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Más Despacio
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Más Despacio

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Galene musitó y miró alrededor. Había muchas cosas interesantes por ahí. Gran cantidad de artilugios frikis abarrotaban el lugar. ¡Oh, genial! Una espada láser. Magnífico. Empezó a curiosear por los estantes, que se repartían prácticamente por todas las paredes. Había filas y filas de libros, pero algunas estanterías solo tenían discos duros apilados. Cada etiqueta indicaba su contenido: viejos programas de televisión, temporadas completas de series de Netflix, películas. Una estantería completa con títulos de libros.

Espera, ¿doscientos libros por disco? Eso no podía estar bien, en cada uno de ellos cabían millones de libros.

Galene se mordió el labio y tocó la espada láser. La empuñó, y se activó el sonido característico. Sonó demasiado fuerte y Galene hizo una mueca de dolor. Estaba a punto de dejarla en su sitio cuando algo llamó su atención.

Podía oír a Melpomene hablar con un hombre al otro lado del pasillo.

Espera.

Su voz sonaba graciosa. Extraña, de alguna manera.

―ObviamentelamandaronaellaporqueGeorgenoestabadisponible.

¿Hablaba muy rápido?

El hombre respondió algo.

―¿Quieresqueloreviseconeljefededepartamento?

¡Hostia! Sí que estaba hablando rápido.

El hombre suspiró, quizás.

―¿Sabeellasiquieraloqueestáhaciendo?

¡Eh, menuda imbécil!

―Suniveldehabilitaciónestáverificadosiesoesloquetepreocupa.

―Bien.Lahagopasar.

A Galene se le resbaló la espada láser, y se cayó al suelo.

Melpomene regresó, la vio colocándola de nuevo en su soporte y sonrió.

―Sígame por esta puerta, por favor.

―Ajá. Por supuesto. ―Galene la siguió.

El hombre era un cuarentón. A ojos de Galene parecía viejo. Guapo, pero viejo. Tenía patillas grisáceas, ese detalle que hacía a un hombre sexy durante unos cuantos años más de su vida, como si la naturaleza le diera una última oportunidad de propagar sus genes antes de quitarle la erección.

―Hola. Bien, el problema es... Bueno, no sé realmente cuál es el problema, George había aislado algo... Llámame Greg, para acortar ―prorrumpió él, interrumpiéndose a sí mismo, y le extendió la mano.

Galene la estrechó.

―Hola. Soy Galene. Llámame Gal, para acortar.

―Lo corto es bueno.

Ella soltó una risita.

―No te estás refiriendo a la estatura, ¿verdad?

Ella era muy bajita y él medía 1.80, así que le sacaba una buena cabeza.

―¡Ah, no! estaba hablando de brevedad. ―Miró su reloj. No era un reloj inteligente, sino uno digital antiguo, con botones y detalles deportivos. Raro.

―Bueno, estoy a punto de recibir una llamada; por favor, haga las comprobaciones necesarias al ordenador. ―Señaló una de las torres de la oficina. Tenía un montaje espectacular, aunque no inusual para los analistas, con cuatro monitores separados, dos torres con teclados separados, auriculares, sonido estéreo (no holofrecuencia, lo cual era, de nuevo, raro) y una conexión de fibra óptica con una IA de Hermes. Esto último lo sabía Gal porque había trabajado en el otro extremo de la línea, cuando había arreglado algún problema con su colega George.

En la pantalla se veía un vídeo congelado, con subtítulos automáticos debajo. En la esquina superior se podía leer «x 3.0».

Gal se encogió de hombros y tiró su mochila sobre el escritorio. Se arrastró por debajo de la mesa y accedió a la torre del ordenador. Era curioso que nadie mencionara todo el tiempo que pasaba un trabajador de TI debajo de los escritorios. Deberían ponerlo en la descripción del trabajo: Tecnología de la Información, debajo de los escritorios.

Bueno, al menos este lugar estaba limpio.

Greg hablaba por teléfono en la habitación contigua, pero Mel seguía ahí.

―Greg mencionó problemas con la reproducción de vídeo, que a veces tardan mucho tiempo en cargar.

―Vale, veamos. ―Gal comenzó con los pasos clásicos en la solución de problemas: comprobar cables sueltos, reiniciar, desconectar los periféricos. Luego se sentó en el escritorio y cargó algunos vídeos. Parecían estar bien, sin desajustes de FPS, sin distorsiones en la imagen. Conectó el sonido en los auriculares para no hacer ruido y escuchó. El audio estaba bien, a tiempo con el vídeo.

Si se ignoraba el hecho de que todo se reproducía a 3 veces la velocidad normal, todo funcionaba bien. ¿Cómo puede alguien seguir eso?

―No veo cuál es el problema.

―Bueno, hay un retraso de cinco segundos cuando se cambia de canal.

Gal asintió lentamente, frunciendo los labios.

―¿Cinco segundos enteros? ¡Bueno, ciertamente no podemos permitirnos eso!

«Cálmate, Gal. Ahora sabes por qué te envió el jefe».

―Excelente ―dijo Mel y la dejó trabajar sola.

