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Más Despacio
Gal se encogió de hombros y tiró su mochila sobre el escritorio. Se arrastró por debajo de la mesa y accedió a la torre del ordenador. Era curioso que nadie mencionara todo el tiempo que pasaba un trabajador de TI debajo de los escritorios. Deberían ponerlo en la descripción del trabajo: Tecnología de la Información, debajo de los escritorios.
Bueno, al menos este lugar estaba limpio.
Greg hablaba por teléfono en la habitación contigua, pero Mel seguía ahí.
―Greg mencionó problemas con la reproducción de vídeo, que a veces tardan mucho tiempo en cargar.
―Vale, veamos. ―Gal comenzó con los pasos clásicos en la solución de problemas: comprobar cables sueltos, reiniciar, desconectar los periféricos. Luego se sentó en el escritorio y cargó algunos vídeos. Parecían estar bien, sin desajustes de FPS, sin distorsiones en la imagen. Conectó el sonido en los auriculares para no hacer ruido y escuchó. El audio estaba bien, a tiempo con el vídeo.
Si se ignoraba el hecho de que todo se reproducía a 3 veces la velocidad normal, todo funcionaba bien. ¿Cómo puede alguien seguir eso?
―No veo cuál es el problema.
―Bueno, hay un retraso de cinco segundos cuando se cambia de canal.
Gal asintió lentamente, frunciendo los labios.
―¿Cinco segundos enteros? ¡Bueno, ciertamente no podemos permitirnos eso!
«Cálmate, Gal. Ahora sabes por qué te envió el jefe».
―Excelente ―dijo Mel y la dejó trabajar sola.
Gal suspiró y lentamente empezó a comprobar la configuración. Modificó algunos de los ajustes del programa de vídeo para que utilizara más del procesador, realizó algunas pruebas y consiguió reducir el retardo a 1 segundo.
Con el trabajo prácticamente terminado, dejó correr el vídeo y trató de enterarse de algo, mirándolo con toda la atención posible. Era una noticia sobre las zonas de gas natural al sur de Chipre. Gal miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la veía y entrecerró los ojos haciendo un verdadero esfuerzo para poder captar la información discurriendo a esa velocidad. Lo intentó, se agarró a los extremos del escritorio como si estuviera a punto de empezar una carrera, fijó los ojos en la pantalla y apartó todos los pensamientos de su mente. Trató de leer los subtítulos, hacer coincidir las palabras con su significado, pero las palabras simplemente pasaban demasiado rápido para leerlas, mucho menos para comprenderlas.
De. Ninguna. Puta. Manera.
—¿Cómo puede alguien ver algo tan acelerado?
Era imposible. Se detuvo antes de que se le reventara una vena de la frente o algo más importante, como su dedo de clicar.
Greg volvió a la habitación terminando la conversación telefónica:
―Correcto, Dan. Tenemos que dejar esta llamada ahora, piensa en cualquier asunto que quieras discutir la próxima vez y enviármelo por correo electrónico. No, este era mi tiempo asignado para esta llamada telefónica. Sí, en serio. Adiós.
Gal levantó una ceja. ¿Acababa de espantar a un asociado? Guapo y descarado. Pero igualmente raro.
―Entonces, ¿se puede hacer algo con el retardo? ―le preguntó.
―Sí, he cambiado algunos ajustes, ahora debería ser un solo segundo. ―Se detuvo, pasando el dedo por encima de la barra espaciadora―. ¿O eso no es aceptable?
Él se rió.
―Está bien. Muéstrame.
Ella inició la transmisión de un par de vídeos, y el retraso era de un segundo en cada uno.
―Perfecto ―juntó las manos en una única palmada, pasando a mirar sus papeles. ¡Papeles! ¿Quién sigue usando papeles, aparte del gobierno?
Sintiéndose despachada, Gal se levantó y se cargó la bolsa en el hombro. Dudó un segundo.
―Hum...
―¿Sí? ―Sus ojos escaneaban los documentos, sobrevolando rápidamente la página. Sostenía un bolígrafo para señalar cada línea.
―He visto que tienes vídeos con subtítulos automáticos. Que se aceleran a tres veces la velocidad normal, por alguna razón.
―Sí.
