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Antes de que pudiera responder, Brandon se acercó para reclamarlo. Trató de saltar a su espalda y al hacerlo, el Solzor se sacudió salvajemente y se lo quitó de encima. Voló a través de los establos e impactó en una de las paredes.
Braxton entonces se acercó como para reclamarlo también, y mientras lo hacía, este giró su cabeza y rasguñó uno de los brazos de Braxton con sus colmillos.
Sangrando, Braxton gimió y corrió fuera de los establos tomándose el brazo. Brandon se puso de pie y le siguió los pasos, con el Solzor apenas errando cuando trató de morderlo al pasar.
Kyra se quedó impactada pero de algún modo sin miedo. Sabía que con ella sería diferente. Sentía una conexión con esta bestia de la misma manera que la había sentido con Theos.
Kyra de repente se acercó con valentía y se puso delante de él, al alcance de sus letales colmillos. Quería mostrarle al Solzor que confiaba en él.
“¡Kyra!” gritó Anvin con preocupación en su voz. “¡Aléjate!”
Pero Kyra lo ignoró. Se quedó de pie mirando a la bestia a los ojos.
La bestia le regresó la mirada con un suave gruñido emanando de su garganta, como si debatiera qué hacer. Kyra tembló de terror pero no permitiría que los otros lo vieran.
Se obligó a ser valiente. Levantó una mano despacio, se acercó, y tocó su pelaje escarlata. Este gruñó con más fuerza mostrando sus colmillos, y ella podía sentir su furia y frustración.
“Quítenle las cadenas,” les ordenó a los otros.
“¿¡Qué!?” gritó uno de ellos.
“Eso no sería sabio,” dijo Baylor con temor en su voz.
“¡Hagan lo que digo!” insistió ella sintiendo una fuerza creciendo en su interior, como si la voluntad de la bestia fluyera en su interior.
Detrás de ella, los soldados se acercaron con las llaves y soltaron las cadenas. En todo este tiempo la bestia no dejó de mirarla, gruñendo, como si la evaluara, como si la retara.
Tan pronto como cayeron las cadenas, la bestia pisó con sus patas como anunciando un ataque.
Pero, extrañamente, no lo hizo. En vez de eso, fijó sus ojos en Kyra, lentamente cambiando su mirada de furia ahora por una de tolerancia. Quizá hasta de gratitud.
Aunque muy despacio, pareció inclinar su cabeza; fue un gesto sutil, casi imperceptible, pero uno que ella podía descifrar.
Kyra se acercó, tomó su melena y, en un solo movimiento, lo montó.
Un gemido llenó el lugar.
Al principio la bestia se estremeció y empezó a pelear. Pero Kyra sintió que sólo quería montar un espectáculo. En realidad no quería derribarla; tan sólo quería establecer un punto de desafío, de quién estaba en control, para mantenerla a raya. Quería hacerle saber que era una criatura salvaje, una que nadie podía domar.
Yo no deseo domarte, le dijo ella en su mente. Sólo quiero ser tu compañera de batalla.
El Solzor se calmó, aun relinchando pero no tan salvajemente, como si la escuchara. Pronto dejó de moverse y se quedó perfectamente quieto, gruñéndoles a los otros como si la protegiera.
Kyra, sentada encima del Solzor ahora en calma, miraba a los otros. Un mar de rostros impactados la miraban de vuelta con la boca abierta.
Kyra sonrió ampliamente con una gran sensación de triunfo.
“Esta,” dijo ella, “es mi elección. Y su nombre es Andor.”
*
Kyra cabalgó a Andor a hasta el centro del patio de Argos, y todos los hombres de su padre, hombres experimentados, la miraban con asombro. Estaba claro que nunca habían visto algo como esto.
Kyra acariciaba su melena gentilmente tratando de calmarlo mientras les gruñía a los hombres, observándolos como si deseara venganza por haber sido enjaulado. Kyra ajustó su equilibrio después de que Baylor pusiera una nueva montura de cuero en él y trató de acostumbrarse a la altura. Se sintió más poderosa sobre esta bestia de lo que nunca se había sentido.
