
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Te Tengo
Parecía que cada cosa fuera perfecta en su imperfección y, su traje de seda oscuro, combinaba con la camisa negra abierta en la parte delantera, dándole un aire de poder que brotaba en cada poro.
Era descaradamente irresistible. Su modo compuesto y controlado como estaba sentado, se llevaba el trago a la boca seductora y me miraba, me perturbaba y me atraía como una polilla al fuego.
Peligroso y fascinante como un demonio.
Eso es lo que pensaba de él.
Todavía estaba atrapada mirándolo cuando lo vi levantar la copa de su Manhattan y hacer un brindis en mi dirección.
Sentí los pómulos estallar y su sonrisa seductora me hizo entender cuánto era evidente mi vergüenza.
Me dio tanta vergüenza que quité la mirada.
Tenía el corazón que me latía muy fuerte, estaba muy agitada.
La idea de haberme dejado atrapar dos veces mirando a un hombre que nunca habría tenido que encontrar, me hizo dar ganas de escapar corriendo.
Ginebra, estás jugando con fuego!
Miré de nuevo a mi mesa y me encontré de frene a una jarra de cerveza.
Sobre el vaso, estaba la marca de la cerveza italiana Menabrea.
Hice una mueca.
Odiaba la cerveza.
Incapaz de hacer nada, al final me rendí en escuchar a Mike que había comenzado a hablarme de su ex novia, con quien había estado cuatro años.
Fingí interés por un buen tiempo.
En realidad, mi mente continuaba a volver sobre aquel hombre a pocos metros de distancia y sobre sus ojos dorados que me hipnotizaban.
Lamentablemente, después de un cuarto de hora ya estaba aburrida y, sin poder detenerme, mi mirada fue de nuevo a posarse sobre Lorenzo Orlando.
No podía entender cómo un hombre como él, podía hacerle mal a un Rinaldi.
A pesar de que intuía un velo de tiniebla y agresividad, Lorenzo parecía una persona demasiado controlada y relajada para hacerle mal a alguien.
Como si hubiera sentido mi mirada sobre él, de repente lo vi girarse hacia mí.
Se me detuvo la respiración cuando noté su mirada hacerse dura y sospechosa.
Sí, Lorenzo Orlando era un hombre peligroso y de repente me sentí atrapada.
Volví inmediatamente sobre Mike y me prometí no posar más los ojos sobre Lorenzo.
4
GINEBRA
A pesar de que tenía mucho prestigio y que era de pura malta italiana, no me parecía apropiado tomar una cerveza Menabrea en un local como ese. Además, nunca me había gustado.
Decidida a ordenar mi usual y amado Bellini y, a liberarme de Mike y de su discurso, detallado hasta en los más mínimos detalles, sobre el motivo de la ruptura con su ex novia, me levanté y fui directamente a la barra a pedir algo para tomar.
Me acomodé en una banqueta y esperé al barman, que vino inmediatamente a servirme.
“Un Bellini, por favor”, ordené gentilmente.
De inmediato, el camarero tomó un durazno maduro y se dispuso a batir la pulpa para luego hacerlo filtrar con un colador de malla estrecha.
Estaba tan encantada con sus movimientos fluidos y precisos y, por la música que estaba sonando la música Faulkner en el piano allí cerca, que no me di cuenta que una persona que se había sentado cerca de mí.
“Buenas noches”, me susurró de repente una voz cálida y profunda a mi lado, haciéndome sobresaltar.
Mi di vueltas hacia mi izquierda y me encontré a pocos centímetros de Lorenzo Orlando.
De golpe, sentí la garganta arder y secarse completamente, mientras mi corazón comenzó a martillarme violentamente en el pecho.
Después de haberme dejado atrapar tres veces mientras lo miraba, había hecho de todo para distraerme y olvidar todos los peligros que estaba corriendo estando allí.
Por suerte, los discursos de Mike me habían ayudado pero ahora me sentía sola, indefensa y totalmente vulnerable por esa presencia elegante y amenazante.
Intenté responder a su saludo, pero era como si cada sílaba me hubiera quedado encastrada en la garganta, sofocándome.
