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Más Despacio
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Más Despacio

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―Humano, otra vez. Se ha detenido para ver a las chicas que caminan a su derecha.

―Correcto.

Era un juego tonto el que jugaban. Greg no podía recordar a quién se le ocurrió, si a él o a su musa. En cualquier caso daba igual, siempre y cuando lo relajara.

―Tengo uno para ti ―dijo entrecerrando los ojos.

―Por supuesto. Dime.

―Esa chica de TI que vino antes, ¿qué piensas de ella?

―Ella es humana, definitivamente.

Greg se rió.

―Sí, eso lo sabía, gracias. No, me refería a qué piensas de ella. ¿Qué opinaste de ella cuando la viste hoy?

Mel hizo una pausa. Greg sabía que lo hacía solo por el efecto, su cerebro no necesitaba una cantidad apreciable de tiempo para pensar en las cosas.

―Creo que deberías invitarla a salir.

Greg se sentía nervioso.

―No, eh... Eso no es lo que yo...

―Eso es lo que te preocupa. Y no, no creo que sea un obstáculo para tus proyectos, esa es mi opinión oficial como tu musa. La gente necesita interacción social para mantenerse saludable, las relaciones románticas entran en esa categoría ―dijo suavemente, pero su rostro volvió a su expresión normal de máscara.

Greg se giró de nuevo a mirar la ciudad.

―Vale. ¿Y cómo se lo pregunto? Quiero decir, ha pasado tanto tiempo...

―No puedo ayudarte con eso ―dijo su musa―. De hecho sí puedo, pero creo que saldrá más natural si no lo hago.

―Qué buena amiga ―bromeó él.

―Yo soy tu amiga, Greg. Además, estoy a cargo de tu salud física y mental. Traerte mujeres en bandeja como las prostitutas que pides por catálogo no te ayudará a largo plazo.

―¡Está bien, está bien! ―La ahuyentó.

Ella no se movió.

―Es hora de tu reajuste de sueño. Sabes que no puedes mantener el sueño polifásico tanto tiempo.

―Sí, ya voy. Déjame solo un minuto, ¿quieres?

―Kalinixta ―dijo Mel en griego y se fue.

Capítulo 5: Galene a vhn x 0.6

―Por favor, no estés muerto, por favor, no estés muerto ―Gal abrió con su llave y entró en su apartamento. Corrió a su balcón buscando a Simba. Sí, había llamado Simba a su gato naranja. Él maulló y se acercó a ella, rozando la piel con sus zapatos.

―Oh, aquí estás. Siento haber olvidado servirte la comida esta mañana, Simba. No oí la alarma, no tenía tiempo ni de vestirme y había tráfico, como siempre...

El gato la ignoró. Afortunadamente, todavía tenía sus instintos y se había vuelto prácticamente salvaje, cazaba aves y ratas para alimentarse. Si no, se habría muerto de hambre hacía mucho tiempo.

Miró un momento a sus plantas. O, más exactamente, sus macetas con tierra seca y plantas muertas. Quería tener unas flores bonitas, pero...

Galene tiró sus llaves y su bolsa sobre la mesa de la cocina y se tiró en la silla. El refrigerador inteligente le envió un mensaje a su halo con todas las cosas que se suponía que tenía que comprar y llevar a casa.

―Vaya, gracias por recordármelo a tiempo.

Lentamente estiró la pierna y abrió la nevera con los dedos de los pies. Se dio una palmada en la frente: había olvidado comprar leche, otra vez. Y pasta. Y cualquier otra cosa que pudiera parecerse a algo comestible. Miró la hora, eran las ocho de la noche. Las tiendas ya estaban cerradas.

Cielos. ¿Adónde había ido el día?

Se le había escapado entre los dedos.

Todavía tenía la comida deshidratada para gatos de Simba, así que se encogió de hombros y se comió un pedazo de lo que fuera.

Uh. Pescado. No está mal.

