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Coma
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Coma

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Y también: ¿podré reducir el tiempo? Y si es así, ¿de qué manera?

Todos estos interrogantes no hacen más que empeorar mi migraña, por lo que cierro los ojos e intento relajarme, a la espera de algún cambio y de alguien que me pueda ayudar a salir de aquí.

11

Los días pasaban y, a pesar de que los médicos eran optimistas e intentasen hacer comprender a Mario que su hermano se curaría completamente en unos cuantos días, él siempre estaba pensativo, y lo estaría hasta que no hubiese visto con sus propios ojos a Luigi caminar por sí solo y volver a la vida de siempre.

Como cada día después del accidente, una vez más le volvieron a la mente como un destello los recuerdos, en medio a los cuales se perdía, un poco sonriendo y un poco conteniendo las lágrimas con dificultad.

Quién sabe si todavía podremos volver a divertirnos juntos, a cenar en esos bellos locales del centro de Bologna y de la provincia...

Fue despertado por la voz del enfermero que reía en el pasillo y de esta manera se dio cuenta de estaba sentado en aquella silla desde hacía una hora y media, delante de la habitación donde estaba su hermano, con la puerta cerrada y silencio en su interior.

Se levantó para consumir un café en la máquina automática, luego caminó adelante y atrás hasta que llegó la noche, como si tuviese confianza en el hecho de que, en breve, llegaría hasta él un médico con alguna buena noticia. Pero, evidentemente las condiciones de su hermano eran estacionarias porque no vio llegar a nadie durante toda la tarde, y cuando Mario Mazza salió del hospital para volver a casa, afuera nevaba otra vez.

Imprecando y cubriéndose lo mejor posible cogió el autobús en dirección al centro de Bologna, donde decidió pararse para la hora feliz en un pub de vía Zamboni.

12

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Estoy en un coche, con un volante delante de mí y nada más.

En este coche no hay asientos para los pasajeros y alrededor solo hay oscuridad.

No he comprendido el motivo, pero estoy seguro de que aquí al lado hay alguien que tiene malas intenciones hacia mí.

Y sobre todo, no sé porque estoy en este lugar totalmente desconocido para mí. Parece que he llegado por casualidad, como catapultado, casi contra mi voluntad.

Me está volviendo el dolor de cabeza, cada vez más fuerte y persistente. ¿Qué hacer?

¿Dónde estáis? Por favor, necesito algo para que me pase esta migraña.

Nadie me responde, todos han escapado, ¿quizás por miedo a algo?

¡Venga, salid de ahí detrás!

Nada que hacer, no cambia nada.

Intento mirar a derecha y a izquierda, mirar detrás de mí, en el caso de que consiga percibir algún movimiento, pero no veo nada.

Esta situación está comenzando a ponerme de los nervios, no soporto bien la oscuridad porque sé que puede esconder alguna trampa, no soporto que me tomen el pelo, sea un conocido o no, ahora ya no soporto más todo esto. Durante un momento veo...

Una sombra, esa que he visto la otra vez, está volviendo a mi lado.

Está a mi lado, noto que se para, me giro hacia la izquierda y me la encuentro delante de mí, inconsistente, sin los rasgos de la cara.

Un analgésico. ¿Tiene un analgésico para mí?, pregunto una vez más, dándome cuenta de nuevo, sólo después de haber hecho la pregunta, de no poder esperar una respuesta. No de una sombra.

Si tuviese ojos, me miraría.

¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

Sé que estas preguntas, como tantas otras que se me podrían ocurrir, no recibirán respuesta, pero si las hago es porque de esta manera podré encontrar una cierta seguridad dentro de mí.

La sombra vuelve enseguida sobre sus pasos, dejándome solo con muchos interrogantes no resueltos, luego vuelve a aparecer.

¿Puedo saber quién eres?, digo, casi gritando. Siento que estoy al límite de la histeria: debo calmarme, tranquilizarme, de lo contrario no resolveré nada, no saldré jamás de aquí.

Permanezco durante unos minutos en compañía de esta figura inconsistente, que luego se va enseguida; intento seguirla con la mirada para ver a dónde va, pero ya no la veo, es como si se hubiese desmaterializado en un momento.

Quizás todo está en mi cabeza, es fruto de mi fantasía, nada es real y auténtico.

