Читать книгу Donde Habitan Los Ángeles (Emmanuelle Rain) онлайн бесплатно на Bookz (2-ая страница книги)
bannerbanner
Donde Habitan Los Ángeles
Donde Habitan Los Ángeles
Оценить:
Donde Habitan Los Ángeles

4

Полная версия:

Donde Habitan Los Ángeles

Se dirigió a los fogones sobre los que colocó la tetera.

Jess permanecía impresionado mientras observaba su dulce sonrisa. La joven le pedía perdón a pesar de que no tenía por qué... Pero ella siempre había sido así: amable y comprensiva. Evidentemente, los horrores del pasado la habían cambiado, y eso la volvía aún más apreciada en su corazón. Se dijo que la protegería a toda costa, que no habría razón en el mundo por la que Magda sufriría de nuevo.

—No tienes que disculparte. Estabas en tu derecho a sentirte molesta, y yo no he hecho nada por facilitar las cosas.

—La verdad es que no me apetece hablar del tema. El pasado, pasado está. No importa. —Fue al fregadero y se puso a lavar los platos que había usado para los dulces—. ¿Quieres quedarte a cenar? Había pensado en preparar risotto cantonés.

—No lo sé... Lo cierto es que no quiero molestar.

—No es ninguna molestia. De hecho, me gustaría comer con alguien, para variar. —Las orejas se le pusieron coloradas de repente—. Naturalmente, si no puedes, no pasa nada. Supongo que ya tendrás otros planes —se apresuró a añadir para no parecer una chiflada desesperada por encontrar compañía.

—De acuerdo. —«Mírala. Se ha ruborizado», pensó el ángel. Era tan bella, tenía el cabello rojizo recogido de modo descuidado y el delantal lleno de harina—. Me encantaría quedarme a cenar.

—Vale, entonces ponte cómodo. —Le pasó la tarta de queso y sirvió el té en una taza—. Si quieres puedes ir al salón y recostarte en el sofá mientras que yo termino de preparar.

Le resultaba extraño tener a una hombre en casa y, aun así, no se sentía amenazada, todo lo contrario, se sentía curiosamente reconfortada por su presencia. Un cuarto de hora después, fue al salón y se encontró a Jess en el sofá, con los dos gatos en el regazo y el perro a sus pies.

—Disculpa. Lo lamento, si te molestan puedo...

Jess no le dejó terminar la frase.

—No me incordian, son encantadores y él es muy bonito —dijo señalando al gato gris de pelo largo.

—Está bien, es hora de presentaros —Magda señaló a sus animales—. Este peludo es Diego, la pequeña pantera negra es Isabel, y el perro a tus pies se llama Tristán. Jess, te presento a mi familia. Tesoros, os presento a Jess.

—Encantado de conoceros, tesoros —dijo Jess entre risas.

—Te gustan los animales, ¿verdad?

—Así es. Son agradables, suaves, te dan mucha alegría y, sobre todo, no tienen segundas intenciones. —Magda cogió a Diego entre sus brazos y le pasó la mano sobre el denso pelaje—. A él lo encontré en el arcén de la carretera. Lo había atropellado un coche que lo había dejado morir allí. Lo llevé al veterinario más que nada para que pusiera fin a su sufrimiento, y, sin embargo, milagrosamente este testarudo minino se recuperó de maravilla. A Isabel la encontré en un contenedor, todavía tenía los ojos cerrados, y Tristán es un perro callejero... Los animales son puros, son tal y como los vemos, y yo los respeto por su valentía y lealtad.

—Tú también eres como ellos. Has permanecido fiel a ti misma a pesar de todo. Tú también eres pura y valiente.

—No soy ni pura ni valiente. No me conoces lo suficiente como para decir eso —y diciendo eso se dirigió a la cocina—. Voy a terminar de preparar la cena.

Magda temblaba tantísimo que no conseguía sujetar nada con las manos. Se apoyó en el balcón de espaldas al salón para esconderse de Jess. Respiró profundamente intentando recobrar un poco de calma, y cuando le pareció haber recuperado, al menos, una pizca de control, volvió a los fogones.

