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El Despertar Del Valiente
El Despertar Del Valiente
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El Despertar Del Valiente

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Entonces hubo un chillido y Kyra miró a Theos que volaba en círculos más bajo, con sus talones extendidos y extendiendo sus grandes alas dando una vuelta de victoria sobre la ciudad. Sus grandes ojos amarillos brillantes la miraron incluso a pesar de la gran distancia. Ella no podía mirar a ninguna otra parte.

Theos bajó y se posó afuera de las puertas de la ciudad. Se sentó orgulloso de frente a ella como si la llamara. Ella sintió su llamado.

Kyra sintió como su piel se tensaba mientras un calor surgía dentro de ella, como si tuviera una intensa conexión con esta criatura. No tuvo opción más que acercarse.

Mientras Kyra se volteaba y atravesaba el patio dirigiéndose hacia las puertas de la ciudad, pudo sentir todos los ojos de los hombres sobre ella mientras pasaban de mirar del dragón hacia ella y deteniéndose. Caminó sola hacia las puertas con las botas crujiendo sobre la nieve y su corazón latiendo más de prisa.

Mientras caminaba, Kyra sintió una gentil mano en su brazo que la detuvo. Se volteó y miró a su padre que la miraba con preocupación.

“Ten cuidado,” le advirtió.

Kyra continuó caminando sin sentir miedo a pesar de la fiera mirada en los ojos del dragón. Ella sólo sentía una intensa unión con él como si parte de ella hubiera reaparecido, una parte sin la que no podía vivir. Su mente se volcó con curiosidad. ¿De dónde había venido Theos? ¿Por qué había venido a Escalon? ¿Por qué no había vuelto antes?

Mientras Kyra pasaba por las puertas de Argos acercándose al dragón, sus ruidos se hicieron más fuertes, pasando de ronroneos a gruñidos mientras la esperaba batiendo sus grandes alas suavemente. Abrió su boca como si fuera a escupir fuego mostrando sus grandes dientes, cada uno tan grande como ella y afilados como una espada. Por un momento ella sintió miedo, con sus ojos posándose en ella con una intensidad que hacía difícil el pensar.

Kyra finalmente se detuvo a unos pies delante de él. Lo miró con admiración. Theos era magnífico. Se elevaba treinta pies de altura con escamas duras, gruesas y primordiales. El suelo temblaba con su respiración y ella se sintió completamente a su merced.

Se quedaron ahí en silencio mirándose y examinándose el uno al otro, y el corazón de Kyra la golpeaba en el pecho con una tensión en el aire tan pesada que apenas podía respirar.

Con su garganta seca, finalmente reunió suficiente valor para hablar.

“¿Quién eres?” le preguntó con su voz apenas superando un suspiro. “¿Por qué has venido conmigo? ¿Qué deseas de mí?”

Theos bajó su cabeza y se acercó, tan cerca que su enorme hocico casi tocaba su pecho. Sus enormes ojos amarillos brillantes parecían atravesarla. Ella los miró fijamente, cada uno tan grande como ella, y se sintió perdida en otro mundo, en otro tiempo.

Kyra esperó una respuesta. Esperaba que su mente se llenara con sus pensamientos como ya lo había hecho una vez.

Pero esperó y esperó, y se sorprendió al ver que su mente estaba en blanco. Nada venía hacia ella. ¿Es que Theos quería guardar silencio? ¿Había perdido ella su conexión con él?

Kyra lo miraba, preguntándose, con el dragón siendo un misterio más grande que antes. De repente este bajó su espalda como si la invitara a subir. Su corazón latió más de prisa mientras se imaginaba volando por los cielos en su espalda.

Kyra caminó lentamente hacia su lado y tomó sus escamas, duras y ásperas, preparándose para tomar su cuello y subir.

Pero tan pronto como lo había tocado este se sacudió y la hizo que perdiera su agarre. Ella tambaleó y él se elevó batiendo sus alas en un solo movimiento tan abrupto que sus manos se rasparon con la aspereza de sus escamas.

Kyra se quedó ahí inmóvil y confundida, pero más que nada con un corazón roto. Se quedó sin poder hacer nada al ver como la tremenda criatura se elevaba, chillando y volando más y más alto. Tan rápido como había llegado, Theos de repente desapareció entre las nubes dejando nada más que silencio.

