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90 millas hasta el paraíso
Lázaro tuvo que obedecer a la patriota incorregible. Qué vas a hacer, habrá que aguantar su rebeldía. Sea como sea, en que yace este amor ilimitado hacia el pseudo paraíso socialista con su sistema de racionamiento y pesos diferentes para los turistas y la gente local. Por lo visto, el imbécil Juan Miguel le metió en la cabeza sus convicciones procastristas, quizás él solamente sepa argumentar ante las infames. Todo lo restante lo hacen para otras personas.
Ese día Lázaro supo apoderarse de la ex esposa de Juan Miguel en el salón de su chatarra directamente ante el portal de su casa. Al amante le excitaba la propia proximidad del ya ex marido de su cariño actual. Tal situación daba lugar a sentir su superioridad varonil. Su vecina, mujer entrada en años, doña Marta fue testigo de una conducta incalificable de Elizabeth. Esta decidió, que después de lo visto, no se saludaría con la ingrata Eliz. Y al mismo tiempo no contaría nada al pobre Juan Miguel. La mujer no quería hacer disgustar a este buen joven, que se pasaba el día entero con el pequeño Eliancito, dejando aparte su tiempo libre. Es claro, no era una persona impecable, como lo son realmente los varones, pero hasta ahora, por lo visto, está ciego de amor por una zorra indigna, ya que sigue viviendo tras el divorcio con ella bajo un mismo techo.
Todos creían que Juan Miguel y Eliz algún día volverían a unirse obligatoriamente. Ya que los dos querían apasionadamente a su hijito. La gente creerá de buena gana en un cuento, y no en el reportaje en directo de un testigo de vista. Doña Marta lamentó tener un insomnio progresivo, que hubiera armado un lavado a la madrugada y hubiera puesto a secar la ropa. Ahora la mujer sabe mucho más de lo que necesita y eso empeora el proceso del sueño. Es malo que te convenzas una vez más de la injusticia del mundo. Es bueno que esta provenga solo de la gente imperfecta.
Cansada Eliz se dejó caer al sofá y al instante se durmió, así pasó inadvertido un pintoresco amanecer increíble. Un ligero vientecito del océano ahuyentaba las bandadas de cirros, dando el camino al sol que se despertaba. Este resplandor polícromo se revelaba en las formas de colores lila, rosado o azul. Era, ni más ni menos, una auténtica obra maestra. Aquí uno contempla un milagro prosaico, el que no puede ser captado por los seres altivos, y que se abre tan fácilmente a los que pueden sentir el dolor ajeno como el suyo propio, y alegrarse tanto de los éxitos propios como de los demás…
* * *
Juan Miguel fue el primero en despertarse. Hoy era un día no laborable, lo que significaba que él debía cumplir la promesa dada al chiquillo Eliancito y dirigirse a Camagüey para mostrarle un pez exótico, un marlín azul, y tiburones amaestrados.
Los amigos-buceadores siempre lo recibían y atendían como al huésped más deseado. Ya hace mucho tiempo que no quería solo admirar los extravagantes palacios submarinos de arrecifes de coral.
Eliz trabajaba todo el tiempo. Completamente otra cosa era Elián, este recordará para siempre la primera odisea subacuática. Estando en la misma costa, uno puede contemplar los bancos de coral y los peces tropicales en la Playa Santa Lucía. Allí le enseñará a Elián cómo nadar a estilo braza, ya que su hijo hasta el momento solo asimiló su propio estilo de nadar, no aprobado por el Comité Olímpico Internacional. Allí le permitirá al hijo que se ponga el traje de buzo, le enseñara cómo se ha de ajustar la careta y usar el balón de oxígeno, le permitirá sumergirse unas veces bajo la vigilancia del instructor, el cual le relatará sobre la vida de los buceadores.
Los muchachos zambullistas se especializaban en entrenar a los pequeñitos. Decían que disponían de equipos de buceo de tallas pequeñas y sin riesgo alguno se podía sumergir a Elián, atado a un cable, de unos cinco metros. Juan Miguel rechazó rotundamente esta idea. Para qué acelerar los acontecimientos. Para la segunda ocasión del programa ideado esto era más que suficiente.
– ¿Papá, veremos los buques hundidos? – seguía preguntando el chiquillo acalorado antes de emprender una lejana travesía marítima en espera de un milagro.
