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Pickle Pie
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Pickle Pie

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Trancó el teléfono, pagó la cuenta electrónicamente y fue por los víveres, aunque ante el sólo pensamiento de la comida en ese momento lo hacía vomitar.

CAÍDA NUEVE

De regreso en su taller, algo molestaba a Héctor. Leyó el último texto que Diego le había enviado y se lo leyó en voz alta a Armadillo.

“¿Alguna idea? ¿No?”

Soltó las herramientas y se dirigió al frente. Se paró en el sitio en que había visto a Diego por última vez. Cuando le había dado la espalda. Miró alrededor.

La alacena de la derecha, cerca de la salida.

La abrió.

El pendrive estaba allí. Limpio. Precioso.

El astuto bastardo. Le había dado la espalda, ¿Qué, cinco segundos? ¿Diez, máximo?

Héctor lo asió con fuerza y se fue a ver a otro artesano que conocía.

CAÍDA DIEZ

“Hermosa pieza tienes allí”, dijo el hombre con sobrepeso mientras buscaba en su computadora. El cubil del hacker estaba lleno de computadoras desarmadas y refrescos.

“Tony, aun no entiendo esta cosa de ser propietario de una cadena de bloques.

“Violador, hombre. Ese es mi nombre”, se quejó el Hacker.

“Nunca te voy a llamar así. Ahora, deja de hacerme perder el tiempo y explícamelo”, dijo con cara de aburrimiento y haciéndole señas para que siguiera adelante.

El hacker Tony tomó un sorbo y lo pensó. “Mira, la cadena de bloques es pública e inmutable, Es un registro de quién envió qué”.

“Yo uso criptomonedas y más o menos lo entiendo. Ahora, ¿en qué me beneficia este pendrive?”

“Este pendrive contiene un contrato de manumisión, la propiedad de la clave segura asignada a una atleta. En este caso la de una Patty Roo”. Tony mostró la imagen de la atleta.

Héctor se inclinó hacia adelante, dejando de estar fastidiado repentinamente. “¿4500 de ingresos, cómo en euros mensuales?” Silbó. No era una fortuna pero necesitaba tres pedidos completos para llegar a ese nivel de ingresos en su taller y también tenía gastos y costos de materiales en los que pensar.

“Sí, déjame cargar la app de Dueños de Ciberpink en tu veil

Héctor le dio al botón de instalar tan pronto como apareció sin que sus ojos se apartaran de la página de estadísticas.

“Y ahora la clave segura del dueño…” Tony golpeó su tablero.

“Esperemos durante unos segundos. Tres confirmaciones, siete, listo.

Volteó su silla y le ofreció un brindis con un jugo de naranja lleno de azúcar. “Ahora eres el orgulloso propietario de una atleta Ciberpink. Su contrato de manumisión te pertenece”.

Héctor se sentó y respiró. “¿Y acabo de convertirme en el dueño de una esclava? ¿Así simplemente? ¿Cómo es posible que esto sea legal?”

“Una deuda”, dijo Tony pellizcando el aire frente a él como si la palabra colgara de sus dedos. “Una deuda masiva, estrujante. No es esclavitud, no técnicamente. Es servidumbre por deuda. Las chicas simplemente le pagan lo que deben a las corporaciones generando entradas. Por supuesto, las heridas y los costos de mantenimiento se acumulan junto con los intereses y los pagos atrasados. Todo es perfectamente legal de acuerdo con los contratos que hemos firmado y ellas simplemente pasan años en Ciberpink antes que siquiera se acerquen a pagar sus deudas”.

“Entonces, no poseo una esclava, sólo debo la deuda que ella tiene y hasta que no la pague por completo técnicamente es mía para hacer con ella lo que me plazca”.

Tony se lamió los labios de manera repugnante. “¿Tienes algunas ideas?”

“¡Sí!” soltó Héctor con los ojos muy abiertos. “La voy a poner a trabajar para que pague mis deudas”.

CAÍDA ONCE

Tomaron la camioneta de Héctor y se dirigieron hacia el estadio Ciberpink. Las calles estaban llenas de gente que entraba, los autobuses bajaban filas enteras de fanáticos y los carros estaban estacionados en todas partes.

Había ruido, música electrónica, puestos de perros calientes y de rosquillas, con gente emocionada gritando.

“Nunca entendí todo esto de ser un fanático de los deportes”, admitió Héctor, saludando a la gente alrededor.

Tony compró varios refrescos. “Oh, te lo has perdido todo. “¿Tu padre nunca te trajo a ningún juego?”

“Mi padre me enseñó a hacer armaduras”.

“Eso suena emocionante, pero eso es para ganarse la vida, ¿Correcto? Vamos para allá, puerta C, esos son nuestros asientos”.

