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La Lista De Los Perfiles Psicológicos
La Lista De Los Perfiles Psicológicos
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La Lista De Los Perfiles Psicológicos

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–¿A qué todos se refiere? ―volví a preguntar sin saber bien a qué venía aquel revuelo.

–¡Pase!, ¡pase! ―dijo una señorita abriendo una puerta lateral que obstaculizaba el paso al lado de la ventanilla de acceso.

–Gracias, pero no entiendo a qué viene tanta atención ―dije entre sorprendido y abrumado.

–¡Sígame! ―dijo aquella mujer mientras nos adentrábamos por un estrecho pasillo que desembocó en una pequeña sala.

–Por favor, venga aquí ―dijo otra persona desde una butaca.

–¿Por dónde bajo? ―pregunté mirando que me encontraba en medio de un pequeño escenario, mientras aquella mujer se retiraba.

–A su derecha al final hay tres escalones, no son muy grandes ―repuso la persona que se levantaba de la butaca.

Una vez encontré el sitio le dije a aquel que me había recibido con la palma de la mano abierta,

–¿Cuál es mi sitio?

–¡Cualquiera! ―afirmó con una gran sonrisa.

–¿Cómo dice? ―pregunté sorprendido de aquello.

–Sí, el que más le plazca ahora debo retirarme ―dijo mientras subía al escenario por donde yo había bajado, y desaparecía por el mismo sitio que lo había hecho la mujer que me había conducido hasta allí.

–¡Señores y señoras!, buenas noches, antes de nada, agradecerles su presencia, espero que esta obra sea de su interés. Y sin más dilación empezamos ―dijo el taquillero que ahora llevaba una chaquetilla verde y unas mallas del mismo color.

Miré a todos lados para ver si había más espectadores en aquella sala, y no conseguí ver a nadie. Aquello me sorprendió pues no comprendía qué es lo que pasaba allí. Estaba seguro de haber llegado al lugar adecuado, la dirección e incluso el taquillero, todo estaba en orden, a excepción de lo que había pasado de puertas adentro.

En el escenario se simultaneaban y presentaban sucesivamente aquellas tres personas bailando, realizando cambios constantes de vestuario y de entonaciones.

Al principio me costó un poco saber de qué iba la función, pero rápidamente comprendí que estaba ante una de las obras más representadas de la historia. Una obra calificada como de las más dramáticas a la vez que complejas, llena de amor, odio, venganza y deseo. Pero que es rápidamente conocida por una célebre frase “¡Ser o no ser!, esa es la cuestión”.

Hamlet, una de las obras trágicas más conocidas de William Shakespeare, pero adaptado a un pequeño pueblo creado en el escenario, en vez de reflejar la nobleza de Dinamarca de sus personajes originales.

La trama no distaba mucho de los dramas actuales, aunque los bailarines querían mantener esa vestimenta medieval e incluso usaban ese lenguaje rebuscado y poco directo de la obra original.

Además, como eran pocos los actores-bailarines, ellos mismos representaban varios personajes, siendo el distintivo entre uno y otro la indumentaria que usaban. Así, para que fuese evidente el cambio, los personajes femeninos lo hacían los dos chicos, además de personajes masculinos.

En apenas media hora habían terminado, y yo me quedé perplejo por aquello. No es que recordase la obra entera, pero sabía que tenía tres o cuatro actos, cada uno bastante extenso en el tiempo, pero esto, fue como un “Hamlet exprés”.

Cuando quedaron los tres bailarines de pie en el escenario con los brazos arriba tras haber realizado una reverencia doblando el cuerpo, bajando la cabeza casi hasta las rodillas, y deteniéndose a mirarme, no pude por menos que aplaudir.

–¿Qué le ha parecido? ― dijo el actor-bailarín que había hecho de taquillero.

–Bien ―dije intentando reponerme de la impresión.

–¿De veras le ha gustado? ―preguntó la actriz nerviosa.

–Bueno, en esencia está bien, aunque me ha faltado lo más importante ―dije sin querer desanimarlos.

–¿Lo más importante? ―preguntó el tercero.

–Sí, toda la introspección de los personajes, en especial del príncipe Hamlet. Me ha faltado algo de más auto diálogo.

–¡Lo sabía! ―dijo el primer actor.

–¡Tranquilo! ―dijo el tercero.

–¿Cómo cree que lo podríamos mejorar? ―preguntó ella.

