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“ Seguridad que no sería suficiente, sino tuviéramos de nuestra parte a toda la Confederación de Sangre, que esa noche estará allí con nosotros. Lista para protegernos. Apuesto que será así.”
“ Estarán sólo Nick y Xander con sus familias”, me informó mi padre.
“ Entonces también van a estar Elizabeth y Leo! ¡Con ellos estaré segura! ¿Quién podría siquiera tocarme, sabiendo que podría contrariar a la hija de un Antiguo o al hijo de un hombre lobo Alfa y de una vampiresa con poderes mágicos?”
“ April, no discutas”, intervino mi padre con voz cansada y sufrida. “Sabes cuánto eres importante y frágil en este mundo en el que te hemos educado.”
“ Papá, sé que tienes miedo de que me pueda suceder algo, pero te aseguro que no sucederá.”
“ No, pequeña mía, no lo entiendes.”
“ Ya no soy una pequeña!”, me enojé.
“ Tu padre sólo intenta decirte que te queremos mucho y que ese cariño podría transformarse en un arma en contra nuestro”, intervino mi madre abrazándome.
“ Lo sé”, me tranquilicé, abrazándola también.
Nunca conseguía lo que quería con ellos y siempre terminaba cediendo, pero esta vez sabía que no habría permitido a mis padres mantenerme en una caja de cristal, como solían hacerlo, alejada del peligro.
“ No quiero hacerlos sufrir, pero tengo que empezar a vivir y a tomar mis propias decisiones”, hubiera querido decir, pero las palabras murieron en mi garganta.
Estrategia
APRIL
La Confederación de Sangre era mi segunda familia.
Allí estaban todos tíos, primos, abuelos, incluso si ninguno de ellos era pariente mío, excepto por Félix, el hermano de mi madre.
Y yo era la “pequeña April” para los vampiros que trabajaban en la sede de Londres, la “muchacha con perfume de primavera”, para quien todavía no había pasado de nutriste de sangre humana a la BloodSky, “la humana que esconde un secreto que todavía no he podido descifrar” para el científico Grucho, “piel de zanahoria/ Pandereta / flor de campo” para Elizabeth que adoraba molestarme por mis cualidades que ella consideraba vergonzosas, como mis pecas y el cabello rojo, mi corazón tan “humano” que latía como un tambor haciéndose siempre sentir y expresando todas sus emociones, o el aroma que tenía, tan delicado y persistente como un prado florido.
Elizabeth era una contradicción: podía decir la cosa más antipática y de inmediato la más dulce, pero en mi opinión, su miedo mayor era el mostrar la humanidad que había dentro de ella, ya que su madre Tess era una simple humana.
De todas formas, nadie hacía caso a mi presencia y después de las usuales cortesías, me encerraba en el gimnasio donde sabía que habría encontrado a las únicas personas que me habrían ayudado.
Como siempre, el gimnasio estaba lleno de jóvenes vampiros de espíritus encendidos y con el temperamento irascible y a menudo presumido, que los empujaba a participar en los combates contra los lobizones.
Había faltado a un seminario en la facultad para estar allí y de inmediato estaba contenta de ver al último vampiro al que le habían dado un KO, con la fuerza y la técnica increíbles de Leo, hijo de Xander, el lobizón Alfa que lideraba su clan.
A pesar de que Leo sólo tenía siete años más que yo, parecía que nadie podía desafiarlo.
Aunque al inicio había sido considerado casi una subespecie de lobizón, ya que su madre Siobhan era sólo una hechicera que luego se había vuelto vampiresa y no un hombre lobo, no se necesita mucho antes que todos entendieran que Leo no era menos por sus orígenes híbridos.
¡Es más! Esa unión de genes distintos lo había vuelto perfecto: ¡fascinante y magnético como un vampiro, resistente y poderoso como un lobizón, dulce y humilde como un humano… con una pizca de magia!
¡Irresistible para mí! ¡Tanto como para considerarlo “el muchacho de mis sueños” durante toda mi adolescencia!
Una obsesión jamás correspondida, sino con un gran afecto y sentido de protección de su parte.
Incluso si había crecido y la obsesión se había atenuado, bastó que su mirada ámbar se posara en mi por un instante, antes de mirar al resto de los presentes, para sentir de nuevo el corazón dando brincos.
Cuando lo vi luego quitarse la playera mojada por el sudor y quedarse con el pecho desnudo con esa sonrisa dulce grabada en su rostro, me puse completamente roja.
“ April, ¿qué haces aquí?”, me dijo de inmediato viniendo hacia mí y dándome un beso en la mejilla caliente.
“ Hola, Leo. Te estaba buscando. Necesito tu ayuda.”, lo saludé orgullosa de mí. Me había llevado cinco años conseguir hablar delante de él sin balbucear y finalmente lo había conseguido.
