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El Atraco Al Alfa
Kate Rudolph
Un alfa, un ladrón y una aventura de toda una vida.
El alfa mantiene lo que es suyo...
Nadie roba a Luke Torres. Su fortaleza es legendaria y su manada de leones es mortífera, lista para enfrentarse a cualquier amenaza. Cuando Luke conoce a Mel, ella lo deja impresionado con un beso abrasador, pero cuando se vuelven a encontrar, son captor y cautiva en un enfrentamiento mortal de gato contra gato.
El ladrón está a la altura...
Desde el momento en que Mel acepta el encargo, sabe que podría ser imposible. Pero para la principal ladrona del mundo sobrenatural, hace que lo imposible sea un reto irresistible. Especialmente cuando el pago por este trabajo la acercará a la venganza.
Cuando el trabajo se va a la mierda, se encuentra en la boca del lobo y se enfrenta al hombre más seductor que jamás haya conocido.
¿Podrá terminar el trabajo antes de que algo más resulte mal?
El Atraco al Alfa
Índice
El Atraco al Alfa (#ue3fadf4a-f247-5d22-b867-b2c5f2686ccb)
Por Kate Rudolph (#ub90bca49-b1c0-5aa5-80ad-4664aad22e55)
1. Capítulo Uno (#u418a9564-de49-5756-b8cc-408d609cd586)
2. Capítulo Dos (#u18c2b1a3-b15e-58bd-a856-850a90b38aa0)
3. Capítulo Tres (#u64d32d92-d416-5af2-9c58-d58a8d80170e)
4. Capítulo Cuatro (#u1a54317a-8411-53bf-a3c6-0efe5cbe83a1)
5. Capítulo Cinco (#ud961b8f7-b7fe-5c23-a7ab-9c981a9e3820)
6. Capítulo Seis (#u71395515-9422-5e98-830c-59e12f169d53)
7. Capítulo Siete (#u026020ab-9f50-567b-b141-4422a544754c)
8. Capítulo Ocho (#ueef2906c-c361-55d0-b9a7-cea5b4626794)
9. Capítulo Nueve (#u3bff5ab5-54d1-533f-b04b-18c287a1b5a6)
10. Capítulo Diez (#ud6e2ef31-f15a-5924-8e81-ecbfa5b9f52b)
11. Capítulo Once (#u18d6a5c3-deae-5708-9260-cfd875591965)
Acerca de Kate Rudolph (#u39747da5-cbce-5043-b566-9fcbbd9fbe69)
También de Kate Rudolph (#u135a92c4-cb41-5da8-8766-0eebe3e7fd75)
El Atraco al Alfa
El alfa mantiene lo que es suyo...
Nadie roba a Luke Torres. Su fortaleza es legendaria y su manada de leones es mortífera, lista para enfrentarse a cualquier amenaza. Cuando Luke conoce a Mel, ella lo deja impresionado con un beso abrasador, pero cuando se vuelven a encontrar, son captor y cautiva en un enfrentamiento mortal de gato contra gato.
El ladrón está a la altura...
Desde el momento en que Mel acepta el encargo, sabe que podría ser imposible. Pero para la principal ladrona del mundo sobrenatural, hace que lo imposible sea un reto irresistible. Especialmente cuando el pago por este trabajo la acercará a la venganza.
Cuando el trabajo se va a la mierda, se encuentra en la boca del lobo y se enfrenta al hombre más seductor que jamás haya conocido. ¿Podrá terminar el trabajo antes de que algo más resulte mal?
Por Kate Rudolph
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The Alpha Heist © Kate Rudolph 2015.
Diseño de portada por Kate Rudolph.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta historia puede ser utilizada, reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso por escrito del titular de los derechos de autor, excepto en el caso de breves citas mencionadas en reseñas y artículos.
Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y eventos son producto de la imaginación de la autora o han sido utilizados de manera ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, situaciones actuales, lugares u organizaciones es meramente una coincidencia.
Publicado por Kate Rudolph.
www.katerudolph.net (https://www.katerudolph.net)
Traducción del inglés por Elizabeth Garay
garayliz@gmail.com
Creado con Vellum (http://tryvellum.com/created)
1
Capítulo Uno
El trabajo se fue a la mierda instantes después de que Mel tomó la unidad flash de la bóveda. Y bóveda era un término muy sobrevalorado para esa lamentable excusa de caja fuerte. Todo esto debería haber sido mucho más complicado. Por lo que podía decir, la empresa estaba dirigida por un grupo de científicos que no tenían ni idea acerca de seguridad real.
Tanto mejor para ella.
