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Los Secretos Del Rubicón
Los Secretos Del Rubicón
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Los Secretos Del Rubicón

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esas tierras fueron entonces llamadas Roman-dia y Roman-via

porque seguían conduciendo a Roma.

Pero a sus legionarios más fieles César les pide y promete mucho más que las tierras romañolas, es decir, Roma e Italia enteras, si deciden seguirlo y conquistar el espacio que se interponía y se asomaba en las Marcas inmediatamente después de Rímini.

Y así agrupó las tropas más aguerridas que querían seguir combatiendo en las cercanías del Rubicón y se preparó para tomar Roma.

Esto atrajo a muchos, pero atemorizó a otros, lo que provocó algunas defecciones entre las filas de César, que consideraron que eso era una traición a su misión.

Uno en particular fue el valeroso general Tito Labieno,

que lo abandonó y se puso del lado de Pompeyo Magno, el rival político y militar de César, situado al otro lado del Rubicón, que llegó a él trayendo consigo a cerca de 3.700 efectivos entre caballeros y legionarios.

Pero hubo también algunos grupos de galos que no quisieron seguir a César y se contentaron con establecerse para siempre en las tierras de la Romaña que les había prometido, aunque César les pidió que le defendieran las espaldas frente a las tropas de Pompeyo que podían llegar desde España hasta Italia.

Así que algunas legiones galas se pusieron a repoblar la actual Romaña, despoblada por las recientes revueltas civiles de Mario y Sila.

Pero volvamos al viaje de César a Cesena.

César llega a Cesena (Curva Caes Arena)

César y el comandante Hortensio, después de recorrer la Via Decimana llegan a Curva Caes Arena,

donde les esperaban muchos hombres siempre fieles a los populares

de su tío Cayo Mario.

Unos diez años antes en la Romaña, los populares, encabezados por el tío de César, Cayo Mario, habían sufrido una severa derrota militar por parte de los optimates de Sila entre Forlí y Faenza, que había despoblado los campos.

César estaba reconstruyendo y reorganizando muchas cosas.

En esas tierras había prometido y entregado muchos terrenos y cargos públicos a sus veteranos y con los impuestos sobre las tierras y sus productos estaba embelleciendo y romanizando muchas cosas en la Romaña.

Edificios públicos, teatros, escuelas de gladiadores, lugares y calles, crecían para asegurarse fidelidad política, estabilidad militar y logística sobre el territorio.

Cesena fue llamada Curva Caes Arena, que significaba Arena Circular de César y con ese nombre aparecía entonces en un antiguo mapa romano.

La Curva Caes Arena era una pequeña copia del Circo Máximo para las carreras de caballos que Cesar casi había terminado de construir, pero que, debido a su muerte producida pocos años después, la acabó de completar su sobrino, el emperador Augusto.

Una vez llegado a Cesena, César reunió a sus mejores oficiales, Labieno, Quinto Hortensio, Curión, Marco Antonio, Casio y Asinio Polión, para revisar la situación militar de Pompeyo al otro lado del Rubicón.

—Te saludo César. Para la fiesta de tu llegada hemos organizado espectáculos ecuestres dentro de tu arena, que está casi terminada —dijo Curión.

—Gracias, ya sabéis que me gustan las carreras de caballos, pero antes hablemos de la situación estratégica de Pompeyo —respondió César.

—Pompeyo sospecha que quieres atacar Roma, ha salido de la frontera del Rubicón y ha avanzado con las dos legiones hasta apropiarse del Prissatellum,

justo enfrente del Caes solum

y las tierras donadas por ti a los galos. En este momento están enfrente de nuestras tropas a pocas millas de nosotros —dijo Marco Antonio.

—Sí, lo he sabido por los correos. Pompeyo ha hecho más o menos lo que hizo Flaminio cuando se puso a esperar la llegada de Aníbal —respondió sonriendo César.

—Exacto, mi César; solo tiene dos legiones y las ha dispuesto en formación de defensa sobre el Rubicón —dijo Marco Antonio.

—¿Y qué más está haciendo para defenderse? —añadió César.

—Pompeyo está amenazando a través de algunos sacerdotes con maldiciones y pérdida de la ciudadanía contra aquellos que osemos atravesar el Rubicón, pero solo lo hace para ganar tiempo y asentar una tercera legión de refuerzo en retaguardia y cubrir mejor la línea defensiva —respondió Marco Antonio.

—¡Mortatibus sui!

—exclamó César con fuerza—. ¿Tal vez pretende usar el miedo a los dioses y la fidelidad a Roma de nuestros legionarios como arma de disuasión?

—Parece que sí, César. Y ha anunciado el envío de flamines y vaticanos

aquí, a Caes Arena, para encontrarse contigo, pero veremos si tienen valor para atravesar el Rubicón y venir a hablar contigo —respondió Marco Antonio.

—Sin duda lo veremos. Como representantes de los dioses de Roma tienen acceso a cualquier lugar ocupado por legiones y legionarios romanos —respondió Labieno, el mejor general romano de César.

