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90 millas hasta el paraíso
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90 millas hasta el paraíso

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90 millas hasta el paraíso

Esto tuvo lugar después de tener siete abortos, unas decenas de consultas, investigaciones en el servicio genético en el hospital “Ramón González Coro”. ¡El octavo embarazo condujo a alcanzar la meta deseada – el 6 de diciembre de 1993 entre Juan Miguel y Elizabeth, oficialmente divorciados, pero que vivían bajo un mismo techo, nació un niño sano!

Padre y madre… Por fin, se han hecho padres. No podían apartar la vista del pituso envuelto en pañales con las cejas pegadas. Era muy difícil creer que esta diminuta criatura hace poco se movía en la barriga de Eliz. Los dos estaban locos de alegría. El muñeco era la encarnación del sueño de ellos. Pertenecía de igual manera a los dos. Ambos se sacrificarían, si se necesitara algo para este ser indefenso.

– Eres una verdadera heroína – así alentaba Juan Miguel a la aún débil Eliz. Su cara después del parto estaba cubierta de pequeñísimas pintas – debido al parto, se reventaron numerosos vasos capilares. Se sentía cohibida de su apariencia impresentable y, además, de que hubiera engordado tanto. ¡Qué tonterías! Nunca antes Eliz había sido tan guapa. Así francamente lo creía su ex marido. Cuando ellos se conocieron, la chica apenas había cumplido catorce años. Quién sedujo a quién, es una pregunta problemática. Elizabeth, muchachita animada, siempre lograba alcanzar lo que quería. Juan Miguel era el primero y único varón en su vida. Para Cuba, donde los criterios de edad tienen sus específicos marco. Esa relación sexual tan temprana se consideraba, si no una norma, ya establecida, entonces habiendo un acuerdo mutuo y si no se manifiestan en contra los familiares, era algo habitual y común. Inicialmente sus relaciones se llenaron de pasiones irresistibles, que desembocaban en inolvidables placeres de la carne. Al correr los años, el ardor sexual se relajó, y los sentimientos se transformaban en algo más próximo serio y maduro.

Eliz quería tener una familia normal, quería ser verdaderamente una mujer adulta, ser madre. Juan Miguel soñaba de la misma manera que su esposa.

Se festejó un casamiento modesto, los dos sin demora se pusieron a cumplir las tareas planteadas – dar a luz a un niño. El tiempo pasaba volando, pero la criatura no quería nacer. El sexo de manera gradual adquirió un carácter de trabajo minucioso, cuya finalidad era tan noble y generosa que ya ni hablar de la concupiscencia.

La seriedad de las intenciones empeoraba la ilusión ligada a los permanentes fracasos. El miedo ante el sucesivo aborto conllevaba a los dos a un estado de desesperación. Cada intento de iniciar todo desde el principio finalizaba con un nuevo fiasco.

A Juan Miguel y Elizabeth transcurridos ocho años tensos y, siendo este un período poco feliz, ya no les hacía falta explicar qué significaba la imperfección y el sentimiento de perdición irremediable.

Muchas familias en todos los rincones de la tierra padecen de un ansia similar, repitiéndose esta de año en año en intentos fallados de tener un angelito. Algunos hallan el motivo para reñir y llevan el asunto hasta el divorcio, ocultando la causa verdadera con las habituales frases: “No nos llevábamos bien”. Otros caen en una depresión horrible y buscan formas de relajarse en ligues románticos fuera de la casa. Algunos, a semejanza de Juan Miguel y Elizabeth, al haber perdido la agudeza de la pasión carnal, siguen yendo hacia la meta, costara lo que costara. En el caso de que la alcancen, ellos serán los seres más dichosos del mundo.

Se concentraron en lo más importante. Juntos alcanzaron el fin. Su peque Eliancito – un ser vivo, su hijito querido – se hizo ciudadano del país, al cual los dos lo querían con locura.

En ellos había tanto de común. Si lo hubieran comprendido antes, no habría ocurrido lo que tuvo lugar seis años después de nacer su criatura…


* * *


La policía encontró rápidamente a Lázaro. Decidieron arrestarlo directamente a la salida de la discoteca “La Rumba” – meca de la reserva turística de Varadero.

