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El Viaje Del Destino
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El Viaje Del Destino

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—El sol se está poniendo —dijo el joven mientras miraba la apertura superior. A continuación, se dirigió a sus padres y les informó de su decisión de declararse a Halcón Dorado.

Arroyo Bailarín se levantó y caminó hacia un cesto, realizado con un trenzado de cañas de río y yuca. Desde hacía algún tiempo, lo custodiaba junto a su lecho.

Ciervo Moteado encendió la pipa y le dio una gran bocanada antes de hablarle a su hijo.

—Tu elección es un paso importante en la vida de un hombre, te estás comprometiendo a cuidar de esa jovencita y de los hijos que nacerán de vuestra unión. —Lo miró fijamente mientras le pasaba la pipa—. Para nosotros, esta decisión es motivo de orgullo —añadió el hombre con expresión de satisfacción y recibió, a cambio, el respeto y la gratitud en los ojos de su hijo.

La madre sonrió complacida al mismo tiempo que le entregaba el cesto.

—Me he preguntado muchas veces qué habría ahí dentro —dijo el muchacho mientras extraía su contenido y desplegaba una manta de colores llamativos.

—Le pedí a mi hermana que la cosiera para ti, para cuando llegara este día —reveló Arroyo Bailarín.

—¡Gracias! —le respondió el joven dedicándole una mirada cargada de cariño—. El sol se ha puesto, es hora de que me marche —anunció mientras se ponía de pie.

La madre volvió a doblar la manta y se la colocó en el antebrazo antes de que saliera.

Nada más salir, el muchacho echó un vistazo en dirección al tipi de Halcón Dorado, y averiguó que no había ninguna fila de pretendientes en el exterior.

Respiró aliviado y se dirigió, provisto, como era la tradición, de la manta de compromiso. Cruzó el campamento, que estaba casi desierto, y los pocos nativos que aún merodeaban por ahí ya estaba regresando a sus tiendas.

Al llegar ante el tipi de la amada joven, apartó el trozo de piel de la entrada y se encontró la mirada de Gran Águila, sentado en frente.

—¿Puedo entrar a sentarme al lado de Halcón Dorado? —preguntó con sumo respeto.

La expresión de alegría en el rostro de la joven no dejaba duda alguna sobre el éxito de la visita, que ella tanto había esperado.

—Pasa —contestó Gran Águila.

Viento que Sopla tomó asiento al lado de la muchacha y la envolvió en la manta junto a él. Se habían prometido oficialmente.

Capítulo 5

Gokstad, 915 d. C.

Era un caluroso día de junio. Ulfr y Thorald, quinceañeros, se preparaban para su entrada en el mundo de los adultos.

Todos se estaban tomando muchas molestias con los preparativos de la fiesta, a la cual también estaban invitados los familiares del clan de Thorald.

En el aire ya podía apreciarse el olor de la carne que se estaba asando: el rey Olaf había ordenado cazar dos enormes jabalíes para la ocasión.

Se estaban poniendo las cotas de malla cuando escucharon cómo Olaf saludaba calurosamente a alguien.

—¡Bienvenido, amigo mío!

—¡Olaf! —respondió la voz grave de un hombre.

Thorald reconoció aquella voz de inmediato y salió corriendo.

—¡Padre! ¡Has vuelto! —exclamó con gran alegría.

—¡Hijo mío, no me habría perdido un día tan importante por nada del mundo! —afirmó Harald abriendo los brazos.

Se abrazaron con fuerza, dándose palmaditas en la espalda mutuamente.

—¡Entremos, Harald! Tenemos que brindar por tu regreso —dijo Olaf ciñendo los fuertes brazos a la espalda de su amigo.

En el interior de la casa, el servicio estaba ocupado con la preparación de todo tipo de platos y Herja dirigía las diferentes tareas como solo una perfecta señora de la casa sabe hacer. La hija pequeña, Isgred, también trabajaba junto a los sirvientes; a su vez, su madre lo había hecho de niña, y consideraba que solo se podía dirigir a la perfección si se sabían realizar todas las labores.

Isgred tenía 14 años y en uno o dos, seguramente se casaría con un muchacho de su mismo rango. Su madre quería que llegara al matrimonio perfectamente capacitada para su papel de señora de la casa.

Herja estaba controlando la cocción del pan cuando los dos hombres, seguidos de sus respectivos hijos, entraron en la gran cocina.

—¡Harald! —dijo abriendo los brazos mientras se dirigía hacia él.

—¡Herja, siempre estás espléndida! ¡Hasta manchada de harina! —se echaron a reír mientras ella lo acribillaba a preguntas.

Olaf cogió dos cuernos y los llenó de hidromiel.

—¡Brindemos por tu regreso! —sugirió mientras le ofrecía uno a su amigo.

