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Más Despacio
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Más Despacio

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Más Despacio

―Creo que ya hay alguien arreglando su computadora.

―Espera, estoy confundida. ¿Estamos hablando del tal George o de Greg?

―Greg. Alguien está... ―Galene se detuvo. Escuchaba gemidos que venían de la otra habitación. Sonidos claramente de sexo. La chica estaba exagerando. Galene apuntó el teléfono hacia la habitación.

―Dios sí, oh, eres tan grande, diossídiossídiossídiossí. ¡Ah, ah, AH! ―gritó la chica deleitándose.

Galene no pudo evitar sonreír. Miró a la musa, que fingía no escuchar. Señorita, no es usted tan humana todavía.

―¿Os lo estáis haciendo ahora mismo? ―preguntó Nat incrédula.

―No, no seas tonta. Estoy trabajando ―susurró Gal.

―¡Ella también! ―Nat soltó una carcajada.

Gal sonrió y se mordió el labio.

―Bien, buena ―se inclinó hacia delante y dijo―: Oye, tengo que irme.

Continuó con la actualización que la musa le había pedido y arregló la computadora de Greg.

Una chica despeinada apareció y evitó despedirse al marcharse. Mel la acompañó hasta la puerta. Galene se quedó helada. Podría jurar que la puta era una réplica de su cuerpo. Más bien baja, morena, curvas normalitas; ropa corriente, nada demasiado revelador; cara bonita, pero no tanto como para que un fotógrafo desenfundase su cámara. Unos 200 «me gusta» más o menos en sus fotos, con escote. Nada más.

Gal se rascó la cara con la esquina de su portátil.

Greg apareció en la puerta, con ropa gris informal. Se dirigía desprevenido a su puesto de trabajo, así que se sorprendió cuando vio a Gal.

―¡Ah! Yo... no sabía que estabas aquí.

Mel interrumpió:

―Pensé que debíamos aprovechar el tiempo para actualizar el programa que da problemas, el de análisis de datos.

Greg se pasó la mano por el cuello.

―Sí. Buena idea. Correcto. ―No hizo contacto visual con Gal después de eso―. ¿Puedo ofrecerte algo? ¿Café? ¿Té? Cóctel? ―se rió―. No se lo diré a tu jefe si tú no se lo dices al mío.

Gal entrecerró los ojos.

―¿No son la misma persona?

―Sí ―admitió él, haciendo café en la cocina de al lado.

―¿Y no está el androide grabando todo lo que decimos y hacemos por aquí? ―añadió Gal.

―¿Quién, Mel? Nah. Las musas manejan información confidencial todo el tiempo, sus memorias están encriptadas por cuadruplicado y los humanos no se meten ahí. Pero supongo que tú sabes estas cosas mejor que yo ―dijo Greg desde la cocina.

―Todavía soy nueva ―explicó Gal.

Greg le ofreció una bandeja con humeante café griego, terrones de azúcar y leche. La colocó junto a ella en su mesa de trabajo.

―¿Cómo de nueva?

―Un año ―dijo Gal y se preparó su café―. Gracias ―añadió antes de dar un trago.

―Un año ―repitió Greg.

¿Estaba nervioso? ¿Avergonzado por lo que ella había podido oír? Galene no estaba segura, pero él ciertamente estaba vacilando, buscando tiempo para pensar.

―¿Ella no toma café? ―inquirió Galene, asintiendo a un lado.

―¿Quién? ¿Mel?

―No ―dijo Gal con paciencia―. La otra chica. La que se acaba de ir.

―Ah ―dijo Greg, mirando a su alrededor con nerviosismo―. Bueno, ella no quería nada ―se encogió de hombros.

―¿Le preguntaste? ―dijo Gal, sus labios temblando en un esfuerzo por no sonreír.

Chasqueó la lengua.

―Bueno... no, para ser honesto ―murmuró Greg. Miraba a todos lados menos a su cara.

―Tal vez si lo hubieras hecho, ella se hubiese unido. Después de todo, hace solo unos minutos te estaba adorando ―se burlaba Gal descaradamente.

Greg no podía estarse quieto. Empezó a balbucear, Gal estaba disfrutando.

―Vale, escucha ―soltó finalmente―, es eficiente. Llamo a una prostituta, ella viene, yo... alivio tensión y ella se va. Es una transacción limpia y honesta. Nada de coquetear, perder el tiempo, ni quedarme con las pelotas azules o frustrado.

Gal se mordió el labio. No estaba irritada en absoluto. Después de todo, su nombre significaba calma. Pero le divertía ponerle en aquel aprieto, así que permaneció en silencio. Podía ver como su cara cambiaba de una expresión a otra, tratando de zanjar la cuestión con excusas y aspavientos.

―Mira, te lo puedo explicar ―empezó a decir.

―¿Por qué tendrías que darme explicaciones? ―le interrumpió inexpresiva―. Yo solo estoy aquí por la computadora.

―Sí, pero...

―No tienes tiempo para ligar, perder el tiempo, toda esa mierda ―dijo desdeñando el asunto―. Lo que quieres es una fornicación limpia y eficiente.

Greg la miró fijamente, su expresión era de dolor físico.

Ella no pudo evitarlo. Soltó una carcajada.

―¡Oh dioses! Ah. No debí decir esas cosas, ¿Cuál es mi problema? ―dijo riéndose, y bebió un poco de agua.

Greg se dejó caer en uno de sus sofás.

―Te estás mofando de mí ―asintió.

―Lo siento. ¡Era tan gracioso verte abochornado! ―Imitó su voz―: Alivio tensión...

―¡Calla...!

―Oh, dioses míos. ¿Siempre es tan divertido por aquí arriba?, ¿o estoy sufriendo falta de oxígeno o algo de eso? ―Gal miró a su alrededor.

Greg entró en la cocina.

―Te voy a traer una galleta, tal vez eso te haga callar.

Él trajo una enorme galleta de chocolate en una servilleta y ella la mordió instantáneamente, arrojando migas por todo su escritorio.

―Usa la... Bueno, da igual ―dijo, y se tiró en el sofá otra vez―. ¿Cómo está mi computadora?

―Está enorme ―dijo ella con una galleta en la boca, riendo. Se atragantó por un segundo. Unas cuantas migas salieron disparadas y se tapó la boca, aún riéndose.

Greg se cubrió la cara y se hundió más.

Capítulo 9: Galene a vhn x 0.6

―¿Por qué diablos la llaman al ático? ―le gritó George al jefe. Estaba señalando a Galene.

―Oye, calma ―dijo el jefe y cerró la puerta.

Todos en TI fingían estar trabajando en sus puestos, pero no paraban de mirar hacia la ventana del despacho. George, la superestrella de TI, estaba gritando. Mike movía las manos, poniendo excusas.

Petros rodó con su silla hasta Galene, sosteniendo un disco duro y un destornillador.

―Ya veo que le has quitado al perro grande el hueso de la boca.

―¡Yo no le he quitado nada! ―se quejó Galene.

Petros apretó algunos de los tornillos.

―Claro, claro.

―Oye, yo estaba aquí ayer cuando llegó la solicitud. Me tuve que quedar hasta más tarde.

―Te escucho ―asintió. Sopló en el disco duro―. Debes haber causado una gran impresión allá arriba. Conoces las historias, ¿verdad?

―¿Qué historias? ―preguntó Galene.

―Bueno, ya sabes. Privilegios especiales. Curvilíneas asistentes robóticas. Cosas. ―Se encogió de hombros, admirando su trabajo.

Galene había visto esos privilegios, pero no quería alimentar los rumores.

―No vi nada de eso. Y la asistente no es tan curvilínea.

Petros levantó los ojos hacia ella.

―¿Así que le hiciste un repaso? Uh. No esperaba eso de ti.

―Petros, por favor, ve y pon tu disco duro donde debe estar ―dijo ella, dándole la espalda.

―Con mucho gusto ―dijo, y se dirigió a su escritorio, colocando el disco en su sitio con destreza.

La pelea en la oficina terminó y George salió corriendo hacia la cafetería, mirando a Galene con ira.

Menudo imbécil.

―¡Gal! ―gritó su jefe.

Sus hombros se hundieron.

Capítulo 10: Gregoris a vhn x 3.2

Greg sentía que estaba en sintonía otra vez. Tuvo algunos episodios de sueño polifásico y se vio inmerso en la información sobre Artemis.

Su verdadero nombre era Viktoriya Marchenko, de origen ucraniano. Cuerpo potente, pelo corto, vestido con unisex a medida. Una feminista integral. Exclusivamente heterosexual, un cero puro en la escala de Kinsey. Nunca se casó, ni lo planeó. Madre adoptiva de una centena de guerreras.

Su única debilidad parecía ser la caza mayor. Solía ir a safaris, y conseguía sus presas sin ayuda de nadie. Como estaba un poco mal visto, lo compensaba con grandes donaciones a organizaciones benéficas que se ocupaban de la clonación y la protección de animales salvajes.

La foto más viral de ella era de sus días de atleta olímpica, cuando ganó una medalla de oro. La foto era de ella apretando su linda nariz contra la cuerda del arco mientras lo tensaba y se concentraba en el tiro ganador. Era una pose poderosa y arquetípica, como la del Discóbolo de Mirón. Llevaba su característico sombrerito de pesca con dibujitos, y tenía uno de sus pechos cubierto con un peto de arquero.

Todo el mundo conocía esa foto.

Ya no era tan linda hoy en día. Cerca de cuarenta pero aún jovial, sus fotos recientes mostraban a una mujer poderosa y curtida en un mundo de hombres poderosos. Artemis había negociado acuerdos con las más altas firmas de seguridad israelíes, protegiendo a ricos y poderosos de todo el mundo.

Atenas se había convertido en un frecuentado centro de negociaciones, tanto públicas como privadas. Y cuando la gente importante quería reunirse, el trabajo de Artemis era llevarlos y traerlos sanos y salvos.

Artemis era... poco convencional. Más de ensuciarse las manos que el resto de los directores generales olímpicos. En comparación con ella, el resto podían considerarse cobardes, escondidos detrás de sus escritorios desde donde encargaban a sus matones el trabajo sucio. Ella personalmente había evitado al menos once intentos de asesinato.

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