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Un Bolívar en tiempos de crisis
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Un Bolívar en tiempos de crisis

La voz del que es se extendió para explicar:

–¡Hijo mío! ya estáis pecando antes de ser resucitado. Yo sé de mis hijos que son imperfectos, mas no dejo de amarlos por ello. No requiero que no erréis, mas aprender de vuestros errores deberéis. Sé que estáis confundido, y he de explicaros cómo ha de ser vuestra resurrección, pues no ha de ser ni fácil ni igual.

–¡Señor mío, que sea vuestra voluntad y no la mía! Entiendo que no ha de ser fácil, pero… ¿cuán diferente será? Aún no logro comprenderlo del todo.

–¡Bolívar! Algo se os quitará por algo; y por algo se os dará. Mas Simón Bolívar de nombre no llevaréis —aclaró con voz resolutoria el que es.

–¡Mi Señor, que sea vuestra voluntad y no la mía! Mas sin mi nombre, ¿podré al menos contar con las riquezas con que nací?, pues pienso empeñarlas en mi lucha y campaña. Y aunque nunca me acomplejé por mi estatura física, ¿podré al menos contar con una altura promedio? —arguyó Bolívar, cual negociador y diplomático.

–¡Bolívar! vuestro Señor ha visto con buenos ojos vuestra obra y el abandono de vuestras riquezas por el bien de los demás. Mas os digo: no necesitáis ser rico ni altivo, ni poner la confianza en las riquezas —inciertas como son—, sino en el Dios vivo, que da todas las cosas en abundancia para que las disfrutéis y empleéis como mejor creáis.

–Los recursos materiales que preciséis para obrar en bien de todos deberán surgir de todos, y así vuestros nuevos contemporáneos apreciarán lo que no apreciaron los de vuestra vida anterior.

Siguiendo en las explicaciones, la voz del que es continuó:

–En cuanto a vuestra estatura y cualquier condición física que poseáis, no está en vuestro Señor y Dios, sino en los padres que han de daros vida y sustento en vuestra niñez. En consecuencia vuestro Señor ha resuelto daros, en vez de riquezas, sabiduría; y en vez de estatura, buenos padres.

–¡Mi Señor, que sea vuestra voluntad y no la mía! Sé que mi suerte y mi obra tuvieron mucho que ver con la educación que recibí. Por ello os suplico una buena educación familiar y formal en esta nueva ocasión.

–¡Bolívar! vuestro Dios ha escogido para vos las mejores virtudes. Mas la suerte de lo que ha de suceder en la tierra con vuestra persona corresponde al libre albedrío vuestro y de los vuestros, y no a vuestro Señor Dios. Por lo tanto vuestro Señor ha resuelto daros, en vez de educación, inteligencia.

–¡Señor mío, que sea vuestra voluntad y no la mía! Con fe espero que me otorguéis las virtudes que sean útiles a mi fin. ¡En vos confío, Dios mío! —dijo Bolívar sin pronunciar voz alguna.

–¡Bolívar, hijo mío! Vuestro Señor ve con buenos ojos que ya eres sabio al confiar en vuestro Dios; además humilde y manso ante Él.

Bolívar, sobrecogido, bajó la cabeza en silencio. Un estremecimiento recorrió su ser, pues comprendía que aquellas palabras no eran sólo consuelo, sino anuncio de una transformación irrevocable. En lo profundo de su alma ardía la certeza de que el destino que aguardaba no le pertenecía, sino que sería moldeado por la voluntad divina. Al tiempo que la voz resolutoria del creador se pronunció:

–Vuestra conciencia y lo que sois quedará en vuestro ente. No seréis más Simón Bolívar. Y os forjaré con voluntad de hierro y acero, para que vuestra obra sea obra de Dios. ¡Que así sea!