—¡Drekka Minni! —brindaron al unísono alzando los cuernos, para después vaciarlos de un solo trago.

Harald ordenó a sus hombres que trajeran a la casa un gran baúl de madera.

—En este viaje, los dioses nos han protegido y conducido hasta una ciudad llamada Kiev, uno de los mayores centros comerciales que he visto. Vendimos todo nuestro cargamento al doble de precio que a Hedeby, y hemos comprado mercancías que nos han hecho ganar una fortuna.

Abrió el baúl y extrajo seda y joyas.

—Esto es para Herja e Isgred.

—¡Esta seda es fantástica! —exclamó Herja con los ojos como platos—. ¡Y estas joyas! ¡Ven a verlo, Isgred!

La muchacha se precipitó picada por la curiosidad y se quedó boquiabierta ante tales maravillas.

—Estas copas de plata y las especias son para toda la familia, y esto es para ti —dijo dirigiéndose a su amigo.

Le entregó una elegante capa roja de lana con los bordes de pelo, decorados en seda y una gran broche de filigrana de oro para cerrarlo.

—Si hoy no hiciera tanto calor, me lo pondría de inmediato —respondió Olaf, que suscitó la risa de los allí presentes, y continuó admirando su nuevo manto, digno de un rey—. ¡Gracias, Harald, amigo mío! Aprecio mucho tu regalo. —En sus ojos se reflejaba el afecto y respeto mutuo que los había unido todos aquellos años, desde pequeños, cuando decidieron convertirse en Hermanos de Juramento.

Seguidamente, Harald sacó del baúl dos vainas de madera y cuero sobre las que había mandado adornar las virolas triangulares en bronce y oro.

—Y estas son para vosotros… —dijo ofreciéndoselas a los dos jóvenes.

—Son muy bonitas, muy bien decoradas, eh… quizás un poco ligeras —constató Ulfr cuando la sopesaba entre las manos.

—¿No crees que falta algo dentro, padre? —preguntó Thorald.

—No por mucho tiempo… —respondió Olaf, que mientras tanto había hecho venir al herrero con una caja de madera.

La abrió y reveló su contenido.

—¡Qué maravilla! —exclamaron los dos jóvenes vikingos.

—Hemos encargado que las forjen expresamente para vosotros, con el mejor hierro, el de Renania —confesó con orgullo.

Los dos jóvenes no perdieron tiempo en empuñarlas, decir que estaban entusiasmados se quedaba corto. ¡Su primera espada! ¡La más bella que jamás habían visto! Ambas tenían la hoja de doble filo, afilada y reluciente, con la empuñadura adornada con incrustaciones, y revestimientos de oro y cobre, con sus nombres grabados en plata, para que resplandecieran como sus respectivas hojas.

—Debéis ponerle un nombre a vuestra espada para celebrar su fuerza —les explicó Olaf.

—¿Ya? —preguntó Thorald, un poco preocupado porque no le venía a la cabeza ni uno que fuera digno de su espada.

—No —contestó su padre divertido—. A menos que queráis usarla de inmediato contra alguien.

—¡Yo ya tengo un nombre! —dijo Ulfr, desenvainándola en el aire—: ¡Trueno de Fuego! ¡Y la usaré para el combate de hoy!

—¡Pues yo la llamaré Relámpago del Rey de los Mares! —exclamó Thorald, apuntándola hacia el techo.

—Creo que son dos nombres muy dignos de vuestras espadas —comentó Harald.

Mientras tanto, llegaron todos los invitados, los cuatro salieron y los muchachos terminaron de prepararse. Su formación se había completado: cultos, audaces y sumamente hábiles en el manejos de cualquier arma. Habían crecido grandes y fuertes y estaban a punto de demostrar su virilidad. Se enfrentaron con fervor en un duelo que apasionó a todos los allí presentes, sobre todo a sus padres, que se sentían orgullosos.

La gran mesa se llenó de manjares de todo tipo, cerveza, vino e hidromiel.

Cuando todos tomaron asiento, se dio comienzo al banquete y a la gran degustación. El ambiente estaba cargado de alegría y diversión, todos hablaban con todos y se oían grandes risas, pero la gran sorpresa aún estaba por llegar… Olaf se puso de pie y reclamó la atención de todos los invitados.

—Harald y yo zarparemos en unos días, regresaremos antes de que llegue el invierno.

Thorald enmudeció, incrédulo al oír aquellas palabras. Su padre acababa de volver, no podía marcharse dentro de unos días. Sus pensamientos podían leerse en la expresión que se dibujó en su rostro, triste y decepcionado. Todavía se encontraba absorto cuando escuchó estas palabras:

—Naturalmente, nuestros hijos vendrán con nosotros —declaró Olaf orgulloso—. Este viaje es nuestro regalo para honrar vuestra mayoría de edad —añadió dirigido a los jóvenes.