La entrada aquí a las cubanas, que se dedicaban a la prostitución, se les estaba prohibida rotundamente. Se las arreglaban para pasar el cordón de seguridad, yendo tomadas del brazo de algún novio cubano…

Lázaro intervenía en esta ocasión como cortejador de Yoslaine, una mulata exuberante con colmillos de oro. Las lechuguinas habaneras no se olvidaron de adquirir este atributo de estilo, tomado de los videoclips puertorriqueños y de Miami, y difundir la moda de estas coronas de oro a todas las grandes ciudades, desde la capital tabacalera Pinar del Río hasta el carnavalesco Santiago y la colonial Trinidad.

La tarea de la parejita era simple. Primero, pasan a la discoteca, aparentando ser unos enamorados. Luego, la mulata encuentra a un extranjero y se pone de acuerdo en reunirse con el cliente en la calle. Lázaro se la lleva del club y la acomoda en el coche del turista. Ella le entrega diez pesos “convertibles” por el servicio, de los cuales dos llegarán al “pico” del guardia. Todos quedan satisfechos.

Lázaro Muñero García en más de una ocasión se vio realizando tales negocios. Los guardias de “La Rumba” le reconocieron y uno podía notar en estos una alegría prudente, ya que esperaban recibir una propina.

La parte principal del trayecto de la puta – que se extendía en torno a la pista de baile, llena de un público variado – ya se había superado. Lázaro hasta tuvo tiempo de apurar tres copas de “cubalibre”. Lo bueno es que la entrada la pagó la compañera.

No se puede decir que Lázaro haya agarrado una borrachera hasta la insania, pero su natura bronquinosa empezó a mostrar actividad en busca de cómo usar las maniobras de judo, aprendidas aún en el colegio. Sin embargo, la sed de dinero fácil y el miedo ante una docena de miembros de la seguridad apagó el inicio de un escándalo.

Pero se vertió hacia afuera la pasión del eterno discutidor respecto a las disputas. Dicen que en la discusión nace la verdad. ¿Y si ambos discutidores están seguros en que sus justificaciones son correctas y no toman en consideración los argumentos del oponente? Los expertos aseguran que en tales discusiones muere la verdad…

– ¡Actuando así vas a buscar largo tiempo a un cliente! – Lázaro vociferó con irritación a Yoslaine, pegada a la barra esperando a algún turista simpático. No quisiera entregarse a un bebedor, un gordinflón o un monstruo.

– Así no se hacen los asuntos – incitado a largas peroratas con el cóctel de turno de ron blanco y cola, continuó Lázaro – hay que buscarlo no entre los jóvenes juerguistas, los cuales arden por bailar. ¡Estos pueden bailar con frenesí un par de horas, sin pensar en una chica! Ahí hay dos. Están sentados con un fin muy concreto – enganchar a alguien. ¿Quieres yo mismo se lo explique a ellos? Solo el precio por mis servicios se duplicará. ¿De acuerdo? Un billete de veinte. ¿OK?

–Ponte de acuerdo mejor con tu Elizabeth. ¿Cómo es que te aguanta? – hizo pasar tras los dientes Yoslaine – ¿Sabe ella que tú eres un animal ordinario?

–Eres tan audaz porque aquí todo está lleno de vigilantes –dijo rabiosamente Lázaro –Y si no, te metería tu lengüita aguda en aquel único lugar, al cual está destinada.

–Sí, un animal ordinario –repitió Yoslaine, sonriendo al mismo tiempo a un italiano. Aquel de manera extraña reaccionó a la sonrisa y los gestos de llamada de la mulata, y eso bastó para concluir que era gay.

–Primero, no es ella la que me aguanta, sino yo la aguanto. Soy seis años menor que ella y yo soy un guapetón – continuó, haciéndose un reclamo con aplomo, el ex barman – Segundo, está loca por mí y está segura de que yo la amo.                                      – ¿Le has pegado ya alguna vez? – era una pregunta normal respecto a Lázaro.              – No – contestó él.

– Entonces, ella tiene dinero o algo imprescindible que tú necesitas tanto – la ramera hizo esta conclusión – claro, naturalmente, es camarera en Varadero. ¡Te alimentas a costa de ella!

– Estoy en condiciones de sustentarme – no lo aceptó Lázaro.

– Sí, pero solamente a expensas de las mujeres o asuntitos turbios.

– ¡Esto lo está diciendo una ramera ordinaria!

– Se lo está diciendo a un jinetero.