Me parecía que me quemaba bajo su mirada ámbar, mientras me miraba insistentemente buscando una respuesta de mi parte. Estaba incrédulo y perplejo por mi silencio.
Estaba tan agitada que mi mente quedó en blanco y no recordaba más nada. La única cosa que escuchaba en mi cabeza era de no dejarme descubrir diciendo mi verdadero nombre.
Miré a Maya buscando ayuda, pero se estaba besando con Lucky.
Volví con la mirada hacia Lorenzo.
Todavía me estaba mirando y yo me sentí más atrapada que antes.
Sentí la tentación de escapar y desaparecer para siempre, pero por suerte el barman vino en mi ayuda, ofreciéndome el Bellini.
Intentando controlar el temblor y la dificultad para respirar, tomé la copa.
Haciendo girar el taburete para levantarme, mis rodillas se encontraron sutilmente con las del hombre y, sentí que me faltaba el aliento.
Levanté la mirada esperando ver indiferencia o distracción en sus ojos, pero me vi fulminada por la oscuridad de sus pupilas dilatadas.
Con su ropa negra me hacía recordar a una pantera, antes de atacar a su presa.
“Discúlpeme”, susurré débilmente, moviéndome rápidamente y dirigiéndome hacia mi amiga.
Estaba por dar un paso lejos de quien estaba destruyendo mi autocontrol, cuando sentí que me tomaban fuerte pero delicadamente por el brazo.
Me detuve asustada y vi la mano bronceada de Lorenzo sobre mi piel clara.
Gemí de ansiedad.
Cuando un Orlando y un Rinaldi entraban en contacto, terminaba siempre de la misma forma: con la muerte de uno de los dos.
En ese momento comprendí con certeza que quien tenía menos chances de sobrevivir, era precisamente yo.
No sabía qué expresión tenía en mi rostro, pero debe haber sido bastante elocuente ya que Lorenzo me dejó ir.
“No pueden estar aquí”, me susurró, mientras su mano cuidada y grande se alejaba de mi brazo delgado, que sentía esa experiencia surreal.
Quedé con la boca abierta. Cómo había hecho Lorenzo Orlando para descubrir que era una Rinaldi?
“Yo… yo…”, balbucee, incapaz de encontrar una excusa plausible.
“No acepto FreeLancers en este momento, no tengo intenciones de emplear otras acompañantes”, me avisó severo, indicándome con una inclinación de la cabeza, un grupo de mujeres elegantes y sexis que flirteaban y charlaban amablemente con algunos clientes.
Acompañantes?
Lorenzo me había confundido con una escort!
Me miré el vestido y me di cuenta que era muy audaz, pero no creía que podía ser confundida con una mujer de poca moral.
Además, consideraba que era mezquino y de mente estrecha juzgar a una mujer sólo por su ropa.
Levantando el mentón y asumiendo la actitud más altiva y enojada posible, me acerqué con calma a ese hombre que en ese momento habría querido patear.
“No soy una prostituta”, me ofendí, retomando la voz gracias al enojo repentino que me corría por las venas.
“Ellas tampoco. Son simples acompañantes. Si luego ofrecen otros servicios, no es mi problema. Basta con que lo hagan lejos de aquí”, respondió él, sorprendido de mi tono inesperadamente poco cordial.
“Entonces me corrijo: no soy una acompañante”, respondí resuelta y ácida.
“A veces las apariencias engañan”, contraatacó él convencido que había ganado. Aparentemente no había sido la única que había tomado de manera personal la respuesta poco simpática del otro.
Sonreí dentro mío, porque percibía las ganas de pelear mi batalla y llevar la victoria a casa.
No sabía de dónde provenía todo ese coraje después de haber sentido tanto miedo… quizás era la adrenalina.
“No se preocupe. Lo perdono. Puedo entender que una persona recientemente reintegrada, pueda tener momentos de confusión y equivocar lo inequívoco.”
“Reintegrada?”, repitió él perplejo pero con un leve tono amenazante en la voz. Era evidente que estaba haciendo un notable esfuerzo, para no atacarme.