Trataba de llegar al mueble que estaba en alto para coger el arroz, cuando notó una mano que le rozaba el brazo y un cuerpo masculino detrás sí.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó el muchacho. Magda dio un salto de repente y se alejó para poner tanta distancia entre sus dos cuerpos como aquella pequeña cocina permitía. Observaba, asustada, con el corazón desbocado y la respiración pesada, al magnífico hombre que ahora estaba en frente de ella, con el paquete de arroz en la mano y una mirada profundamente afligida en aquellos ojos oscuros—. Magda, disculpa. No pretendía asustarte, solo quería ayudarte. —Se acercó, pero ella extendió un brazo tembloroso para mantenerlo a raya—. Magda, te lo ruego, debes creerme, por favor. No quería asustarte, puedes fiarte de mí.

—Estoy bien —le dijo con voz tenue—. Tú también te has asustado, ¿no es así? ¡Dios! Tengo los nervios a flor de piel desde esta mañana.

—Lo lamento, no pretendía...

—Olvídalo, Jess, no pasa nada. Me has pillado distraída, ya está. —Señaló la cocina con un gesto con la cabeza—. ¿Puedes echar el arroz en la olla, por favor?

—Sí, yo me encargo. —Jess se preocupaba por ella. Le dolía tanto verla temblar y, a pesar de todo, intentaba que no se sintiera culpable. Le habría gustado abrazarla fuerte entre sus brazos y estar así para siempre, pero ella no parecía dispuesta a dejar que se acercara—. Magda, por favor, mírame. Jamás te haré daño, debes creerme. Preferiría morir antes que hacerte sufrir.

—Déjalo, por favor. Te he dicho que estoy bien, basta, y no me mires así, no necesito tu compasión.

—No te compadezco, al contrario, admiro tu fortaleza y te respeto.

—Basta de esta historia, te lo pido. No me conoces, no sabes nada de mí. ¿Cómo puedes decir que me respetas sabiendo cómo dejé que aquellos hombres me usaran? —Las lágrimas comenzaron a correr por sus sonrojadas mejillas—. ¡Joder! ¡Me avergüenzo tanto!

—Los que tienen de qué avergonzarse son ellos, no tú. Son escoria y no valen nada.

—Es culpa mía... toda la culpa es mía.

Ahora, Magda lloraba descontroladamente y se avergonzaba de su debilidad.

—¿Cómo puedes decir algo así? Tú no tienes culpa alguna.

Le habría gustado echarle las manos al cuello a todas las personas, si es que se podía llamarles así, que habían herido a su amada Magda.

—¿Sabes? Al principio me resistía. Forcejeaba intentando huir, luchaba con todas mis fuerzas, pero eso solo acarreaba más dolor y humillaciones —¡Cómo se odiaba en aquel momento! No entendía por qué desnudaba sus sentimientos ante él—. Sin embargo, tras unas cuantas semanas, dejé de luchar, permanecía quieta esperando a que todo acabara lo más rápido posible. Estaba muerta por dentro y ya no intentaba defenderme. Yo... ¡me doy tanta pena!

Jess se acercó y la estrechó fuerte contra él, con inseguridad por sus intentos de alejarlo, y la abrazó hasta que se calmó entre sus brazos y confió en él, llorando a lágrima viva como una niña pequeña.

Él esperó a que se desahogara, y cuando la vio más relajada, la cogió en brazos y la llevó a la habitación.

La acomodó en la cama y la tapó con una manta roja que encontró en una silla.

Se quedó allí viéndola dormir. Su rostro, ahora relajado, era tan dulce que le desgarraba el corazón.

¡Dios! Cuánto la quería... El tiempo no había estriado sus sentimientos lo más mínimo.

Capítulo 5

El enfrentamiento

Magda se despertó a la mañana siguiente con el aroma de un delicioso café recién hecho y de tortitas calientes. Adormecida, fue a la cocina y se encontró a Jess concentrado en la preparación del desayuno.

—¡Eh! Buenos días —la saludó el chico mirándola desde detrás de la mesa—. He pensado que tendrías hambre. Ayer por la noche no tuvimos la oportunidad de cenar.

Magda bajó la mirada.

—Disculpa. Siento mucho lo de ayer por la noche. No sé qué me pasó... No tenías por qué quedarte.

—No pasa nada, no te preocupes. Tu sillón es cómodo. —Jess vio cómo dudaba en la puerta de la cocina, vacilante sobre qué hacer—. Venga, vamos a desayunar —la animó el ángel.