Capítulo 6: Galene a vhn x 0.7

Galene se despertó y corrió al baño. Lo que a ella le pareció «como un rayo», podría ser para otros «tomándose todo su puto tiempo».

Apenas cuarenta y cinco minutos más tarde estaba esperando su metro para llegar al trabajo.

Sentada en un banco del andén, de pronto se dio una palmada en la frente.

―¡Ella es la musa!

La señora de al lado se sobresaltó.

―Lo siento ―dijo avergonzada.

¿Cómo podía no reconocer a un androide teniéndolo delante? Estaban fabricados y manejados por Hermes después de todo, pero su trabajo estaba a un nivel muy inferior para eso. Además, los frikis de los departamentos que llevaban el programa Musa podían manejar sus propios problemas informáticos sin ayuda. Era raro que alguien de TI tuviera que ir, por lo general solo llamaban y arreglaban las cosas por teléfono con la cooperación del departamento de Gal.

Pero todos sabían lo de las musas. Los hombres incluso habían hecho un ranking de las ginoides como si fueran chicas de calendario.

Por supuesto, las ginoides no estaban hechas para ser sexys. Eso frustraría su propósito porque serían una distracción constante. Eran más bien... sencillas y corrientes.

Como Galene, en realidad.

Se pellizcó las mejillas al darse cuenta.

Llegó el tren y ella se dirigió al trabajo.

Se adentró en el Departamento de Tecnología Informática, en la base de aquella torre de vidrio y acero. Los chicos la saludaron cuando entró, tarde como siempre. El jefe la miró como diciendo: «Otra vez llegas tarde», pero ella le devolvió una mirada que decía: «Ayer me quedé hasta tarde, así que déjame en paz», entonces él tomó un sorbo del café y la miró así como: «Vale, Gal, pero no lo conviertas en costumbre».

Así que todo estaba bien.

Siempre le hizo gracia que, en las películas antiguas que tanto le gustaban, la gente picaba su tarjeta para entrar a trabajar. Esta era una empresa tecnológica, aquel edificio inteligente registraba su presencia tan pronto como aparecía por allí.

Gal era una de las tres mujeres del departamento. No es que no hubiera mujeres en la informática, sino más bien que ellas tenían la inteligencia para aspirar a trabajos mejor pagados. Este era un trabajo duro. Tirar de cables y arrodillarse debajo de los escritorios. Cómo olvidar lo de arrodillarse. Ese era prácticamente todo el futuro profesional que le esperaba, de rodillas, con ejecutivos recelosos mirándole el culo por detrás.

Gal suspiró y se hizo un granizado en la pequeña cocina de la oficina. Dejó un desastre detrás de ella. Nada peor de lo que ya habían hecho los chicos, pero tampoco mejor.

George estaba allí, todo poderoso e importante. Menudo imbécil. Conseguía todas las solicitudes importantes, los peces gordos preguntaban por él, por su nombre. «No, necesitamos que George lo arregle, ¡nadie más puede manejar esto!»

—¡Qué montón de...!

Galene chupó su pajita y de repente vio a George guiñándole el ojo.

Sus ojos se abrieron de par en par, y giró su silla de escritorio, dándole la espalda. ¿Había dado la impresión de estar coqueteando mientras chupaba la pajita inadvertidamente?

Y, lo que es más importante, ¿había respondido George?

Galene envió un mensaje rápido a Nat en busca de su sabiduría. Su amiga respiraba chismes y vivía de miradas furtivas. Gal lo encontraba aburrido.

Muchas cosas le parecían aburridas.

Los chicos, aburridos. Este trabajo, aunque necesario, era muy aburrido. Su piso era aburrido. Su vida era aburrida. Todo lo que estudió para obtener su título, aburrido. Ponerse al día con la actualidad informática también.

Aburrido. Aburrido. Aburrido.

Miró el reloj en su campo de visión. Había programado sus implantes oculares de realidad aumentada para mostrarle la hora cuando estaba en el trabajo, y la cuenta regresiva del santo pentalepto. Los cinco minutos sagrados e intocables para cualquier jefe o solicitud de servicio o emergencia, dedicados únicamente a prepararse para el comienzo del día tomando café.