Aún mejor, la ridícula seguridad lo convertía en un trabajo de un solo hombre, o mujer. Más dinero para ella y menos personas propensas a estropear algo. Tal como a ella le gustaba. Mientras corría por el último pasillo del edificio, no se permitió pensar acerca de cómo Krista y Bob podrían haberle puesto las cosas un poco más fáciles. Era perfectamente capaz de trabajar sola, y lo había hecho durante un tiempo.
Los ladridos de los perros precedieron a las pisadas de los guardias de seguridad. Sin problemas, Mel podía dejar atrás a los guardias. Los perros eran otro asunto. Esperaba que no la alcanzaran. Ella tenía colmillos más afilados y garras mucho más desagradables, pero la violencia contra los inocentes nunca había sido una opción. Lo haría si fuera necesario, pero los animales no se lo merecían.
¿Qué diablos había activado esa maldita alarma?
Atravesó de golpe las puertas dobles, apenas sintiendo el impacto antes de correr a toda velocidad por el estacionamiento, con la única luz proveniente de las débiles farolas. Mel se habría estado pateando ella misma si hubiera podido ahorrar energía. Su auto estaba a casi medio kilómetro de distancia. No había motivo alguno por el que debería haber tenido que correr esa distancia. Estaba segura de que ella no había disparado ninguna alarma.
Y, sin embargo, aquí estaba, corriendo como loca para huir de la escena.
Pero, bueno, lo haría. La otra única posibilidad era ser capturada por idiotas humanos y sus mascotas. O, matarlos a todos. Ninguna opción la atraía, así que sería correr endemoniadamente. Dejó atrás el estacionamiento y llegó a la hierba del pequeño bosque que bordeaba la oficina. Este campo se integraba a la perfección con la naturaleza para proporcionar un hábitat más saludable a los empleados. Mel aún no había visto que un edificio corporativo lograra integrarse con éxito con la naturaleza, y esta instalación de investigación no era diferente.
Los grillos chirriaron y las criaturas nocturnas se ocultaron cuando pasó junto a ellos. Igual lo habrían hecho si ella fuera una persona normal, pero su olor se sumaba a su confusión, lo que debió haberlos asustado aún más. La media luna estaba en lo alto, brindándole una moteada luz, más que suficiente para atravesar el bosque.
Aunque ella podía ver con claridad, los guardias de seguridad no. Seguía escuchándolos, pero había desacelerado su carrera. Así también los perros. Muy bien.
Después de correr unos pocos metros más, el silencio la envolvió. El bosque tenía el mismo aspecto, pero todo el sonido se desvaneció. Mel miró detrás de ella y vio el más tenue resplandor del aire. Levantó la mano lentamente y empujó hacia adelante. El aire se resistió.
Una protección.
Podría haber empujado más; esto no estaba destinado a mantenerla prisionera. Pero su curiosidad la superó. «Muéstrate, bruja». Dejó que la amenaza se mostrara en su voz. No era un gruñido.
Una mujer salió de entre las sombras. «¿Realmente así te vas a dirigir a mí, Mellie?». Parecía tener unos cuarenta años, aunque Mel nunca se había enterado de su edad exacta. Cualquiera con magia podía lanzar un hechizo y parecer tan viejo como quisiera. Las apariencias no significaban nada cuando una persona podía tener treinta o trescientos años. La mujer vestía pantalones negros y una blusa gris oscuro, mucho mejor para adaptarse tan tarde en la noche. Su única joya era un par de sencillos aretes de diamantes casi oscurecidos por el cabello castaño que le caía por los hombros.
Algunas cosas encajaban mejor ahora. «Hola, Tina. ¿Tú activaste la alarma?». Estaba sorprendida de su propio desprecio, hacía mucho que estaba acostumbrada a las payasadas de Tina.
Tina reía, con una carcajada que habría resonado en el bosque si no fuera por la protección. «Quizás te estás volviendo descuidada».
Mel se tragó la respuesta que desesperadamente quería darle. «Si soy descuidada, ¿por qué me ofreces un trabajo?».
Tina se llevó una mano al pecho y se quedó boquiabierta: parecía la imagen de la inocencia. «Estoy dolida, querida. Tal vez solo quería hablar».
«¿En medio de un bosque con guardias persiguiéndome?». Mel se apoyó contra uno de los robustos robles, accediendo. «Bien, hablemos».
Tina se echó el cabello hacia atrás de los hombros y puso sus manos en su cintura. «La Esmeralda Escarlata».