―Creo que sería más fácil leer los subtítulos si hubiera un pequeño retraso en la imagen y se fuesen añadiendo debajo.
«¿Por qué estaba sugiriendo cosas? ¿No había aprendido ya en su año de vida corporativa que quien hace sugerencias termina enterrado en trabajo?
Él levantó la mirada, finalmente prestándole atención.
―¿De verdad? ―se quedó pensando―. Sí, creo que sería más fácil. Muéstrame cómo.
Ella se sentó de nuevo en su silla y él se inclinó detrás de ella. ¿Por qué se sonrojaba, maldita sea? ¿Y se había duchado esa mañana? Debía haberlo hecho, ¿verdad? Agitó la cabeza y se concentró en la computadora. Abrió un editor de vídeo y rápidamente elaboró un programa de reproducción que mantenía los subtítulos autogenerados unos segundos más en la pantalla, y configuró que los nuevos subtítulos apareciesen debajo. Eso le llevó un par de minutos, durante los cuales intentó ignorar al hombre que se inclinaba sobre ella. Activó el programa y lo probó.
La señal de vídeo se reproduce a 3 veces la velocidad normal, y los subtítulos permanecen en la pantalla durante más tiempo. Por un segundo trató de seguir el ritmo de la corriente informativa como antes, pero se rindió. Miró a Greg, que se alzaba sobre ella.
Él miró concentrado durante un minuto, y luego se inclinó hacia delante para ingresar un comando de teclado. Olía fresco y masculino. Incrementó la velocidad a 3.1, luego 3.2, luego 3.3. Lo dejó así unos minutos, viendo a los expertos hablar sobre el gas natural. Luego aumentó la velocidad a 3.4, y después saltó a 4.0. Él miró durante un minuto, las palabras y la información eran un borrón para ella. Luego bajó la velocidad a 3.3.
Miró durante unos segundos más y luego asintió.
―Espléndido. Un aumento del 10%. ¿Perdón, cómo era tu nombre?
Capítulo 4: Gregoris a vhn x 3.1
Greg toqueteó su nueva configuración. Vio la mitad de un documental sobre la nueva carrera espacial y después volvió a estudiar los anuncios que Artemis estaba lanzando por Internet. Una IA había reunido todos los anuncios en vídeo pertenecientes a Artemis Automotive, y los estaba viendo por subgrupos temáticos en orden cronológico.
Tenían anuncios corporativos sobre los envíos, dirigidos a empresas intermediarias. También tenían algunos solo de seguridad, dirigidos a millonarios y grandes empresas. Con el paso de los años su lema había evolucionado, pero parecían haberse decidido por «Llevándote a salvo desde A hasta B». No era exactamente pegadizo, pero el narrador hacía un giro en la voz que se quedaba grabado en la memoria.
Después de escucharlo unas seiscientas veces en todas las variaciones, Greg no podía quitárselo ya de la cabeza. Dejó a un lado la investigación y descansó los ojos.
Recostado en su cómodo sofá, pensó en ese proyecto. En la propia Artemis. El encargo era de Hermes. Bastante simple, en teoría. «Averigua qué está tramando, Greg».
Claaaro.
Pan comido.
«Averigua en qué anda la mujer más brillante del siglo, Greg». ¿Qué podría hacer, con todo el poder de una megacorporación construida desde los cimientos respaldándola, toneladas de dinero y un profundo rencor contra todos los demás directores ejecutivos olímpicos?
«¿Por qué los odia tanto?» había preguntado Greg directamente a Hermes, pero no obtuvo una respuesta clara.
Tampoco es que fuera sorprendente, todos conspiraban y pactaban bajo cuerda, forjando alianzas temporales y considerando las traiciones como parte del juego de los negocios. Los doce olímpicos eran pretenciosos, brillantes, infinitamente megalómanos y esencialmente psicopáticos.
Pero Artemis era muy diferente. Para empezar, era justa. Justa con los competidores, con sus empleados, justa incluso cuando castigaba a alguien de los suyos.
Tampoco tenía un rascacielos, ni se esperaba, a pesar de estar entre los olímpicos.
Ella fue decisiva para que se cambiara la ley y se permitiera la adopción corporativa, donde ella sería la patrocinadora (y madre, supuso Greg, en este sentido amplio) de cientos de niñas huérfanas.