Héctor siguió protegido por el gordo voluminoso que empujaba a la gente a través de la multitud. Nunca le gustaron las multitudes porque lo hacían sentir incómodo e inseguro. Podría resolverse con al menos dos de sus armaduras en exhibición, incluso las más livianas. Sentía que el chaleco que estaba usando apenas le brindaba protección. La gente le cayó encima, alguien le había arrojado parte del kétchup de su perro caliente y ni siquiera se había disculpado. Mientras eran llevados por sus padres, los niños hacían destrozos pateando a los demás alrededor con impunidad.

Una locura.

Las chicas Ciberpink estaban en todas partes alrededor de ellos. En posters gigantes, en proyecciones holográficas tamaño real, en ORAs que incluían un botón muy práctico que decía ‘Compra Ahora’ y que daban una versión animada en alta resolución para masturbarse. De todo.

Colores, carnes, pechos, comida chatarra, bebidas alcohólicas, aunque de alguna forma todo era de uso amigable para los muchachos, apropiado para toda la familia. Traiga su muchacho a un partido Ciberpink, así el maldito chico tendrá algo que recordar cuando sea un adolescente y ya no quiera andar con usted.

Excesos.

Pan y circo.

Héctor negó con la cabeza. ¿A quién estaba engañando? En cualquier caso ya era parte del sistema, el orgulloso dueño de una atleta. Apenas podía creerlo.

“¡Vamos!” Le gritó Tony mientras le hacía señas con la mano para que fuera a la gradería. El lugar estaba repleto, Héctor se sentó y tuvo que empujar a Tony con el codo porque ocupaba demasiado espacio. El estadio era mucho más pequeño que un campo de fútbol, estaba bajo un domo, pero con las mismas luces enceguecedoras brillando sobre la grama, el gigantesco tablero y los fotógrafos y grabadores de video flanqueando el campo.

Por supuesto que podías cargarlo todo en tu veil y mirarlo desde el ángulo que quisieras. Todo con una suscripción baja, muy baja de 14.99 euros. La propaganda sonaba frente a la cara de Héctor, completamente ilegal, en otras partes no se podía entrar en los veils de la gente sin su permiso, pero aquí habían aceptado los términos y condiciones de Dionisio Entertaintment al comprar la entrada.

Su casa, sus reglas.

Una atleta Ciberpink sacudió sus tetas grandes frente a su cara y él trató de ignorar el molesto ORA.

Tony le devolvió el codazo, sonriendo, “crees que esto es una loquera”.

“Pues bien, sí”.

“Pero también estás como sintiéndote energizado”. Le ofreció un refresco.

“Tengo que admitir que lo estoy. No, gracias, en verdad no quiero tener que usar el baño aquí. Así que explícame toda esta mierda. No tengo ni puta idea sobre esto”.

“¿Nada? Guao. Okey, veamos. El jugger es un deporte simple pero muy entretenido”.

“Es como el fútbol con armas medioevales, ¿correcto?”

“Más o menos. Dos equipos están a cada lado del campo, cinco atletas en cada uno. Una Qwik, una Cadena y tres Ejecutoras”.

“¿Eso es todo?”

“Es todo lo que se necesita pero se complica rápidamente, así que déjame explicarte”.

El juego estaba a punto de comenzar. Sonaron unas cornetas, la música estaba a todo volumen y los fanáticos se apuraron a sentarse.

“La única que puede llevar la calavera es la Quik, así que las otras tratan de protegerla mientras golpean al equipo contrario”.

El logo de Dionisio apareció en el medio del estadio. Los fanáticos rugieron.

Las chicas Posters corrieron en una formación suelta dentro del estadio. Los colores del equipo eran verde y blanco, posaron al unísono como posters de los viejos, levantando los traseros, inflando los pechos y apretando los labios.

Los fanáticos se volvieron locos, gritando salvajemente, dando declaraciones públicas de amor, disparando sus cámaras para poder tomar una pequeña parte de las hermosas mujeres.

Una de ellas no era tan alegre. Las demás la habían tapado expertamente tras ellas. “¿Es ella?”

“Sí. Esa es tu chica. Sin ánimo de ofender, pero en verdad se ve que no cuadra con las Posters”.

“No hay problema”, gruñó Héctor mientras continuaba viendo a su inversión. Sí, era completamente diferente. Cabello corto, aumentación excesiva en todo su cuerpo en contraste con las demás Posters que sólo tenían aumentación en los pechos, una armadura real que Héctor no podía ver claramente desde donde estaba pero que ya había aprobado. Se mantenía en una rara ‘pose sexy’ intentándolo mucho pero igualmente fallando mucho en ese intento.

Hubo una erupción en el estadio. Héctor pensó que se había vuelto sordo, apenas se podía oír al comentarista. El equipo contrario había entrado y la multitud rugió de pie, lanzando la comida al aire, sacudiendo las puertas de metal mientras que los guardias de seguridad los hacían caer usando sus tasers con impunidad.

“Damas, caballeros y las otras variaciones, les presentamos a las ¡Daaarlings de la Deeestrucción! Dijo el comentarista con voz retumbante.

“¿Me imagino qué son las favoritas para ganar este partido?” Gritó Héctor para que pudiera ser oído.