Sin embargo, si es así, la mente gasta bromas pesadas. Y entonces: ¿realidad o ficción? ¿Sueño o estoy despierto?

Intento dejar de pensar: quizás me ayudará a calmarme y a recobrar la razón.

Cierro los ojos y espero.

13

Mario Mazza estaba nervioso desde hacía unos días: sabía que dentro de poco a su hermano lo sacarían del coma farmacológico. Los médicos se lo habían confirmado:

–Dentro de dos días, muy probablemente. El traumatismo craneal está casi curado: su hermano ha sido muy valiente, ha reaccionado perfectamente.

Y él era feliz: podría, por fin, comenzar a pensar en el después; volverían ambos a su vida normal de siempre. Casi no se lo podía creer: al principio tenía muchas esperanzas por Luigi pero, en su interior, pensaba que no lo conseguiría.

La noticia fue como una panacea que le hizo mejorar incluso el humor: habían sido días muy sombríos y ahora le había vuelto la sonrisa.

Volvió a recordar los momentos felices pasados juntos y, a diferencia de una semana antes, ahora comenzaba a creer que podrían volver a divertirse, volver a casa, volver a cenar en aquellos restaurantes que tanto les gustaba experimentar, ir al cine, o, incluso, simplemente, a un pub en el centro para beber una cerveza.

Si realmente las cosas habían ido según las previsiones, como parecía en este momento, se lo debía agradecer de corazón al equipo médico del hospital por todo lo que había hecho y por todo lo que estaban haciendo todavía.

Al principio era bastante pesimista, pero ahora ya estaba casi seguro de poder dejar atrás ciertos fantasmas: su hermano lo conseguiría.

Al día siguiente, cuando se presentó en el hospital, fue distinto de lo habitual: le había vuelto la sonrisa, algo que le faltaba desde hacía tiempo, por fin estaba contento e incluso empezó a bromear con los enfermeros. Después de unos días ahora había cogido confianza y sabía qué decir y qué hacer con ellos, de manera que les hacía sonreír sin enfadarles.

La noche llegó como un rayo y, cuando le dijeron que ya no podría permanecer allí por ese día, salió para ir a casa, esta vez con el corazón más ligero.

14

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, pero estoy conduciendo.

Estoy en un extraño coche, con el volante delante de mí, sin asientos para los pasajeros, y a mi alrededor el vacío y la oscuridad.

No logro comprender dónde me encuentro.

Me duele mucho la cabeza, me laten las sienes y me genera un fuerte dolor, que crece con cada minuto que pasa.

No estoy solo: veo una sombra que se acerca a mí, por lo que me armo de valor y le pregunto de todo, acribillándole a preguntas.

Cuando llega a mi lado la sombra aparece como algo... no sé cómo definirlo... justo, parece un halo. No tiene rostro, ni percibo su contorno bien definido, como si fuese una figura estilizada protagonista de un tebeo en blanco y negro.

¿Quién eres?, le pregunto, pero esta figura no responde. Estoy convencido, ni siquiera tiene una boca para hacerlo.

La figura humana estás girada hacia mí, como para mirarme, pero no puede verme ya que no tiene ojos.

Parece un figurante de una película de terror, donde yo soy el protagonista principal. Me doy cuenta, sin embargo, de que no tengo miedo, sino de sentirme en una situación incómoda: estoy confinado en este coche, sin posibilidad de salir y, aunque quisiese, quizás no conseguiría ir a ningún sitio.

Quizás el único modo para salir de este callejón sin salida, o por lo menos lo más sensato, sería matarme: estoy aquí desde hace ya un tiempo, ni siquiera sé desde cuándo, y todavía no tengo todavía indicios suficientes que me permitan aclarar las ideas. Esto me hace correr un enorme riesgo: el riesgo de volverme loco.

Siempre he sido una persona calmada y tranquila, pero que puede perder la razón si le falta la certidumbre, los puntos de referencia.

Vago en la oscuridad y no solamente en sentido figurado.

Todavía está ahí la sombra, parada, a mi lado. Mueve un brazo, o lo que sea, como para hacerme una señal. ¿Quién eres? ¿Hay alguien ahí dentro?, parece preguntar: yo hago el mismo gesto, pero es como si ninguno de los dos viese al otro. Sigo sin comprender nada.

