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Te Tengo
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Te Tengo

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Había estado tentada de pedirle a Maya que me llevase de nuevo más allá de río, pero no había osado hacer una propuesta de ese tipo, abiertamente.

Dentro de mí todavía era consciente de cuánto era malo, lo que había hecho y del peligro que había corrido. Y, sin embargo, era justamente eso lo que me mantenía viva en esos días.

Me alcanzaba con cerrar los ojos para volver a sentir la voz cálida, profunda y levemente ronca de Lorenzo.

Por no hablar de su cabello castaño desordenado que daba ganas de pasarle los dedos en medio.

O su barba, levemente descuidada.

Nunca había tocado a un hombre. Ni siquiera a mi padre o a mi hermano.

Una parte de mi habría querido acariciarle el rostro para ver qué se sentía tocar ese vello, para sentir cómo era tocar ese cabello áspero y sin afeitar.

Oh Dios, tocarlo…

Se me entrecortaba la respiración cada vez que lo pensaba.

La idea me excitaba y me aterrorizaba al mismo tiempo.

Tocar un Orlando estaba prohibido!

Todavía me parecía poder sentir el calor de su mano en mi brazo.

Y, sin embargo, hubiera pagado por sentir de nuevo esa sensación.

Y sus ojos…

Oh por Dios, Ginebra, cálmate!

«Ginebra, quieres cortarte? Se puede saber en qué estás pensando?”, dijo Maya sacándome de mis pensamientos.

“En nada”, me apresuré a decir, continuando a cortar las cebollas.

“No te creo”.

“Estaba pensando en qué prepararte. Espero que la pasta con ragú de seitán, te guste”, respondí rápidamente, poniendo a freír la cebolla, con el apio y las zanahorias.

“Lo descubriré pronto, pero confío en ti. Eres una buena cocinera, incluso si creo que es vergonzoso que tus padres no te den una doméstica o una ayuda para hacer estos quehaceres.”

“Mi padre fue claro: hasta que no deje mi dieta vegetariana y con esta fijación por los derechos civiles, estaré segregada en estas dependencias y tendré que arreglarme sola. De todas formas, me volví una ama de casa experta.”

“Pasas también la aspiradora?”, me preguntó Maya disgustada.

“Sí. Cocino, lavo, plancho y me hago la cama sola.”

“Demonios! Yo no podría nunca! Te tratan como a una esclava!”.

“No digas cosas absurdas. Me volví independiente y no hago nada que la mayoría de las personas no haga todos los días. No todos pueden permitirse tener sirvientes que te sustituyan en todo, lo sabes?”

“Y para ti, está bien así?”

“Sí”, dije triste. En realidad no me interesaba tener que limpiar la casa o cocinar para mí. Lo que me hacía estar mal era que mi familia no me quiera más, que no aceptase mi diversidad y no mostrara un mínimo interés en mí.

Esas pocas veces que estaba con mi familia, era siempre un sufrimiento, porque no me hablaban, no me dejaban decir nada y peor aún, se negaban a pedir al chef que preparara comida aparte para mí.

A menudo me sentía sola y, de todas formas hacía casi tres años que estaba excluida y tratada sin respeto.

Incluso mi mudanza a esas dependencias había sido el enésimo intento de aislarme, para evitar que fuera parte de su vida familiar.

Incluso mi hermana Rosa me evitaba y, desde que se había casado, había también dejado de llamarme por teléfono.

Con mi hermano Fernando, nunca había tenido una buena relación y nunca había sufrido la distancia que había puesto entre nosotros dos. Por el hecho que era el primogénito, tenía diez años más que yo y era el heredero directo del imperio de papá, se permitía ser un déspota con cualquiera.

“Escucha, me ha llamado Lucky. Tiene tu pase. Según parece intentó ir al Bridge con sus amigos, pero le dijeron que la tarjeta es nominativa y que sin ti no podía entrar. Me ha pedido si esta noche nos gustaría volver con él y un amigo suyo que querría presentarte. Me hizo ver una foto suya. Es un hermoso muchacho! Quizás podría surgir algo, no te parece?”

Pensé en Lorenzo.

Nunca lo hubiera admitido, pero tenía unas ganas locas de volverlo a ver.