“Seguro que sí, hombre. Me encantan las Posters cualquier día de la semana, pero las Darlings… Bien, ya verás”. Se besó las puntas de los dedos.

“Oh, guao, esa es una armadura excelente”, dijo Héctor evaluando el valor de cada artículo a medida que las Darlings pasaban y las veía en un close up de RA.

Tony se volvió hacia él. “¿Qué, no tienes polla?”

Héctor se ahogó. Asintió explicando, “No – Sí, están muy buenas, pero sus armaduras son verdaderamente hermosas, no estoy bromeando”.

Tony se rió. “Estás dañado mi amigo”

Los dos equipos tomaron sus lugares en el campo. Un referí colocó una calavera en el medio y esperaron formando una línea en extremos opuestos. Había un montículo hecho de algo color naranja y suave detrás de cada equipo. Tenían armas, espadas y una cadena con una bola, que parecían hechas de material para prácticas, con bordes suaves y extremos enormes.

Entonces un tambor comenzó un ruido sordo y profundo que reverberaba a través de la multitud que aclamaba.

Las atletas se lanzaron hacia adelante, cubriendo la distancia en un segundo. Héctor no podía seguir la acción. Alguien golpeó a alguien, cayo arrodillada, las de contextura más pequeña corrieron hacia la calavera, las golpearon pero una ¿esquivó el golpe con los brazos? “¿Por qué las otras no esquivan los golpes con los brazos también?”

“Sólo las Qwiks pueden hacerlo, ahora cállate”, dijo Tony fijándose en la acción y tomando un sorbo.

Algo pasó en el medio, golpeada con una espada, una mujer cayó sobre su espalda, la acción continuó. Una bola con una cadena hizo un amplio arco y golpeó a una chica Poster, su cabeza se movió hacia un lado y voló hacia atrás con tanta fuerza que cayó a cinco metros de distancia esparciendo sangre rosada en el aire. La multitud se volvió salvaje.

Entonces una Qwik bajó la calavera con fuerza.

Un referí pitó. Héctor estaba asombrado. “¿Qué diablos? ¿Once segundos y ya anotaron?”

Las repeticiones estaban en bucle, la pobre chica golpeada en la cara, su cabeza siendo empujada hacia atrás una y otra vez, con la sangre esparciéndose en el aire.

“Ciberpink, el deporte más rápido que hay. Te acostumbrarás a él. Toca el botón de repetición en tu veil. Cuando entiendas las reglas se te hará más fácil”.

“Ok. A riesgo de parecer estúpido, ¿Por qué la sangre es rosada?”

“Oh, en realidad eso es algo ingenioso. Debido a que las reglas de transmisión de los medios no permiten que muestren sangre en la pantalla, tienen una máquina de IA – Inteligencia Artificial – que cambia el color de la sangre en la transmisión en tiempo real”.

“Pero no estamos viendo una transmisión, estamos aquí en vivo”. Héctor abrió la palma de su mano débilmente hacia el partido.

Tony movió sus manos. “Es una luz con una amplitud de onda específica, más una RA algo opaca y se ve rosada incluso cuando estás aquí en el estadio.

“Guao. Eso es…”

“Brillante, ¿Correcto?”

“Enfermizo. Eso es… enfermizo”.

“¿En verdad? Quiero ver tu cara cuando cobres el cheque por el partido, dueño”. Dijo esa palabra como si le supiera amarga.

Héctor se calló. Seguro, era un hipócrita. ¿Pero qué podía hacer? Su negocio se estaba desmoronando. No era que él hubiese pedido poseer una atleta, simplemente le cayó de la nada, podía venderla tan pronto como fuese posible y tener una buena ganancia. A Tony le encantaría ponerlo en contacto con las personas conocidas del mercado y asegurarse que todo fluyera con facilidad si le tocaba una parte.

Se llevaron a la chica Poster en una camilla y un reemplazo la sustituyó. Era Patty Roo, llevaba una espada larga y se veía incomoda.

¿Y quién no lo estaría? Una chica del equipo caída y ya con un punto perdido. Este era un juego loco.

Los tambores comenzaron de nuevo y las atletas se lanzaron hacia adelante, una vez más una ráfaga de golpes, paradas repentinas y estocadas hacia adelante, gritos y…

La Qwik anotó.

“¡Coño!” Exclamó Héctor y se levantó con la gente alrededor de él gimiendo con él.

Tony sonrió y tomó un sorbo. “¿Ya estás enganchado?”

“Vamos, ¿apenas ha pasado un minuto y ya estamos perdiendo?”

“No te preocupes, a las atletas le pagan lo mismo, ganen o pierdan. Aunque las ganadoras obtienen los bonos, por supuesto”, musitó para sí mismo, asintiendo, “y los patrocinios, la comercialización, el sexo, y el…”

Héctor le hizo un gesto para callarlo. “Entiendo”. Se sentó hundiéndose en el asiento. “Tengo una perdedora”.

“Sí, hombre. Se te olvida quien fue el dueño anterior. Diego, hombre”.