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Enamorada De Una Estrella
―Lo dejé con Travis hace unos días ―confesó la chica, sonrojándose por la enésima mentira de la conversación y tratando de no especificar que estaba hablando de cincuenta y seis días.
―¿Por qué no me sorprende? ―soltó Arthur, tratando nerviosamente de levantarse de la cama.
―Pensé que era el correcto, pero no funcionó. Cosas que pasan ―se justificó, esperando evitar la inminente reprimenda.
―¡Eso es lo que dices siempre, Leny! Es una pena que tus amoríos no duren nunca ni tres meses. Estaba seguro de que Travis y tú ya os habíais separado hace un par de meses.
¡Viejo zorro!
―No es fácil.
―Nunca será fácil si sigues amando a mi estúpido nieto ―gritó Arthur de repente atormentado, como siempre que hablaba de Chris.
Un nudo en la garganta le impidió a Leny responder.
―Leny, querida, yo te quiero mucho, de verdad, pero tienes que dejar de aferrarte al pasado. Chris no va a regresar y tú eres demasiado hermosa para desperdiciar tu juventud por alguien que no está aquí ―dijo Arthur con gesto dolido debido a la distancia con su amado nieto.
―Chris volverá ―susurró Leny, tratando de consolar el alma turbada del viejo.
―¡No, no lo hará! Está demasiado ocupado viviendo como una estrella de Hollywood para acordarse de su abuelo. ¡Lo único que sabe hacer es llenar mi cuenta bancaria con cantidades tan altas que no podría gastar en dos vidas! ―gruñó el anciano, que se había negado en todos esos años a gastar ese dinero en algo que no fuesen sus cuidados médicos y en una mujer que cuidaba la casa y de las comidas diarias entresemana.
―Arthur, ¿por qué no lo llamas? ¿Por qué no hablas con él? ―le preguntó una vez más inútilmente, conociendo su naturaleza terca y orgullosa.
―Absolutamente no y tú tampoco, te lo prohíbo.
Leny asintió, dándose por vencida. Era inútil hacer razonar a Arthur.
Todavía recordaba la bronca que tuvieron cuando lo llevaron al hospital por un ictus que, por suerte, solo le afectó ligeramente el funcionamiento de su pierna derecha, o la que tuvieron después de su ingreso el mes pasado.
Leny lo había cuidado y apoyado todo el tiempo. Sabía que Arthur no quería molestar a su nieto. Pero ella no estaba de acuerdo. A menudo había pensado traicionar la confianza de Arthur y llamar a Chris, pero nunca lo hizo. Solo una vez, después del ictus. Aquella vez contestó el agente de Chris, y aunque Leny insistió en hablar directamente con él por un problema familiar, el agente no la dejó.
Finalmente se había dado por vencida para hablar con Chris, y había decidido hacerse cargo de la situación y tratar de convencer a Arthur para usar el dinero de su nieto en renovar la casa y hacerla más accesible, por sus dificultades para caminar, y en contratar a un cuidador o enfermero que pudiera ocuparse de él mientras ella trabajaba.
También habían hablado de contratar a un jardinero alguna vez, pero a Leny le encantaba trabajar en el jardín, así que al final eso se había quedado en nada.
―Como quieras, pero no puedes seguir así con Chris. Él te quiere, lo sabes. Solo intenta hacer realidad su sueño y convertirse en alguien ―lo defendió Leny.
―¿Convertirse en alguien? ¿Te refieres a un actor alcohólico que entra y sale de rehabilitación?
―No podemos entender la presión a la que Emily y Chris están sujetos. No debe ser nada fácil tener éxito en ese campo y a ese nivel. Pero Chris es un chico listo y seguro que la segunda vez ha sido también la última. Hace trece meses que no tiene esos problemas ―le informó, recordando la última entrevista de Chris en la que hablaban de sus problemas con el alcohol.
Declaró que había perdido la cabeza, pero que ahora la había encontrado de nuevo. Leny recordó también cómo se puso la mano en el corazón mientras lo decía, y unos meses después, salieron unas fotos de Chris en el Caribe, saliendo entre las olas del mar con la rosa de los vientos tatuada en su pectoral izquierdo hinchado y duro, como resultado de un entrenamiento muy estricto que había fortalecido su cuerpo hasta dejarlo en perfecta forma.