– ¡Muy pronto le meteré caña, chuchas vendibles!

– ¿Volverás a largarte a Miami y luego volverás a la cárcel? ¿Ella sabe que tú estuviste de manera ilegal en los EE.UU., que te agarraron y ahora te encuentras bajo la vigilancia de la policía?

–Lo sabe.

– Lo dudo mucho… Aunque las agujas en un costal no se pueden disimular, y tú eres una aguja verdadera, tratas de emplastarte en disgustos y arrastrar así a los que te rodean.       – ¡Tonta! ¡Soy el muchacho más perspectivo en toda la comarca! Cuatro meses me las pasé tomando el sol en las playas de Miami Beach. ¿Sabes lo que he comprendido yo? ¡Aquí no tengo nada que hacer! Aquí soy un elemento antisocial, eso soy yo. Escoria de la tierra. Criminal. Parásito. ¡Cómo los odio a todos!

– ¿Para qué has vuelto, entonces? ¿Para que los guardafronteras te “acogieran” y te encarcelaran? ¿Para que luego te rescataran con dinero de las rameras piadosas?

– He vuelto porque en aquel sistema es difícil lograr éxitos si no posees un capital inicial. Empezar siendo lavaplatos no es para mí. Esa profesión podrá quedarse contigo para siempre. El primer dinero puede ser ganado aquí. Mejor dicho, con ayuda de aquellos que residen aquí, pero allí tienen familiares ricos. Tú les ayudas a ellos – estos te ayudan a ti.

– Robar es lo más fácil y menos peligroso – como si lo estuviera viendo Yoslaine, la cual solía ratear a los clientes.

Esto son minucias – iba expansionándose el pobre hombre de negocios, estando ya bien mamado – voy a tener una flotilla entera que se dedicara al traslado ilegal de los cubanos a Miami. Ni siquiera voy a surcar las aguas del golfo de Florida. Solamente acancharé buques, contrataré equipos y recogeré dinero de los ricachones norteamericanos por el traslado desde Cuba de sus desdichados parientes.

– ¿No tienes miedo? Es que soy miembro del Comité de Defensa de la Revolución – la chica no se sorprendió ni un ápice al oír los grandiosos planes de Lázaro, pero, como de costumbre, no los tomó en serio…

… En realidad no había nada que pudiera asombrar a uno con tales proyectos. El embargo y las limitaciones de visas de Estados Unidos para los cubanos hacían imposible el tráfico legal al “paraíso” a tales personas como Lázaro Muñero.

En primer lugar, a tales tipos nunca les dejarían pasar “los suyos” – Fidel Castro disponía de su propia lista para casos de esta índole. En segundo lugar, no querían admitir a tal categoría de refugiados en el otro lado del mar – ¡a quien le hace falta un individuo con reputación de criminal!

Sin embargo, los norteamericanos no habían tomado en consideración algo muy importante. Hasta, mejor dicho, no contaron la cantidad de aspirantes, los cuales saltarían a chorros al “país de las mil maravillas”, si el tío Sam abre las compuertas. Aunque no sean oficiales. Pero, naturalmente, nadie en Norteamérica empanzada pudo prever la reacción del Comandante a la acogida cordial de los estadounidenses a los migrantes ilegales, provenientes de su Isla. En el año 80, se registró algo extraordinario – “como piedra caída del cielo”, – cuyo nombre es “Mariel” …

Actuando en el cauce de su política de descreditar el régimen dictatorial de Castro, y flirteando con la diáspora cubana de Florida, que iba cobrando fuerza, los yanquis recibían con los brazos abiertos a todos los fugitivos de Cuba. A todos, los que lograban alcanzar las costas ilegalmente, en barcazas robadas, pequeñas improvisadas embarcaciones, en balsas, botes, lanchas destartaladas y yates rechinantes, hasta en los aviones de pasajeros, tomados por la fuerza.

Aquellos, a los que antes les negaban las visas en los propios EE.UU., comprendieron que obtendrían lo deseado, si iban a empuñar las delincuencias so pretexto especioso de heterodoxia. A los que pisaron la costa disfrutable de Florida, ciudadanos de Cuba, inmediatamente los subían hasta las nubes como refugiados políticos, les concedían cartas de ciudadanía, trabajo y subvenciones.