A su lado, Dierdre cabalgaba un hermoso corcel que Baylor había elegido para ella, y ambas avanzaron por la nieve hasta que Kyra miró a su padre a lo lejos al lado de la puerta, esperándola. Estaba de pie junto a sus hombres quienes, de igual manera, la observaban con admiración y temor al verla cabalgar esta bestia. Ella vio la admiración en sus ojos y esto le dio valentía para el viaje que tenía enfrente. Si Theos no regresaba con ella, al menos tenía esta magnífica criatura a su lado.
Kyra desmontó al llegar con su padre, guiando a Andor por la melena y observando un reflejo de preocupación en los ojos de su padre. No supo si esto se debía a la bestia o al viaje que estaba a punto de hacer. Su mirada de preocupación le dio confianza, le hizo saber que no estaba sola al sentir temor por lo que vendría, y le confirmó su cariño por ella. Por el más mínimo momento él bajó la guardia y le dio una mirada que sólo ella podía reconocer: el amor de un padre. Se dio cuenta que era difícil para él enviarla en esta misión.
Se detuvo a unos pies de distancia frente a él y todos los hombres guardaron silencio esperando la despedida.
Ella le sonrió.
“No te preocupes, padre,” dijo. “Tú me enseñaste a ser fuerte.”
Él asintió con la cabeza pretendiendo estar confiado, aunque ella sabía que no era así. Después de todo, él principalmente era su padre.
Él volteó hacia arriba examinando el cielo.
“Si tan sólo tu dragón viniera por ti ahora,” dijo. “Podrías cruzar Escalon en tan sólo unos minutos. O mejor aún, podría unirse a tu misión e incinerar a cualquiera que se pusiera en tu camino.”
Kyra sonrió con tristeza.
“Theos se ha ido, padre.”
Él la miró y sus ojos se llenaron de curiosidad
“¿Para siempre?” le preguntó, con el sentimiento de un general que lleva a sus hombres a la batalla, necesitando saber pero con miedo a preguntar.
Kyra cerró los ojos y trató de obtener una respuesta. Esperaba que Theos le respondiera.
Pero sólo hubo un total silencio. Le hizo preguntarse si en algún momento realmente había tenido una conexión con Theos, o si sólo había sido su imaginación.
“No lo sé, padre,” respondió con honestidad.
El asintió con aceptación, con la mirada de un hombre que ha aceptado su situación y decidido a contar sólo con sí mismo.
“Recuerdas lo que – ” empezó su padre.
“¡KYRA!” se escuchó un grito cortando el aire.
Kyra volteó mientras los hombres abrían camino, y su corazón se elevó al ver a Aidan corriendo por las puertas de la ciudad, con Leo a su lado, bajando de un carro que guiaban los hombres de su padre. Él corrió hacia ella tropezando por la nieve con Leo corriendo más rápido y muy adelante de él, y apresurándose a saltar a los brazos de Kyra.
Kyra rio mientras Leo la derribaba y se paraba sobre su pecho con las cuatro patas lamiéndola una y otra vez. Detrás de ella, Andor gruñía de manera protectora y Leo se puso enfrente gruñendo también. Eran dos criaturas intrépidas e igual de protectoras y Kyra se sintió honrada.
Saltó y se puso en medio de los dos deteniendo a Leo.
“Está bien, Leo,” le dijo. “Andor es mi amigo. Y Andor,” dijo volteándose, “Leo es mi amigo también.”
Leo retrocedió a regañadientes, mientras que Andor continuó gruñendo aunque de forma más calmada.
“¡Kyra!”
Kyra volteó mientras Aidan corría hacia sus brazos. Ella lo tomó y lo abrazó fuertemente mientras él hacía lo mismo. Se sintió muy bien al abrazar a su hermano pequeño después de haber pensado que nunca lo volvería a ver. Era lo único que le quedaba de su vida normal después del remolino en que se había convertido su vida, lo único que no había cambiado.
“Escuché que estabas aquí,” dejo apresurado, “y pude hacer que me trajeran. Estoy muy feliz de que estés de vuelta.”
Ella sonrió con tristeza.
“Me temo que no por mucho, mi hermano,” dijo.
Una mirada de preocupación cruzó por su rostro.
“¿Te vas?” le preguntó cabizbajo.
