, los cuales nos protegen de las visiones y la propaganda equivocadas. Una dosis saludable de dudas y escepticismo nos llevará a preguntas precisas y claras. La duda solo se vuelve negativa cuando continúa sin parar, sin encontrar nunca su fin. Si nunca vamos más allá de nuestra incertidumbre para llegar a cierto entendimiento, podemos empezar a sentirnos un poco locos o paranoicos. La duda que nos lleva a un conocimiento y confianza auténticos se convierte al final en sabiduría.
¿Qué hacemos aquí?
En este camino, buscamos conocimiento significativo: queremos saber quiénes somos y por qué nos ocurren cosas. También deseamos entender nuestra relación con el mundo y por qué les suceden cosas a los demás. Incluso si no estamos tan preocupados por nosotros mismos, podríamos preocuparnos mucho cuando algo le pasa a alguien más –un niño inocente maltratado, un amigo en crisis, un pueblo devastado por la naturaleza, una especie aniquilada por la humanidad–. Aparte de tratar de sobrevivir hasta que nuestros hijos nos metan en un asilo, ¿qué estamos haciendo aquí? Puedes reflexionar sobre grandes preguntas similares como inspiración, pero es mejor empezar donde estás. Mantente cerca de tu casa, de tu mente, de tu cuerpo, de tu vida. Si puedes descubrir una pregunta significativa aquí mismo, es probable que esta se aplique también a alguien más, y tal vez al movimiento de los planetas. Nunca se sabe.