―Cuando llegas a tener una adicción así, ya no estás haciendo realidad tu sueño, sino que estás cayendo en el abismo, Leny. También se lo he dicho a él ―le recordó Arthur, arrugando la frente al pensar en su última conversación, cuando claramente le había dicho que no llamara más si no quería volver a casa, y que se guardara el dinero para sí mismo.
Rindiéndose a la terquedad de Arthur, Leny terminó de prepararle la cena y ordenar su cocina y su antes de salir a ver a su madre al otro lado de la calle.
―Si necesitas dinero, yo… ―le ofreció Arthur antes de que se fuera.
―No, estoy bien. Tenía algo ahorrado ―mintió la muchacha, ya que no quería limosnas.
―No importa. Me llevas al banco el lunes y te hago un depósito ―insistió antes de dejarla marchar. Ayudarla económicamente ahora que estaba desempleada era lo menos que podía hacer después de todo lo que ella había hecho por él en todos esos años sin pedirle nada a cambio.
Tan pronto como entró en casa de su madre, Leny comenzó a zigzaguear entre las muchas cajas que llenaban el pasillo.
―¿Te mudas? ―preguntó Leny preocupada al entrar en la cocina, donde su madre preparaba carne asada para la cena.
―No. Son los últimos regalos de Emily. Puse tu nombre en los que son para ti.
―¿Más ropa? ―preguntó resoplando.
―¡Ropa, zapatos y maquillaje! ¡No puedes creer todo lo que hay ahí! También está el último disco de F3 con un autógrafo y una dedicatoria para ti ―explicó su madre, siempre alegre.
Leny intentó mostrar la misma felicidad, pero no pudo.
Odiaba ser la prima friki que siempre llevaba ropa de diseñador gracias a su prima actriz.
Nunca llegó a entender si la gente que la rodeaba la apreciaba por sí misma o por ser la prima de la famosa Emily Keys. Incluso el grupo de amigos de la escuela secundaria con los que se reunía algunos sábados por la noche nunca había mostrado interés real en ella, aparte de considerarla una fuente de cotilleos sobre la vida estelar de su prima y de Chris.
Leny cargó con los paquetes para unirlos a los que se amontonaban en el fondo del trastero.
Luego volvió a entrar y, deseando que no hubiese más sorpresas, se sentó a la mesa donde su madre ya había servido la carne asada al vapor.
―¿Cómo va el trabajo? ―preguntó su madre, antes de tomar un gran bocado de carne asada.
―Bueno… ¡esta carne está excelente! ―dijo Leny apresuradamente.
―Me alegro. Ya sabes, con esta crisis… ¿Crees que podrían contratar también a Mary, la hija del panadero, en el bufete de abogados? Lleva un año en casa y no encuentra un trabajo fijo.
―No creo. Pero preguntaré.
―Gracias. ¿Y cómo te va con Travis?
Leny hizo un esfuerzo para evitar atragantarse con la carne.
¿Era posible que su madre tuviera la capacidad de hacer las preguntas más incómodas en el peor momento?
―Muy bien ―murmuró su hija, llenando su boca con otro bocado a la vez.
―¡Qué bien! Creo que Travis es el hombre adecuado para ti y además es policía. Siempre es cómodo tener un policía en la familia.
―Claro ―dijo Leny en voz baja, sufriendo por ese interrogatorio.
Afortunadamente el teléfono de su madre empezó a sonar.
Era Rose, la madre de Emily.
―¡Es Rose! ―exclamó feliz como una niña. Desde que su hermana empezara a pasar la mayor parte del año con su hija en Los Ángeles y en el set de Love School, la madre de Leny realmente esperaba con ansias las llamadas de su hermana porque la extrañaba mucho.
―Me voy ―advirtió Leny, levantándose de la mesa. Sabía que su madre desaparecería durante al menos una hora y quería huir antes de que le hicieran más preguntas incómodas.
―Termina tu cena.
―Es tarde, y le prometí a Travis que iría al cine con él esta noche ―mintió descaradamente, antes de que su madre se retirara a su habitación para hablar alegremente con su hermana.