—¿Y si vinieran, que creéis que harían? —preguntó César.

—Normalmente hacen dos cosas. Negociar una paz en nombre del senado y disuadir a quien quiera atacar Roma o maldecir a todos contra los Dioses y nuestros antepasados guerreros —explicó Labieno.

—Somos mis antepasados y yo los que ya les hemos maldecido y les hemos declarado la guerra mucho antes que ellos —respondió César, sin poder seguir manteniendo la calma.

—¿Es que has hecho oficiar maldiciones y contrasacrificios mágicos a los sacerdotes druidas

de nuestras legiones para tratar de protegernos? —preguntó Labieno.

—He hecho todo lo que es necesario para vencerlos y derrotarlos, general Labieno, y esto puede incluir tener buenos legionarios, como vosotros, y bastantes otras cosas —respondió César.

—Es una cosa malvada y prohibida atormentar con sacerdotes a un ciudadano romano o un amigo por intervención divina. Solo a los enemigos de Roma se los puede matar legítimamente por medio de sacerdotes y de los dioses del Hades, sin incurrir en la venganza de los dioses de Roma —respondió Labieno, que, como muchos legionarios romanos, respetaba los preceptos de la religión de Roma.

—Esta vez te equivocas, general Labieno. Soy también Pontefix Massimum

y sé muy bien qué hacen en secreto nuestros sacerdotes no muy lejos de aquí, en el Mons Jovis,

inmediatamente después del Rubicón y te puedo decir que también allí ordenan matar a los enemigos del estado, primero con rituales divinos y luego, si esto no basta, con otras cosas —respondió César.

—¿Y entonces por qué, en lugar de ponernos en contra las maldiciones de nuestros sacerdotes y antepasados, no llegamos a un acuerdo de paz con ellos? —dijo el general Labieno, que no quería guerrear contra Roma.

—Porque ellos se han convertido en enemigos del estado, debido a sus crímenes cometidos contra los ciudadanos y contra nuestros representantes populares y no tendrán de su lado, ni a los dioses, ni a nuestros antepasados. Pero no es con rituales mágicos como pretendo derrotarlos —concluyó César.

—Pues parece que ellos pretenden hacerlo de ese modo, César —respondió Curión.

—Explícate mejor.

—Por lo que he oído decir, tienen la intención de trazar otra raya roja sobre la segunda línea defensiva y hacerla sagrada e inviolable —añadió Curión.

—¿Quieren trazar otra raya roja? ¿No les basta ya con la del Rubicón…? —César empezó a reírse y luego añadió—: ¿… y dónde querrían dibujar esa otra raya roja?

—Inmediatamente después de la primera línea del Prissatellum.

—Claro. Así, en caso de ceder, les bastaría con retirarse detrás de esa línea y piensan que ningún soldado romano osaría atravesarla armado. Pero eso significa también que no tienen muchos legionarios desplegados sobre el Rubicón y tratan de detenernos con el miedo a los dioses —Luego añadió—: Ordenad inmediatamente anular los miedos de nuestros legionarios, con contrasacrificios de druidas y sacerdotes celtas de nuestras legiones galas —ordenó César.

—Eso puede funcionar con los legionarios galos, pues ellos creen más a sus druidas que en los dioses de Roma, pero nuestros legionarios romanos creen en los flamines y nosotros, como sabes, no tenemos sacerdotes flamines que nos sigan —le respondió Curión.

—Lo sé, los sacerdotes flamines están al servicio del senado y no pueden ponerse al servicio de una legión sin autorización de Roma. Sin embargo, pretendo hacer que nuestros legionarios no tengan medio de subgestitis et superstitis

inculcadas por los enemigos —respondió César.

—Pero habría también otro problema, además de los flamines —dijo Curión a César.

—Explícate.

—Pretenden detener también a nuestras legiones galas sobre la primera línea del Prissatellum.

—¿De qué modo?

—Hay una bruja gorgona

muy poderosa y creída por el vulgo que vive en el manantial del Urgon,

precisamente en los montes que nos rodean, que los hombres de Pompeyo pretenden usar aprovechando las creencias y los miedos de nuestros legionarios galos —respondió Curión, atrayendo por un momento la atención de todos los presentes.

—¡Mortatibus sibi!

Explícame de inmediato lo que acabas de decir —exclamó César.

La bruja del Urgon

Sobre los Apeninos Romañolos todavía existe el nacimiento de un río que aún hoy se lo llama Urgon.

Muchos consideran que el Rubicón nace en ese lugar, porque en el dialecto de la Romaña esa palabra podría significar Rubicón, pero a decir verdad no ay ninguna seguridad sobre esto, porque en dialecto de la Romaña se debería decir Rubgon o, en todo caso, Urbgon, si se habla un romañolo muy cerrado.

Por el contrario, nadie ha advertido que la palabra Urgon significaba en etrusco antiguo gorgona, es decir, una especie de bruja horrible y aterradora similar a la legendaria Medusa y que donde nace el Urgon se encontraba un lugar llamado todavía hoy Strigara.