Gal suspiró y lentamente empezó a comprobar la configuración. Modificó algunos de los ajustes del programa de vídeo para que utilizara más del procesador, realizó algunas pruebas y consiguió reducir el retardo a 1 segundo.

Con el trabajo prácticamente terminado, dejó correr el vídeo y trató de enterarse de algo, mirándolo con toda la atención posible. Era una noticia sobre las zonas de gas natural al sur de Chipre. Gal miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la veía y entrecerró los ojos haciendo un verdadero esfuerzo para poder captar la información discurriendo a esa velocidad. Lo intentó, se agarró a los extremos del escritorio como si estuviera a punto de empezar una carrera, fijó los ojos en la pantalla y apartó todos los pensamientos de su mente. Trató de leer los subtítulos, hacer coincidir las palabras con su significado, pero las palabras simplemente pasaban demasiado rápido para leerlas, mucho menos para comprenderlas.

De. Ninguna. Puta. Manera.

—¿Cómo puede alguien ver algo tan acelerado?

Era imposible. Se detuvo antes de que se le reventara una vena de la frente o algo más importante, como su dedo de clicar.

Greg volvió a la habitación terminando la conversación telefónica:

―Correcto, Dan. Tenemos que dejar esta llamada ahora, piensa en cualquier asunto que quieras discutir la próxima vez y enviármelo por correo electrónico. No, este era mi tiempo asignado para esta llamada telefónica. Sí, en serio. Adiós.

Gal levantó una ceja. ¿Acababa de espantar a un asociado? Guapo y descarado. Pero igualmente raro.

―Entonces, ¿se puede hacer algo con el retardo? ―le preguntó.

―Sí, he cambiado algunos ajustes, ahora debería ser un solo segundo. ―Se detuvo, pasando el dedo por encima de la barra espaciadora―. ¿O eso no es aceptable?

Él se rió.

―Está bien. Muéstrame.

Ella inició la transmisión de un par de vídeos, y el retraso era de un segundo en cada uno.

―Perfecto ―juntó las manos en una única palmada, pasando a mirar sus papeles. ¡Papeles! ¿Quién sigue usando papeles, aparte del gobierno?

Sintiéndose despachada, Gal se levantó y se cargó la bolsa en el hombro. Dudó un segundo.

―Hum...

―¿Sí? ―Sus ojos escaneaban los documentos, sobrevolando rápidamente la página. Sostenía un bolígrafo para señalar cada línea.

―He visto que tienes vídeos con subtítulos automáticos. Que se aceleran a tres veces la velocidad normal, por alguna razón.

―Sí.

―Creo que sería más fácil leer los subtítulos si hubiera un pequeño retraso en la imagen y se fuesen añadiendo debajo.

«¿Por qué estaba sugiriendo cosas? ¿No había aprendido ya en su año de vida corporativa que quien hace sugerencias termina enterrado en trabajo?

Él levantó la mirada, finalmente prestándole atención.

―¿De verdad? ―se quedó pensando―. Sí, creo que sería más fácil. Muéstrame cómo.

Ella se sentó de nuevo en su silla y él se inclinó detrás de ella. ¿Por qué se sonrojaba, maldita sea? ¿Y se había duchado esa mañana? Debía haberlo hecho, ¿verdad? Agitó la cabeza y se concentró en la computadora. Abrió un editor de vídeo y rápidamente elaboró un programa de reproducción que mantenía los subtítulos autogenerados unos segundos más en la pantalla, y configuró que los nuevos subtítulos apareciesen debajo. Eso le llevó un par de minutos, durante los cuales intentó ignorar al hombre que se inclinaba sobre ella. Activó el programa y lo probó.

La señal de vídeo se reproduce a 3 veces la velocidad normal, y los subtítulos permanecen en la pantalla durante más tiempo. Por un segundo trató de seguir el ritmo de la corriente informativa como antes, pero se rindió. Miró a Greg, que se alzaba sobre ella.

Él miró concentrado durante un minuto, y luego se inclinó hacia delante para ingresar un comando de teclado. Olía fresco y masculino. Incrementó la velocidad a 3.1, luego 3.2, luego 3.3. Lo dejó así unos minutos, viendo a los expertos hablar sobre el gas natural. Luego aumentó la velocidad a 3.4, y después saltó a 4.0. Él miró durante un minuto, las palabras y la información eran un borrón para ella. Luego bajó la velocidad a 3.3.

Miró durante unos segundos más y luego asintió.

―Espléndido. Un aumento del 10%. ¿Perdón, cómo era tu nombre?

Capítulo 4: Gregoris a vhn x 3.1

Greg toqueteó su nueva configuración. Vio la mitad de un documental sobre la nueva carrera espacial y después volvió a estudiar los anuncios que Artemis estaba lanzando por Internet. Una IA había reunido todos los anuncios en vídeo pertenecientes a Artemis Automotive, y los estaba viendo por subgrupos temáticos en orden cronológico.