El 26 de mayo de 1981, en una de las salas de parto del Hospital José María Vargas de la localidad de Cagua, Estado Aragua, de la República de Venezuela, a las 5:43 p.m., nació Pedro José Pérez González (Un Bolívar en tiempos de crisis), tal como sería presentado una semana después en la prefectura del municipio Bolívar de ese Estado.

Sus padres: Pedro Antonio Pérez, marino y herrero de profesión, de 52 años de edad; y María José González, maestra, de 30 años de edad; ambos residenciados con sus otros hijos en la calle Colombia № 27, población de San Mateo, municipio Bolívar, Estado Aragua.

Llegamos a este mundo, con un destino que ha de forjarse por la mano que trabaja y la voluntad que resiste. No llegamos con sendas trazadas, sino a incursionar en un camino incierto. Al final, cada página de la vida es escrita con sacrificio, esfuerzo y fe.


III

El germen de las dificultades

“La corrupción es peor que el hambre, porque corrompe también el espíritu.”


José Martí

La Venezuela de los años ochenta se configuraba entre cambios políticos y económicos. La nación bolivariana trataba de encuadrar en el orden geopolítico mundial impuesto por las grandes potencias, el Banco Mundial y otros actores internacionales.

Se le había restado importancia a la renta petrolera como mecanismo de distribución de las riquezas y, en cambio, se impulsaba una economía de mercado que, a todas luces, resultaba desfavorable para el país sudamericano: más importación de productos terminados, exportación de materias primas a bajo costo y casi nada de exportación de otros bienes.

Basta mencionar que el precio del petróleo cayó de 27 dólares por barril a menos de 10 en apenas cinco años, mientras el bolívar se devaluó frente al dólar, pasando de 4,30 a 24,10 Bs. por USD en ese mismo período.

En el mal llamado “Viernes Negro”1 de 1983, el bolívar sufrió una abrupta congelación de la venta de la divisa norteamericana, derivada de políticas económicas del gobierno de turno. Poco después se instauró un control de cambio y nació RECADI2. Había terminado la época del famoso “¡ta’barato, dame dos!”3 de los venezolanos en Miami y el mundo.

Todo ello afectó negativamente el mercado de trabajo y trajo como consecuencias visibles la caída del salario real y de la capacidad de consumo de los sectores populares, desembocando en el estallido social de febrero de 1989.

Las grandes potencias resultaron beneficiadas, mientras que los países exportadores de petróleo —tanto OPEP4 como no OPEP— cayeron en serios problemas económicos.

Todo indica que la caída de los precios fue causada por un superávit de crudo debido a una baja en la demanda, manipulada precisamente por las grandes potencias consumidoras. Estas usaron como excusa el anuncio de nuevas fuentes energéticas, más económicas y limpias, como la expectación que despertó la supuesta “fusión fría”: la utopía de producir energía nuclear en tubo de ensayo y a temperatura ambiente.

Desde el nacimiento de Pedro José, la familia atravesaba una situación económica precaria. A Pedro Antonio lo habían retirado tempranamente de su trabajo de marinero; invirtió todo el dinero recibido en una hacienda de engorde de ganado en tierras del Estado Guárico, pero la empresa quebró en menos de tres años. En aquellos tiempos los trabajadores no quedaban pensionados, ni siquiera por el Estado. Mantener una familia de nueve hijos con un padre desempleado y una madre con salario de docente no era un buen pronóstico.

Pese a la difícil situación, Pedro Antonio promovía tertulias en la casa de los Pérez González. Tenía el hábito de sentar a Pedro José en sus piernas como un participante importante de la conversación y, en cuanto se presentaba la oportunidad, lo dejaba opinar; incluso decía a los tertuliantes que Pedro José era su principal asesor de negocios.

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Примечания

1

 Crisis financiera en Venezuela (1983).

2

 Oficina del Régimen de Cambios Diferenciales.

3

 Expresión popular en español que se originó en Venezuela durante la época de bonanza petrolera de los años 70, conocida como la “Venezuela Saudita”.

4

 Organización de países exportadores de petroleo.

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