“Ok”, respondí dejando consternada a Maya.

“De verdad? Es decir, me alegra, pero estaba convencida que no quisieras saber más nada con el Bridge o con los Orlando, después de lo que sucedió el sábado pasado.”

“Necesito cambiar un poco el aire.”

“Una vez, cuando querías cambiar aire me pedias que fuéramos a la cabaña de mi abuelo en la montaña. Mientras ahora, me estás diciendo que quieres volver a la boca del lobo. Me parece que te he contagiado con mi locura de hacer cosas prohibidas.”

“Puede ser”, sonreí alegre.

6

LORENZO

No pude contener una pequeña sonrisa de triunfo cuando vi a Mia Madison atravesar la puerta del Bridge.

Sabía que había rechazado mi pase y que sólo por la intervención de uno de sus amigos lo había aceptado. Nadie era tan loco como para insultar a un Orlando, declinando su regalo, incluso si a Mia no le parecía importar mucho mi apellido y el rol que tenía en esta ciudad.

La sonrisa fue más grande cuando la vi quitarse la campera liviana de lino blanco y mostrar un vestido celeste escotado, que además tenía un escote profundo en la espalda, y con la falda que le llegaba a las rodillas.

Su look casto, resultaba todavía más simple por el maquillaje liviano y por los colores tenues, era una señal clara que no quería ser confundida nuevamente con una acompañante.

Por un instante, su mirada se cruzó con la mía.

Ambos hicimos un leve saludo con la ceja en dirección del otro, pero sus ojos quedaron pegados a los míos por una fracción de segundo de más, intentando no darme a entender que ella también había pensado en mí toda la semana, como me había pasado a mí.

Había sido difícil sacar de mi mente a una mujer que me había dicho que parecía un ex convicto y que me había desafiado tan abiertamente, a pesar de que la atemorizaba.

La recorrí con la mirada, buscando a la muchacha transgresiva y desinhibida, pero parecía que no quedaba rastro.

Era simple y bellísima.

Sus ojos azules con algún tinte violeta resaltaban gracias a la sombra lila y los labios estaban apenas cubiertos por un labial rosado.

A diferencia de la vez anterior, ahora parecía mucho más joven. No le daba más de veinticinco años y sus modales siempre agraciados y refinados con los que se movía, se sentaba y se llevaba a la boca el Bellini que había ordenado… tenía algo sensual y fascinante.

Había entendido de inmediato que había estudiado y no era una simple acompañante, cuando le hablé y ahora, viéndola en toda su simplicidad, me di cuenta que era más de lo que dejaba ver. Sin embargo, la timidez y reserva que mostraba cuando un muchacho con el que hablaba la tocaba, me hacía intuir que había algo extraño en ella. Era como si tuviera miedo del contacto físico, casi como si le molestara…

Incluso conmigo, había sido introvertida, había visto miedo en su mirada, mientras ahora veía irritación y antipatía, aunque si estuvieran escondidas detrás de sonrisas y gestos medidos pero no lo suficientemente incisivos para mantener en su lugar las manos de ese muchacho.

Disfruté viendo su esfuerzo por contener el nerviosismo y de mostrar siempre una máscara de muchacha buena, aunque si dentro, muy dentro, era evidente que habría querido abofetear a su acompañante.

Desde el lugar donde me encontraba, disfrutaba todo el espectáculo, preguntándome cuánto faltaba para que perdiera los estribos.

Además, su amiga Chelsea no parecía darse cuenta de nada, estaba impresionada por el muchacho con quien también había estado la semana anterior.

A un cierto punto, el acompañante de Mia se puso a jugar con sus largos cabellos rubios.

Parecía que ese gesto la molestaba mucho, porque se puso de pie y con una excusa se dirigió al baño.

Estaba por volver a mi trago, cuando vi al muchacho seguirla al baño.

Conocía esa sonrisa arrogante y sabía qué habría sucedido.

Normalmente habría llamado a un camarero para decirle que interviniera, pero esta vez tenía curiosidad y, si hubiera sucedido lo que me temía, no hubiera dudado en golpear al maldito.

Con cierta indiferencia, me dirigí hacia el baño de mujeres.

Lo encontré cerrado.