—¿Qué hora es? —le preguntó la muchacha, sospechosa.

—Las nueve...

—¿Qué? Ya tendría que estar trabajando.

—Todo está arreglado. Tienes el día libre.

—¿El día libre? ¿Y por qué?

—He llamado a Mark. He encontrado su número en tu móvil, perdona por fisgonear, le he dicho que has estado enferma toda la noche y que por eso te dormiste tardísimo.

—No puedo faltar al trabajo.

—Él ha sido quien me ha dicho que te dejara dormir y que cuidara de ti. También me ha invitado a ir a su casa este fin de semana, si quieres, por supuesto...

A Jess le encantaba esta situación tan íntima, aunque se preguntaba cómo la estaría viviendo ella.

—Nunca me he pedido un día libre y, además, no es cierto que esté enferma. —Suspiró fuerte y lo pensó un poco—. De acuerdo, por una vez...

Él sonrió de modo tan abierto y natural que le entraron ganas de abrazarle.

Hacía mucho tiempo que no se sentía tan cómoda con alguien, ni siquiera con Mark y Nathan se soltaba tanto. Jess era completamente distinto a las personas a las que conocía: era guapo, amable e, inexplicablemente, parecía verdaderamente preocupado por ella.

—¿Qué tal si desayunamos antes de que se enfríe todo? —propuso la joven.

—Sí, todo está listo. Te estaba esperando.

Magda se acercó y le puso una mano sobre la mejilla. El ángel se quedó atónito.

—Gracias, Jess.

—Solo es un desayuno. Es cierto que mis tortitas son las mejores de todo Chicago, pero no tienes por qué darme las gracias —el ángel trató de restarle importancia.

El contacto con su piel, aquel gesto voluntario e íntimo le dio esperanzas en algo que, hasta ese momento, no había osado pensar.

Quizás, con el tiempo, ella también se acercaría a él...

—No me refería al desayuno, me refiero a... Gracias por todo, por ayer, por el desayuno, por haberme salvado, por todo.

Jess no sabía qué decir, él no la veía exactamente del mismo modo... Si hubiese actuado antes... Se limitó a echar el café y a servir las tortitas, a las que Magda echó una cantidad exagerada de sirope de arce.

Comieron en silencio. Después, Jess se levantó para recoger la mesa.

—Déjalo, yo lo hago.

—Ni hablar. Órdenes de Mark. —Cogió los platos y las tazas antes de que pudiera responderle de nuevo—. Yo debo irme ya, mis compañeros se estarán preocupando.

—¡Es verdad, qué estúpida! Te he tenido aquí todo este tiempo, vete ya. Yo me daré una ducha e iré al refugio.

—Si quieres, puedo quedarme, solo tendría que hacer una llamada.

—No, estoy bien, vete.

Magda sintió el pecho encogido, le habría gustado pasar más tiempo con él.

—Vale, entonces nos vemos el sábado. Mark me dijo que fuera a su casa sobre las ocho, siempre y cuando te parezca bien.

—No estás obligado. Lo sabes, ¿no? Mark puede ser muy insistente cuando quiere.

Aunque decía eso, esperaba ansiosamente que ese muchacho tan agradable regresara lo antes posible.

—No es ninguna obligación, me gustaría. Mark parece un buen tipo. Me voy, hasta pronto, Magda.

Se dirigió hacia la puerta esperando que ella lo detuviese y le diese algo... como un beso para despedirlo o algo así...

Le parecía haber vuelto a la adolescencia.

—Hasta el sábado —susurró Magda, que se quedó mirando cómo Jess salía de su apartamento.

«Mori, ¿estás ahí? —No recibió respuesta alguna—. ¿Mori? —lo volvió a llamar con tono alarmado».

«Estoy aquí».

Magda se relajó, Mori se había convertido en una presencia constante para ella, en un amigo.

«Pensaba que te habías ido, no tienes por qué, ¿verdad?».

«No, al menos no todavía, pero tarde o temprano deberé dejarte».

«¿Algo va mal? Te noto preocupado».

«No sabía nada acerca de tu pasado. Suponía que era algo malo por cómo tiendes a esconder tus emociones y recuerdos, pero no imaginaba hasta qué punto...».