Además, un poco más adelante de esa fuente hay otro lugar, todavía hoy considerado como muy misterioso, llamado Gorgoscuro.

Pero volvamos a Curión mientras se pone a explicar a todos quién es la bruja del Urgon.

—Esta bruja vive y trabaja sin descanso en los montes junto al nacimiento del río.

»También se dice que tiene acceso a los infiernos, ve el pasado, presente y futuro y resucita los cuerpos de los muertos, obligando a sus almas a volver para crear encantamientos y hechizos mágicos.

—¿Y qué? Aunque fuera verdad, no es una diosa, sino solo una intermedium

entrelos hombres, los infiernos y los dioses. ¿Qué podría hacer contra nosotros? —respondió el comandante Marco Antonio.

—Si es por eso, tampoco los sacerdotes flamines son divinidades, sino solo intermedia entre los hombres y los dioses de Roma —respondió Curión.

—No es verdad, eso es una blasfemia. Los flamines y nuestros otros sacerdotes romanos hablan por boca de los dioses de Roma y son sus vicarios en la tierra —replicó el general Labieno.

—Si es por eso, también se dice que la brujas hablan por boca de los infiernos y de la ultratumba —respondió Curión.

—Sí, pero son inferiores a los flamines. Flaminis super stitiius striges, sed sub stantias Deis

—respondió Labieno, que era un fiel cumplidor de la religión romana de la época.

—No se trata de esto. Están buscando condicionarnos para que no combatamos. Hemos visto muchas cosas similares usadas contra nosotros durante las campañas en la Galia y los legionarios romanos temen poco a las divinidades bárbaras, pero los galos podrían verse frenados y asustados por estas coas. Cuéntanos, Curión, que más sabes de esta bruja gorgona —intervino César para cerrar la discusión.

—Poco antes de llegar a la fuente, hay una presa que ha formado una laguna artificial que sirve para regular el flujo de las aguas del río Prissatellum, que nos separa de las legiones de Pompeyo.

»Además, he oído decir por informadores que pretenden usar a la gorgona para hacer malditas esas aguas y liberarlas en el río en cuanto vean que nos preparamos para atacarlos.

»Naturalmente, harán correr la historia de que quien pasa esas aguas muere en breve, para tratar de impedirnos atravesarlas.

»Luego llenarán las orillas del Prissatellum con cabezas y máscaras de gorgona colocadas sobre estacas que hincarán en el suelo como límite y frontera que traerá desgracias superar. Así nuestros legionarios se sentirán impresionados y temerosos al cruzar ese río

—concluyó Curión su exposición.

—También yo soy un poco supersticioso, pero, si ese es el único problema, dejemos que algunos druidas de nuestras legiones galas adopten todas las contramedidas y protecciones oportunas. Algunos de ellos son muy eficaces —respondió un comandante galo presente.

—¿Qué podría hacer un druida para proteger a nuestras tropas? —intervino César de inmediato.

—Los druidas no cuentan mucho de lo que hacen, pero pueden librar de encantamientos y maldiciones, bosques y lugares de las forestas, dejando hadas y duendes de guardia en su lugar, pueden sanar con hierbas todos los males y hechizos de las brujas, hacer milagrosos y mágicos las fuentes y los ríos, lanzar hechizos y maldiciones sobre los enemigos tan poderosos que incluso los pueden paralizar.

»Pero se cuidan de no maldecir directamente a los dioses de los enemigos, solo para derrotarlos en la batalla. Los druidas maldicen lugares y personas, pero no dioses —respondió con convicción el comandante de los galos mientras explicaba todo esto.

—¿Cómo estás seguro de ello? —le preguntó Hortensio.

— En un bosque del norte he acompañado una noche bajo un roble a un druida que nos ha mostrado, a mí y a otros, muchas cosas y lo que acabo de decir.

—¿Y no podía ser un truco o una ilusión?

—No lo creo, pero, aunque lo fuera, los soldados galos creen en los druidas. Y esto supone una diferencia —respondió el comandante de los galos.

—Bueno, entonces se podría usar a los druidas para asegurar las orillas y los bosques de la frontera contra la bruja y para proteger a los galos contra las maldiciones a quien atraviese esa frontera —explicó el comandante Hortensio.

—Estoy de acuerdo contigo, Hortensio —intervino César—. Pompeyo, al no tener fuerzas suficientes, está tratando de impedirnos actuar por medio del miedo. Mañana trata de descubrir que pretenden hacer en ese río y dispón que los druidas estén listos para proteger esos lugares y a nuestros hombres —le ordenó César.

—Así se hará, César —respondió Hortensio.

—Ahora ya basta de dioses y brujas. Pasemos a las fuerzas militares sobre el terreno. Mostradme mejor nuestras líneas y las de Pompeyo —dijo César para tratar de quitarse de encima sin que se apreciara un poco el temor que también él tenía de atravesar el Rubicón.

La disposición de las tropas de César y Pompeyo

Marco Antonio echó mano de un mapa que resumía la situación militar de los dos bandos y, después de ponerlo delante de todos, se puso a explicarla.