Golpee y todo lo que obtuve por respuesta fue un grito que fue sofocado de inmediato y algo que caía al piso.

No quería hacer un escándalo o asustar a mis clientes dado que la reputación de local se basaba, precisamente en la discreción, por lo que evité golpear la puerta o gritar para que abrieran.

De inmediato llamé a Jacob, mi vice, y me hice alcanzar las llaves del baño.

En un instante, mi amigo abrió la puerta.

Entré en el baño, mientas Jacob volvía a cerrar la puerta a nuestras espaldas.

Mia estaba tirada en el piso y tenía una mejilla roja, mientras el muchacho tenía el pantalón abierto y estaba sobre ella, agarrándola por las muñecas.

Saqué a ese bastardo lejos y me incliné al lado de ella.

Le corrí el cabello del rostro pero, apenas mis dedos tocaron sus mejillas, ella hizo una mueca y se alejó de mí, aterrorizada.

Para mi sorpresa, vi una pequeña hebilla que asomaba de la sien y comprendí que lo rubio, era una peluca.

“Mia, soy yo, Lorenzo Orlando”, le dije lentamente, tomándola por los hombros que se sacudían por los sollozos. “Ven, te ayudo a levantarte.”

Miró mi mano, como si fuese algo prohibido y peligroso, pero finalmente aceptó mi ayuda.

Con delicadeza la ayudé a ponerse de pie pero me di cuenta que debía haberse golpeado, porque rengueaba y la correa de su zapato derecho se había roto.

Antes de que cayera de nuevo, la tomé y la llevé en brazos.

Estaba tan desorientada y asustada por lo que le había pasado, que no opuso resistencia y se acurrucó temblando contra mi pecho.

Mientras tanto, Jacob se ocupó del muchacho.

“Si te vuelvo a ver en mi local, te hago pedazos”, lo amenazó antes de que Jacob lo echara del local.

Salí del baño y noté que algunos clientes se miraban curiosos. Sólo la amiga de Mia parecía perturbada y corrió hacia nosotros.

“Oh mi Dios… Qué te sucedió?”, gritó desesperada, viendo el rostro enrojecido de la muchacha.

“Está todo bien”, intentó asegurarle ella.

“No está bien. No está para nada bien… Demonios, estoy muerta si te pasa algo!”

Esa frase me alarmó porque parecía que verdaderamente Chelsea lo creía así.

Hubiera querido profundizar, pero Sebastián, mi manager, se acercó.

“Dame las llaves de una habitación. La señorita se hizo mal y necesita reposar”, le dije.

“Las habitaciones están todas ocupadas”, me avisó preocupado.

“Entonces la llevaré a mi apartamento”, dije resuelto.

“No!”, exclamaron al unísono Mia y Chelsea.

“No se preocupen. No habitúo salvar a una muchacha de un intento de violación para después molestarla yo. Sebastián, mientras tanto llama a un médico y a la policía, así la cliente podrá hacer la denuncia.”

“No!”, dijeron casi gritando, Mia y Chelsea.

“No es necesario… Estoy bien y no sucedió nada. Creo que es mejor dar vuelta la página y no pensar más en este inconveniente. Además, no quiero hacer un escándalo que pueda dañar la reputación de los Orlando”, se apresuró a aclarar Mia con ansiedad.

Podía sentir el olor a problemas por el pánico que veía en los ojos de las dos mujeres.

“Ok, como quieran”, dije, dirigiéndome hacia el segundo piso, donde estaba mi apartamento.

Llevé a Mia a la habitación de huéspedes y la puse en la cama.

“Gracias”, me agradeció tímidamente.

“Ahora puedes decirme qué pasó y qué te ha hecho ese muchacho?”, fui directo a lo que más me importaba.

“Me estaba refrescando cuando entró en el baño. Cerró la puerta. Me enojé y comenzó a empujarme. Perdí el equilibrio por los tacos altos y caí, torciéndome el tobillo derecho. Creí que iba a ayudarme y que se hubiera disculpado… Al contrario, se me tiró encima y comenzó a… tocarme… a decirme que dejara de hacerme la difícil… intenté golpearlo pero él se defendió y me abofeteó… Yo… Yo…”