Los muchachos se pusieron de pie en un salto, apenas lograban contener su entusiasmo. Para los vikingos, demostrar su capacidad de afrontar un largo viaje en el mar era muy importante, porque un vikingo era, por encima de todo, su barco.

Todos alzaron los cuernos llenos para brindar y desearles a los muchachos un glorioso futuro, como el de sus padres.

Isgred llevaba un par de horas hablando con un apuesto muchacho que no le quitaba los ojos de encima.

—¿Quién es el joven que habla con mi hija? —le preguntó Olaf a Harald.

—Heidrek, es el hijo de Gunther, mi primo segundo.

—Parece que está muy interesado en Isgred.

—Amigo mío, de ser así, puedes estar tranquilo, es un buen muchacho, además de ser de noble rango —le informó Harald.

—Será mejor que intercambiemos un par de palabras antes de marcharme.

Los dos amigos intercambiaron una mirada jocosa, arqueando una ceja y soltando una gran carcajada. El efecto de la cerveza y del hidromiel empezaba a notarse...

Isgred se acercó a su padre.

—Padre, me retiro, estoy bastante cansada.

—Me he dado cuenta de que esta noche estabas en buena compañía —dijo Olaf en tono socarrón. —La pálida tez de Isgred se tiñó de rojo. Sus ojos, azules como el cielo sereno, hablaban por sí mismos. Esbozó una tímida sonrisa y bajó la mirada—. Tendréis que esperar. Cuando regresemos del viaje, organizaremos una reunión entre los dos clanes.

La tímida sonrisa de Isgred se transformó en un grito repleto de alegría.

—¡Gracias, padre! —exclamó entusiasmada, y le plantó un beso en la mejilla adornada por una densa y larga barba rojiza.

La chica se dirigió a casa, pero antes de cruzar por la puerta, buscó el rostro de Heidrek, que la había seguido con la mirada, intercambiaron una sonrisa y un ligero saludo con la cabeza.

Los festejos continuaron hasta el alba entre cantos, bailes, risas y mucha bebida.

Capítulo 6

Al día siguiente, Olaf convocó en la smidhja, el taller donde se llevaban a cabo todas las actividades artesanales, al viejo Svend, su hombre de confianza.

—Con mi partida, mi mujer necesitará ayudar para llevar la granja. Tú te encargarás de ayudarla y, sobre todo, deberás velar por la seguridad de mi familia —le dijo en tono solemne.

—Podéis contar conmigo —respondió el viejo Svend, inclinando la cabeza en señal de devoción.

—¡Lo sé muy bien! —declaró Olaf, abriendo la puerta que conducía a otra sala. Es por ello que te encomiendo una labor tan importante. —Los dos hombres entraron. En las paredes de la sala había escudos, arcos, lanzas y yelmos colgados, y sobre el suelo de tierra apisonada, numerosas cajas de madera—. Tendrás a tu disposición hombres y armas de sobra —le informó Olaf mientras abría una de las cajas llenas de hachas.

—¡Padre! ¿Estáis en la sala de las armas? —preguntó Olaf, asomándose a la puerta de entrada de la smidhja.

En el taller reinaba un gran ruido provocado por los artesanos afanados en el forjado de metales. Olaf volvió a cerrar la puerta y, junto a su amigo, alcanzó a los muchachos en el exterior.

—Thorald y yo estamos listos, padre, cuando queráis…

—Bien —contestó el padre, para luego dirigirse a Svend—: Puedes marcharte, yo debo ir al barco, hay que embarcar el cargamento.

—No dudéis en llamarme para cualquier cosa —dijo Svend, inclinando ligeramente el busto hacia delante como muestra de respetuosa despedida y seguidamente se esfumó.

Sobre el muelle del puerto de la aldea había infinidad de cajas de madera, fardos de cuero y pieles.

—¿Todas esas cajas forman parte de nuestro cargamento? —inquirió Thorald.

—Sí, muchachos, y todas están esperando a que las subáis a bordo —fue la respuesta de Harald, que acababa de llegar en aquel momento y desató un estruendo de risas por parte de Olaf y de todos los hombres de la tripulación.

Los jóvenes intercambiaron una mirada de preocupación, pero debían demostrar que eran capaces de hacerlo.

—Bien —dijo Thorald—, será mejor que empecemos de inmediato.

—Los hombres os enseñarán cómo estibar las cajas del armamento, de la carga rentable y de los víveres… Atesorad sus consejos. Cuando acabéis, examinaremos vuestro trabajo.

Tras dar instrucciones a los hombres, Olaf y Harald se dirigieron a casa.