Tomé coraje gracias a su autocontrol, quería demostrar sin ceder. Conocía ese orgullo y sabía lo que escondía.
“Sí. Admítalo: cuánto tiempo ha estado fuera? Dos días? Una semana?”
“Fuera de qué?”, me preguntó en seco, no sin un notable esfuerzo, incluso si sabía que ya conocía la respuesta.
“De la cárcel, obviamente. Puedo reconocer a una persona cuando sale de prisión y tiene problemas en readaptarse a las convenciones sociales.”
Por un momento quedó boquiabierto por el estupor. Seguramente no estaba acostumbrado a que le hablen de ese modo, pero estaba demasiado preparado para mandar al demonio esa máscara de hombre perfecto que llevaba en presencia de otros.
“Qué le hace pensar que yo haya apenas salido de la cárcel?”, murmuró Lorenzo con los ojos entrecerrados y la mandíbula contraída.
“Por su aspecto.”
“Por mi aspecto”, repitió calmo, como la calma que antecede al huracán.
“Sí. En conclusión, ese cabello no ve la tijera de un peluquero y un peine, desde hace un tiempo”, subí la dosis indicándole su cabello perfectamente peinado de forma desordenada, pero sin perder la elegancia. “También esa sombra de barba le da un aire desalineado, un pasado imprudente… Sin hablar de las ojeras bajo los ojos, no presagian sueños tranquilos y es comprensible. Creo que es difícil dormir en una celda con un extraño que podría tener intenciones poco tranquilizadoras. Lamentablemente no existe aún una legislación eficaz contra las molestias sexuales entre detenidos, por lo que tiene toda mi comprensión.”
“Creo que entendí el concepto”, me detuvo, incapaz de escuchar otra cosa que saliera de mi boca. “Y lo lamento por usted, pero se equivoca. Nunca estuve en prisión.”
“A veces las apariencias engañan”, exclamé con una sonrisa maléfica y una encogida de hombros, repitiendo sus mismas palabras.
« Touché», susurró con una media sonrisa, entendiendo mi intención de vengarme por haber sido confundida con una acompañante.
“Permítame al menos ofrecerle algo de beber”, intentó disculparse cuando intenté irme. Lo miré a la cara y la expresión de desafío de la serie “No termina aquí”, me puso en alarma.
“No acepto regalos de desconocidos”, lo detuve de inmediato, poniendo en la barra un billete que cubría el costo del Bellini y dejaba al barman una buena propina.
“Estaba convencido que no fuera necesario pero… ok, me presento. Soy Lorenzo Orlando, el propietario del Bridge”, me dijo, ofreciéndome la mano.
Mire esa mano tentadora y me dio palpitaciones.
La idea de tocarlo me llevaba a pensar cosas prohibidas y que podían ser castigadas de la peor forma.
Ginebra, estás jugando con fuego!
Todo el engreimiento que tuve, me abandonó con la misma rapidez con la que había llegado.
“Juro que no muerdo”, me susurró, notando que dudaba en darle la mano.
“Mia, donde te habías metido?”, dijo Maya dándome casi un infarto. No la había visto acercarse y no me esperaba su brazo alrededor de mi espalda.
La miré brevemente y comprendí que había venido a socorrerme.
“Mia”, repitió Lorenzo, pensativo.
“Sí, Mia Madison y yo soy Chelea Faye. Mucho gusto. Su local es bellísimo. Felicitaciones!”, se entrometió Maya dándole la mano a Lorenzo, en lugar mío e interponiéndose entre él y yo, como si quisiera defenderme.
“Gracias”, le respondió él con una sonrisa falsa, para esconder la irritación por la interrupción. “Es la primera vez que vienen a mi local?”.
“Sí. Estamos en Rockart City sólo de paso. Demonios! Se hizo tarde y ahora debemos irnos, pero espero tener la posibilidad de volver pronto”, se disculpó Maya con aire alegre. Sólo ella podía parecer tan espontánea y contenta, incluso cuando la situación era tensa.
“Hasta luego, entonces”, respondió el hombre educadamente, dirigiéndome la mirada por última vez antes de alejarse.
Apenas lo saludé con la cabeza.
