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Pickle Pie
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Pickle Pie

4

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Pickle Pie

Su primo sabía muy bien que algunos días eran muy difíciles.

“¡Vete al coño, despreciable gitano de mierda!” dijo Dios desde todas partes.

Timbo se asustó y corrió como un demonio.

Corrió contra el flujo de las escaleras mecánicas jadeando mientras lo empujaban de nuevo hacia abajo. En su apuro, se le olvidó que esta era la forma más difícil. Timbo sólo iba contra el flujo cuando estaba fastidiado y quería divertirse. En su desespero empujó a todos en cuatro patas para llegar más arriba.

Logró salir. Sus ojos se adaptaron rápidamente a la calle oscura. El metro estaba tan alumbrado y con el reflejo de la luz en el mármol, parecía de día allá abajo. Caminó por algunas cuadras, mirando hacia todos lados para ver si Dios todavía podía verlo.

Afortunadamente, no podía.

Timbo encorvó los dedos de los pies. El mármol era agradable y liso, pero la calle era diferente. Le habría gustado tener zapatos pero el phuro siempre decía que seguiría creciendo y no tenía sentido tener zapatos. Además, se veía más patético de esa forma y la gente le daba monedas.

Pero ahora estaba haciendo frío y Timbo caminaba solo. No estaba perdido, se sabía el camino de regreso a la esquina del phuro y aunque fuera más tarde, igual se sabía el camino de regreso. No estaba perdido, pero no se atrevía a regresar con solo esas monedas.

Tenía que encontrar algo para llevar a casa. Los extraños lo llamaban robar. Su familia no lo llamaba así pero los extraños se enfadaban mucho cuando te atrapaban haciéndolo. Si no te atrapaban, todo estaba bien.

Entonces, necesitaba encontrar algo para llevar a casa. Algo… ¿Como un balón? No. Cómo… ¿una barra de chocolate? No, eso tampoco.

Algo… ¿Cómo la bolsa de ese hombre? La había dejado apoyada contra un poste de luz. Él estaba sentado en lo oscuro, esperando. Seguía rascándose el brazo y no podía estar quieto. Timbo estaba asustado, pero ¿tenía otra opción?

Además, el hombre no parecía estar pendiente. Se veía como los otros extraños cuando hablaban con alguien por teléfono, pero no tenía ningún teléfono. Timbo estaba seguro que estaba hablando consigo mismo, pero su mente estaba en otra parte, definitivamente.

Timbo era pequeño, le era fácil caminar silenciosamente, pegarse a la pared y permanecer en la sombra.

Extendió su pequeña mano hacia la bolsa.

El hombre giró hacia él y Timbo se escondió, seguro que lo había visto y le iba a dar una paliza y luego el phuro también le daría otra paliza por no llevar nada, pero el hombre se contrajo como antes y continuó murmurando.

Cuando miró hacia otro lado, Timbo decidió intentarlo. Se estiró y tomó la bolsa. Estaba llena de algo que Timbo no podía ver y era mucho más pesada que lo que había pensado. Gruñó y estuvo seguro que el hombre lo oiría, pero no lo hizo.

Timbo se llevó la bolsa, sintiendo el peso con una gran sonrisa.

Hoy llevaría algo a casa.

CAÍDA SEIS

Diego se rascó la costra de su brazo. Casi podía oír la voz de su mamá diciéndolo que parara, pero continuó hasta hacerlas sangrar.

No podía evitarlo después de haber comenzado a hacerlo.

Balanceándose sobre las puntas de sus pies, esperaba en el callejón. Estaba oscuro y no podía ver un carajo, registró sus bolsillos buscando su linterna. Le tomó bastante tiempo darse cuenta que la había vendido el día anterior. La había cambiado por una línea de coca que necesitaba.

Se rascó la costra por encima de la manga. ¿Dónde estaba el maldito ucraniano? El tipo era sospechoso como el carajo y no lo trataba bien, pero siempre era puntual. La puntualidad era una característica positiva rara de los buenos mafiosos. Si no llegabas a tiempo, la gente se ponía ansiosa y sacaba su pistola.

Los dedos nerviosos en el gatillo siempre mataban a alguien. Siempre.