Kyra se quedó ahí sintiéndose vacía y más sola que nunca. Y mientras el último de sus chillidos desaparecía ella sabía, simplemente lo sabía, que Theos se había marchado para siempre.

CAPÍTULO DOS

Alec corrió por el bosque en la oscuridad de la noche con Marco a su lado, tropezando con raíces que salían de la nieve y preguntándose si podría salir con vida. Su corazón lo golpeaba en el pecho mientras corría por su vida tratando de recuperar el aliento, queriendo detenerse pero necesitando seguir el paso de Marco. Volteó por sobre su espalda por la centésima vez y miró como el resplandor de Las Flamas se volvía más débil mientras avanzaban más en el bosque. Pasó algunos árboles gruesos y de repente el resplandor desapareció completamente, introduciéndose en una oscuridad casi completa.

Alec se volteó y retomó su camino pasando entre los árboles con los troncos golpeando sus hombros y las ramas aruñando sus brazos. Miró hacia la negrura enfrente de él que apenas permitía distinguir el sendero, tratando de no escuchar los sonidos exóticos a su alrededor. Ya le habían advertido debidamente sobre estos bosques en los que ningún fugitivo sobrevivía, y sintió un creciente vacío mientras avanzaban. Podía sentir el peligro con criaturas feroces en todos lados, con el bosque tan denso que era difícil navegar y volviéndose cada vez más complicado. Empezaba a preguntarse si hubiera sido mejor quedarse atrás en Las Flamas.

“¡Por aquí!” se escuchó una voz.

Marco lo tomó de los hombros y lo jaló mientras viraba a la derecha pasando entre dos grandes árboles, agachándose bajo sus torcidas ramas. Alec lo siguió resbalándose en la nieve, y de pronto se encontró en un claro en medio del denso bosque, con la luz de la luna brillando y mostrándoles el camino.

Ambos se detuvieron doblándose y poniendo sus manos en las rodillas tratando de recuperar el aliento. Intercambiaron miradas y Alec volteó hacia atrás hacia el bosque. Respiraba con dificultad con sus pulmones y costillas doliéndole por el frío, confundido.

“¿Por qué no nos están siguiendo?” preguntó Alec.

Marco se encogió de hombros.

“Tal vez saben que este bosque hará su trabajo por ellos.”

Alec buscó el sonido de soldados Pandesianos que los persiguieran; pero no hubo ninguno. Pero en vez de eso, Alec pareció escuchar un sonido diferente, como un gruñido bajo y furioso.

“¿Escuchas eso?” preguntó Alec con su vello levantándose detrás de su nuca.

Marco negó con la cabeza.

Alec se quedó ahí escuchando y preguntándose si su mente le jugaba trucos. Entonces, lentamente, empezó a escucharlo de nuevo. Fue un sonido distante, un gruñido apagado y amenazante, algo que Alec nunca había escuchado. Mientras escuchaba, este se volvió más fuerte como acercándose.

Marco ahora lo miraba con preocupación.

“Es por eso que no nos siguieron,” dijo Marco con su voz reconociéndolo.

Alec estaba confundido.

“¿A qué te refieres?” preguntó.

“Wilvox,” respondió con unos ojos llenos de terror. “Los han soltado para que nos persigan.”

La palabra Wilvox aterrorizó a Alec; había escuchado sobre ellos cuando era un niño y se rumoraba que habitaban el Bosque de las Espinas, pero él siempre pensó que sólo eran una leyenda. Se decía que eran las criaturas más letales de la noche; toda una pesadilla.

Los gruñidos se intensificaron como si fueran varios de ellos.

“¡CORRE!” imploró Marco.

Marco se volteó y Alec lo siguió mientras atravesaron el claro y se introdujeron en el bosque. Adrenalina bombeaba por las venas de Alec y podía escuchar su propio palpitar, enmudeciendo el sonido del hielo y nieve debajo de sus botas. Pero pronto pudo escuchar como las criaturas se acercaban detrás de ellos y se dio cuenta que no podrían ser más rápidos que estas bestias.