“Qué demonios estaba pasando?”, dijo Maya cuando quedamos solas.
“Nada”, murmuré con un hilo de voz, incapaz de imaginar que hubiera podido ocurrir.
“Cuando te vi con él, creí que enloquecería. Te traje hasta aquí para divertirnos, no para hacer que te maten”, me dijo agitada, robándome el Bellini todavía intacto y tomándolo en pocos sorbos, para calmar los nervios. “Vamos! Le dije a Lucky que tienes un toque de queda y que tengo que llevarte a casa antes de las dos de la mañana”, me dijo, tomándome de un brazo y arrastrándome hacia la salida.
“Señorita, discúlpeme”, se paró delante nuestro un recepcionista, dándome una tarjeta negra con letras doradas “ The Bridge. Orlando’s Night”. “El señor Orlando me ha pedido que le diera uno de nuestros pases como regalo, en señal de disculpas por la equivocación de la que fue víctima. El señor Orlando se preocupa por sus clientes y, se ocupa que estén satisfechos con el servicio recibido. Este pase le permitirá tener un ingreso privilegiado y una consumición gratis para usted y sus invitados.”
“No es necesario, pero agradece al titular por el gesto y dígale que ya he olvidado nuestro malentendido”, respondí gentilmente y enrojeciendo por esa cortesía.
Lorenzo Orlando, me había ofrecido un pase o un ticket sólo de ida hacia el infierno, si hubiera sabido que era la hija del boss Edoardo Rinaldi.
“Le ruego”, me suplicó, sorprendido por mi rechazo. Sabía que jamás habría podido llevar una tarjeta como esa, sino quería arriesgar la pena de muerte por parte de mi padre.
“Gracias por el pase!”, se entrometió Lucky, tomando la tarjeta en mi lugar. “Mia, te has vuelto loca? Sabes cuánto cuestan estos pases?”
“Quieres volverte un enemigo de la familia Orlando?”, dijo Mike.
“No, yo…” balbucee con disgusto, pero Maya me tomó del brazo y me llevó fuera del local, hacia el aparcamiento.
“Volvemos a casa”, suspiró Maya aliviada, después de un rápido saludo a los dos muchachos.
Entramos en el coche.
Pasamos por el puente del Safe River y, para mi sorpresa, noté que las palpitaciones que había tenido desde que había pasado por allí a la idea, no se habían detenido.
Era como si esa noche me hubiera dejado algo abrumador y tan poderoso como para no abandonarme jamás.
5
GINEBRA
Había pensado en Lorenzo Orlando toda la semana.
Había leído libros, visitado galerías de arte, participado en una reunión sobre derechos civiles, pero era como si todo fuera insignificante y carente de emociones.
Sólo cuando pensaba en Lorenzo, en lo que le había dicho, me sentía de nuevo viva y electrizada.
Era increíble!
Había estado tentada de pedirle a Maya que me llevase de nuevo más allá de río, pero no había osado hacer una propuesta de ese tipo, abiertamente.
Dentro de mí todavía era consciente de cuánto era malo, lo que había hecho y del peligro que había corrido. Y, sin embargo, era justamente eso lo que me mantenía viva en esos días.
Me alcanzaba con cerrar los ojos para volver a sentir la voz cálida, profunda y levemente ronca de Lorenzo.
Por no hablar de su cabello castaño desordenado que daba ganas de pasarle los dedos en medio.
O su barba, levemente descuidada.
Nunca había tocado a un hombre. Ni siquiera a mi padre o a mi hermano.
Una parte de mi habría querido acariciarle el rostro para ver qué se sentía tocar ese vello, para sentir cómo era tocar ese cabello áspero y sin afeitar.
Oh Dios, tocarlo…
Se me entrecortaba la respiración cada vez que lo pensaba.
La idea me excitaba y me aterrorizaba al mismo tiempo.
Tocar un Orlando estaba prohibido!
Todavía me parecía poder sentir el calor de su mano en mi brazo.
Y, sin embargo, hubiera pagado por sentir de nuevo esa sensación.
Y sus ojos…
Oh por Dios, Ginebra, cálmate!