Diego se lamió los labios mordiéndolos sobre las heridas secas. Miró a la calle oscura arriba y abajo. ¡Estaba malditamente oscura hombre! ¿Quién en su sano juicio sostendría un encuentro en este hueco de mierda? Atenas era un tazón de huecos de mierda, pero podías encontrar una parte iluminada para hacer negocios. ¡Hombre! Y algún sitio donde el viento no soplara y te congelara hasta los huesos.

Se apretó el abrigo, prácticamente no sirvió de nada. Maldita imitación turca. Se veía elegante y a Diego le gustaba sentirse elegante. Necesitaba publicar en los foros de internet su negocio. ¿De qué otra forma iba a poder lograr su propio equipo? Tenía a Patty Roo y eso era un buen comienzo. No estaba en mal estado y no era demasiado cara, una buena atleta promedio. Vaya, ¿Tuvo suerte o no en esa apuesta? El pendejo de Apostolis necesitaba dinero de inmediato y Diego estaba allí para apostar. Sortario, sortario, malditamente sortario. Apostolis, el imbécil ignorante perdió por supuesto y le entregó la clave de la mujer de Diego.

¡Por las tetas enormes de Deméter, qué bendición le había otorgado ese día!

Diego se rascó la roncha. Le dolía, pero se sentía bien tener algún tipo de sensación en esa noche helada. Si tan sólo tuviera su linterna, hombre.

Revisó la mercancía, eran cuatro chalecos HPP de alta tecnología. Maravillosos, simplemente maravillosos, como siempre. El maldito Héctor era un artista con esa mierda, hombre. Diego siempre se lo había dicho, estaba malditamente contento de ser su amigo, hombre. Orgulloso, tan malditamente orgulloso.

Diego se rascó el brazo de nuevo y miró a la bolsa. ¿Dónde estaba el pequeño ucraniano bastar-?

Finalmente.

Las luces de un carro aparecieron. Diego levantó su mano, no podía ver. Alguien, pequeño y fornido como el ucraniano, salió del carro. “Coño, finalmente hombre. Se me han estado congelando las bolas aquí afuera”.

El hombre se le acercó sin decir nada. Diego no podía verle la cara.

“Aquí tengo tu mierda. Es de primera calidad, lo mejor de la ciudad. No te va a decepcionar”. Se encogió de hombros. “Tuve que buscar bastante en el stock para hallarlos, no fue fácil, pero para ti y por el precio correcto…” dejó de hablar, su voz sonó orgullosa.

La cara del ucraniano era fea y llena de cicatrices como siempre. “Vamos Diego, enséñame lo que trajiste”.

“Seguro, déjame-” Diego se congeló y miró hacia donde había estado la bolsa hacía un minuto. “Hum…” Se rascó la cabeza arrastrando los pies en lo oscuro. ¿Quizás la había pateado sin darse cuenta? ¿Quizás la había dejado en otro poste?

“Déjate de tonterías. ¿La tienes o no la tienes? No me hagas perder el tiempo”

“Estaba justo aquí. ¡Lo juro! Hace sólo un minuto, justo antes de que llegaras-“

“Malaka prezoni”, el ucraniano soltó una blasfemia griega y sacó algo de su chaqueta.

Una linterna y por un momento Diego pudo ver todo. La calle sucia, las luces rotas, las persianas cerradas y el carro adelante.

Un pequeño ángel, corriendo con sus pequeños pies desnudos.

Se puso la mano en el estómago y la retiró llena de sangre.

Diego le gorgoteó una profanidad al ucraniano quien lo ignoró y simplemente lo dejó allí.

Ya no hacía tanto frío, incluso los temblores habían desaparecido.

Diego apenas tuvo tiempo para enviar un mensaje final.

CAÍDA SIETE

Diego le envió un texto raro. “Mira dentro de la alacena. Cuídala.

Héctor trató de llamarlo pero su teléfono no contestó. Estaba demasiado cansado y agitado para preocuparse por los pensamientos incoherentes de un drogadicto, así que lo ignoró y subió a tomar una siesta. Tan pronto como cayó en la cama sintió un sueño que lo arropó por completo como una sábana.