Muevo un brazo para intentar tocar, acariciar, la sombra. No consigo hacer nada de lo que quisiera, es como si fuese inalcanzable.

No hay nada que hacer, quizás todavía no ha llegado el momento para ciertos movimientos.

Así que, ¿qué debo hacer? ¿Esperar todavía? ¿Quién decidirá cuándo cambiarán las cosas?

La sombra se retrae, regresa por donde ha venido, y yo me quedo quieto, sentado y sin ninguna posibilidad de saber qué está sucediendo realmente, por lo que decido cerrar los ojos: por lo menos de esta forma quizás consiga reposar la mente.

15

Cuando Luigi Mazza se despertó abrió sus ojos muy lentamente para habituarse de nuevo a la luz.

Para inducir el despertar los médicos le habían suministrado una dosis de sustancias excitantes que se reveló perfecta.

–Buenos días, señor Mazza, –le dijo uno de los enfermeros – ¿se encuentra bien?

Luigi se tomó un poco de tiempo antes de responder:

–Tengo un ligero dolor de cabeza. ¿Puede darme un analgésico?

–No se preocupe. Por el momento sólo debe reposar.

El hombre se quedó mirando el techo blanquísimo y no dijo nada, casi como esperando las palabras de su interlocutor:

–Usted hoy no deberá moverse de aquí, por lo menos hasta esta noche. Si quiere, podrá dar un pequeño paseo por la tarde, antes de dormir.

–No tengo sueño, sólo me duele la cabeza.

–Le entiendo.

– ¿Dónde están los otros?, –preguntó.

–Su hermano no ha llegado todavía hoy; no sé nada de otras personas que hayan pasado por aquí a visitarle estos días, –explicó el enfermero.

–Mmm... Ni siquiera yo los conozco, o eso creo, –fue la respuesta de Luigi Mazza –yo sólo sé que ha había alguien más, porque lo he visto.

– ¿Está seguro? No me consta que hayan pasado otras personas, pero puede que me equivoque.

Se hizo un momento de silencio que hizo resaltar la expresión perpleja del hombre mientras miraba al enfermero, que concluyó diciendo:

–Entre tanto, repose, lo necesita. Debe estar bastante débil.

Luigi Mazza continuó mirando al hombre de bata blanca sin decir nada, incluso cuando se despidió de él saliendo de la habitación.

¿Qué me ha sucedido? ¿Dónde me encuentro? ¿Dónde están los otros?

16

Aquella tarde Mario Mazza llegó al hospital Maggiore para estar con su hermano y estuvieron charlando juntos hasta la noche y, entre otras cosas, Luigi escuchó decir a su hermano:

– ¿Recuerdas algo del accidente?

La pregunta lo dejó desorientado, ya que no sabía cuál era el tema de la charla.

– ¿Accidente?, –preguntó Luigi replicando, – ¿Qué accidente?

–Tú estás aquí porque te has visto envuelto en un accidente en la carretera de circunvalación de Bologna, a la altura de la salida 7. ¿No te acuerdas?

Luigi lo miró con la expresión típica de aquel que acaba de caer de la parra.

–No, no recuerdo nada de este accidente. ¿Cuándo ha sucedido?

–Hace dos semanas, –explicó Mario.

–Hace dos semanas... no, no recuerdo absolutamente nada.

El hermano lo miró ligeramente preocupado.

– ¿Seguro? ¿Ni siquiera vagamente?, –preguntó.

–Mmmm... No, lo siento, –respondió Luigi.

–Comprendo. Intentaré hablar con los médicos que te están vigilando... ahora debes descansar, ya has caminado mucho, volvamos a tu habitación: necesitas tumbarte.

–De acuerdo, –asintió Luigi –puede que lea algo.

–No, prefiero leer para ti. Ahora vamos a tu habitación, luego iré a por una revista al quiosco.

Así lo hizo y, a su vuelta, Mario Mazza tenía debajo del brazo un ejemplar de aquellas revistas mensuales de viajes.

-–Sé que esto te gustará –dijo comenzando a hojear las páginas –Veamos qué hay de interesante aquí.

Después de unos minutos de silencio Mario Mazza volvió a hablar mientras el hermano enfermo escuchaba interesado: