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—En pocas palabras, la primera línea de Pompeyo está aquí delante de nosotros, inmediatamente delante del río Prissatellum. E inmediatamente detrás hay una nueva línea donde los flamines, como hemos visto, tienen la intención de trazar una nueva línea roja
además de la ya existente sobre el Rubicón. Nosotros estamos desplegados enfrente aquí, entre Donegallia y el Caes solum
que delimita tus territorios. ¿Me entiendes César?
—Sí, continúa.
—La segunda línea actualmente está un poco desatendida y está algo mejor hacia Ariminium,
donde el camino se desdobla en dos en las cercanías de ad confluentes, antes de llegar a la puerta derecha del Rubicón.
—¿Por qué se desdobla en dos el camino? —preguntó Labieno.
—Porque la empalizada del Rubicón tiene dos puertas de acceso: una de entrada y otra de salida, general Labieno —respondió César, que conocía bien cómo se había construido el Rubicón, en lugar de Marco Antonio. Luego añadió—: Continúa con la explicación, Marco Antonio.
—Y finalmente la tercera y última línea del propio Rubicón, todavía más al sur hacia Ariminium, construida sobre el río Pluso
—dijo Marco Antonio indicando a César en el mapa el punto cercano a Rímini donde se encontraba la empalizada roja del Rubicón.
—Claro —respondió César. Luego explicó—: La primera y segunda líneas a mi juicio se pueden atacar sin muchos problemas, pero para la frontera sagrada del Rubicón tengo en mente un plan para lograrlo sin violar la voluntad de los dioses.
—¿Cómo? —preguntó Marco Antonio.
—No es ahora el momento de comentarlo, pero, cuando lo sea, os informaré a todos. En todo caso, por ahora, ¿qué hemos dispuesto y desplegado en términos de hombres y legiones contra las líneas de Pompeyo? —preguntó César.
—Tenemos las legiones romanas X y XIII acampadas en el interior y hemos desplegado las legiones II y III gálica a lo largo del Caes solum y la Donegallia
con la promesa de que esas tierras serán suyas para siempre si consiguen derrotar a Pompeyo.
—Está bien, les había prometido esas tierras como premio y recompensa si me seguían hasta aquí. ¿Ya las están poblando? —preguntó César.
—Sí, César, han tomado posesión encantados y se han desplegado delante de las tropas de Pompeyo. Defenderán bien esas tierras —respondió Marco Antonio.
—Tal vez no baste con que las defiendan; diles que pretendo pedirlos que estén dispuestos también a atacar y marchar sobre Roma. Y a cambio les prometeré tierras y honores sobre suelo italiano y no solo aquí en Romandia —respondió César.
—Ya lo saben y bastantes están dispuestos a seguirte, porque has dejado esas tierras a sus veteranos y las tierras donadas a los galos a los parientes que les siguen —respondió sonriendo Asinio Polión.
—¿Cómo iban a saberlo? ¿Mi plan no debía ser un secreto? —respondió César.
—Todos lo saben desde hace meses. Las legiones galas que han llegado aquí desde hace tiempo van diciendo a todos que antes o después se debe atacar y tomar otras tierras en Italia y es por esto por lo que los hombres de Pompeyo lo han sabido —dijo Asinio Polión.
—¿La zona está llena de espías de Pompeyo? —preguntó César, levantando la voz.
—Sí, y deberías ser más cauto a la hora de revelar las promesas y los planes a tus tropas, César —añadió burlándose un poco Asinio Polión, dado que era muy amigo de César y se lo podía permitir.
—Al diablo con los secretos. ¿Cuánto tiempo podríamos tener si decidiéramos tomar Rímini por sorpresa y pasar a las Marcas, general Hortensio? —preguntó César.
—Todo el invierno, César. Son soldados romanos como nosotros y están habituados a no combatir en invierno, pero podrían dedicarse a reforzar las defensas y el territorio. Por tanto, en mi opinión, si queremos atacar el Rubicón, yo actuaría de inmediato –respondió Hortensio.
—Calma. ¿Quién es ahora mismo el comandante de las legiones de Pompeyo al otro lado del Rubicón? —preguntó César.
—El comandante Titano.
—Lo conozco. Como dice su nombre, es gigantesco, un catoniano
muy fiel a la república, pero poco dispuesto a hacer la guerra.
—También yo lo conozco, es un buen soldado que prefiere negociar y al que no le gusta mucho mandar a la masacre a sus hombres por nada. Me pregunto si no podemos hablar con él para acordar una tregua o llegar a un acuerdo —preguntó el general Labieno.
—Veto.
No quiero dar a Pompeyo la ventaja de negociar o creer que tengamos miedo de atacarlo —respondió César con decisión,
—Por el contrario, yo tengo un plan para acabar con las defensas y tomar Rímini por sorpresa. Pido permiso para discutirlo ahora —dijo Marco Antonio.
—Licit
—respondió César.
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