Algunas horas después se sintió mejor. No se sentía completamente fresco pero eso serviría por el momento. Apenas logró evitar pisar a Armadillo. La mascota lo miró enojado porque había olvidado alimentarlo. Estaba entrenado para que presionara el auto alimentador con comida seca por lo que nunca corría el peligro de morir de hambre por negligencia suya, pero el elegante bastardo prefería la comida enlatada.

Héctor revisó la alacena. “Sí, lo siento Armadillo”, dijo bostezando. “Resuélvete con la comida seca. No compré comida para mí tampoco. Estaba muy ocupado tratando que no nos asesinaran”.

El Armadillo se levantó y movió sus patas delanteras.

“Sé que sobrevivirías, pero ¿Qué tal éste viejo blando?” Héctor lo hizo a un lado. “Ah, voy a buscar víveres, la verdad es que no tenemos nada”.

El día estaba agradable. La ciudad seguía siendo una mierda, pero el haber logrado más tiempo de vida hacía que todo se viera sobredimensionado, los colores, los aromas, la vida alrededor de él. Normalmente usaría la camioneta, incluso para una distancia tan corta, pero hoy quería sentir el aire conocido, absorber el monóxido de carbono. Cruzó la avenida Syggrou, ignorando las prostitutas en sus esquinas. Se desvió dos calles de su ruta para ir al lugar usual de reuniones de Diego, detrás de un sitio de apuestas.

Héctor no estaba interesado en los deportes. Por primera vez en su vida se dio cuenta de los carteles y las estadísticas sobre el fútbol, básquetbol y Fórmula 1, clásica y eléctrica, pero sus ojo se fueron hacia el torneo de Ciberpink. Era difícil no notarlo, todo el espectáculo estaba diseñado para atraer la mirada masculina, al tiempo que te robaba tus ahorros.

Entró al sitio de apuestas. Pantallas sobre pantallas con estadísticas, repeticiones, partidos, todos con Realidad Aumentada (RA) controlada y con sonido holográfico direccional para que cada quien pudiera oír el partido que le interesara, lo que hacía que el lugar tuviera un raro efecto de eco, como si estuviera embrujado. Hombres y mujeres apostaban a los equipos, los resultados, los jugadores, el Jugador Más Valioso (JMV) y para sorpresa de Héctor, a las heridas de los jugadores.

Se dio cuenta que no sabía nada sobre Ciberpink. ¿Había algunas mujeres en los equipos? ¿Y algo sobre una calavera? ¿Una calavera de perro por alguna razón? ¿Y puntos?

Eso era todo lo que sabía. Su implante útilmente destacó el resultado de una búsqueda en su RA pero lo descartó. Se sentía muy cansado para aprender cosas nuevas en ese momento.

¿Dónde estaba Diego? Este era su sitio usual. Le preguntó al dependiente.

“Vaya hombre. ¿También te debía dinero?”

Héctor se dio cuenta del uso del verbo en pasado. “Sí, pero no es por eso que estoy preguntando. Conozco al bastardo desde hace años”.

“Oh, hombre, lo lamento entonces. Mis condolencias”.

Héctor retrocedió. “¿De qué puto estás hablando?”

“Lo mataron esta mañana, hombre, a dos cuadras de aquí. Estaba frágil por todas esas drogas y se desangró antes que alguien pudiera ayudarlo. Lo siento, en verdad lo siento y no vas a recuperar tu dinero. Diego no tenía cuenta bancaria ni nada. También me debía y tuve que hacer que un hacker revisara todo”.

Héctor forzó una sonrisa. “Una actitud muy comercial de tu parte”, dijo sin expresión.

El hombre se encogió de hombros. “Es lo que es, hombre. Si supieras cuan a menudo he tenido que hacer esto, no me juzgarías. En cualquier caso ¿te interesa colocar una apuesta? Las Beasties son fuertes candidatas para ganar la copa este año”. Levantó un ORA en la palma de su mano. Un Objeto de Realidad Aumentada que podía ser visto por cualquiera en su veil, es decir, casi todo el planeta. Era una mujer con armadura, endiabladamente sexy, con el culo levantado y labios seductores. “Esa es Sirena, mi favorita. Preciosa, ¿No? ¿Cuál te gusta?”