Despejó la mesa a toda prisa y sin perder un minuto se dirigió al coche aparcado en el pequeño y mal iluminado camino de tierra.
Tan pronto como cerró la puerta, empezó a respirar de nuevo.
Ni siquiera se había dado cuenta de que había estado manteniendo la respiración todo el tiempo.
¿Cómo había llegado a aquella situación?
¿Cómo había podido mentir tan descaradamente a su madre y a Arthur?
¿Cómo podía creer que si escondía sus problemas, desaparecerían sin más?
¿Cómo creía que podría superar todo eso sola?
Lágrimas cálidas recorrieron su cara, haciendo también que el rímel waterproof finalmente se le corriera.
Mantuvo la cabeza agachada sobre el volante durante mucho tiempo, llorando desesperadamente.
No sabía por qué estaba llorando.
Solo sabía que se sentía terriblemente sola.
Soltó un quejido que había estado acumulándose los siete años que había pasado sin su prima y sin la presencia y el amor de Chris.
Se había lanzado a construir una vida falsa con un buen trabajo, un novio, una casa hermosa para que todos se sintieran orgullosos de ella, pero al final todo había caído como un castillo de naipes y finalmente se veía obligada a enfrentarse a esa soledad y desesperación a la que había tratado de ignorar todos esos años.
2
Al día siguiente, Leny se levantó tranquila, tratando de empezar con buen pie y actitud optimista, pero todavía estaba haciendo café cuando Diana, la cuidadora de Arthur, la llamó por teléfono.
―Diana, ¿qué pasa? ―Leny inmediatamente se preocupó. La última vez que Diana la llamó, Arthur estaba en el hospital por una crisis respiratoria.
―El señor Arthur… ha tenido un ataque al corazón. Lo están llevando al Hospital Federal… parece serio.
Leny no preguntó nada más.
Se vistió apresuradamente y corrió a la sala de urgencias, donde estuvo esperando al médico durante veinte minutos, y cuando llegó, en seguida le explicó que la situación era grave.
―Su edad, su insuficiencia respiratoria y ahora también su corazón… Lo siento, pero no quiero engañarte. Debes prepararte para lo peor. Deberías llamar al nieto ―dijo el cardiólogo especialista, llevándola a la habitación donde se estaba Arthur.
Leny se acercó a él y le apretó la mano, con el corazón roto al verlo tan pálido, conectado a un respirador artificial y con una docena de electrodos para controlar el ritmo cardiaco.
―Por favor, Arthur. No puedes hacerme esto ―le susurró angustiada a su cuerpo dormido.
Sintiendo que le fallaban las piernas, se sentó y dejó que la angustia la abrumara. Gracias al cielo que estaba sola.
Pasaron muchas horas hasta que Arthur se despertó, pero el respirador no le dejaba hablar y finalmente se rindió y se volvió a dormir.
Leny pasó todo el día en el hospital, tratando de encontrar una solución o una cura con los médicos, pero sin resultados.
―¿Por qué no te vas a casa y descansas? No puedes hacer nada aquí. Es sólo cuestión de tiempo ―le sugirió la enfermera.
Agotada como estaba, decidió ir a casa de Arthur a buscar un pijama y otras cosas que pudiera necesitar. No quería rendirse a lo inevitable.
Ella pelearía. Nunca se rendiría.
Aunque fuera un anciano, Arthur seguía siendo un hombre fuerte y muy vivo.
Pero tan pronto como entró en la casa, sintió que el mundo se derrumbaba sobre ella.
Trató de armarse de valor y de poner algo de ropa en una bolsa, pero a medida que avanzaba por la casa, percibía una sensación cada vez más fuerte de muerte frente a ella.
Contrariada, se dejó caer en la cama.
Abrió un cajón de la mesita de noche.
Había una foto de Arthur con Chris de bebé en sus brazos.
Tomó la foto enmarcada en sus brazos y se sintió desfallecer.
Decidió llevársela a Arthur.
Iba a cerrar el cajón cuando vio un trozo de papel con un nombre y un número, con la letra de Arthur.
Era el número de Chris.
Cuando Arthur sufrió el ictus, él le hizo prometer a ella que nunca llamaría a Chris por él y ella aceptó, aunque a regañadientes.
Pero ahora sentía que ya no podía mantener esa promesa.