Estas últimas eran muy interesantes. Ahora, ya convertidas en jóvenes, empezaban a formar bandas callejeras y estaban tomando el control de las calles de Atenas. Y no lo hacían en secreto. Vídeos y motovlogs, una nueva mezcla de moto, vídeo y blog que estaba de moda; chicas filmando sus hazañas y mostrándolas a toda la red. No solo se estaban abriendo paso en las noches de Atenas, sino que también estaban elaborando cuidadosamente su mitología.
Miedo y asombro. Porque nadie en su sano juicio se metería con las amazonas.
Tan condenadamente interesante. A Greg le había fascinado. No es que hubiera estado enclaustrado, pero los últimos años habían sido muy rutinarios para él. No sentía el pulso de la ciudad, precisamente. Tuvo que recibir la asignación de un proyecto particular para que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo bajo sus pies, ochenta pisos por debajo.
Se levantó y miró por la ventana de su ático. Atenas resplandecía, dando paso a la vida nocturna. Aparte de los otros tres rascacielos junto al suyo, se sentía muy por encima de todo. Era fácil llegar a ese pensamiento. Que estaba por encima de la gente común, más que un simple mortal.
Tenía acceso a la mejor atención médica del mundo, información de cualquier lugar y de cualquier país, un sueldo que le permitía comprar prácticamente lo que quisiera.
Entonces, ¿por qué se sentía tan vacío por dentro?
No era ingratitud, sabía lo afortunado que era por tener todo eso. Le gustaba poner a prueba los límites de su mente, encontrar conexiones, descubrir oportunidades donde otros no veían nada.
«Llevándote a salvo desde A hasta B», murmuró. Porque, hoy en día, no podías coger el coche y conducir por la calle hasta tu restaurante favorito. No si eras alguien importante en la escala corporativa. No, tenías que llevar drones por arriba, coche con ventanas a prueba de balas, un conductor entrenado, un convoy de amazonas, un hacker al lado para detener cualquier intento de piratería que pudiera ponerte en peligro... Era una locura. Además, como distintivos, aparte de la etiqueta de precio correspondiente, por supuesto, podían añadirse filtros de protección biológica, evacuación de prioridad médica (¡asegúrese de que la única luz que vea sea el trípode de Apolo!), o agentes activos (fuertemente armados, se entiende).
¿Cómo puede alguien vivir así? A Greg le gustaba subirse a su bici tres veces por semana y comer en alguno de los restaurantes de la calle Romvis. Disfrutaba el viaje, la distensión era parte de su rutina. No se podía mantener la velocidad por mucho tiempo, necesitaba relajarse regularmente. Era lo suficientemente mayor como para saber cuándo debía hacerlo. Podía estar forzando su capacidad mental todos los días, pero sabía que no debía sobrecargarse.
Greg miró fijamente las luces en fila allá abajo, los coches circulando. Le gustaba observar los patrones. La ciudad estaba cubierta de una fina capa de contaminación, por lo que solo se podía ver claramente por debajo de ella.
Mel se acercó a él en silencio.
―Ese ―señaló con un dedo torcido. Todas sus proporciones estaban mal calculadas.
―Autodirigido ―dijo Greg un segundo después.
―Correcto ―sonrió Mel―. ¿Qué pasa con ese coche, el blanco?
―Conductor humano. Vamos, probablemente esté intoxicado.
―¿Y el sedán rojo?
―Humano, otra vez. Se ha detenido para ver a las chicas que caminan a su derecha.
―Correcto.
Era un juego tonto el que jugaban. Greg no podía recordar a quién se le ocurrió, si a él o a su musa. En cualquier caso daba igual, siempre y cuando lo relajara.
―Tengo uno para ti ―dijo entrecerrando los ojos.
―Por supuesto. Dime.
―Esa chica de TI que vino antes, ¿qué piensas de ella?
―Ella es humana, definitivamente.
Greg se rió.
―Sí, eso lo sabía, gracias. No, me refería a qué piensas de ella. ¿Qué opinaste de ella cuando la viste hoy?
Mel hizo una pausa. Greg sabía que lo hacía solo por el efecto, su cerebro no necesitaba una cantidad apreciable de tiempo para pensar en las cosas.
―Creo que deberías invitarla a salir.
Greg se sentía nervioso.
―No, eh... Eso no es lo que yo...
―Eso es lo que te preocupa. Y no, no creo que sea un obstáculo para tus proyectos, esa es mi opinión oficial como tu musa. La gente necesita interacción social para mantenerse saludable, las relaciones románticas entran en esa categoría ―dijo suavemente, pero su rostro volvió a su expresión normal de máscara.
Greg se giró de nuevo a mirar la ciudad.
―Vale. ¿Y cómo se lo pregunto? Quiero decir, ha pasado tanto tiempo...
―No puedo ayudarte con eso ―dijo su musa―. De hecho sí puedo, pero creo que saldrá más natural si no lo hago.
―Qué buena amiga ―bromeó él.
―Yo soy tu amiga, Greg. Además, estoy a cargo de tu salud física y mental. Traerte mujeres en bandeja como las prostitutas que pides por catálogo no te ayudará a largo plazo.
―¡Está bien, está bien! ―La ahuyentó.
Ella no se movió.
―Es hora de tu reajuste de sueño. Sabes que no puedes mantener el sueño polifásico tanto tiempo.
―Sí, ya voy. Déjame solo un minuto, ¿quieres?
―Kalinixta ―dijo Mel en griego y se fue.
Capítulo 5: Galene a vhn x 0.6
―Por favor, no estés muerto, por favor, no estés muerto ―Gal abrió con su llave y entró en su apartamento. Corrió a su balcón buscando a Simba. Sí, había llamado Simba a su gato naranja. Él maulló y se acercó a ella, rozando la piel con sus zapatos.
―Oh, aquí estás. Siento haber olvidado servirte la comida esta mañana, Simba. No oí la alarma, no tenía tiempo ni de vestirme y había tráfico, como siempre...
El gato la ignoró. Afortunadamente, todavía tenía sus instintos y se había vuelto prácticamente salvaje, cazaba aves y ratas para alimentarse. Si no, se habría muerto de hambre hacía mucho tiempo.
Miró un momento a sus plantas. O, más exactamente, sus macetas con tierra seca y plantas muertas. Quería tener unas flores bonitas, pero...
Galene tiró sus llaves y su bolsa sobre la mesa de la cocina y se tiró en la silla. El refrigerador inteligente le envió un mensaje a su halo con todas las cosas que se suponía que tenía que comprar y llevar a casa.
―Vaya, gracias por recordármelo a tiempo.
Lentamente estiró la pierna y abrió la nevera con los dedos de los pies. Se dio una palmada en la frente: había olvidado comprar leche, otra vez. Y pasta. Y cualquier otra cosa que pudiera parecerse a algo comestible. Miró la hora, eran las ocho de la noche. Las tiendas ya estaban cerradas.
Cielos. ¿Adónde había ido el día?
Se le había escapado entre los dedos.
Todavía tenía la comida deshidratada para gatos de Simba, así que se encogió de hombros y se comió un pedazo de lo que fuera.
Uh. Pescado. No está mal.
Capítulo 6: Galene a vhn x 0.7
Galene se despertó y corrió al baño. Lo que a ella le pareció «como un rayo», podría ser para otros «tomándose todo su puto tiempo».
Apenas cuarenta y cinco minutos más tarde estaba esperando su metro para llegar al trabajo.
Sentada en un banco del andén, de pronto se dio una palmada en la frente.
―¡Ella es la musa!
La señora de al lado se sobresaltó.
―Lo siento ―dijo avergonzada.
¿Cómo podía no reconocer a un androide teniéndolo delante? Estaban fabricados y manejados por Hermes después de todo, pero su trabajo estaba a un nivel muy inferior para eso. Además, los frikis de los departamentos que llevaban el programa Musa podían manejar sus propios problemas informáticos sin ayuda. Era raro que alguien de TI tuviera que ir, por lo general solo llamaban y arreglaban las cosas por teléfono con la cooperación del departamento de Gal.
Pero todos sabían lo de las musas. Los hombres incluso habían hecho un ranking de las ginoides como si fueran chicas de calendario.
Por supuesto, las ginoides no estaban hechas para ser sexys. Eso frustraría su propósito porque serían una distracción constante. Eran más bien... sencillas y corrientes.
Como Galene, en realidad.
Se pellizcó las mejillas al darse cuenta.