“ Siento perfume a problemas”
“ Es por la invitación a la fiesta de máscaras de esta noche.”
“ Problemas serios”, dijo de inmediato Leo.
“ No si tú me ayudas”, le supliqué. “Te lo ruego.”
“ Y como podría decirte que no”, me susurró haciéndome una caricia en la mejilla que hizo que me temblaran las piernas.
“ Aquí estas!”, llegó como un rayo Elizabeth interrumpiendo mi encuentro idílico. “Sentí tu presencia desde afuera, con ese tambor que tienes en el lugar del corazón.”
“ Ely, déjala en paz”, intervino Leo. “Sabes que no es de buena educación hacer notar cuanto podemos percibir las emociones humanas.”
“ No es culpa mía si tengo un oído extrafino”, se justificó Elizabeth de inmediato, mordaz con Leo. “Y tú, por otra parte, ¡vístete! ¿No ves que haces que se emocione? ¡Está toda roja y acalorada! Es obvio que el enamoramiento que siente por ti todavía no se le pasó, y ya que no quieres corresponderla, por lo menos ten la decencia de vestirte y de evitar ciertas cosas con ella o seguirás ilusionándola, ¡estúpido!”
Era imposible estar delante de Elizabeth sin sentir al menos por un instante el impulso de matarla.
Y no sólo para las pobres humanas como yo, sino también para los vampiros y lobizones.
Ella era la Princesa de la Confederación: las más hermosa, la mejor, la más fuerte, la más deseada, la perfecta…
Y ella lo sabía. ¡Y lo sabía bien!
Al único al que no le importaba era a Leo.
Y eso enojaba muchísimo a Elizabeth. Las cosas, además había empeorado cuando ella, la mejor en combate, había sido vencida por el mejor en combate, es decir, Leo.
Una derrota imperdonable para Elizabeth, tanto que se había vuelto aún más resentida hacia él, quien por el contrario siempre la trató como a una dulce hermanita a la que amaba, a pesar de todo.
Como un perrito obediente, Leo fue de inmediato a buscar una playera limpia para ponerse.
“ Entonces estas aquí por la fiesta de máscaras?”, me trajo nuevamente a la realidad, Elizabeth.
“ Sí. Quiero ir, pero mis padres no me lo permiten.”
“ Creía que eras lo suficientemente grande como para decidir sobre tu vida”, dijo ella, clavando el cuchillo en la herida.
“ Es obvio que no quiere dar un disgusto a su padre o hacerlo preocupar”, llegó en mi auxilio Leo que en el mientras tanto se había puesto una playera.
“ Entonces? ¿Quieres ir y darle un disgusto a tu padre o no?”, intentó comprender Elizabeth.
“ Quiero ir sin darle un disgusto a mi padre.”
“ De qué forma?”, sospechó Elizabeth cruzando los brazos. Su mente ya estaba buscando una solución.
“ Se trata de una fiesta de máscaras, por tanto, ¡nadie sabrá realmente quien será quien!”
“ Olvídate de la invitación.”
“ No es que tal vez les sobra una?”
“ Yo tendré la de mi padre. Está furioso por eso y decidió que no irá. Hace días que pelea con mi madre por ese motivo. De todas formas, en mi casa no queda nada entero. Parece una casa bombardeada”, intervino Leo.
“ Tiene que ir o arriesgará la posibilidad de hacer una alianza!”, se alarmó Elizabeth.
“ Lo sé, de hecho, iré en su lugar… pero eso todavía no lo sabe.”
“ Perfecto! ¿Y yo podré usar su invitación?”, pregunté esperanzada.
“ Será difícil hacerte pasar por esa montaña de músculos del tío Xander”, me respondió mi prima con la aprobación de Leo.
“ ¡Se los ruego, ayúdenme! ¡Sólo quisiera poder ir! ¡Aunque sea sólo por diez minutos! Quizás, si voy alrededor de las once y mis padres se demoran, nadie sabrá jamás lo que hice.”
“ Las once? ¡Mi invitación es para la medianoche!”, me informó Elizabeth.
“ Por qué?”
“ Para los vampiros la medianoche es considerada la Hora de la Sangre. Es un honor haber recibido la invitación para esa hora, a diferencia de los demás que fueron invitados con antelación”, me explicó pavoneándose.
“ Entonces no podré ir a las once?”
“ Yo puedo ir cuando quiera”, dijo ofendida.
“ Entonces por qué no le das tu invitación a April hasta la medianoche?”, intentó preguntar Leo.
“ Buena idea!”, exclamé sintiéndome en el séptimo cielo.
“ Están bromeando? ¡April es una humana! ¡Me hará quedar mal!”, dijo Elizabeth.
“ También tú eres mitad humana y además estoy segura de que, siguiendo tus consejos, voy a estar perfecta como tú... o casi”, dije implorando para hacerla ceder.