El hombre levantó la vista y en realidad parecía interesado en saber su respuesta.

“Uh, no estoy interesado en los deportes. ¿Dónde dices que mataron a Diego?”

El dependiente tocó el número de una calle y compartió el mapa con Héctor.

“Gracias”.

“De nada. Ven y apuéstale a Sirena ¿Sí? ¡Dinero garantizado!” Le gritó mientras se iba.

CAÍDA OCHO

Nadie se había preocupado por lavar la sangre.

Héctor se quedó allí con las manos en los bolsillos de su chaqueta. La sangre era roja en los bordes, seca, ahora se veía negruzca-marrón. No era rosada. Esto no era un partido deportivo. No era un espectáculo en el veil, o en la red o en Realidad Virtual.

Había conocido a Diego por más de 10 años y eso es bastante tiempo cuando sólo tienes 30. Prácticamente toda tu vida de adulto. En realidad no era un amigo, pero conocía al bastardo bastante bien.

Se habían emborrachado algunas veces juntos, compartido algunas risas. Menos cuando se volvió un adicto, desde ese momento todo se reducía a la siguiente apuesta de Diego. Nunca fue el mejor de los clientes, pero siempre pagaba sus deudas con datos que conseguía en la calle y otras oportunidades. La mayoría era pura mierda, pero algunos de sus datos en realidad habían dado resultados.

Y ahora todo lo que quedaba de él era una mancha al lado de la calle. Un envoltorio de comida botado se había pegado en la sangre seca.

Basura pegada a la basura.

Se pasó la media hora siguiente caminando arriba y abajo por el callejón tratando que alguien le atendiera el teléfono. El cuerpo de Diego había sido recogido e iba a ser dispuesto por la ciudad de Atenas. Él quería ser reciclado, que una planta naciera de él. Le informaron a Héctor que su amigo era un adorador de Deméter.

Héctor sonrió con sorpresa. No había conocido este lado de consciencia ambiental de Diego. La ciudad había declinado la solicitud del testamento por falta de fondos, naturalmente. Ni siquiera una iglesia corporativa daba donaciones a la gente, mucho menos a los muertos.

Héctor lo pensó durante un minuto.

“Pagaré por el funeral y por su deseo. Envíenme la cuenta”. 1.200 euros decía en el email.

Revisó su cuenta bancaria, tenía 1.700 euros. “Lo añadiré al resto de lo que me debes, bastardo estúpido”, le dijo a la mancha de sangre.

“¿Perdón, señor?”

“Nada, me encargaré de ello en este momento”.

Trancó el teléfono, pagó la cuenta electrónicamente y fue por los víveres, aunque ante el sólo pensamiento de la comida en ese momento lo hacía vomitar.

CAÍDA NUEVE

De regreso en su taller, algo molestaba a Héctor. Leyó el último texto que Diego le había enviado y se lo leyó en voz alta a Armadillo.

“¿Alguna idea? ¿No?”

Soltó las herramientas y se dirigió al frente. Se paró en el sitio en que había visto a Diego por última vez. Cuando le había dado la espalda. Miró alrededor.

La alacena de la derecha, cerca de la salida.

La abrió.

El pendrive estaba allí. Limpio. Precioso.

El astuto bastardo. Le había dado la espalda, ¿Qué, cinco segundos? ¿Diez, máximo?

Héctor lo asió con fuerza y se fue a ver a otro artesano que conocía.

CAÍDA DIEZ

“Hermosa pieza tienes allí”, dijo el hombre con sobrepeso mientras buscaba en su computadora. El cubil del hacker estaba lleno de computadoras desarmadas y refrescos.

“Tony, aun no entiendo esta cosa de ser propietario de una cadena de bloques.

“Violador, hombre. Ese es mi nombre”, se quejó el Hacker.

“Nunca te voy a llamar así. Ahora, deja de hacerme perder el tiempo y explícamelo”, dijo con cara de aburrimiento y haciéndole señas para que siguiera adelante.

El hacker Tony tomó un sorbo y lo pensó. “Mira, la cadena de bloques es pública e inmutable, Es un registro de quién envió qué”.

“Yo uso criptomonedas y más o menos lo entiendo. Ahora, ¿en qué me beneficia este pendrive?”