Llegó el tren y ella se dirigió al trabajo.
Se adentró en el Departamento de Tecnología Informática, en la base de aquella torre de vidrio y acero. Los chicos la saludaron cuando entró, tarde como siempre. El jefe la miró como diciendo: «Otra vez llegas tarde», pero ella le devolvió una mirada que decía: «Ayer me quedé hasta tarde, así que déjame en paz», entonces él tomó un sorbo del café y la miró así como: «Vale, Gal, pero no lo conviertas en costumbre».
Así que todo estaba bien.
Siempre le hizo gracia que, en las películas antiguas que tanto le gustaban, la gente picaba su tarjeta para entrar a trabajar. Esta era una empresa tecnológica, aquel edificio inteligente registraba su presencia tan pronto como aparecía por allí.
Gal era una de las tres mujeres del departamento. No es que no hubiera mujeres en la informática, sino más bien que ellas tenían la inteligencia para aspirar a trabajos mejor pagados. Este era un trabajo duro. Tirar de cables y arrodillarse debajo de los escritorios. Cómo olvidar lo de arrodillarse. Ese era prácticamente todo el futuro profesional que le esperaba, de rodillas, con ejecutivos recelosos mirándole el culo por detrás.
Gal suspiró y se hizo un granizado en la pequeña cocina de la oficina. Dejó un desastre detrás de ella. Nada peor de lo que ya habían hecho los chicos, pero tampoco mejor.
George estaba allí, todo poderoso e importante. Menudo imbécil. Conseguía todas las solicitudes importantes, los peces gordos preguntaban por él, por su nombre. «No, necesitamos que George lo arregle, ¡nadie más puede manejar esto!»
—¡Qué montón de...!
Galene chupó su pajita y de repente vio a George guiñándole el ojo.
Sus ojos se abrieron de par en par, y giró su silla de escritorio, dándole la espalda. ¿Había dado la impresión de estar coqueteando mientras chupaba la pajita inadvertidamente?
Y, lo que es más importante, ¿había respondido George?
Galene envió un mensaje rápido a Nat en busca de su sabiduría. Su amiga respiraba chismes y vivía de miradas furtivas. Gal lo encontraba aburrido.
Muchas cosas le parecían aburridas.
Los chicos, aburridos. Este trabajo, aunque necesario, era muy aburrido. Su piso era aburrido. Su vida era aburrida. Todo lo que estudió para obtener su título, aburrido. Ponerse al día con la actualidad informática también.
Aburrido. Aburrido. Aburrido.
Miró el reloj en su campo de visión. Había programado sus implantes oculares de realidad aumentada para mostrarle la hora cuando estaba en el trabajo, y la cuenta regresiva del santo pentalepto. Los cinco minutos sagrados e intocables para cualquier jefe o solicitud de servicio o emergencia, dedicados únicamente a prepararse para el comienzo del día tomando café.
Cinco gloriosos minutos.
Bebió el café con los ojos cerrados.
El pentalepto llegó a cero.
―¡Gal! ―gritó su jefe desde el despacho.
Su portátil se iluminó. Ella le lanzó a su jefe su mirada «demasiado cansada para quejarme». Abrió la solicitud y se forzó a sí misma a ponerse a trabajar.
Galene se apoyó en el ascensor. Odiaba aquel estilo tan moderno y minimalista, no había ningún lugar donde dejarte caer en los ratos muertos. ¿Tanto les costaría poner alguna superficie con un coeficiente de rozamiento normal? Madera, por ejemplo. Una almohada sería lo mejor. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en pie, y solo era mediodía.
En cuanto puso un pie fuera del ascensor, sonó su teléfono.
―¿Sí?
―Gal, soy Mike. Tu asidua del piso 3 necesita hablar contigo ―dijo rápidamente.
Uf.
―Pásamela.
―Hola, ¿cielo? ¡Sí, mi ordenador se ha escacharrado otra vez! Puedes venir y arreglarlo porque tengo un montón archivos que preparar antes de una reunión y mi jefe me está agobiando con esto.
Christy, su cliente habitual. Siempre le pasa algo a su ordenador. ¡Pero no es culpa suya! ¡Nunca!
―Claro, dime.
―Enciendo el ordenador, pero suena un pitido y no hace nada.