“ Con ese concierto cardíaco que tienes y esas mejillas siempre rojas? No, imposible.”
“ Podría pedirle a Grucho o a alguien más hacerme un encantamiento.”
Finalmente, pude convencerla de ayudarme.
Sin embargo, todas mis ideas sobre el look para la noche fueron rechazadas por mi prima.
“ ¿Recuerda que durante esa hora serás yo, por tanto, deberás estar impecable, fui clara? ¡Y pobre de ti si dejas que te descubran! Si todo esto llegara a oídos de mi madre…”, comenzó a decir antes que el temblor de su voz revelara su malestar. Bien, la vampiresa perfecta Elizabeth tenía miedo a una sola cosa: su madre, una simple humana, a quien no le importaba la sangre Antigua que llevaba su hija y el hecho que fuera considerada la princesa de la Confederación.
“ Creía que eras demasiado grande, para tener miedo todavía de tu madre”, me burlé de ella.
“ Nunca se es demasiado grande para ella”, me respondió con una sonrisa tímida que escondía el infinito amor que sentía por su madre.
Finalmente, ese día voló a manos de Harold, el lacayo más entretenido y emotivo de la Confederación. Bajo las órdenes tiránicas de Elizabeth, a quien temía como la muerte, me hizo un vestido idéntico al que ella usaría más tarde cuando me fuera de la fiesta.
Después fue el turno de la máscara de plumas.
Todo estrictamente negro y ultraliviano.
Y finalmente los zapatos. Rojos y cubiertos de brillantes similares a los rubíes.
“ Está todo!”
“ No, querida mía”, dijo Elizabeth. “¡No hay reloj para este atuendo y no quisiera que nuestra Cenicienta rodara escaleras abajo para escapar a último momento del Príncipe Azul y perder el zapatito, corriendo el riesgo que la descubran! Para ello te daré un collar mío de rubíes donde haré colocar un trasmisor o algo por el estilo, que pueda avisarte cinco minutos antes de la Medianoche, para darte tiempo de irte y a mí de llegar como si nada ocurriera.”
“ De todas formas, yo estaré a tu lado”, intervino Leo. “No te quitaré los ojos de encima ni por un instante. Así que, April, no tienes que preocuparte.”
“ Número uno: no confío en ti. Número dos: no quiero correr riesgos, por lo tanto, mejor tener una preocupación de más que una de menos”, aclaró mi prima poniendo nervioso a Leo. Ya que ella no esperaba otra cosa que desencadenar la enésima pelea con él, surgió una diatriba capaz de hacer temblar a los vidrios de la habitación.
Atemorizada, me fui con el collar de Elizabeth buscando a Grucho.
Toda la habitación dedicada a los experimentos químicos del científico estaba en el caos más absoluto y desde que, muchos años antes de mi nacimiento, Harold había tenido la brillante idea de limpiar su laboratorio, ahora el acceso estaba prohibido a todos. Todavía estaba en la puerta el letrero “Muerte a los lacayos”, escrita a mano con la sangre del mismo Grucho.
No hace falta decir que Harold, miedoso como era, no osaba siquiera a acercarse a todo el piso por miedo de caer en la venganza del vampiro científico.
“ ¡Hola, Grucho! ¿Cómo estás?”, intenté preguntar al ingresar, tratando de hacerme espacio entre las miles de cosas sucias arruinadas que había en el piso.
“ Cómo quieres que vaya? ¡Mal! ¡El tiempo no se detuvo y yo no tengo tiempo de escucharte! ¡Quisiera, pero no puedo! El tiempo se escapa…”, murmuró él como un loco, emergiendo de detrás de un estante cromado con un libro en la mano.
“ Dicho por un vampiro centenario, ese concepto del tiempo casi que provoca angustia.”
“ Escanear los átomos del tiempo, eso es lo que tengo que hacer”.
“ Mientras buscas esos benditos átomos para escanear, podrías crear una especia de alarma para esta noche, cinco minutos antes de la medianoche… ¿y ponerla en este collar?”
“ Quisiera… quisiera, pero no tengo tiempo.”
“ Qué lástima, creía que podías hacerlo. Atrapar cinco minutos de Tiempo en este collar”, dije con un tono profético y fingidamente encantador, pero que alcanzó para llamar su atención.
“ Pero ¿tú quién eres?”, me preguntó después de algunos segundos.
“ April”, respondí cuando me di cuenta de que, en lugar de tiempo, Grucho tendría que buscar y escanear sus neuronas.
“ La muchacha que esconde un secreto que todavía no he descubierto?”, preguntó acercándose e inclinándose hacia mí, tanto como para que por un instante nuestras narices se rozaran.
“ Exacto”, exclamé feliz, preguntándome una vez más por que seguía llamándome así.
Antes de que se perdiera nuevamente en su locura, le entregué en la mano el collar y le repetí mi pedido.