Ahí es cuando sucedió un caso imprevisto. La finalidad de mostrar a todos los norteamericanos, que el socialismo es el mal más allá de los límites, que de este todos huyen, ligada a una idea fija de hacer una mala jugada a Fidel personalmente – todo esto en conjunto fracasó. Fidel abrió el puerto Mariel para todos los aspirantes a abandonar la isla. En total hubo 125 mil personas…

A Florida se precipitaron todos los que tomaban por asalto las embajadas extranjeras, abrigando la esperanza de acelerar su partida de la Isla de la Libertad al continente norteamericano, ya que este era el sueño de ellos. La mayoría de estos no sabía que tendría por delante soñar con una suerte mejor, fregando los pisos y lavando los platos a los nuevos dueños. Iban a hablar de la Libertad sin haberla conocido y perdiéndola para siempre. En efecto es libre solamente el que se siente libre dondequiera. No se sentían libres en su patria, los EE.UU., mientras tanto, te daban una oportunidad, pero no a todos. Pero difícilmente, en la categoría de selectos figuraban los que nunca habrían evaluado la libertad, ya que no la habrían comprendido. Los que de manera incondicional la aceptarían perdiendo la libertad por “un tarro de mermelada y una cesta de galletas”.

Junto con los disidentes, a los más escarceadores de ellos con motivo de este caso hasta los soltaron de los manicomios, Castro embarcó en las barcazas a miles de criminales, a los que se cansó de alimentar en sus cárceles.

Las autoridades de inmigración se llevaron las manos a la cabeza, pero ya era tarde. La descomunal marea que trajo la escoria inundó las calles de Miami, completó las filas de los pordioseros y los marginales, y al mismo tiempo las bandas callejeras, las corporaciones de asesinos y los sindicatos de narcotraficantes. Solo los hermanos Castro habrían podido meter en un puño a los gánsteres cubanos.

Miami se hizo el cielo en rejas para los bandidos ambiciosos de origen cubano en muchos casos, pero ya en una cárcel del Tío Sam, o una necrópolis. Para algunos este lugar se convirtió inicialmente en un trampolín para una rápida ascensión a los superiores eslabones de la jerarquía criminal, y solamente después se hizo necrópolis. El final, en esta ocasión, ya lo tienes diseñado y vaticinado, como el fin de la película hollywoodense “El precio del poder” con Al Pacino, siendo este el capo de la droga Tony Montana, que no reconoció bajo la influencia de la cocaína su mortalidad propia, hasta habiéndose ido al otro mundo.

Como resultado, los senadores y congresistas, los que cabildean los intereses de los oligarcas y latifundistas que perdieron sus bienes en Cuba, no pudieron hacer la mala jugada a Castro. Y, entonces, con pocas ganas, anunciaron un armisticio temporal, aumentando la cuota de visas. Se redujo la cantidad de migrantes ilegales. Pero hasta cierto tiempo. La paz entre la Cuba socialista y el pilar del mundo libre, Estados Unidos, como tal no podía existir.      El embargo no ha finalizado. Venían turnándose las generaciones de cubanos en condiciones de un embargo incesante. Las numerosas sanciones económicas hacían endurecer al pueblo, formaba en la gente la diligencia y la parsimonia, pero al mismo tiempo estas venían creando a nuevos aventureros, dispuestos a aprovechar el déficit reinante en el país. Lázaro Muñero García era uno de ellos. Su “business project”, desde el punto de vista de materializarlo en la vida, no parecería ser utopía ni a los residentes habitantes del lujoso Miami, ni a los ciudadanos de Cuba, cansados del realismo socialista, que están esperando el “transfer” prohibido a Florida.

Hay que destacar las décadas de la confrontación con la más poderosa potencia, reforzaron a Fidel en la tesis de Lenin sobre la posible victoria de una revolución socialista en un solo país. Su espíritu, desmoralizado por haberse desmoronado el país de los Soviets, se afianzó a fines de los años noventa al adquirir un nuevo aliado en la persona del formidable Chávez. Lo que significaba que la guerra continuaba.