Alec tropezó con una raíz y chocó contra un árbol; gimió de dolor, lo empujó y siguió corriendo. Buscaba en el bosque algún lugar para escapar dándose cuenta que ya no había tiempo; pero no había ninguno.

Los gruñidos se volvieron más fuertes y, mientras seguía corriendo, Alec volteó hacia atrás deseando no haberlo hecho. Casi encima de ellos estaban cuatro de las criaturas más feroces que él había visto. Con apariencia de lobos, los Wilvox eran el doble del tamaño, con pequeños cuernos afilados que salían de detrás de sus cabezas y un solo y grande ojo rojo en medio de los cuernos. Sus patas eran como de osos con garras largas y puntiagudas, y sus pelajes eran gruesos y tan negros como la noche.

Al verlos tan cerca, Alec supo que era hombre muerto.

Alec se abalanzó con lo último que le quedaba de velocidad, con sus manos sudando incluso en el frio y su aliento congelándose en el aire frente a él. Los Wilvox estaban a sólo veinte pies de distancia y sabía por la desesperación en sus ojos, por la saliva que caía de sus bocas, que lo harían pedazos. No veía manera de escapar. Miró hacia Marco esperando que tuviera algún plan, pero Marco tenía la misma mirada de desesperanza. Claramente tampoco sabía qué hacer.

Alec cerró los ojos e hizo algo que nunca antes había hecho: oró. El ver su vida pasar por delante de sus ojos lo cambió de alguna manera, lo hizo darse cuenta de lo mucho que apreciaba la vida, y lo hizo sentir una desesperación que nunca antes había tenido.

Por favor Dios sálvame de esta. Después de lo que hice por mi hermano, no permitas que muera aquí. No en este lugar y no por estas criaturas. Haré lo que sea.

Alec abrió los ojos mirando hacia arriba y, al hacerlo, miró un árbol que era un poco diferente a los demás. Sus ramas estaban más retorcidas y cercanas al piso, lo suficiente para que pudiera tomar una con un salto corriendo. No tenía idea si los Wilvox podrían subir, pero no tenía opción.

“¡Esa rama!” le gritó Alec a Marco apuntando.

Corrieron juntos hacia el árbol y, con los Wilvox a sólo unos pies de distancia y sin detenerse, saltaron tomando la rama y subiendo.

La mano de Alec se resbaló con la nieve pero pudo sostenerse y logró elevarse hasta poder tomar la siguiente rama a varios pies del piso. Inmediatamente saltó a la siguiente rama a tres pies más alto con Marco a su lado. Nunca había escalado tan rápido en su vida.

Los Wilvox los alcanzaron gruñendo salvajemente, saltando y arañando a sus pies. Alec sintió su aliento caliente en el talón antes de que pudiera subirlo más, con los colmillos quedándose a sólo una pulgada. Los dos siguieron subiendo impulsados por la adrenalina hasta que estaban a quince pies del piso y más seguros de lo que necesitaban.

Alec finalmente se detuvo agarrándose a una rama con todas sus fuerzas, recuperando el aliento y con sudor cayéndole en los ojos. Miró hacia abajo orando por que los Wilvox no pudieran escalar también.

Para su inmenso alivio aún estaban en el suelo, saltando y rasguñando contra el árbol tratando de subir pero sin poder lograrlo. Atacaron el tronco con locura pero sin ningún resultado.

Se quedaron sentados en la rama y, al darse cuenta de que estaban a salvo, suspiraron con alivio. Para la sorpresa de Alec, Marco se echó a reír. Era una risa de loco, una risa de alivio, una risa de alguien que acababa de escapar de la muerte de la manera más inusual.

Alec, dándose cuenta de lo cerca que había estado, no pudo evitar reírse también. Sabía que aún no estaban seguros, que probablemente nunca podrían dejar este lugar y que seguramente morirían aquí. Pero al menos por ahora estaban seguros.

“Parece que te debo una,” dijo Marco.

Alec negó con la cabeza.

“No me agradezcas todavía,” dijo Alec.

Los Wilvox gruñían ferozmente y esto hacía que se estremecieran, con Alec mirando hacia arriba del árbol con manos temblorosas deseando alejarse aún más y preguntándose qué tan alto podrían subir, si sería posible escapar de aquí.