«Ginebra, quieres cortarte? Se puede saber en qué estás pensando?”, dijo Maya sacándome de mis pensamientos.
“En nada”, me apresuré a decir, continuando a cortar las cebollas.
“No te creo”.
“Estaba pensando en qué prepararte. Espero que la pasta con ragú de seitán, te guste”, respondí rápidamente, poniendo a freír la cebolla, con el apio y las zanahorias.
“Lo descubriré pronto, pero confío en ti. Eres una buena cocinera, incluso si creo que es vergonzoso que tus padres no te den una doméstica o una ayuda para hacer estos quehaceres.”
“Mi padre fue claro: hasta que no deje mi dieta vegetariana y con esta fijación por los derechos civiles, estaré segregada en estas dependencias y tendré que arreglarme sola. De todas formas, me volví una ama de casa experta.”
“Pasas también la aspiradora?”, me preguntó Maya disgustada.
“Sí. Cocino, lavo, plancho y me hago la cama sola.”
“Demonios! Yo no podría nunca! Te tratan como a una esclava!”.
“No digas cosas absurdas. Me volví independiente y no hago nada que la mayoría de las personas no haga todos los días. No todos pueden permitirse tener sirvientes que te sustituyan en todo, lo sabes?”
“Y para ti, está bien así?”
“Sí”, dije triste. En realidad no me interesaba tener que limpiar la casa o cocinar para mí. Lo que me hacía estar mal era que mi familia no me quiera más, que no aceptase mi diversidad y no mostrara un mínimo interés en mí.
Esas pocas veces que estaba con mi familia, era siempre un sufrimiento, porque no me hablaban, no me dejaban decir nada y peor aún, se negaban a pedir al chef que preparara comida aparte para mí.
A menudo me sentía sola y, de todas formas hacía casi tres años que estaba excluida y tratada sin respeto.
Incluso mi mudanza a esas dependencias había sido el enésimo intento de aislarme, para evitar que fuera parte de su vida familiar.
Incluso mi hermana Rosa me evitaba y, desde que se había casado, había también dejado de llamarme por teléfono.
Con mi hermano Fernando, nunca había tenido una buena relación y nunca había sufrido la distancia que había puesto entre nosotros dos. Por el hecho que era el primogénito, tenía diez años más que yo y era el heredero directo del imperio de papá, se permitía ser un déspota con cualquiera.
“Escucha, me ha llamado Lucky. Tiene tu pase. Según parece intentó ir al Bridge con sus amigos, pero le dijeron que la tarjeta es nominativa y que sin ti no podía entrar. Me ha pedido si esta noche nos gustaría volver con él y un amigo suyo que querría presentarte. Me hizo ver una foto suya. Es un hermoso muchacho! Quizás podría surgir algo, no te parece?”
Pensé en Lorenzo.
Nunca lo hubiera admitido, pero tenía unas ganas locas de volverlo a ver.
“Ok”, respondí dejando consternada a Maya.
“De verdad? Es decir, me alegra, pero estaba convencida que no quisieras saber más nada con el Bridge o con los Orlando, después de lo que sucedió el sábado pasado.”
“Necesito cambiar un poco el aire.”
“Una vez, cuando querías cambiar aire me pedias que fuéramos a la cabaña de mi abuelo en la montaña. Mientras ahora, me estás diciendo que quieres volver a la boca del lobo. Me parece que te he contagiado con mi locura de hacer cosas prohibidas.”
“Puede ser”, sonreí alegre.
6
LORENZO
No pude contener una pequeña sonrisa de triunfo cuando vi a Mia Madison atravesar la puerta del Bridge.
Sabía que había rechazado mi pase y que sólo por la intervención de uno de sus amigos lo había aceptado. Nadie era tan loco como para insultar a un Orlando, declinando su regalo, incluso si a Mia no le parecía importar mucho mi apellido y el rol que tenía en esta ciudad.
La sonrisa fue más grande cuando la vi quitarse la campera liviana de lino blanco y mostrar un vestido celeste escotado, que además tenía un escote profundo en la espalda, y con la falda que le llegaba a las rodillas.