– Esto será un día de entrenamiento. Los galeones, de los piratas y españoles, no desaparecerán hasta la próxima visita más profesional tuya. Cabe decir, para ese momento ya habrás aprendido a nadar a estilo braza. Te lo prometo.
– Comprendido – lo aceptó Elián.
Eliancito nadaba bastante bien, y para un niño de seis años eso sería algo excelente. Solamente se agitaba mucho, y por eso se cansaba pronto. Al tragar una considerable porción de agua salada, empezaba a entrar en pánico, pero era un tipo especial de pánico – taciturno, tesonero y lo paradójico era que eso fuera fundamentado.
Sí, tenía miedo, pero no de ahogarse. Temía reconocer a papá abiertamente su estado de insolvencia. Es que él ya es adulto, sabe nadar. Aún sabía que su papá estaba al lado, a unas diez yardas. El padre está observándole y controla la situación y en el caso de que su hijo de veras empiece a ahogarse siempre lo sacará del agua o le echará un salvavidas. Algo parecido ocurrió el otoño pasado. En la época de las lluvias en la playa Cayo-Sabinal…
Aquel día los amigos –buceadores los llevaron en una lancha pequeña de un embarcadero en Playa Santa Lucía hasta un lugarcillo maravilloso, declarado como reserva nacional. Aquí numerosas bandadas de flamencos competían exhibiendo su finura y elegancia con los ibis blancos y lindaban con legiones de tortugas marinas, pesadas y torpes tipo Chaelonidae, que tomaban el sol. A una de estas el chiquillo hasta pudo tocarle el caparazón de la tortuga.
Cuando Pedro el amigo de Juan Miguel, el instructor de buceo, le mostró al niño una pesadísima barracuda que acababan de capturar, Elián estaba loco de admiración y quiso tocarla. Apenas hubo rozado la aleta del pez, este bruscamente movió la cola y se contrajo, y un poco más se habría deslizado de las fuertes manos del tío Pedro.
Unánimemente se decidió que había que freír a la intratable moradora del océano en una fogata y comerla por complacer el apetito que se había desatado. Fue preparado un plato exquisito en el propio litoral. Una vez terminada la comida, el padre pidió a Eliancito que le ayudara a recoger la basura – ya que no se permitía dejarla en la blanca arena cubana.
Organizaron el festín en la misma lancha. Habiendo tomado un tentempié, los viajeros se dirigieron hacia la bahía de Nuevitas, a una cueva rocosa, un paraje muy elogiado solamente entre los conocedores de tales maravillosos lugares costeros. Aquí, probablemente, escondían sus botines los corsarios de Henri Morgan – filibustero inglés que horrorizaba la Corona española.
– Aquí tienes veinte y cinco centavos – entregando al hijito la moneda, Juan Miguel le advirtió en voz baja que Elián debía entrar solo en la cueva – tales son las reglas. De otra manera el Santo Cristóbal no cumpliría tu deseo. Lo debes pronunciar con susurro y solo una vez, tapando la boca con la palma de la mano. De este modo… Solamente a las paredes se les permite oír los deseos íntimos de los niños pequeños y hacerlos pasar a la consideración del Santo Cristóbal. En las paredes se puede confiar, ellas pueden guardar los secretos.
– ¿Se puede encargar solo un deseo? – Elián, con los ojos desorbitados, pronunció intimidado.
– Solamente uno, lo más importante – afirmó el padre – Por eso, míralo bien antes de que le pidas algo.
– ¿Puedo pedirle una patineta auténtica? Es que la mía, hecha de una tabla y cojinetes, la vienes reparando cada día.
– Ya no se puede, es que me has contado lo de tu deseo recóndito, y yo te advertí que lo guardaras en estricto secreto.
– ¡Es que tú eres mi papá! – se ofendió el niño resentido, intentando clasificar y ordenar en la mente sus innumerables deseos según el grado de importancia de estos.
– Tales son las reglas. Yo no las he ideado. Son como las normas de tráfico. Si no te guías por estas, entonces obligatoriamente sufrirás algún accidente. El hombre como tal debe subordinarse a ciertas normas. De otra manera, simplemente no podrá sobrevivir. ¿Lo has comprendido? Así que apresúrate, apúrate. Y no olvides echar la moneda en el hueco, en el centro de la cueva. Verás adonde tirarla – allí en el fondo hay cantidad de monedas.
– ¿Resulta que el Santo Cristóbal necesita dinero? – Preguntó desconfiadamente Elián.
– Todos necesitan dinero. Pero no lo aceptará de todos los deseosos. Solamente de aquellos que lo merecen. No le importa cuánto dinero has dejado – es que uno puede dar cien pesos y otra persona no juntará un centavo siquiera. Él tomará el dinero de los que de verdad quieren a su país y obedecen a los padres.
– ¿Y si yo quiero mucho a mi país, puedo encargar un solo deseo o varios? ¿Aunque sean tres? – Elián se puso a regatear el derecho de encargarse para sí una nueva bici china a cambio de la patineta, del machete de juguete, que brilla en la oscuridad en una funda de cuero, y un enorme Mickey Mouse de peluche. O, siquiera, un Batman mecánico, en el caso de que todos los Mickey Mouses se hayan agotado. Si no, por si acaso hasta podrá ser aprovechado un Mickey de plástico pequeño como el que tiene Lorencito.
– No, solo un deseo – se oyó una respuesta severa.
– ¿Puede ser que aquí en las cercanías haya otra cueva? – tal variante retorcida ofrecía Elián a su padre.
– En las cercanías había solo manglares intransitables – lo comunicó en manera implacable Juan Miguel.
Eliancito decaído de ánimo, pasaba pisando de una piedra a otra, se encaminó lentamente hacia la cueva. El padre que tenía el ceño fruncido y el tío Pedro sonriente quedaron al lado de la lancha.
Estando dentro de la cueva, Elián se quedó aturdido, mirando las paredes porosas de las cuales colgaban bloques de piedras. En el fondo del pequeñísimo hueco, en medio de la cueva, en el agua cristalina brillaban las monedas de diferentes países. Elián se sentó por un momento en la única piedra plana pulida por el agua, cubierta por algas y musgo. Quedó muy pensativo.
¿Qué hay que pedirle al Santo Cristóbal? ¿Por qué estableció tales reglas severas, permitiendo pedir un solo deseo, el más íntimo que haya? Eliancito reflexionaba calladamente hasta que no hubo sentido que de la humedad de la cueva empezó a acalorarse. Entonces, el chiquillo se levantó decididamente de la piedra plana, se arrimó a la pared y tapando la boca con la mano, susurró:
– Santo Cristóbal hasta el momento no puedo elegir de todos mis deseos lo más importante, y por eso quiero pedirte que hagas lo siguiente… Hazlo de tal manera, que yo vuelva aquí obligatoriamente. Para ese momento lo habré examinado minuciosa y debidamente lo que yo quiero más de todo en el mundo. Cuando vuelva a estar aquí, te pediré un solo deseo…
El niño salió de la cueva empapado de lágrimas.
– ¿Qué ha ocurrido? – sin entender algo, preguntó el padre. Dejé escapar mi deseo – sollozaba amargamente Elián – le pedí al Santo Cristóbal solamente poder volver aquí.
– ¿Volver? – Repitió tras el hijo el padre – un deseo excelente – poder volver. ¿Y qué te ha apesadumbrado así?
– ¿Cómo es que no lo entiendes? Resulta que no recibiré nada. Volveré simplemente y todo. No tendré ni la bici, ni a Mickey Mouse, ni el machete con una funda de cuero… Chorreaban las lágrimas de los ojos.
El padre estaba desconcertado. No sabía qué hacer para calmar al hijito.
– Espérate, espérate – intervino en la conversación el ingenioso tío Pedro – ¿Qué tienes en la mano?
Eliancito abrió el puño. Brilló una moneda de veinte y cinco centavos, que se la había dado su padre antes de visitar el refugio secreto de los corsarios.
– Conforme a las reglas, la petición entra en vigor solamente después de que se haya pagado el impuesto al Santo Cristóbal. Si el dinero no ha llegado al destino, quiere decir que tú no has pedido el deseo – el amigo del padre pronunciaba be por be, acariciando el bigote – Lo que tú has pedido acerca de volver aquí, el Santo Cristóbal lo considera obligatorio para cada uno que viene a visitarle.
– ¿Cómo es eso? – sin creer aún en su dicha, pero ya sin llorar graznó Elián.
– De este modo – continuaba don Pedro, encontrando nuevos argumentos – Pero si tú no volvieras para agradecerle por haber cumplido tu deseo – eso, sí, sería malo. Si la persona está muy agradecida, pues, esta puede volver hasta cien veces aquí. Y aún más, si no se ha definido qué es lo más importante para ella.
– ¡Hurra! – Gritó Elián, alegrando de tal forma a Juan Miguel – ¡Pues, volver – esto no es un deseo!
– Es tu derecho legal – afirmó Pedro.
…Antes de que pusiera rumbo al oeste, don Pedro echó el ancla cerca de un faro. El sol iba poniéndose, había una plena bonanza, y los amigos decidieron refrescarse. El tío Pedro tomó un salvavidas de la caseta de timón y lo tiró bastante lejos al agua. – Yo también quiero nadar – balbuceó lastimosamente Eliancito.
Ya había caído la noche.
– A los niños les está prohibido bañarse en alta mar – se lo prohibió el padre, y saltó al agua. El siguiente en lanzarse de a bordo fue el tío Pedro.
Este largo rato estuvo sumergido en el mar, solamente al cabo de unos minutos se vio aparecer su cabeza calva sobre la superficie del agua. Juan Miguel cubrió unas cincuenta yardas a estilo libre, y luego venía nadando atrás, valiéndose del estilo braza. Apoyó las manos en la lancha y quiso empujarse de ella para ver cómo sería su estilo mariposa, pero unos brotecitos de alarma surgieron en su subconsciencia. A bordo reinaba un silencio sospechoso. Eliancito no emitía ni un sonido. Es que no pudo ofenderse hasta tal grado…
– ¡Elián! – llamó el padre.
Silencio en respuesta.
– ¡Eliancito! – Gritó en voz alta Juan Miguel – ¡No bromees así!
Nada se oyó. Ni una palabra.
– ¡Juan Miguel! ¡Está a veinte yardas tras la popa! ¡Rápido! – las palabras provenían de atrás. Lo decía a grito pelado Pedro, el cual advirtió al niño en el agua y este se agitaba desesperadamente. El salvavidas ya iba volando en esa dirección y cayó unas diez yardas más lejos del chiquitín. Eliancito lo vio caer, pero ya no estaba en condiciones de seguir a nado hasta ese lugar. Se ahogaba y, además, no pronunciaba ni un sonido.
El padre se precipitó en ayuda del hijo. Entre él y el peque había unas treinta yardas y… el salvavidas. La distancia iba disminuyendo. Pero las fuerzas de Elián se agotaron completamente… El corazoncito traqueteaba como una ametralladora que ronca. La pierna derecha estaba acalambrada. Y papá no estaba a su lado…
En ese momento, de repente, no se sabe de dónde, emergió el salvavidas. Él llegó solo hasta allí. Quedaba solamente agarrarse a él. Así lo hizo Elián. Todo… Está fuera de peligro. Fue su padre el cual, con todas las fuerzas disponibles, hizo impulsar hacia el niño el salvavidas y este en unos instantes estaba al lado del niño. Luego se aproximó nadando Juan Miguel y lo llevó tirando con el salvavidas hacia la lancha. Estando ya a bordo, el padre lo abrazaba, lo besaba, lo secaba con una toalla, repitiendo:
– Querido mío, hijito mío…
El tío Pedro con gran aplicación se puso a arrancar el motor, gimiendo y blasfemando.
– Perdóname, por favor, tiíto – resoplaba por la nariz el chicuelo ya recobrado del choque.
Pero el padre, parece, no le guardaba rencor. A cambio, le acariciaba la cabeza y se reprochaba de lo ocurrido:
– ¿Por qué pasó eso? – No me lo habría perdonado… Si…
“Es extraño – pensó en ese momento el golfillo – Papá, posiblemente, me castigará después por la desobediencia.”
– ¡Travieso! – refunfuñó por entre los bigotes el tío Pedro, poniendo el rumbo al oeste. Elián ya echaba de menos a su mamá, a las abuelas Raquel y Mariel, a Cárdenas con sus casas de varios colores y las calles asfaltadas, llenas de carruajes con tracción equina, los ciclistas que giran las miradas despreocupadamente y la chiquillada intranquila. Hacia la noche las olas crecieron mucho y, mirando la nube que se avecinaba, papá tomó la decisión de pernoctar en la casa de Pedro:
– No se puede bromear con el océano, especialmente, cuando te advierte la posibilidad de haber mal tiempo y la aproximación de una posible tormenta. Llegaremos a Cárdenas mañana.
