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Lazos
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Lazos

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Realmente su madre no había querido turbar el perfecto orden de su vida, probablemente le había parecido justo revelar al hijo su verdadera identidad, ¿pero qué le había revelado realmente? En ese momento se sentía despojado de uno de los pocos puntos fijos de su existencia: le daba la sensación de ser un árbol al que habían arrancado sus raíces de la cálida tierra para exponerlas cruelmente al sol.

Aquella noche celebraría el final del segundo milenio y quién sabe si con los últimos minutos de mil novecientos noventa y nueve podría irse también aquel sentimiento de náusea que lo invadía por todas partes.

El sonido metálico de la verja al volverse a cerrar lo devolvió a la realidad.

Gemma había llegado hasta delante de él envuelta en un remolino de tejido blanco que podía, realmente, parecer innatural en la oscuridad de la noche: dos bonitas alas fabricadas totalmente con cándidas plumas salían de su espalda y llegaban casi a la altura de la nuca, donde los cabellos recogidos dejaban su rostro al descubierto, una túnica muy sencilla escondía las piernas dejando ver sólo la punta de las zapatillas de tenis, también blancas.

Era el ángel más gracioso que Guglielmo hubiese visto y de todas formas era el primero, seguramente, que se había materializado delante de sus ojos.

Gemma se acercó a él y, después de haberle sacado los caninos que daban a su aspecto un no sé sabe qué de temible, depositó un beso en sus labios.

Las dos lenguas se rozaron, con un escalofrío: luces y tinieblas gozaban del mismo placer…un extraño pensamiento destelló en la mente de Guglielmo, pero su lógica, rápidamente, lo descartó enseguida.

El torbellino de sus pensamientos, sin embargo, no conocía el reposo y generaba conjetura tras conjetura, sin darle tregua. Le parecía advertir un triste presentimiento mientras observaba a Gemma entre sus brazos, la veía tan pálida y exangüe que parecía que estuviese muerta…

¿Qué podría perturbar sus vidas en ese instante?

¿No era quizás el candor casi lechoso de su disfraz que había bebido todo el rojo sangre que debería haber inundado el rostro de Gemma?

Subieron al coche.

Guglielmo giró la llave debajo del volante y el ruido que generó bastó él sólo para llenar el silencio en sus oídos.

Las revoluciones del motor bajaron bajo el control de Guglielmo que estaba apoyando el pie derecho sobre el freno para pararse en el semáforo en rojo.


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