De repente, Alec se paralizó. Al mirar hacia arriba se estremeció, atacado por un terror como el que nunca había sentido. Ahí, en las ramas y mirando hacia abajo, estaba la criatura más horrible que jamás había visto. Ocho pies de largo, con el cuerpo de una serpiente pero con seis pares de patas todas con largas garras, cabeza de anguila, y con unos ojos rasgados y amarillos que se enfocaron en Alec. A sólo unos pies de distancia, dobló su espalda, siseo y abrió la boca. Alec, impactado, no podía creer cuánto podía abrirla, lo suficiente para tragárselo entero. Y sabía por la forma en que movía su cola que estaba a punto de atacar y matarlos a ambos.

Su boca se abalanzó apuntando hacia la garganta de Alec y él reaccionó involuntariamente. Gritó y saltó hacia atrás perdiendo su agarre, con Marco a su lado, pensando sólo en alejarse de esos letales colmillos y gran boca; una muerte segura.

Ni siquiera pensó en lo que estaba debajo. Mientras volaba hacia atrás en el aire, se dio cuenta, aunque demasiado tarde, de que estaba pasando de unos colmillos dirigiéndose a otros. Miró y observó a los Wilvox salivando, abriendo sus mandíbulas y sin nada que pudiera hacer salvo prepararse para el descenso.

Había cambiado una muerte por otra.

CAPÍTULO TRES

Kyra regresaba despacio pasando las puertas de Argos con los ojos de todos los hombres de su padre posándose sobre ella, y ella hervía con vergüenza. Había malentendido su relación con Theos. Había pensado de manera estúpida que podía controlarlo, y él en cambio se la sacudió enfrente de estos hombres. Era claro a los ojos de todos que ella no tenía ningún poder, ningún dominio sobre el dragón. Era simplemente un guerrero más; y ni siquiera un guerrero, sino sólo una chica adolescente que había llevado a su gente a una guerra que, ahora abandonados por el dragón, no podrían ganar.

Kyra caminó de vuelta en Argos con los ojos sobre ella en un silencio incómodo. ¿Qué pensaban de ella ahora? se preguntaba. Ni siquiera ella sabía qué pensar. ¿No había venido Theos por ella? ¿Había peleado esta pelea con sus propios objetivos? ¿Es que realmente tenía algún poder especial?

Kyra sintió alivio cuando los hombres dejaron de mirarla y volvieron al despojo, todos ocupados recogiendo armas y preparándose para la guerra. Se apuraban de un lado para otro recogiendo todo el botín que habían dejado los Hombres del Señor, llenando carros, guiando caballos y con el sonido del acero siempre presente mientras escudos y armas se amontonaban. Al caer más tiempo y con el cielo oscureciéndose, no tenían tiempo que perder.

“Kyra,” dijo una voz familiar.

Volteó y miró consolada el rostro sonriente de Anvin mientras se acercaba. Él la miraba con respeto, con la bondad y el calor tranquilizador de la figura paterna que siempre había sido. Le puso un brazo de manera afectiva sobre los hombros con una gran sonrisa sobre su barba y puso delante de ella una nueva y brillante espada, con su hoja grabada con símbolos Pandesianos.

“El acero más fino que he sostenido en años,” dijo con una amplia sonrisa. “Gracias a ti, aquí tenemos suficientes armas para iniciar una guerra. Nos has hecho mucho más formidables.”

Kyra halló consuelo en sus palabras como siempre lo hacía; pero aun así no podía dejar sus sentimientos de depresión, de confusión, del rechazo del dragón. Se encogió de hombros.

“Yo no hice todo esto,” respondió. “Theos lo hizo.”

“Pero Theos regresó por ti,” respondió él.

Kyra volteó hacia el cielo gris ahora vacía, y pensaba.

“No estoy tan segura.”

Ambos miraban al cielo en medio de un gran silencio que sólo se interrumpía por el silbido del viento.

“Tu padre te espera,” dijo Anvin finalmente con voz seria.