«Mori, no pasa nada, de verdad. Ya han pasado muchos años. No quiero que lo que me sucedió sea un obstáculo. Las personas que conozco y que conoceré no son las mismas que me hicieron daño. Jamás he confundido a unas con otras, y no empezaré ahora, así que no pienses en ello, ¿de acuerdo? Yo estoy bien. —Y era verdad, en cierto modo se sentía un poco menos sucia, un poco menos vacía que el día anterior—. Haberme enfrentado a algo relacionado con mi pasado y desahogarme con Jess me ha ayudado a superar un poco el aturdimiento que sentía...».

«¿Sabes, Magda? Jess tiene razón, mereces respeto. Me habría gustado conocerte en circunstancias distintas a las de mi muerte».

«A mí también me habría gustado conocerte en vida».

Magda pasó la mañana en el refugio cuidando a los perros y gatos que estaban allí y, después, a eso de las cuatro, regresó a casa, comió algo de fruta sobre la marcha y se metió en la ducha.

Estaba emocionada como no le sucedía desde hacía mucho tiempo, y ya pensaba en el sábado, cuando Jess y ella se verían de nuevo.

Quizás solo la acompañaba por educación, o puede ser que estuviera interesado en ella...

«Muchacha, ese chico está colado por ti», irrumpió Mori en su mente.

«No, no lo creo. Solo es amable, ya está. —Efectivamente, lo esperaba un poco, aunque le asustaba tal posibilidad, la intimidad que, seguramente, surgiría si se acercaban más—. No estoy preparada para algo así».

Mientras se secaba el pelo escuchó el timbre y fue al interfono.

—¿Quién es?

—Soy Jess.

Magda abrió la puerta y esperó a que Jess entrase.

—Hola —dijo el chico, con una gran sonrisa en el rostro.

—Hola —respondió ella, igual de contenta de verlo.

—Disculpa si he venido sin avisar, pero no tenía nada que hacer, así que pensé en pasarme por tu casa... Siempre y cuando no tengas planes.

Esperaba fervientemente que no fuera así.

—Pasa, voy a terminar de arreglarme. Como si estuvieras en tu casa.

—Acariciaré a Diego, creo que le caigo bien.

—Creo que caes bien a todos en esta casa... Será mejor que vaya a arreglarme.

—¿Lo piensas de verdad? —A Jess le alegró ese comentario—. ¿Te caigo bien?

«Parezco tonto cuando estoy con ella. Parece que tuviera quince años en lugar de mis casi ciento sesenta...».

Magda se sonrojó.

—¡Sí, claro! De lo contrario no estarías en mi apartamento. Bueno, voy a terminar de prepararme.

Jess observó cómo aquella joven tan dulce se ponía toda colorada, y experimentó un extraño sentimiento, como si estuviera poseído, quería que ella solo se sonrojara por él... Y empezaba a pensar en otras formas de ruborizarla, pero no saldría para nada bien, no con ella.

Seguramente, lo último que querría era despertar ciertos pensamientos en un hombre y, a decir verdad, no era propio de él, no le interesaba el sexo lo más mínimo... al menos hasta aquel momento.

Capítulo 6

Malentendidos

Magda salió de la habitación y fue a buscar a Jess, a quien sus animales tenían atrapado. Sin duda, era muy guapo. Seguramente, un tipo así no podía estar en absoluto interesado en alguien como ella.

Al oírla entrar al salón, el chico se giró y se quedó sin aliento: llevaba el cabello, de color cobrizo, suelto sobre la espalda, unos vaqueros claros y una camisa verde militar con las mangas dobladas. Estaba preciosa a pesar de su sencillez.

—Había pensado en salir a tomar algo —le propuso Magda—. Invito yo, naturalmente, así te compensaré por no cenar anoche.

—Estás... preciosa —le dijo Jess mirándola a los ojos.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Magda y, de repente, se sintió incómoda. No era miedo, pero se le parecía, aunque sabía que Jess no le haría nada contra su voluntad.

Aquellas palabras la transportaron al pasado, a cuando estaba cautiva en aquella habitación, atada como un animal a la merced de sus captores. ¡Cuántos de ellos le habían dicho aquella frase! Sobre todo el primero, el que le quitó su virginidad tras haber pagado generosamente a su padre por tenerla.

¡Joder! Le daban ganas de vomitar al sentir esas manos encima, esa respiración sobre su piel... Había intentado luchar con todas sus fuerzas, pero le había pegado e inmovilizado para poder violarla.