Si Mel hubiera estado sosteniendo algo, lo habría dejado caer. Tal como estaba, apenas mantuvo su expresión neutral. «¿Qué te hace pensar que no me insulta esa sugerencia?». La Esmeralda Escarlata era legendaria entre las criaturas con forma cambiante, los cambiaformas.
Tina se burló. «Por favor, harías cualquier cosa si el precio fuera el correcto».
Ese pequeño comentario hizo que Mel quisiera rechazar por completo todo. ¿Quién diablos se creía Tina que era? Algún ladrón de poca monta que no podía ser una bruja. No una poderosa, de todos modos. Pero Mel no estaba lista para quemar ese puente. No ahora. «Quizás haya, quizás, tres personas que podrían lograrlo. Y esto es todo lo que se me ocurre». Ella levantó un dedo, «Hace dos años, Cyn fue cazada por vampiros, ella está fuera de combate. La Reina de Hielo ni siquiera lo intentaría. Eso me deja a mí. Y una vez que me descubran, habrá una recompensa por mi cabeza lo suficientemente grande como para comprar Kansas. No estoy interesada».
«¿Le tienes miedo a ese gatito?». El desdén brotaba de la voz de la mujer mayor. «Torres, a pesar de su castillo, no podría mantenerte fuera si lo intentara».
Luke Torres, el alfa de un pequeño clan de gatos, era el actual propietario de la Esmeralda Escarlata. Todos lo sabían. Sin investigación, Mel no sabría mucho más. Obviamente, podía soportar cualquier cosa en una pelea, y su seguridad tenía que ser de primera categoría. Pero ella podía vencerlo.
Aunque no iba a hacerlo, ya que eso incluía una sentencia de muerte.
«¿Ni siquiera quieres conocer el precio?», Tina arqueó una ceja. Con un destello de sus manos, colgó un diamante puro suspendido en un colgante de platino. «Por las molestias».
Inconscientemente y con el corazón acelerado, Mel lo alcanzó. Pero Tina se lo arrebató de nuevo. «¿Es de Ava?», preguntó Mel. El odio burbujeaba en su garganta y podía sentir cómo sus garras arañaban debajo de su piel, listas para arrancarla en el momento adecuado.
Tina sonrió, «Sí. Digno de un presagio».
Aceptar el trabajo sería un suicidio. Haría que la mataran, y probablemente también a su equipo. «¿Cuál es el límite de tiempo?». Ella solo quería contar con más información, sin comprometerse.
«Tres semanas».
Doble suicidio. No tendría tiempo para prepararse antes de tener que llevarlo a cabo. «Déjame sostener la gema por un minuto».
Tina la arrojó y Mel la atrapó fácilmente en el aire. Era un diamante largo y delgado, engastado en platino que se retorcía en la parte superior. La cadena era lo suficientemente larga como para llevarla entre los senos de una mujer y la gema era casi transparente. Mel la rodeó con la mano. Podía imaginarse a Ava usándolo, con una gota de sangre adherida a la punta.
El diamante opuso un poco de resistencia a su mano. Mel lo soltó y lo devolvió a Tina, quien dijo «dile a Krista que le mando saludos». Sonrió y se marchó, sin esperar a que Mel confirmara que aceptaría el trabajo.
Ambas sabían que lo haría desde el momento en que tocó la piedra.
Había peores formas de morir.
2
Capítulo Dos
Una semana más tarde
Eagle Creek, Colorado, contaba con dos lúgubres moteles y un restaurante en el que Mel se sentía lo suficientemente segura para comer. No le preocupaba la clientela, sino la comida. Y había sido conocida por alimentarse de las sangrientas muertes que cometía cuando corría como un gato. Pero una mujer con piel humana debía tener ciertas normas. Krista y Bob ya se encontraban en su mesa. La que estaba en la esquina más alejada, en el lado opuesto del salón, tanto del bar como del baño.
El ‘Eagle Creek Bar and Grille’, la segunda E, por supuesto, hacía que el lugar fuera elegante, aunque pequeño. Quizás veinte mesas y una barra robusta equipada con una docena de taburetes. Podría acomodar bien a los residentes del pueblo, pero los campistas que pasaban por allí en su camino hacia las montañas, probablemente no apreciarían el encanto. Mel tampoco lo hacía, pero era mejor que el ramen de microondas de la gasolinera.
A las siete de la noche de un martes, el lugar estaba abarrotado. Todas las mesas, menos una, estaban llenas y las meseras se movían de un lado a otro, sirviendo bebidas y comida como si nada. Iban y venían con los clientes, y todas esas meseras llevaban trabajando aquí algún tiempo, y muchos de los clientes ya eran habituales. En un pueblo de ese tamaño, tenían que serlo.