Los norteamericanos se encontraban en un estado de euforia, después de ser destruida la segunda superpotencia, disfrutaban de plena impunidad, lo que significaba menospreciar a sus enemigos. Sí, ellos aprendieron a derrocar regímenes indeseables no solamente aplicando la fuerza de una intervención directa, sino hasta valiéndose de revoluciones de colores. Pero no tomaron en consideración que Fidel con el tiempo aprendió a adaptarse a nuevos y mejores cambios en el ámbito político. Para la revolución cubana, cualquier otra neoliberal era una contrarrevolución – como se ha de portar con “la contra” en Cuba lo sabían desde la derrota de los mercenarios, saboteadores y bandidos en la Playa Girón y en los macizos montañosos del Escambray…

… Lázaro midió a Yoslaine con una mirada furiosa, murmurando impulsado por una porción sucesiva de ron:

– ¿Estás hablando de que eres miembro del Comité? Yo también soy miembro.

– No lo dudo siquiera – sonrió la chica. Con el rabillo del ojo advirtió aproximarse a un gilipolla con una gorra vasca de color verde oliva con una estrellita roja, con bigotes y una barba a lo Che Guevara. En un concurso de dobles, siendo este un pueblecito cualquiera, no tendría ningunas posibilidades de ganar un premio. Pero aquí, el estado de embriaguez de “La Rumba”, lo identificaban como héroe.

Apenas hubo frotado un segundo el culo sobresaliente de Yoslaine, el imitador de Che le hizo soltar el humo del cigarro y le comunicó que ella le gustaba mucho:

– ¡Linda muchacha! ¡Magnífico! ¡Admirablemente buena! ¡Soy soltero, soy alegría!

De que ella era guapa, Yoslaine no lo dudaba. No necesitaba de los cumplidos de este “frico”, mientras, que el pseudo Che, que en el momento dado estaba solo, le convenía. Se pudo averiguar que él, como el ídolo favorito, es argentino, y está residiendo en un hotel de dos estrellas y eso no tiene nada que ver con que el portamonedas esté vacío, sino exclusivamente relacionado a la esencia del ascetismo de los guerrilleros.

– Entérate, solo de manera cuidadosa, si tiene dinero – susurró al oído de la puta el impaciente Lázaro.

–No es un consejo de un chico, sino de un adulto – dijo rabiosamente Yoslaine, preguntándole a quema ropa al argentino. – ¿Tienes dinero?

– Treinta pesos convertibles – le dio a conocer “El Che”.

– Es poco – la puta balanceó negativamente la cabeza – ¡Cuarenta!

– En el hotel hay aún – lo reconoció de pocas ganas el imitador.

– ¿Estás con carro? – ¡Que pregunta estúpida, cómo el huésped de un hotel de dos estrellas puede tener un coche! – Bien, habrá que tomar un taxi hasta el hotel. Te esperaré en el coche. En Cárdenas tengo una casa. Eso requerirá de ti quince pesos más. ¿De acuerdo?

El argentino se puso a fumar un “Cohíba”, imitando así un ataque de asma. Luego, mostrando una fila alineada de dientes blancos, expresó:

¡Forever!

– Hoy tendré que follar con un loco – comentó el caso la muchacha Yoslaine.

El proxeneta hizo salir a la chica, y a un viejo conocido, que estaba a la salida, le entregó un peso arrugado. El taxista taciturno con una impenetrable cara de confidente precisó la dirección del punto de destino. La verdad es que cuando el chófer vio al argentino con la imagen del Che comprendió que esta situación no huele a propina. Tales idiotas pagan de acuerdo a las indicaciones del taxímetro. La chica ya había empujado al Che en el salón y estaba dispuesta a zambullirse en él. Lázaro la paró.

– ¡¿Y mis diez?! – mantenía fuertemente el asa de la portezuela.

– Lo dejamos para después – intentó deslizarse la moza.

– ¡Eso no estaba así acordado! – estando ya a punto de gritar, refunfuñó Lázaro.

– OK. Dame, por favor, diez convertibles a cuenta de mi honorario – se dirigió ella al argentino. Aquel no pudo extraer inmediatamente del bolsillo trasero del pantalón el billete arrugado y se lo entregó a la doncella.

Yoslaine descontenta le alargó el dinero a su guía, y despidiéndose le regaló una mirada despreciativa.

Lázaro tomó lo suyo, echó una risita nerviosa con la esquina de la boca, e invitó a la señora al salón con un gesto de comediante con el fin de golpear demostrativamente la portezuela.

Todo fue así. Golpeó con la portezuela y arrimó el billete arrugado a la nariz. Por lo visto, quería una vez más cerciorarse de que el dinero, sin embargo, huele. En ese dulce momento una mano velluda, aplicando un brusco movimiento, arrancó el muy arrugadísimo billete debajo del órgano olfatorio de Lázaro.