Tomó el pedazo de papel con las manos temblorosas y sollozando.
Cogió su móvil y marcó el número.
Ella no había oído la voz de Chris en muchos años y su corazón empezó a latir muy rápido, pero sintió náuseas cuando pensó en lo que le iba a decir.
Después de una larga serie de tonos, Leny escuchó una voz agitada y estridente en el teléfono.
―¿Chris? ―preguntó preocupada.
―No, soy su agente.
―Lo siento. ¿Puedo hablar con él? ¡Es una emergencia! Su abuelo…
―Escucha, no tengo tiempo para tonterías. Llama a otra persona.
―¡Pero es el abuelo de Chris! Se está muriendo ―gritó Leny furiosa por la insensibilidad del hombre.
―Chris está rodando una escena en el plató en este momento.
―¡No me importa para nada! ¡Tengo que hablar con él inmediatamente! ¿Lo has entendido? ―Leny estaba cada vez más furiosa, asolada por el tipo de gente que rodeaba a Chris. No le sorprendía que hubiera empezado a beber con gente así a su alrededor.
El agente murmuró algo grosero, pero al final llamó a Chris, quien se puso al teléfono poco después.
―¿Abuelo? ―preguntó vacilante.
Escuchar la voz de Chris, aún más profunda y cálida que en el pasado, le puso el cerebro en órbita.
Era diferente de la que sonaba en las películas.
―Chris…
―¿Leny? ¿Eres tú? ―susurró el hombre débilmente.
―Sí… Lo siento, pero tu abuelo está enfermo… Muy enfermo… Tuvo un ataque al corazón y… ―intentó explicarlo, pero no le salían las palabras. ¿Cómo podía decirle que su abuelo se estaba muriendo?
―Tomaré el primer vuelo y llegaré ―contestó.
No pudo decir nada más porque la línea se cortó.
Tomaré el primer vuelo y llegaré. Pronto volvería a ver a Chris. ¿Cuánto tiempo había estado soñando con ese momento? ¿Cuánto deseaba volver a verle, abrazarle fuerte y… besarle?
Qué pena que ocurriese en una situación así.
Preferiría esperar siete años más, si eso significaba darle a Arthur más años de vida.
No pudo dormir esa noche por temor a una llamada del hospital.
Las calles seguían desiertas cuando, a la mañana siguiente, se dirigía al hospital.
Diana, que había pasado la noche allí, estaba agradecida por el relevo temprano y se marchó.
Leny se quedó sola con Arthur, que aún no se había despertado, así que empezó a deshacer la bolsa, a llenar el armario con las mudas de ropa y un pijama, y puso la foto en la mesita junto a la cama.
―Gracias ―murmuró Arthur débilmente, recién despertado, viendo a Leny poner el retrato sobre la mesa.
―¡Arthur! ―exclamó Leny ansiosa, dejando caer algunas lágrimas de alivio.
―Me estoy muriendo.
―No digas eso. Ya se te pasará.
―Soy viejo, Leny. No le temo a la muerte. Por fin podré volver a abrazar a mi hijo y a mi esposa.
―Oh, Arthur…
―Solo lamento no poder volver a ver a Chris, pero si lo ves, dile que lo amo. Siempre lo he amado y solo deseo que sea feliz.
Leny se agradeció a sí misma en silencio por haberlo llamado.
―Estoy segura de que volverá pronto y que podrás contarle todo eso.
―Le has llamado, ¿verdad?
Leny asintió lentamente, intentando enjugarse las lágrimas de la cara con la manga de la sudadera.
―Prométeme que le dirás lo que sientes cuando… ―le intentó decir ella antes de que una nueva crisis respiratoria hiciera sonar la alarma del aparato conectado a su corazón.
Leny, asustada, salió corriendo de la habitación para pedir ayuda y unos segundos después, un médico y una enfermera entraban, pidiéndole a ella que esperara fuera.
―Por favor, no te mueras ―repetía Leny mientras caminaba por el pasillo de un lado a otro como un animal en una jaula.
Pasaron unos minutos antes de que la puerta de la habitación volviera a abrirse.
―Lo siento, pero no creo que el señor Hailen sobreviva el día ―le advirtió el médico, antes de que lo llamaran para una nueva emergencia.