El rudo hombre detrás de la barra era un cambiaformas, probablemente un gato. Y si Mel tenía que adivinar, también lo era la familia de cuatro de la mesa más cercana a la ventana. Pero ambos niños eran precambiaformas. Casi ningún cambiaformas se veía afectado por el cambio hasta bien entrada la adolescencia. Pero los padres no eran pareja. No es que fuera una indicación que los ojos del padre se mantenían pegados a los senos de ella.
Todos los demás eran humanos. Ella podía decirlo con tan solo mirarlos. Con el perfume que usaba, era imposible distinguirlos por el olor. Una desventaja, pero valía la pena, ya que a la manada le resultaría difícil saber que ella era una cambiaformas. A la caja registradora al frente, y a la caja fuerte probablemente asegurada en la parte trasera, tal vez atornillada al piso si eran inteligentes, les podía sacar unos cuantos miles en cuestión de minutos, pero no valía la pena. No mientras estuvieran en el pueblo por unas semanas, además de contar con mucho dinero en efectivo para gastar.
Vio que Krista resoplaba con impaciencia, con los brazos cruzados frente a ella. La mujer encarnaba la palabra duende. Con apenas un metro y medio de altura, cabello castaño corto y puntiagudo y piel que prácticamente brillaba como el bronce, parecía una especie de ninfa punk del bosque. Y al saber exactamente lo fuerte que podía golpear, Mel sabía que nunca le mencionaría eso a la mujer.
Por otro lado, Bob era ... Bob. Habían laborado juntos en un par de trabajos antes de que ella se fuera por su cuenta, y él había sido la primera llamada que hizo, una vez que necesitó conformar un equipo para ella. Pero si alguien le pedía que lo describiera, incluso mientras lo miraba directamente, no podía hacerlo. Era un hombre de cabello castaño, o era negro, tal vez rubio, y ojos ... los ojos estaban donde debían estar, junto con la nariz y la boca. Ella pensaba que su piel era oscura, pero no podía describir el tono. Tenía que ser un hechizo de percepción, pero nunca sentía ese pinchazo de magia que emitía cualquier bruja normal. Y cuando se trataba de eso, siempre sabía que él era Bob y que estaba allí para ella. No se necesitaba nada más.
Se deslizó en el reservado frente a sus compañeros. Al asentir, Krista activó una protección de desvío de sonido. Esta distorsionaría todo lo que dijeran para que nadie a su alrededor pudiera entender la esencia de su conversación, pero aún así escucharían el murmullo de sus voces. Nadie lo cuestionaba nunca y la magia era tan sutil que ni siquiera Mel, con sus sentidos altamente afinados, podía fijarse en ello.
«Y bueno, ¿para qué nos citaste aquí?», preguntó Krista. «Pensé que el trabajo en equipo ya no era para ti». Había algo de tensión en su voz y Mel sabía que estaba justificado.
«Tina me ofreció un trabajo». Las cejas de Krista se dispararon incluso cuando su labio se curvó, así que Mel continuó. «Y no hay forma en el infierno de que pueda hacerlo sola. No confío en nadie más que ustedes dos para ayudarme a hacer esto».
«¿La Esmeralda Escarlata?», preguntó Bob con su voz tan uniforme como siempre. «¿Crees que deseo morir, ‘Gatita’?».
La mano de Mel se cerró en un puño ante el apodo. Debía estar realmente enojado. «Sí. Y como pago puedes tener cualquier artículo de mi colección que quieras. Uno para cada uno». Dividiría su alijo por la mitad y lo regalaría todo para tener una oportunidad con Ava. Pero no era necesario llegar a eso.
«¿Y tuviste que traernos a territorio de los cambiaformas para hacernos la oferta?», Krista no parecía satisfecha. «¡Probablemente los dos rompimos tres acuerdos tan solo para volar hasta aquí, además de estar sentados en un bar a más de veinte kilómetros del castillo del Rey Gato!». Si no fuera por la necesidad de ser discretos en el lugar, la joven habría golpeado la mesa con el puño. «Esto es una mierda manipuladora, Mellie, no me engañas. Si me quieres para un trabajo, tan solo pídelo».
Bob no dijo nada, pero asintió.
Mel se tomó un momento y trató de liberar la tensión de sus hombros. «¿Me ayudarían a robar la Esmeralda Escarlata? No puedo hacerlo sin ustedes». Ni siquiera dolió decirlo, no a Bob y Krista. Eso sí que era una sorpresa.
Sus compañeros compartieron una sonrisa. «¿Ese diamante que es tan grande como el puño de Bob?».