“¡Diablo!” – maldijo a todo el mundo el jinetero desgraciado, concibiendo que le está tocando el brazo una mano fuerte y pesada, la del morrocotudo teniente Manuel Murillo. Este había sido puesto a vigilar al ex barman después de la prisión. Junto con el sargento Esteban de Mendoza los dos eran un par de policías conocidos en el distrito, a los cuales los llamaban Grande y Pequeño. Estos sobrenombres eran los más neutrales de todos los apodos y motes, los cuales servían para denominarlos a sus espaldas.

– ¡Hasta cuánto puede jugar uno! – soltó con amenaza el teniente corpulento.

A Yoslaine y al mariquita infortunado, haciendo la imagen de héroe, lo estaba sacudiendo fuertemente el colega del teniente, el paticorto sargento Mendoza, cuyo sobrenombre más injurioso era la palabra “baño”. Si pasaba a visitar a alguien, Mendoza ante todo preguntaba dónde se encuentra el cuarto de baño. Todos sin excepción comprendían que en el caso dado estaba buscando un retrete – el sargento padecía de los riñones, cargado con urocistitis y hemorroides, con añadidura. En cuanto a los detenidos siempre apuraba los asuntos, era una cosa hecha a la represión y muy concreto, dando el precio para obtener la indulgencia para esta.

– Veinte – no le cedía a la chica, al mismo tiempo convencía al argentino, que había usurpado la imagen del Che, que en lo que se refiere a él no tenía ningunas pretensiones y, además, no dudaba que los veinte convertibles tendría que darlos el turista. Si no, a la palomilla nocturna de largas pernas la ha de acompañar al departamento el pernicorto guardador de la ley.

Sea como sea, el pseudo Che se despidió del último billete que disponía de veinte pesos convertibles. Los dejaron libres. El taxi a toda velocidad se dirigía al hotel barato y la chica se prometió no tener nunca más relaciones con Lázaro Muñero. Este buitre desgraciado trae solo disgustos. Es como si atrajera desdichas. Donde está Lázaro, ahí siempre hay problemas…

¿Teniente, y yo qué tengo que ver? – Ahora, cuando soltaron a la puta, ya no había motivo de temer algo. ¡No hay testigo, – no hay delito! – No estoy bajo arresto domiciliario, sino solo estoy bajo la vigilancia. ¡Resulta que ya no puedo divertirme siquiera!

– He aquí lo que has conseguido, Lázaro – el teniente cerró las esposas en las muñecas del delincuente.

– “Helado”, ¿qué ha cometido este malvado? – muy rápido preguntó el sargento Mendoza dirigiéndose al compañero. La cuestión es que Murillo, como millones de otros golosos, no era indiferente al riquísimo helado cubano de “Coppelia” y no perdía la oportunidad de comprarse un helado sin ponerse en la cola, utilizando la posición oficial. A los pequeñuelos, que les indignaba la conducta de Murillo, este les explicaba que estaba muy apresurado porque debía arrestar a un delincuente muy peligroso. Dos chiquillos suyos le pidieron a papá que les trajera helados.

A las presuposiciones razonables de los adolescentes acerca de que el helado de igual manera se derretiría hasta que el policía lo llevara hasta sus niños, el sin prole Murillo contestaba que no habría tiempo para derretirse. Él no tacañeaba en este caso, ya que se ingeniaba a exterminar la golosina como si fuera un meteoro. Necesitaba pocos minutos para acabar con los helados. Sí, minutos porque, habitualmente, ya que él no se limitaba a dos-tres porciones. La cifra aceptable para Helado era “seis”.                                     El teniente conocía a fondo los problemas de la urinaria y otras evacuaciones, y ya un año entero intentaba obtener en el Departamento de Policía a un nuevo compañero de trabajo, que no sea tan listo como el favorito de la jefatura, el sargento Mendoza. En su labor ingrata, el apresuramiento solamente causa daño.

Este charanguero quedaba satisfecho con las menudencias y hasta no podía imaginar que en sus redes ahora quedó atrapado un “pez gordo”.

Solamente el teniente Murillo, el que decidió que no valía la pena dar a conocer el asunto a su socio, conocía de vista a Lázaro Muñero.

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