Su padre intercedió.
“Se va a ver a su tío,” explicó. “Tienes que dejarla ir.”
Kyra notó que su padre dijo a su tío y no a tú tío, y se preguntó por qué.
“¡Entonces yo iré con ella!” Aidan insistió orgulloso.
Su padre negó con la cabeza.
“No lo harás,” respondió.
Kyra le sonrió a su hermano pequeño, tan valiente como siempre.
“Nuestro padre te necesita en otra parte,” le dijo.
“¿En el frente?” preguntó Aidan volteando hacia su padre con esperanza. “Tú te irás a Esephus,” añadió de prisa. “¡Lo he escuchado! ¡También quiero unirme!”
Pero él negó con su cabeza.
“Tú te quedarás en Volis,” respondió su padre. “Te quedarás ahí protegido por los hombres que deje atrás. El frente no es un lugar para ti ahora. Ya llegará el día.”
Aidan se enrojeció decepcionado.
“¡Pero padre, yo quiero pelear!” protestó. “¡No necesito quedarme escondido en una fortaleza vacía con mujeres y niños!”
Los hombres se rieron pero su padre se miraba serio.
“Mi decisión está hecha,” respondió cortante.
Aidan frunció el ceño.
“Si no puedo ir con Kyra y no puedo ir contigo,” dijo sin querer rendirse, “¿entonces para qué he aprendido sobre las batallas y sobre cómo usar armas? ¿Para qué ha sido todo mi entrenamiento?”
“Que te crezca vello en el pecho primero, hermanito,” Braxton rio acercándose con Brandon a su lado.
Se escuchó risa entre los hombres y Aidan enrojeció, claramente avergonzado frente a los otros.
Kyra, sintiéndose mal, se arrodilló y lo miró poniéndole una mano en la mejilla.
“Tú serás un mejor guerrero que todos ellos,” le aseguró suavemente para que sólo él pudiera escuchar. “Be paciente. Por lo pronto, cuida a Volis. También te necesita. Hazme orgullosa. Prometo que regresaré y un día pelearemos grandes batallas juntos.”
Aidan pareció consolarse un poco y se acercó y la abrazó de nuevo.
“No quiero que te vayas,” dijo en voz baja. “Tuve un sueño sobre ti. Soñé…” La miró pensativo y con ojos llenos de mied. “…que tu ibas a morir ahí afuera.”
Kyra sintió un impacto por sus palabras, especialmente al ver la mirada en sus ojos. La mortificó. No supo qué decir.
Anvin se acercó y le puso sobre los hombros unas pieles pesadas y gruesas que la calentaron; se levantó y se sintió 10 libras más pesada, pero esto eliminó el golpe del viento y los escalofríos en su espalda. Él le dio una sonrisa.
“Tus noches serán largas y las fogatas estarán lejos,” le dijo dándole un breve abrazo.
Su padre se acercó también y la abrazó, con el fuerte abrazo de un comandante. Ella también lo abrazó perdiéndose en sus músculos, sintiéndose segura.
“Tú eres mi hija,” dijo firmemente, “no lo olvides.” Entonces bajó la voz para que los otros no pudieran oír y dijo: “Te amo.”
Ella estaba abrumada con las emociones; pero antes de que pudiera responder, él se volteó y se apresuró a irse, y en el mismo momento Leo gimió y saltó hacia ella hundiéndole la nariz en el pecho.
“Él quiere ir contigo,” dijo Aidan. “Tómalo; lo necesitarás más que yo simplemente escondido en Volis. Él es tuyo de todos modos.”
Kyra abrazó a Leo sin poder rehusarse ya que no quería irse de su lado. Se sintió consolada con la idea de que se les uniera después de extrañarlo mucho. También podría utilizar otro par de ojos y oídos, y no había nadie más leal que Leo.
Lista, Kyra montó a Andor mientras los hombres de su padre habrían camino. Sostenía antorchas en señal de respeto para ella por todo el puente, alejando la noche y mostrándole el camino. Ella miró hacia el horizonte y vio un cielo que se oscurecía con el campo abierto frente a ella. Sintió excitación, miedo y, sobre todo, un sentido del deber, de propósito. Delante de ella estaba la misión más importante de su vida, una en la que estaba en juego no sólo su identidad, sino también el destino de Escalon. Los riesgos no podrían ser mayores.