Su look casto, resultaba todavía más simple por el maquillaje liviano y por los colores tenues, era una señal clara que no quería ser confundida nuevamente con una acompañante.
Por un instante, su mirada se cruzó con la mía.
Ambos hicimos un leve saludo con la ceja en dirección del otro, pero sus ojos quedaron pegados a los míos por una fracción de segundo de más, intentando no darme a entender que ella también había pensado en mí toda la semana, como me había pasado a mí.
Había sido difícil sacar de mi mente a una mujer que me había dicho que parecía un ex convicto y que me había desafiado tan abiertamente, a pesar de que la atemorizaba.
La recorrí con la mirada, buscando a la muchacha transgresiva y desinhibida, pero parecía que no quedaba rastro.
Era simple y bellísima.
Sus ojos azules con algún tinte violeta resaltaban gracias a la sombra lila y los labios estaban apenas cubiertos por un labial rosado.
A diferencia de la vez anterior, ahora parecía mucho más joven. No le daba más de veinticinco años y sus modales siempre agraciados y refinados con los que se movía, se sentaba y se llevaba a la boca el Bellini que había ordenado… tenía algo sensual y fascinante.
Había entendido de inmediato que había estudiado y no era una simple acompañante, cuando le hablé y ahora, viéndola en toda su simplicidad, me di cuenta que era más de lo que dejaba ver. Sin embargo, la timidez y reserva que mostraba cuando un muchacho con el que hablaba la tocaba, me hacía intuir que había algo extraño en ella. Era como si tuviera miedo del contacto físico, casi como si le molestara…
Incluso conmigo, había sido introvertida, había visto miedo en su mirada, mientras ahora veía irritación y antipatía, aunque si estuvieran escondidas detrás de sonrisas y gestos medidos pero no lo suficientemente incisivos para mantener en su lugar las manos de ese muchacho.
Disfruté viendo su esfuerzo por contener el nerviosismo y de mostrar siempre una máscara de muchacha buena, aunque si dentro, muy dentro, era evidente que habría querido abofetear a su acompañante.
Desde el lugar donde me encontraba, disfrutaba todo el espectáculo, preguntándome cuánto faltaba para que perdiera los estribos.
Además, su amiga Chelsea no parecía darse cuenta de nada, estaba impresionada por el muchacho con quien también había estado la semana anterior.
A un cierto punto, el acompañante de Mia se puso a jugar con sus largos cabellos rubios.
Parecía que ese gesto la molestaba mucho, porque se puso de pie y con una excusa se dirigió al baño.
Estaba por volver a mi trago, cuando vi al muchacho seguirla al baño.
Conocía esa sonrisa arrogante y sabía qué habría sucedido.
Normalmente habría llamado a un camarero para decirle que interviniera, pero esta vez tenía curiosidad y, si hubiera sucedido lo que me temía, no hubiera dudado en golpear al maldito.
Con cierta indiferencia, me dirigí hacia el baño de mujeres.
Lo encontré cerrado.
Golpee y todo lo que obtuve por respuesta fue un grito que fue sofocado de inmediato y algo que caía al piso.
No quería hacer un escándalo o asustar a mis clientes dado que la reputación de local se basaba, precisamente en la discreción, por lo que evité golpear la puerta o gritar para que abrieran.
De inmediato llamé a Jacob, mi vice, y me hice alcanzar las llaves del baño.
En un instante, mi amigo abrió la puerta.
Entré en el baño, mientas Jacob volvía a cerrar la puerta a nuestras espaldas.
Mia estaba tirada en el piso y tenía una mejilla roja, mientras el muchacho tenía el pantalón abierto y estaba sobre ella, agarrándola por las muñecas.
Saqué a ese bastardo lejos y me incliné al lado de ella.
Le corrí el cabello del rostro pero, apenas mis dedos tocaron sus mejillas, ella hizo una mueca y se alejó de mí, aterrorizada.
Para mi sorpresa, vi una pequeña hebilla que asomaba de la sien y comprendí que lo rubio, era una peluca.
“Mia, soy yo, Lorenzo Orlando”, le dije lentamente, tomándola por los hombros que se sacudían por los sollozos. “Ven, te ayudo a levantarte.”