Leny decidió pasar el resto del día en el hospital rezando para que Chris llegara lo antes posible.
Afortunadamente, a la hora del almuerzo, su madre le avisó que iba al aeropuerto a buscar a Chris, Emily y su hermana Rose.
Parecía que todo el mundo quería estar cerca de Chris en un momento tan difícil.
Aunque Leny no había desayunado, no tenía ganas de comer ni una rebanada de pan. Un té aguado y demasiado dulce de la máquina fue suficiente.
Estaba a punto de sentarse junto a la cama de Arthur cuando se despertó de nuevo.
―Leny, querida… ―murmuró con voz áspera.
―¡Arthur! ¿Cómo te sientes? ―preguntó Leny inmediatamente, acariciando su rostro hundido y arrugado.
―Tengo… sed ―consiguió decir.
Leny le sirvió un poco de agua fresca en un vaso de plástico del hospital.
Luego se acostó en la cama, haciendo espacio con la rodilla y ayudándole a levantar la cabeza.
Debido a su peso, ella lo ayudó con las almohadas, y luego lo sostuvo con su delgado brazo para que pudiera tomar pequeños sorbos.
Unas pequeñas gotas cayeron de las comisuras de su boca, mojando las sábanas.
―Te traeré una servilleta o formaremos un lago ―susurró suavemente, tratando de estirarse aún más hacia el otro lado, donde estaba la mesita.
―Te ayudaré ―una voz familiar prorrumpió detrás de Leny. Una voz que reconocería entre mil gritos.
Nerviosa y feliz, se dio la vuelta y se encontró a un metro del cuerpo alto y fuerte de Chris.
Buscó sus ojos esmeralda, pero un enorme par de gafas de sol escondían su mirada y no dejaban vislumbrar su estado de ánimo.
―Las servilletas están en el primer cajón de la mesita ―pudo decir ella intentando concentrarse en el peso de Arthur, que le cansaba el brazo.
Como hipnotizada, vio a Chris moverse rápido hacia la mesa de noche y tomar unas servilletas de papel, que luego puso en el pecho de su abuelo.
Distraída por los ataques de tos del viejo, Leny puso toda su atención en él.
―Arthur, bebe un poco más ―lo invitó, tratando de que se incorporara.
Chris entendió sus intenciones y la ayudó a levantar a su abuelo para que pudiera beber más fácilmente.
Arthur pudo entonces beber más cómodamente y mantener la mirada en el último en llegar, aun estando agotado por la enfermedad.
En cuanto terminó de beber, Leny lo hizo recostarse de nuevo, colocándole mejor las almohadas y tratando de tantear cortos roces con el brazo de Chris, que todavía sostenía los hombros del anciano.
―Chris ―murmuró Arthur, una vez acomodado.
―Abuelo. ¿Cómo estás? ―preguntó el nieto quitándose las gafas y agachándose sobre él para besarle la frente.
―Soy viejo.
―Os dejo solos ―Leny interrumpió, sonriéndole.
―Chris, gracias por pedirle a un ángel que me cuidara todos estos años.
Leny quería darle las gracias, quería decirle que lo amaba, pero el dolor de la situación le impidió decir nada. Esbozó una sonrisa que apenas concordaba con las lágrimas que salían de sus ojos hinchados, fruto de los últimos acontecimientos.
Intentó mirar a Chris, pero sus lágrimas se lo impidieron.
―Estaré fuera.
Cuando salió, Leny se encontró en los brazos de Emily.
―¡Leny, mi niña! ―exclamó su prima feliz, envolviéndola en una nube de perfume.
―Em… Emily… ―murmuró Leny, impactada por el contacto con la chica que quería más que a una hermana.
Cuando se separaron, se miraron felices y preocupadas.
―Leny, te extrañé tanto.
―Yo también te he echado de menos. ¿Cómo estás? ―le preguntó, sintiendo que sus ojos temblaban por la emoción.
¡Emily había vuelto! ¡Estaba con ella otra vez!
Había deseado tanto tenerla cerca de nuevo.
¡Necesitaba tanto sentirse querida y escuchada!
¡Ella se había sentido tan sola últimamente y por fin la chica que más amaba en el mundo estaba de vuelta con ella!