“Qué día magnífico ha sido. Espero que papá no se haya ofendido y obligatoriamente volveremos juntos…”
…Habiendo salido al patio de su modesta vivienda, Juan Miguel aspiró a pleno pecho el aire fresco y, echando una mirada al embate de colores celestes, quedó entusiasmado de lo visto. Hoy es un día hermoso. Justamente como para volver a visitar inesperadamente al buceador Pedro.
Al otro lado de la calle él advirtió la figura corpulenta de doña Marta. Juan Miguel le gritó: “Buenos días”. La mujer casi no reaccionó al saludo del vecino, haciendo una leve inclinación de cabeza, pasó rápidamente a la puerta de su casucha. La señora ya antes no expresaba el deseo de conversar, por eso a Juan Miguel no le sorprendió nada esa rareza en su conducta. Él también volvió a casa para llevarle a la cama el café con bocadillos a Elizabeth. Se le olvidó que estaban oficialmente divorciados. Es que él tiene a Nersy, y Eliz también, seguramente, tiene a alguien. Que sea feliz con el otro, ya que entre ellos no hubo nada…
Ambos dormían – dos personas queridas por él. ¿Podrá haber algo más valioso en todo el mundo? Aquí está el hijo, su vida y felicidad para el padre. Y allí Eliz, la mejor mujer de Cárdenas. Mejor dicho, de todo el municipio de Varadero, y, quizás, de toda la provincia de Matanzas. Él la tiene a ella, una mujer con la cual está divorciado. Y nada podrás hacer. Nunca será como antes. En sus relaciones desapareció el sexo, pero quedó el amor. Eso ocurre entre las personas…
Él respeta sus opiniones. Cree en ella y por eso siempre fue fiel con Eliz. Cierta vez le confesó su adulterio. Probablemente, fue algo estúpido e injusto respecto a ella. Así se lo dijeron unánimemente los amigos… Se divorciaron, pero no se separaron. Puede ser que pronto y vivirán separadamente, pero, acaso, podrán estar largo tiempo sin verse el uno al otro. Sí, habrá que acostumbrarse a esta idea y aceptar lo inminente, no existe más una muy plena y completa familia. Hay solamente unos buenos recuerdos y un vacío. Este que ha de ser llenado con la vida futura. Solamente este nicho no debería ser ocupado por la vanidad, la que siempre está tirando a expulsar lo más valioso que hay en la vida, el amor verdadero.
No quisiera uno pensar en lo amargo. No podía encontrar una solución, creyendo que el tiempo se lo diría, cómo debía actuar. Todo se arreglaría. No pudo hacerla feliz. Sigue queriéndola, aunque tiene relación con otra mujer. Aquí está su contradicción. Su cruz que la lleva a cuestas. Ama a una, pero quiere con ardor a la otra. La ama, porque son almas gemelas; compartían sus sueños en una cama. La quiere, por el hecho de que ella dio a luz a Elián…
¡Eh, levántate, dormilón! Tú mismo me pediste que te despertara más temprano. ¿O te has olvidado que deberíamos ir a Camagüey?
* * *
A principios de los noventa, después de desmoronarse el campo socialista, Fidel Castro ordenó que debiera sobrevivir.
La brusca reducción en el intercambio de mercancías con los ex aliados impactó en Cuba mucho más fuerte que el embargo de los yanquis. El país donde dominaba el monocultivo, donde no crece nada, salvo la caña de azúcar, el café y el tabaco, perdió los mercados de suministro.
Fidel, amigo de las paradojas, encontró varios métodos capitalistas de ayuda al socialismo, gracias a los cuales Cuba pudo resistir. Introdujo la libre circulación de divisas, permitió funcionar a las pequeñas empresas y empezó a atraer a inversionistas extranjeros en el área del turismo. Además, el estado mantenía en sus manos las carteras de control de todos los hoteles. Hasta permitió a sus irreconciliables enemigos ideológicos, a la diáspora de Miami, enviar dinero a sus familiares a Cuba.
Pronto Castro creó una alianza política con Hugo Chávez, líder venezolano, que escapó de la tutoría de los EE.UU., después de sentir las crecientes ambiciones imperiales de Rusia, copiadas del modelo de la política internacional de la Unión Soviética, él concibió que los buenos viejos tiempos están retornando. Predecir esto no era tan fácil, pero los experimentados ajedrecistas deben tener a su alcance numerosas jugadas adelantadas. Los yanquis se precipitaron a dar por perdido al “Barbudo”. Pero no fue así.