Acomodó su bastón en uno de sus hombros y su arco en el otro, y con Leo y Dierdre a su lado, Andor debajo de ella, y los hombres de su padre observando, Kyra empezó a salir por las puertas de la ciudad. Primero fue despacio pasando las antorchas y los hombres, sintiendo como si caminara en un sueño, como si caminara hacia su destino. No volteó hacia atrás para no perder determinación. Uno de los hombres de su padre hizo sonar un cuerno, un cuerno de despedida, un sonido de respeto.
Se preparó para darle a Andor un pequeño golpe pero este se anticipó. Empezó a correr, primero trotando y después galopando.
En tan sólo unos momentos, Kyra ya estaba corriendo en la nieve pasando las puertas de Argos, por encima del puente y en campo abierto, con el viento frío en su cabello y nada delante de ella más que un largo camino, criaturas salvajes y la creciente oscuridad de la noche.
CAPÍTULO CUATRO
Merk corrió por el bosque tropezando en la pendiente de tierra, pasando por entre los árboles y con las hojas del Bosque Blanco crujiendo bajo sus pies mientras corría con todas su fuerzas. Miraba hacia adelante sin perder de vista las humaredas que se elevaban a la distancia llenando el horizonte bloqueando el rojo de la puesta de sol y con un gran sentido de urgencia. Sabía que la muchacha estaba ahí en alguna parte, quizá siendo asesinada en este momento, y no pudo hacer que sus piernas corrieran más rápido.
Los asesinatos parecían encontrarlo; lo encontraban en cada esquina, casi cada día, de la misma manera en que los hombres son llamados a cenar. Él tenía una cita con la muerte, solía decir su madre. Estas palabras hacían eco en su cabeza y lo habían perseguido toda su vida. ¿Es que se estaban cumpliendo sus palabras? ¿O es que había nacido con una estrella negra sobre su cabeza?
El matar era algo natural en la vida de Merk, tal como respirar o comer, sin importar para quién lo hacía o de qué manera. Mientras más lo pensaba, más crecía su sentido de disgusto, como si quisiera vomitar toda su vida. Pero mientras todo dentro de él le decía que se volteara y empezara una nueva vida, que continuara su peregrinaje hacia la Torre de Ur, simplemente no podía hacerlo. Una vez más, la violencia lo invocaba, y ahora no era el momento de ignorar su llamado.
Merk corrió acercándose hacia las ondulantes nubes de humo que le hacían difícil el respirar, con el olor del humo lastimando su nariz y un sentimiento familiar creciendo dentro de él. Después de tantos años, no era un sentimiento de miedo ni de excitación. Era una sensación de familiaridad; de la máquina de matar en la que estaba por convertirse. Era lo que siempre pasaba cuando iba a la batalla; su propia batalla privada. En su versión de la batalla, él mataba a su oponente frente a frente; no tenía que esconderse detrás de un visor o armadura o los aplausos de la muchedumbre hacia un elegante caballero. En su opinión, la suya era la batalla más valiente de todas, reservada para guerreros de verdad como él.
Pero mientras corría, Merk sintió algo diferente. Por lo general, a Merk no le importaba quién vivía o moría; era su trabajo. Esto le permitía mantener la razón y alejarse del sentimentalismo. Pero esta vez era diferente. Por primera vez desde que podía recordar, nadie le estaba pagando por hacer esto. Ahora iba por voluntad propia, por ninguna otra razón más que su lástima por la muchacha y por querer arreglar un mal. Esto significaba una inversión, y esto le desagradó. Ahora se arrepentía de no haber actuado más pronto alejándose de ella.
Merk corría a un paso constante sin cargar ningún arma; y sin necesitarla. Tenía su daga en el cinturón y esto era suficiente. Tal vez ni siquiera la usaría. Prefería entrar a las batallas sin armas: esto desconcertaba al enemigo. Además, siempre podía tomar las armas de su enemigo y usarlas contra él. Esto significaba un arsenal instantáneo a donde sea que fuere.