Kyra se unió a Anvin mientras caminaban con sus botas crujiendo sobre el hielo y nieve, pasando por el patio en medio de toda la actividad. Pasaron por docenas de los hombres de su padre que caminaban por el extenso fuerte de Argos, hombres en todas partes que finalmente se miraban relajados después de mucho tiempo. Los miró reír, beber, y bromear entre ellos mientras juntaban las armas y provisiones. Eran como niños en día festivo.

Docenas más de los hombres de su padre estaban en línea mientras pasaban sacos de grano Pandesiano, pasándolos entre ellos amontonándolos en los carros; a su lado pasó otro carro repleto con escudos que sonaban al chocar entre ellos. Estaba amontonado tan alto que algunos cayeron a los lados, y los soldados se apuraron a volverlos a acomodar. Todo a su alrededor había carros saliendo de la fortaleza, algunos ya de camino a Volis y otros separándose en direcciones diferentes que había designado su padre, todos llenos hasta el tope. Kyra sintió un poco de consuelo al ver esto, sintiéndose menos mal por la guerra que había instigado.

Doblaron una esquina y Kyra pudo ver a su padre rodeado por sus hombres, ocupado inspeccionando espadas y lanzas que ellos sostenían para su aprobación. Él la miró acercarse y les hizo una señal a sus hombres, que al momento se dispersaron y los dejaron solos.

Su padre se volteó y miró a Anvin, y Anvin se quedó parado un momento, inseguro de la mirada callada de su padre pidiéndole claramente que se fuera también. Finalmente Anvin se volteó y se unió a los otros, dejando a Kyra sola con él. Ella también se sorprendió; nunca antes le había pedido a Anvin que se fuera.

Kyra lo miró y él tenía una mirada inescrutable como siempre, portando el rostro público y distante de un líder entre los hombres, y no el rostro íntimo del padre que ella conocía y amaba. Él la miró y ella se puso nerviosa al pasarle muchos pensamientos por la cabeza: ¿Estaba orgulloso de ella? ¿Estaba molesto por haberlos llevado a esta guerra? ¿Estaba decepcionado de que Theos la hubiera rechazado y abandonado a su ejército?

Kyra esperó, acostumbrada a sus largos silencios antes de hablar pero que ahora la confundían; mucho había cambiado entre ellos y muy rápido. Sentía como si hubiera crecido en una sola noche, mientras que él había cambiado por los eventos recientes; era como si ya no supieran como relacionarse el uno con el otro. ¿Era él el padre que siempre había conocido y amado, que le leía historias hasta muy entrada la noche? ¿O era ahora su comandante?

Él se quedó ahí observado, y ella se dio cuenta de que él no sabía qué decir mientras el silencio se hacía pesado entre ellos, con el único sonido siendo el del viento que pasaba entre ellos y el de antorchas siendo encendidas por los hombres que se preparaban para la noche. Finalmente Kyra no pudo soportar más el silencio.

“¿Vas a llevar todo esto de vuelta a Volis?” le preguntó mientras pasaba un carro lleno de espadas.

Él examinó el carro y pareció al fin salir de su meditación. No le regresó la mirada a Kyra, sino en vez de eso negó con la cabeza mientras miraba el carro.

“Ya no queda nada en Volis para nosotros sino la muerte,” dijo con una voz profunda y definitiva. “Ahora iremos al sur.”

Kyra se sorprendió.

“¿Al sur?” preguntó.

Él asintió.

“Espehus,” dijo él.

El corazón de Kyra se llenó de excitación al imaginarse su viaje a Espehus, la antigua fortaleza que se alzaba sobre el mar, su vecino más grande hacia el sur. Su excitación creció aún más al darse cuenta de que el ir ahí podría significar sólo una cosa: se preparaba para la guerra.

Él asintió como leyendo su mente.

“Ahora no hay marcha atrás,” dijo.

Kyra miraba a su padre con una sensación de orgullo que no había sentido en años. Ya no era más el guerrero complaciente viviendo su vida en la seguridad de un pequeño fuerte, sino ahora el valiente comandante que había conocido dispuesto a arriesgarlo todo por la libertad.

“¿Cuándo nos vamos?” preguntó con el corazón latiéndole anticipando su primer batalla.

Se sorprendió al verlo negar con la cabeza.

“Nosotros no,” la corrigió. “Yo y mis hombre. Tú no.”