Cuando acabó, la ridiculizó y humilló, y, entre risas, le dijo a su padre que había sido un buen negocio: el mejor polvo de su vida.

Su padre... aquel hombre, sangre de su sangre, la había vendido al mejor postor para poder pagar sus propias deudas.

Lo odiaba con todo su corazón...

—Deberíamos irnos, no quiero que se haga muy tarde.

—¿Pasa algo? ¿Te encuentras bien?

Jess intentó tocarle la espalda, pero ella se quitó de golpe.

—Perdona, Jess, no era mi intención.

—No te preocupes, no pasa nada. —Podía imaginar qué le pasaba a la joven por la cabeza. Le habría gustado quedarse con un poco de su dolor—.

—El coche está aquí al lado —le dijo mientras sacaba las llaves del bolsillo del pantalón.

Magda vio parpadear un precioso todoterreno negro.

—¿Te apetece ir a pie? Me gustaría andar un poco.

Mientras Magda se adelantaba, Jess pensaba en cómo llegar a su corazón, en cómo ganarse su confianza, quería, al menos, ser su amigo.

—Ya casi hemos llegado —le informó Magda mientras se detenía.

Jess miró a su alrededor y vio un restaurante a poca distancia.

—¿Un mexicano? ¿En serio?

—¿No te gusta? ¡Venga! Le gusta a todo el mundo...

—Sí, me gusta, solo que no pensaba que fueras una aficionada a la comida mexicana.

—Pues me encanta.

—¡Perfecto! —dijo el muchacho sonriendo.

—Entremos.

Estaba feliz de verla tan relajada, después de la tensión que había percibido poco antes de salir.

En cuanto entraron se les acercó una camarera que los condujo a una mesa para dos.

—¿Qué hacías en la mansión ayer por la mañana?

—¿No te lo han contado tus compañeros?

—No hablamos mucho últimamente. Ellos quieren saber y yo no quiero hablar...

—Ya, te entiendo. Pues fui a vuestra casa porque Mori me lo pidió.

—¿Mori? Si murió hace casi un año —le dijo mirándola—. ¿Cómo es que lo conoces?

Magda se movía nerviosa en la silla. No sabía si confesarle sus habilidades a Jess, pero, por otro lado, ya le había contado todo a sus compañeros, así que solo era cuestión de tiempo...

—Puede que lo que estoy a punto de decirte te resulte extraño, pero es la verdad: percibo cosas, presencias, y, de vez en cuando, algunos contactan conmigo.

El chico ni se inmutó, de modo que Magda se tranquilizó un poco.

—Eres médium.

—Los otros dijeron lo mismo... No sé si soy médium, como vosotros lo llamáis, solo sé que, de vez en cuando, siento cosas...

La camarera, que traía los menús, los interrumpió.

—Ahora vuelvo a tomaros nota. Mientras tanto, ¿os traigo algo para beber?

Magda pidió una Coca-Cola light.

—Otra para mí, gracias —le dijo Jess.

En realidad, habría pedido una cerveza con gusto, pero no sabía si le molestaría, dados los antecedentes del padre con el alcohol...

—Vale, volveré enseguida —se despidió la camarera.

Jess veía a Magda leer el menú, y se preguntaba si venía a cuento preguntarle por los años en los que la perdió de vista.

Tras dejarla en el hospital, debió cortar todo contacto con ella, ese fue el acuerdo.

—Jess, ¿has decidido qué vas a tomar? —El muchacho permaneció en silencio, decidiendo qué hacer—. ¿Va todo bien, Jess? ¿Pasa algo?

—Sí, todo bien.

—Si no te apetece estar aquí, podemos ir a otro sitio.

Quizás no había sido buena idea invitar a Jess a cenar... Dio por sentado que el chico disfrutaba de su compañía, pero evidentemente se había equivocado.

Estaba a punto de levantarse y marcharse, cuando el ángel empezó a hablar.

—¿Cómo te ha ido, Magda? Es decir, de verdad. Es evidente que, de algún modo, has pasado página, pero me preguntaba cómo has conseguido llegar hasta aquí.

—¿Qué debería haber hecho? No es que tuviera muchas alternativas. Tenía dos opciones: darme por vencida y morirme, o seguir viviendo y empezar de cero.