Primero, Fidel ayudó a su amigo Chávez a comprar a los rusos una partida de cien mil fusiles de asalto “Kalashnikov”. A ninguna persona en el mundo le surgió duda alguna contra quien estarían apuntados esos cañones, la mitad del territorio de Colombia se hallaba bajo el control de los guerrilleros. Muchos de los Comandantes de los rebeldes se cubrieron de barro por las relaciones con los capos de la droga de Cali y Medellín. El peso y la influencia de Castro en la región disminuyeron en el período del principio de los noventa. Hay que decir, se reanimaron y con cada año, iban creciendo enormemente.
Fidel en este sentido parecía ser el ave Fénix, el que siempre está en vela y despejado. Hasta cuando todos en torno suyo duermen y están algo loqueados, y, puede ser, especialmente en momentos como estos…
Naturalmente, los fanáticos de los coches en Cuba se movían en carcachas y las amas de casa miraban los antiquísimos televisores. Sea como sea, la mayoría de la gente estaba dispuesta a sufrir las incomodidades domésticas y la muy larga parada en los años cincuenta, ya que Fidel personificaba la mentalidad de los propios cubanos. Eran pobres, pero una nación orgullosa. El guía se fusionó con el pueblo y se armó de su principal dignidad, el amor a la libertad. ¿Son palabras altivas? Probablemente. En especial, si tomamos el hecho de que la dignidad de los ciudadanos del gran y potente país de los Sóviets, que dejaban caer la lágrima al oír el himno nacional y ver como izaban la bandera con la hoz y el martillo, no pudieron resistir a un par de tejanos “Rifle” y a un trago de “Coca-Cola” de una botellita de relieve de vidrio.
Puede ser que los cubanos estén hechos con otra pasta, amasados en condiciones de un verano eterno y la esclavitud todavía fresca no se ha borrado en la memoria. Aunque, lo más probable sería, que son ellos las más corrientes personas como todos los pueblos que habitan el planeta.
Simplemente respetaban a su Fidel, es que ante él se inclinaban todos los enemigos. No se retiraba de él solamente la vejez, precursora de la muerte.
Todo el mundo solamente hablaba de una posible revancha, cuyos planes fraguaban los yanquis, los antiguos dueños de Cuba. ¿Pero querían los cubanos el retorno de la dictadura de títeres, latifundistas, oligarcas, mafiosos e inmigrantes, que se han achanchado, cebados por los norteamericanos? Claro que no. Lo que se refiere al debilitamiento de la opresión, el levantamiento del bloqueo y las sanciones económicas, eso es aceptable. Pero no ha de haber ninguna restauración de los viejos órdenes.
La muerte de Fidel, indudablemente, podrá servir de impulso a variar la rígida política de Estados Unidos respecto a Cuba a favor de una menor opresión. Sin embargo, no hay que engañarse respecto a lo dicho y enterrarse en ilusiones acerca de que la mayoría de los cubanos desea la muerte de la persona, a la que respeta. Sinceramente, sería el punto supremo del cinismo.
Tales ilusiones podían haber nacido solamente en las costas de Florida, en el balneario de Miami… en expectativa del desenlace de un espectáculo muy alargado, cuyo fin inevitablemente tendrá lugar con la pérdida de Fidel, de su capacidad de obrar, o, lo que saboreaba la inmigración política de Miami, con el pronto fallecimiento del líder de los comunistas.
A contrapeso el médico personal de Castro expidió solemnemente un veredicto prestigioso relacionado con su paciente de alto rango. Quitando sudor de la frente, el maestro aseguró a todo el mundo con esta conclusión: “¡Fidel llegará a vivir hasta los ciento veinte años!” El esculapio, probablemente, quedó pasmado de una declaración tan audaz, pero se la hizo pasar a él y pidió cortésmente que la leyera el propio jefe del más influyente servicio de investigación de Cuba – DI8 – José Méndez Cominches.
En cuanto a la medicina, en Cuba confiaban. Y no solamente porque es gratis y accesible para todos. Simplemente, en realidad, es la mejor en toda América latina y puede competir con los fabulosamente caros tratamientos en Occidente.
Todo lo positivo de la sanidad pública de Cuba Juan Miguel y Elizabeth lo pudieron apreciar en plena medida, cuando después de unos intentos infructuosos de tener un niño, al fin y al cabo, lograron alcanzar lo deseado, y con ayuda de los médicos de La Habana apareció el fruto de su amor y heredero del linaje, el pequeño Elián.