–No sé, yo no es que sea un entendido ni nada de eso.

–Eso es lo que queremos, de ahí la invitación ―indicó la mujer.

–¡No entiendo! ―repuse confuso por aquella afirmación.

–Dejamos una invitación en el parque, para que aquel que quisiera pudiese asistir de forma anónima a nuestra “premier”, para de esa manera conocer de primera mano la impresión que causa nuestra obra en el espectador ―aclaró el primer actor.

–Bueno, quizás no soy todo lo imparcial que buscabais, soy psiquiatra y tiendo a analizar desde mi profesión todo aquello que veo y oigo, ¡es deformación profesional! ―aclaré con cierto tono de resignación.

–¡Entonces!, ¿le ha gustado? ―insistió la mujer que iba vestida con una malla y un tutú ambos negros.

–Sí, creo que es interesante el enfoque que habéis dado, pero se me ha hecho muy corto, y echo en falta algunas escenas importantes de la obra.

–De eso se trata ―afirmó con tono desafiante el tercer actor―. Si quiere ver una obra clásica se ha equivocado de sala, nosotros somos arriesgados, innovadores, y no queremos repetir lo mismo que el resto.

–A pesar de ello creo que un poco más de introspección sería bueno para que el público reflexionase sobre la naturaleza humana, tal y como pretendía Shakespeare ―señalé de nuevo.

–¿Reflexión?, no buscamos eso, queremos emocionar, impresionar, dejar sin respiración…. que cuando salga recuerde lo vivido como una experiencia única. ¡nada de reflexiones! ―insistió el tercer actor con un tono molesto.

–Bueno, sólo digo lo que pienso, creo que es un clásico, y hay que respetar algo de la obra original.

–Le agradecemos su tiempo ―afirmó la mujer mientras bajaba los tres escalones del escenario.

–Por cierto, ¿esto es vuestro? ―dije entregando la caja que me había conducido hacia esta experiencia tan imprevista.

–Sí, así es ―afirmó la mujer―. Aunque esperábamos que viniese acompañado.

–¿Acompañado? ―pregunté sorprendido.

–Sí, pero supongo que no tendría con quien venir ―afirmó el tercer bailarín bajando del escenario con tono algo sarcástico.

–La verdad es que, si hubiese sabido a lo que venía, podría haber invitado a alguien más, pero como no decía nada.

–¿Cómo nada? ―preguntó el primer actor, quien había hecho de taquillero―. Está el lugar, la hora y hasta que era una representación de balé.

–Sí, es cierto, pero no me imaginé en un sitio como este, en el periódico había visto que anunciaban una compañía de balé que actuaba hoy, y pensé que erais vosotros.

–¡Ojalá! ―dijo la mujer―. Nosotros no somos ni siquiera una compañía, únicamente unos amigos que tratamos de ofrecer un poco de arte al pueblo, pero eso sí, nos gusta que sea de calidad, y que aporte emoción al espectador.

–¿Ha escuchado bien?, ¡emoción!, no diálogo ―afirmó el tercer bailarín, mientras se sentaba a mi lado.

–Bueno, pues felicidades, y seguir así ―dije intentando acabar con aquella situación tan extraña, pues era mi primera vez que visitaba una de esas representaciones alternativas o como quiera que se llame.

Apenas acudía a sitios artísticos, pero cuando lo hacía buscaba siempre que fuesen obras de compañías internacionales.

–¡Un momento! ―dijo la joven sujetándome del brazo de la chaqueta―. ¿Y esto que es?

–¿El qué? ―pregunté asombrado por aquello.

–¿Este anillo y esta nota?, ¿qué quiere decir con esto? ―dijo extrañada mientras lo sacaba de la caja.

–Ni idea, venía con la caja ―afirmé yo sin saber el motivo de su extrañeza.

–Nosotros dejamos la caja en el parque para que aquella persona que quisiera pudiese vernos y así conocer su opinión, pero no pusimos esto ―afirmó el primer actor.

–Pues les aseguro que cuando recibí la caja estaba dentro ―insistí.

–¡Tenga! ―dijo la chica entregándome ambos objetos.

–¿Y qué quiere que haga yo con esto? ―pregunté contrariado al ver que no era de ellos.

–No sé, pero no es de aquí, muchas gracias por su visita, y por su opinión sobre nuestra representación ―afirmó la mujer mientras me señalaba el escenario con la mano.