“Este pendrive contiene un contrato de manumisión, la propiedad de la clave segura asignada a una atleta. En este caso la de una Patty Roo”. Tony mostró la imagen de la atleta.

Nombre Patricia Georgious Alias Patty Roo Fortaleza 2 Velocidad 1 Estrategia 3 Sensualidad 1 Talla de Copa D Aumentación 21% Equipo Chicas de Posters (Reemplazo Temporal) Posición Ejecutora (Espada y Escudo) Victorias 4 Derrotas 67 Ingresos 4500 Patrocinios Ninguno

Héctor se inclinó hacia adelante, dejando de estar fastidiado repentinamente. “¿4500 de ingresos, cómo en euros mensuales?” Silbó. No era una fortuna pero necesitaba tres pedidos completos para llegar a ese nivel de ingresos en su taller y también tenía gastos y costos de materiales en los que pensar.

“Sí, déjame cargar la app de Dueños de Ciberpink en tu veil

Héctor le dio al botón de instalar tan pronto como apareció sin que sus ojos se apartaran de la página de estadísticas.

“Y ahora la clave segura del dueño…” Tony golpeó su tablero.

“Esperemos durante unos segundos. Tres confirmaciones, siete, listo.

Volteó su silla y le ofreció un brindis con un jugo de naranja lleno de azúcar. “Ahora eres el orgulloso propietario de una atleta Ciberpink. Su contrato de manumisión te pertenece”.

Héctor se sentó y respiró. “¿Y acabo de convertirme en el dueño de una esclava? ¿Así simplemente? ¿Cómo es posible que esto sea legal?”

“Una deuda”, dijo Tony pellizcando el aire frente a él como si la palabra colgara de sus dedos. “Una deuda masiva, estrujante. No es esclavitud, no técnicamente. Es servidumbre por deuda. Las chicas simplemente le pagan lo que deben a las corporaciones generando entradas. Por supuesto, las heridas y los costos de mantenimiento se acumulan junto con los intereses y los pagos atrasados. Todo es perfectamente legal de acuerdo con los contratos que hemos firmado y ellas simplemente pasan años en Ciberpink antes que siquiera se acerquen a pagar sus deudas”.

“Entonces, no poseo una esclava, sólo debo la deuda que ella tiene y hasta que no la pague por completo técnicamente es mía para hacer con ella lo que me plazca”.

Tony se lamió los labios de manera repugnante. “¿Tienes algunas ideas?”

“¡Sí!” soltó Héctor con los ojos muy abiertos. “La voy a poner a trabajar para que pague mis deudas”.

CAÍDA ONCE

Tomaron la camioneta de Héctor y se dirigieron hacia el estadio Ciberpink. Las calles estaban llenas de gente que entraba, los autobuses bajaban filas enteras de fanáticos y los carros estaban estacionados en todas partes.

Había ruido, música electrónica, puestos de perros calientes y de rosquillas, con gente emocionada gritando.

“Nunca entendí todo esto de ser un fanático de los deportes”, admitió Héctor, saludando a la gente alrededor.

Tony compró varios refrescos. “Oh, te lo has perdido todo. “¿Tu padre nunca te trajo a ningún juego?”

“Mi padre me enseñó a hacer armaduras”.

“Eso suena emocionante, pero eso es para ganarse la vida, ¿Correcto? Vamos para allá, puerta C, esos son nuestros asientos”.

Héctor siguió protegido por el gordo voluminoso que empujaba a la gente a través de la multitud. Nunca le gustaron las multitudes porque lo hacían sentir incómodo e inseguro. Podría resolverse con al menos dos de sus armaduras en exhibición, incluso las más livianas. Sentía que el chaleco que estaba usando apenas le brindaba protección. La gente le cayó encima, alguien le había arrojado parte del kétchup de su perro caliente y ni siquiera se había disculpado. Mientras eran llevados por sus padres, los niños hacían destrozos pateando a los demás alrededor con impunidad.

Una locura.

Las chicas Ciberpink estaban en todas partes alrededor de ellos. En posters gigantes, en proyecciones holográficas tamaño real, en ORAs que incluían un botón muy práctico que decía ‘Compra Ahora’ y que daban una versión animada en alta resolución para masturbarse. De todo.

