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La había visto cambiar en aquellos meses. Había visto como se había aislado cada vez más, como permanecía encerrada en su habitación por toda la tarde y como no desease ni siquiera la cercanía de Antonino. Había intuido que albergaba un pensamiento secreto al que no quería que nadie se acercase. Con ella era difícil llegar hasta el fondo y hacía mucho tiempo que había renunciado a hacerlo.
–Me he equivocado. Debí intentar comprender cuáles eran sus pensamientos. ¿Por qué? ¿Por qué nos ha hecho esto? Si hubiese hablado habríamos discutido, es verdad, pero con el tiempo habría comprendido. Bastaba hablar y esperar.
Esperar. Demasiado joven e impulsiva Clara para esperar.
Ahora estaba convencida: había ocurrido todo durante la nevada. Después de esos días Clara estaba todavía más taciturna y más inquieta. Realmente había sido entonces cuando había sentido nacer un sentimiento nuevo, nunca antes experimentado, tan diverso del amor conocido hasta el momento. Repentino, absoluto y total como todas las cosas a las que Clara quería y que la empeñaban tanto como para rayar la perfección.
–Justo, fue entonces ―pensaba Giulia.
Ahora se daba cuenta cómo en aquellos días Clara buscaba cualquier motivo para estar junto con los otros, ella que habitualmente era poco partícipe.
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