―¿Cuántos pitidos?
―¡Cómo cuántos... no lo sé!
―Enciéndelo y cuenta los pitidos.
Una pausa.
―Tres pitidos. Espera... Sí, tres. Definitivamente.
―Bien, Christy, dale una patada fuerte. En la torre, simplemente golpéala ―dijo Galene con calma mientras se encaminaba a una de las solicitudes que tenían prioridad.
―¿Qué? No, no puedo hacer eso. ¿No hay una tecla para presionar o algo así? Ya sabes, en el teclado. ¿Cómo lo llamáis vosotros? ¡Ah, ya me acuerdo! Un atajo de teclado ―dijo orgullosa.
―Mira, Christy, estoy a cuarenta pisos y tengo tres solicitudes que atender antes de poder acercarme a tu oficina. O le das una buena patada a esa computadora o me esperas unos treinta y cinco minutos. ―Gal sostuvo el teléfono con su hombro mientras le mostraba la solicitud a la recepcionista para que la dejara pasar.
―Pero, ¿y si se rompe? ―Christy protestó con un gimoteo.
―Christy, es solo la RAM. Se ha movido un poco y no está haciendo contacto con la placa madre correctamente. Alguien habrá movido la torre mientras limpiaba o algo así. Solo dale una patada y se pondrá en su sitio y arrancará. O ábrelo con un destornillador y pulsa la RAM.
Silencio.
―Bah, qué demonios...
¡Entonces un PUM!
―¡Funciona! ¡Gracias, muchas gracias! ―exclamó Christy por teléfono.
―No hay problema ―dijo Gal y continuó su camino a la próxima computadora. Con suerte no habría que patear esta.
Capítulo 7: Gregoris a vhn x 2.4
Feminista. Poderosa. Cazadora.
Greg pensaba en Artemis. Durante las últimas semanas había estado empapándose de todo lo que tuviera que ver con ella, tratando de meterse en su cabeza.
¿Pero quién era él para entender a una mujer, especialmente una como ella?
Greg ni siquiera pudo entender a su ex, hace tantos años. Estaba frustrado y tenso. Tal vez se había precipitado comprometiéndose con este proyecto. Quizá debería ir a Hermes y explicarle la situación. ¡Simplemente no podía descifrar a aquella mujer!
Melpomene tocó su cuello, rozando suavemente su piel con los dedos. Se sintió un poco más tranquilo, pero no mucho.
―No creo que estés concentrado hoy, Greg ―le dijo ella en hablarápida.
―Sí. Tienes razón. Es, ah... No es un buen día.
―¿Has dormido suficiente?
―Sí, seis horas completas. Me siento descansado, no es eso. Es el encargo.
Greg apartó algunas cosas de su escritorio.
―Entonces, ¿tiempo para divertirse? ―dijo Melpomene con picardía.
Greg suspiró.
―Claro. Bueno. No iba a hacer mucho hoy de todas maneras.
―¿Rubia? ¿Pelirroja? ¿O la normalita? ―preguntó Mel, cogiendo el teléfono.
―Da igual. Rubia. ¡No! Morena. Sí, algo normal. Sin implantes. Y joven, de veintitantos. No sé por qué ―murmuró.
Mel levantó una ceja, pero simplemente respondió:
―Marchando.
Entonces llamó para pedir una prostituta vip.
Capítulo 8: Galene a vhn x 0.7
―No puedo hablar ahora, estoy en el lugar del tipo ―murmuró Galene en su teléfono.
―¿El ático? ¿Cómo es eso? Dame detalles ―exigió Nat por teléfono.
―Es... lujoso. Muy elegante, moderno. Muchas cosas frikis, artilugios. Electrónica antigua, de la cara. También tiene una musa, ya sabes, las que dan solo a los peces gordos con problemas de creatividad. Ella está detrás de mí ahora mismo, limpiando el polvo.
―¿Estás arreglando su computadora? ―dijo Nat con tono insinuante.
―Sí ―murmuró Galene―. Solo esperando a que se actualice. ¿Y qué hay de lo otro que te dije esta mañana...?
Galene dejó de hablar y cubrió el teléfono en busca de silencio. Giró la cabeza y escuchó ruidos en otra habitación.
―¡Eh! ¿Me oyes? ―protestó Nat.