Tenían anuncios corporativos sobre los envíos, dirigidos a empresas intermediarias. También tenían algunos solo de seguridad, dirigidos a millonarios y grandes empresas. Con el paso de los años su lema había evolucionado, pero parecían haberse decidido por «Llevándote a salvo desde A hasta B». No era exactamente pegadizo, pero el narrador hacía un giro en la voz que se quedaba grabado en la memoria.

Después de escucharlo unas seiscientas veces en todas las variaciones, Greg no podía quitárselo ya de la cabeza. Dejó a un lado la investigación y descansó los ojos.

Recostado en su cómodo sofá, pensó en ese proyecto. En la propia Artemis. El encargo era de Hermes. Bastante simple, en teoría. «Averigua qué está tramando, Greg».

Claaaro.

Pan comido.

«Averigua en qué anda la mujer más brillante del siglo, Greg». ¿Qué podría hacer, con todo el poder de una megacorporación construida desde los cimientos respaldándola, toneladas de dinero y un profundo rencor contra todos los demás directores ejecutivos olímpicos?

«¿Por qué los odia tanto?» había preguntado Greg directamente a Hermes, pero no obtuvo una respuesta clara.

Tampoco es que fuera sorprendente, todos conspiraban y pactaban bajo cuerda, forjando alianzas temporales y considerando las traiciones como parte del juego de los negocios. Los doce olímpicos eran pretenciosos, brillantes, infinitamente megalómanos y esencialmente psicopáticos.

Pero Artemis era muy diferente. Para empezar, era justa. Justa con los competidores, con sus empleados, justa incluso cuando castigaba a alguien de los suyos.

Tampoco tenía un rascacielos, ni se esperaba, a pesar de estar entre los olímpicos.

Ella fue decisiva para que se cambiara la ley y se permitiera la adopción corporativa, donde ella sería la patrocinadora (y madre, supuso Greg, en este sentido amplio) de cientos de niñas huérfanas.

Estas últimas eran muy interesantes. Ahora, ya convertidas en jóvenes, empezaban a formar bandas callejeras y estaban tomando el control de las calles de Atenas. Y no lo hacían en secreto. Vídeos y motovlogs, una nueva mezcla de moto, vídeo y blog que estaba de moda; chicas filmando sus hazañas y mostrándolas a toda la red. No solo se estaban abriendo paso en las noches de Atenas, sino que también estaban elaborando cuidadosamente su mitología.

Miedo y asombro. Porque nadie en su sano juicio se metería con las amazonas.

Tan condenadamente interesante. A Greg le había fascinado. No es que hubiera estado enclaustrado, pero los últimos años habían sido muy rutinarios para él. No sentía el pulso de la ciudad, precisamente. Tuvo que recibir la asignación de un proyecto particular para que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo bajo sus pies, ochenta pisos por debajo.

Se levantó y miró por la ventana de su ático. Atenas resplandecía, dando paso a la vida nocturna. Aparte de los otros tres rascacielos junto al suyo, se sentía muy por encima de todo. Era fácil llegar a ese pensamiento. Que estaba por encima de la gente común, más que un simple mortal.

Tenía acceso a la mejor atención médica del mundo, información de cualquier lugar y de cualquier país, un sueldo que le permitía comprar prácticamente lo que quisiera.

Entonces, ¿por qué se sentía tan vacío por dentro?

No era ingratitud, sabía lo afortunado que era por tener todo eso. Le gustaba poner a prueba los límites de su mente, encontrar conexiones, descubrir oportunidades donde otros no veían nada.

«Llevándote a salvo desde A hasta B», murmuró. Porque, hoy en día, no podías coger el coche y conducir por la calle hasta tu restaurante favorito. No si eras alguien importante en la escala corporativa. No, tenías que llevar drones por arriba, coche con ventanas a prueba de balas, un conductor entrenado, un convoy de amazonas, un hacker al lado para detener cualquier intento de piratería que pudiera ponerte en peligro... Era una locura. Además, como distintivos, aparte de la etiqueta de precio correspondiente, por supuesto, podían añadirse filtros de protección biológica, evacuación de prioridad médica (¡asegúrese de que la única luz que vea sea el trípode de Apolo!), o agentes activos (fuertemente armados, se entiende).

¿Cómo puede alguien vivir así? A Greg le gustaba subirse a su bici tres veces por semana y comer en alguno de los restaurantes de la calle Romvis. Disfrutaba el viaje, la distensión era parte de su rutina. No se podía mantener la velocidad por mucho tiempo, necesitaba relajarse regularmente. Era lo suficientemente mayor como para saber cuándo debía hacerlo. Podía estar forzando su capacidad mental todos los días, pero sabía que no debía sobrecargarse.

Greg miró fijamente las luces en fila allá abajo, los coches circulando. Le gustaba observar los patrones. La ciudad estaba cubierta de una fina capa de contaminación, por lo que solo se podía ver claramente por debajo de ella.

Mel se acercó a él en silencio.

―Ese ―señaló con un dedo torcido. Todas sus proporciones estaban mal calculadas.

―Autodirigido ―dijo Greg un segundo después.

―Correcto ―sonrió Mel―. ¿Qué pasa con ese coche, el blanco?

―Conductor humano. Vamos, probablemente esté intoxicado.

―¿Y el sedán rojo?