–Acompáñeme a la salida ―dijo el tercer bailarín, mientras andaba delante de mí.

Le acompañé hasta la salida atravesando el pequeño pasillo y tras cruzar el umbral me di la vuelta y lo único que recibí de aquel hombre fue:

–¿Más diálogo?, ¿qué sabrá usted de balé?

Dicho lo cual cerró la puerta y quedé por unos segundos contemplándola antes de darme la vuelta y mirar a mí alrededor.

Casi toda la calle permanecía a oscuras, a excepción de algunos establecimientos de bebidas o de juego, esos que no cierran ni de día ni de noche.

Miré para ambos lados y no vi ni un coche. Consulté el reloj y vi con asombro que había transcurrido más de una hora desde que salí de mi despacho.

“¿Y a estas horas donde encuentro un taxi?”, me dije mientras comencé a andar calle arriba, a la espera de que pasase uno.

Como empezaba a refrescar me subí el cuello de mi chaqueta y metí las manos en los bolsillos cuando me di cuenta de que tenía aquel anillo. Lo saqué y vi con dificultad que tenía un grabado, algo de lo que no me había percatado antes, pero que con aquella escasa luz no conseguía ver con claridad.

Lo guardé de nuevo en el bolsillo y con la mano toqué la nota, y me di cuenta de que tenía un relieve en una de sus caras. Lo saqué, lo miré, pero no veía nada.

“Puede que a tras luz se vea mejor”, me dije mientras lo levantaba en dirección a una lámpara que a varios metros de altura hacía lo que podía por mantener la calle iluminada.

–Nada, así no se puede ―afirmé después de intentar verlo desde distintos ángulos.

Estaba en esto cuando se empezó a iluminar la calle y vi que venía un coche, rápidamente guardé aquel trozo de papel y me dirigí a pararlo.

–¡Taxi!, ¡taxi!… ―grité mientras realizaba aspavientos con las manos para que me viese.

–¿Taxi señor? ―me dijo el conductor parándose a mi altura.

–Sí, gracias ―afirmé aliviado mientras me introducía en la parte de atrás del vehículo.

–¿A dónde le llevo?

–Al Hotel Plaza.

–¡Ha tenido suerte de que volviese por aquí!, no es una zona muy recomendable.

–Sí, me estoy empezando a dar cuenta ―dije mientras pasaba y veía que se trataba de un vecindario algo descuidado.

–¿Viene por visita? ―preguntó el taxista.

–¿El qué? ―repuse mientras miraba el barrio que atravesábamos.

–¿Es su primera vez en la ciudad? ―insistió.

–Yo vivo aquí.

–¿Dónde?, ¿en el hotel? ―preguntó el taxista con tono de burla.

–Sí, así es ―afirmé categóricamente.

–Perdone, pero no entiendo ―dijo el hombre sorprendido.

–Llevo años viviendo ahí, de esta forma puedo centrarme en mi trabajo sin necesidad de distracciones en cosas innecesarias como las labores del hogar.

–¿Qué trabajo puede ser tan absorbente? ―preguntó curioso el taxista.

–Soy psiquiatra ―afirmé mientras me bajaba el cuello de la chaqueta.

–¿Psi…?, ¿qué?, ¿el loquero? ―preguntó mientras soltaba una carcajada.

–El que cuida de la salud mental de los ciudadanos de esta ciudad ―puntualicé sin alterarme por aquel comentario jocoso, que no era de los más ofensivos que había tenido que soportar.

–Bueno lo que sea, ¿y le da a para vivir en un hotel?, ganará usted mucho ―dijo mientras hacía un gesto con los dedos índice y pulgar, indicando dinero.

–No tanto, pero como no tengo más gastos me lo puedo permitir.

–¡Ah!, sí, claro ―afirmó el taxista mientras mostraba una sonrisa burlona.

–Si usted echase cuenta de lo que gasta en alquiler o hipoteca, más los gastos de luz, agua, seguros, y comida, probablemente optaría por una solución como la mía ―afirmé tratando de que viese las ventajas de aquello.

–Si le digo a mi parienta que nos vamos a vivir a un hotel, lo primero que me preguntaría es que si me ha tocado la lotería ―contestó jocosamente el hombre.

–¿Y lo segundo? ―pregunté siguiendo su broma.

–¿Que qué haría con mi suegra? ―respondió a carcajadas.