Sonrió con confianza: las cosas mejorarían ahora. Estaba segura de eso.
―¡Me siento genial! ―exclamó Emily eufórica, envuelta en su aspecto de superestrella, con los altos tacones de sus Jimmy Choo―. No te pregunto lo mismo, ¡porque te ves terrible!
¡Tan terrible como han sido estos siete años!
Ella deseaba responder a su prima, pero Chris salió entonces de la habitación de Arthur.
Volvía a llevar gafas de sol, pero una lágrima solitaria mostraba su dolor.
―Está muerto.
―¿Muerto? ―Leny se sintió perdida.
Se habría caído al suelo si su madre no hubiera corrido para sujetarla, mientras Emily abrazaba al chico en sus brazos para consolarlo.
Ella deseaba poder abrazar fuerte a Chris también, pero no podía, era evidente que Chris y Emily habían estado comprometidos durante años, aunque fuera entre altibajos.
¿Quién era ella para estar al lado del famoso e inalcanzable Chris Hailen?
Todo lo que sucedió después fue una sucesión de acontecimientos rápidos que terminaron con el entierro de Arthur.
En los días siguientes, Leny vio a Chris solo una vez en casa de su abuelo, donde había decidido quedarse lejos de los paparazzi y los cotilleos.
Dejó los documentos del deceso sobre la mesa. Deseaba hablar con Chris, pero Emily nunca lo dejaba solo y sus móviles siempre sonaban frenéticamente, así que era imposible para ella ir más allá de la cortesía.
―Gracias por todo lo que hiciste por mi abuelo. Habló de ti antes de… ―le susurró Chris después de que ella se despidiera.
Un nudo en la garganta le bloqueó el aliento mientras intentaba no perderse en esos ojos llorosos y sufrientes, siempre tan hermosos.
―Yo quería a tu abuelo.
Una semana después del entierro, Rose y la madre de Leny decidieron organizar una cena para volver a estar todos juntos, como antes.
―¡Dios mío, no recordaba lo pequeña que es esta casa! Esta cocina es como el baño de la suite del Hotel Richmond en Nueva York donde estuve mes pasado ―comenzó Emily, después de haber comprobado en detalle la cantidad de grasas que comería durante la cena―. Tía, ¿cómo puedes vivir aquí con Leny? ¿No es demasiado pequeño para dos personas?
―Pero Leny ya no vive aquí. Tiene su propia casa en la ciudad. Sin embargo, me gusta una casa pequeña, así no nos perdemos.
―Por supuesto, como nos pasó a mamá y a mí en la nueva villa que compré. Tiene cuatro pisos y veinte dormitorios que se abren a un jardín maravilloso ―se rio Emily sirviéndose ensalada sin aderezo.
En esos días que pasaron juntas, Leny se dio cuenta en seguida cómo el mundo del cine y la fama habían hecho cambiar a su prima. Aunque la amaba y estaba orgullosa de su éxito, no podía evitar sentir rechazo ante su nuevo lado esnob.
Si su prima supiera que pronto iba a perder la casa también…
No, todavía tenía orgullo y dignidad y haría todo lo posible para evitar la compasión de los demás por sus desgracias.
Si al principio había pensado en abrirle su corazón a Emily, ahora estaba segura de que no quería encarnar la figura de la pobre chica de campo.
―Leny trabaja en el bufete de abogados de Andrew Marshall. ¡Ha tenido suerte! Ya sabes, con esta crisis, encontrar trabajo es muy difícil ―continuó elogiándola su madre, haciendo que se agobiara y se sintiera como un gato en un tejado de hojalata caliente.
―Leny, ¿eres abogada? ―dijo Emily sorprendida.
―No, es secretaria ―la corrigió Claire, la madre de Leny, antes de que su hija pudiera abrir la boca.
―¿Andrew, el hijo del amigo de mi abuelo? ―intervino Chris, volviéndose directamente hacia Leny, después de haber guardado religioso silencio hasta entonces.
―Sí ―le dijo la joven, levantándose de inmediato para ir a la cocina―. Voy a revisar el pavo en el horno―. ¿Cómo podía mentirle a esos ojos… a Chris? Sintió que le temblaban las manos.
Empezó a respirar y a rezar hasta que la conversación cambió de tema.