Colores, carnes, pechos, comida chatarra, bebidas alcohólicas, aunque de alguna forma todo era de uso amigable para los muchachos, apropiado para toda la familia. Traiga su muchacho a un partido Ciberpink, así el maldito chico tendrá algo que recordar cuando sea un adolescente y ya no quiera andar con usted.

Excesos.

Pan y circo.

Héctor negó con la cabeza. ¿A quién estaba engañando? En cualquier caso ya era parte del sistema, el orgulloso dueño de una atleta. Apenas podía creerlo.

“¡Vamos!” Le gritó Tony mientras le hacía señas con la mano para que fuera a la gradería. El lugar estaba repleto, Héctor se sentó y tuvo que empujar a Tony con el codo porque ocupaba demasiado espacio. El estadio era mucho más pequeño que un campo de fútbol, estaba bajo un domo, pero con las mismas luces enceguecedoras brillando sobre la grama, el gigantesco tablero y los fotógrafos y grabadores de video flanqueando el campo.

Por supuesto que podías cargarlo todo en tu veil y mirarlo desde el ángulo que quisieras. Todo con una suscripción baja, muy baja de 14.99 euros. La propaganda sonaba frente a la cara de Héctor, completamente ilegal, en otras partes no se podía entrar en los veils de la gente sin su permiso, pero aquí habían aceptado los términos y condiciones de Dionisio Entertaintment al comprar la entrada.

Su casa, sus reglas.

Una atleta Ciberpink sacudió sus tetas grandes frente a su cara y él trató de ignorar el molesto ORA.

Tony le devolvió el codazo, sonriendo, “crees que esto es una loquera”.

“Pues bien, sí”.

“Pero también estás como sintiéndote energizado”. Le ofreció un refresco.

“Tengo que admitir que lo estoy. No, gracias, en verdad no quiero tener que usar el baño aquí. Así que explícame toda esta mierda. No tengo ni puta idea sobre esto”.

“¿Nada? Guao. Okey, veamos. El jugger es un deporte simple pero muy entretenido”.

“Es como el fútbol con armas medioevales, ¿correcto?”

“Más o menos. Dos equipos están a cada lado del campo, cinco atletas en cada uno. Una Qwik, una Cadena y tres Ejecutoras”.

“¿Eso es todo?”

“Es todo lo que se necesita pero se complica rápidamente, así que déjame explicarte”.

El juego estaba a punto de comenzar. Sonaron unas cornetas, la música estaba a todo volumen y los fanáticos se apuraron a sentarse.

“La única que puede llevar la calavera es la Quik, así que las otras tratan de protegerla mientras golpean al equipo contrario”.

El logo de Dionisio apareció en el medio del estadio. Los fanáticos rugieron.

Las chicas Posters corrieron en una formación suelta dentro del estadio. Los colores del equipo eran verde y blanco, posaron al unísono como posters de los viejos, levantando los traseros, inflando los pechos y apretando los labios.

Los fanáticos se volvieron locos, gritando salvajemente, dando declaraciones públicas de amor, disparando sus cámaras para poder tomar una pequeña parte de las hermosas mujeres.

Una de ellas no era tan alegre. Las demás la habían tapado expertamente tras ellas. “¿Es ella?”

“Sí. Esa es tu chica. Sin ánimo de ofender, pero en verdad se ve que no cuadra con las Posters”.

“No hay problema”, gruñó Héctor mientras continuaba viendo a su inversión. Sí, era completamente diferente. Cabello corto, aumentación excesiva en todo su cuerpo en contraste con las demás Posters que sólo tenían aumentación en los pechos, una armadura real que Héctor no podía ver claramente desde donde estaba pero que ya había aprobado. Se mantenía en una rara ‘pose sexy’ intentándolo mucho pero igualmente fallando mucho en ese intento.

Hubo una erupción en el estadio. Héctor pensó que se había vuelto sordo, apenas se podía oír al comentarista. El equipo contrario había entrado y la multitud rugió de pie, lanzando la comida al aire, sacudiendo las puertas de metal mientras que los guardias de seguridad los hacían caer usando sus tasers con impunidad.

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