—Y tú escogiste la segunda.

—Obviamente.

—Ya, evidentemente. No quería entrometerme, solo que...

—Viene la camarera, lo hablamos después, ¿vale?

—¿Qué os traigo entonces?

Magda le echó un vistazo rápido al menú y pidió, a pesar de que ya no tenía demasiada hambre.

—Para mí, una quesadilla vegetariana, por favor.

—Y yo unos nachos con queso y chili, y un burrito con chorizo.

—Perfecto. Enseguida regreso con vuestra comida.

Magda suspiró mientras miraba al muchacho de ojos oscuros que estaba frente a ella.

—Escucha, perdona por lo de antes, no quería ser borde, pero, sinceramente, no es algo de lo que me encante hablar. He pasado años en terapia para hacer las paces con ese periodo de mi vida. Ahora voy mejor, al menos un poco, pero te aseguro que no es mi época preferida, así que, por favor, no hablemos más de ello...

La cena prosiguió bajo un incómodo silencio. En cuanto se acabaron la comida, Magda pagó la cuenta y salieron del local.

Capítulo 7

Consejos no solicitados

Al salir del restaurante se dirigieron hacia el paseo del río. Todavía permanecían callados, cada uno inmerso en sus propios pensamientos.

—Magda, escucha... No quería remover malos recuerdos, solo quería asegurarme de que estuvieras bien.

La chica no respondió de inmediato, se acercó a un banco e indicó a Jess que se sentara con ella.

—Lo sé, y aprecio mucho tu preocupación, pero no puedo pensar en aquella época, no puedo y basta. Hago todo por olvidarlo, y vas y llegas tú. No me malinterpretes, me gusta tu compañía, pero no haces más que pensar en mi yo de hace tres años... Y yo no quiero que nadie me recuerde de ese modo... Ya no uso ni siquiera mi apellido, no volveré a ser Magdaline Spencer. Si alguno me lo pide, le doy el de Nathan. En cierto modo, él es como un padre, además de ser el médico que me salvó... En los meses posteriores a mi recuperación, hizo más que mi padre en diecisiete años.

—¿Nathan? —preguntó el muchacho, frunciendo el oscuro ceño.

—Sí, la pareja de Mark. Estaba de guardia aquel día...

—Eh, Magda, ¿quién es ese tipo?

Un hombre enorme se acercó mirándola de arriba a abajo.

—Billy, ¿qué haces por aquí?

Billy era el primo de su jefe. A pesar de que se llevaban bastantes años, al menos unos quince, se parecían bastante físicamente: ambos eran rubios de ojos azules, pero las semejanzas acababan ahí. Billy era todo lo contrario a Mark. Tenía mal genio y era presuntuoso; podría ser un buen tipo, pero su forma de ser lo fastidiaba todo.

—Tengo que atender unos asuntos... ¿No me presentas a tu amigo? —le preguntó con un apenas disimulado desagrado.

El ángel se levantó, no le gustaba el tono con el que se dirigía a Magda, como si fuera de su propiedad.

—Soy Jess, y ya nos íbamos. Vamos, Magda...

La chica lo siguió y juntos se alejaron de Billy.

El hombre se quedó mirándolos un poco y luego fue en dirección contraria, con los dientes apretados.

Jess parecía nervioso y también algo enfadado, Magda no conseguía entender el motivo.

—No debes hacerle caso a Billy, es un engreído, yo lo ignoro.

—Ese tipo no me gusta.

El muchacho experimentaba una extraña sensación, aquel hombre irradiaba una energía peculiar, casi violenta.

Debía intentar descubrir más...

Cuando llegaron al portal del edificio donde vivía Magda, Jess se detuvo. Había pensado en subir a su casa para pasar otro rato juntos, pero la noche fue tensa y ya no sabía cómo comportarse.

La chica decidió por los dos.

—Deberías marcharte, Jess. Estoy cansada.

—¿Me das tu número de teléfono? —le preguntó dubitativo.

Tenía la sensación de que Magda se le escapaba como arena entre los dedos.

Aun así, la chica accedió, y tras habérselo dado, se despidió y entró el edificio sin mirar atrás.

—¡Jess, al fin has vuelto! —Otohori estaba cómodamente sentado en el sillón mientras escuchaba música clásica con su hermana Kira acurrucada a su lado.

bannerbanner