Cinco gloriosos minutos.

Bebió el café con los ojos cerrados.

El pentalepto llegó a cero.

―¡Gal! ―gritó su jefe desde el despacho.

Su portátil se iluminó. Ella le lanzó a su jefe su mirada «demasiado cansada para quejarme». Abrió la solicitud y se forzó a sí misma a ponerse a trabajar.

Galene se apoyó en el ascensor. Odiaba aquel estilo tan moderno y minimalista, no había ningún lugar donde dejarte caer en los ratos muertos. ¿Tanto les costaría poner alguna superficie con un coeficiente de rozamiento normal? Madera, por ejemplo. Una almohada sería lo mejor. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en pie, y solo era mediodía.

En cuanto puso un pie fuera del ascensor, sonó su teléfono.

―¿Sí?

―Gal, soy Mike. Tu asidua del piso 3 necesita hablar contigo ―dijo rápidamente.

Uf.

―Pásamela.

―Hola, ¿cielo? ¡Sí, mi ordenador se ha escacharrado otra vez! Puedes venir y arreglarlo porque tengo un montón archivos que preparar antes de una reunión y mi jefe me está agobiando con esto.

Christy, su cliente habitual. Siempre le pasa algo a su ordenador. ¡Pero no es culpa suya! ¡Nunca!

―Claro, dime.

―Enciendo el ordenador, pero suena un pitido y no hace nada.

―¿Cuántos pitidos?

―¡Cómo cuántos... no lo sé!

―Enciéndelo y cuenta los pitidos.

Una pausa.

―Tres pitidos. Espera... Sí, tres. Definitivamente.

―Bien, Christy, dale una patada fuerte. En la torre, simplemente golpéala ―dijo Galene con calma mientras se encaminaba a una de las solicitudes que tenían prioridad.

―¿Qué? No, no puedo hacer eso. ¿No hay una tecla para presionar o algo así? Ya sabes, en el teclado. ¿Cómo lo llamáis vosotros? ¡Ah, ya me acuerdo! Un atajo de teclado ―dijo orgullosa.

―Mira, Christy, estoy a cuarenta pisos y tengo tres solicitudes que atender antes de poder acercarme a tu oficina. O le das una buena patada a esa computadora o me esperas unos treinta y cinco minutos. ―Gal sostuvo el teléfono con su hombro mientras le mostraba la solicitud a la recepcionista para que la dejara pasar.

―Pero, ¿y si se rompe? ―Christy protestó con un gimoteo.

―Christy, es solo la RAM. Se ha movido un poco y no está haciendo contacto con la placa madre correctamente. Alguien habrá movido la torre mientras limpiaba o algo así. Solo dale una patada y se pondrá en su sitio y arrancará. O ábrelo con un destornillador y pulsa la RAM.

Silencio.

―Bah, qué demonios...

¡Entonces un PUM!

―¡Funciona! ¡Gracias, muchas gracias! ―exclamó Christy por teléfono.

―No hay problema ―dijo Gal y continuó su camino a la próxima computadora. Con suerte no habría que patear esta.

Capítulo 7: Gregoris a vhn x 2.4

Feminista. Poderosa. Cazadora.

Greg pensaba en Artemis. Durante las últimas semanas había estado empapándose de todo lo que tuviera que ver con ella, tratando de meterse en su cabeza.

¿Pero quién era él para entender a una mujer, especialmente una como ella?

Greg ni siquiera pudo entender a su ex, hace tantos años. Estaba frustrado y tenso. Tal vez se había precipitado comprometiéndose con este proyecto. Quizá debería ir a Hermes y explicarle la situación. ¡Simplemente no podía descifrar a aquella mujer!

Melpomene tocó su cuello, rozando suavemente su piel con los dedos. Se sintió un poco más tranquilo, pero no mucho.