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Yo Soy El Emperador
Yo Soy El Emperador
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Yo Soy El Emperador

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No insisto. Evidentemente he tocado un tema delicado. «Entonces, ¿qué me tenías que explicar para mañana?»

Chiara enumera los distintos pasos en detalle. Primero, la embajada a las 8: tengo que conseguir un documento y hacer que me coloquen una visa en los documentos del hospital en Tarso, para poder recoger el cuerpo. Luego, hago una parada por la infame aduana para recuperar mi pasaporte. Y, finalmente, tomo un vuelo especial a las 11. Ella no estará allí, pero no debería tener ningún problema. Le agradezco sinceramente.

«Ha sido un placer» dice con una sonrisa que me parece traviesa.

Lunes 19 de julio

La embajada, desde fuera, es como imaginas una embajada, grande, blanca, con ese aspecto de casa victoriana de algunas villas de campo en el sur de Estados Unidos. Espero a un amo con un séquito de esclavos. Me da la bienvenida un gerente con una secretaria y poco tiempo para mí. Le entrego los documentos de la morgue. La secretaria los hojea distraídamente, los sella, coloca uno de sus pases y resuelve el papeleo con la misma rapidez. Incluso en la aduana las cosas fluyen mejor que en la ida. Finalmente recupero mi pasaporte. En el futuro, haré una copia de los documentos antes de salir (uno nunca sabe).

Me acompañan o, mejor dicho, me escoltan hasta que subo al “avión especial”. En realidad, es pequeño y tosco, para transportar mercancías. Me parece que las posibilidades de que despegue no son altas. Subo las escaleras hasta una gran entrada en la parte trasera (y no en la lateral), a través de la enorme bodega, cargada con un poco de todo. Detrás de la cortina hay unos diez pasajeros y, más adelante, está la cabina. Los asientos no están numerado. Me siento en el único espacio libre, junto a un señor que me mira de pies a cabeza y, luego, vuelve a leer su periódico. Esperamos mucho tiempo antes de que autoricen la salida. Olvidé el mp3 en mi maleta. Para no pensar en el despegue, saco el informe de ese extraño anatomopatólogo. Son páginas y páginas escritas a mano, en turco. Al final de la segunda copia hay un resumen en inglés. Se declara, en términos legales, que el Barbarino murió a raíz de la caída. Da informe de las múltiples fracturas y una falta en la nuca, pero no de un ataque cardiaco.

Me quedo asombrado. El asistente del profesor había hablado sobre una enfermedad como causa de muerte. Aquí parece que la muerte se debe a un golpe en la cabeza, quizás durante la caída. Vuelvo a guardar el informe. La policía se encargará de investigarlo.

Mientras tanto, es increíble, pero el avión ya ha alcanzado la altura del vuelo y me tranquilizo. Esta calma no dura mucho porque no recuerdo haber visto el ataúd mientras caminaba por la bodega. Perder una maleta es desagradable, pero ¡perder un cadáver! Como no creo que haya azafatas en la carga, aprovecho para levantarme, correr la cortina y regresar a la bodega. Hay un ataúd y me acerco, por seguridad. El nombre es el correcto, pero algo me llama la atención. Hay una inscripción en el lado corto. Sobre la madera se han grabado las letras: DDCF. ¡Extraño! Lo habrá hecho alguien de las aduanas, ya que en el viaje largo en la camioneta no lo había notado. De hecho, estoy seguro que no estaba allí antes. Parece un acrónimo, oscuro y familiar. Regreso a mi asiento.

Ese distinguido caballero sigue observándome, de manera sigilosa. Me inquieta un poco lo que he leído y el final del Barbarino. Regreso al tiempo que pasé en su servicio o, mejor dicho, bajo su “dictadura”. En realidad, no me arrepiento. Humanamente debería lamentar su fallecimiento, pero la verdad es que no lo puedo hacer. Después de todo lo que había escrito y hecho por él, no había podido conseguirme un puesto permanente en la universidad. Afirmaba que me lo merecía, sobre todo por el curriculum de estudio, pero siempre había alguien con méritos extraacadémicos que iba antes que yo. Hice bien en alejarme de ese mundo. Al llegar a Fiumicino, voy a la aduana con los documentos turcos. Afortunadamente, en Italia todo es más simple, solo colocan un par de sellos. Debo haberlo visto en una película: un traficante de drogas usa ataúdes de los soldados estadounidenses que murieron en batalla, para introducir drogas de contrabando a Estados Unidos. En mi caso, nadie se daría cuenta. No abren la caja sellada y el único perro antidrogas está echado en una esquina.

Le dio el cerficado del anatomopatólogo. «Dijeron que lo entregara para que lo remitiera a la Policía del Estado».

«No se preocupe» responde el funcionario de aduanas, «nosotros nos ocupamos».

Coloca los papeles en una enorme pila a su izquierda, donde los documentos parecen estar abandonados por meses.

No importa si no investigan esa muerte. Antes de salir, hago una última pregunta. «¿Ahora qué debo hacer con el ataúd?»

«¿Usted es pariente?» pregunta diligente el empleado.

«No, digamos… un amigo».

«Entonces, debe entregárselo a los herederos». Es la sentencia final del funcionario.

Salgo aún más confundido. Entre la multitud, veo un cartel con mi apellido. Siempre he deseado que alguien me estuviera esperando en el aeropuerto con un cartel claramente visible.

Me acerco. «Buenos días, soy Francesco Speri».

«Lo estábamos esperando» responde una mujer de unos sesenta años, con una fingida cortesía. «Gracias por todo lo que ha hecho por nosotros».

Ante mi mirada inquisitiva, la señora hace señas para que se acerce un joven. Se presenta. «Grazia Barbarino, un placer. Soy la hermana del pobre Luigi Maria y él es mi hijo. Hemos venido a darle un digno entierro a nuestro amado».

«El tono hogareño y la manera perfecta no me inspiran simpatía. ¿Tuvo un buen viaje?», pregunta la señora, no tan interesada en la respuesta.

«Le ofrezco mi más sentido pésame».

Ninguno de los dos parece realmente apesadumbrado. Yo tampoco. De hecho, estoy feliz de deshacerme del cuerpo.

«Gracias por todo una vez más» reitera el joven.

En realidad ellos podrían haber ido a Turquía. Intento que ese pensamiento no sea visible en mi rostro. «De nada. Era lo mínimo que podía hacer después de tantos años…»

«Sí, sí, me imagino» interrumpe la señora.

«Le doy una copia del informe anatomopatológico, en caso quiera llevárselo a su abogado» agrego, vocalizando cada palabra.

A pesar de la expresión curiosa del joven, la mujer coge el documento sin siquiera dignarse a mirarlo. También lo dejará de lado. Con un último asentimiento de condolencia, me despido del extraño grupo y me dirijo al tren.

Llego a casa alrededor de las 19:30, después de tomas el colectivo desde la estación de Sinalunga en Bettolle. Estoy feliz de estar de vuelta en la tranquilidad del pueblo en el que vivo desde que obtuve la beca de investigación en la Universidad de Siena.

Dejo la maleta y, de inmediato, bajo della vecina para recuperar mi gato. Lo había dejado con ella por estos días. Me abre la puerta un niño de unos 5 o 6 años.

«Hola, ¿está la abuela?»

El niño contesta: «¿Cómo se dice?»

Me quedo sin palabras.

«Mamá dice que siempre se tiene que decir por favor».

«Tiene razón. Entonces, niño hermoso, ¿está la abuela, por favor?»

«Pero, ¿cuál es mi nombre?»

De hecho, nunca lo he sabido. «¿Cómo te llamas?»

El pequeño torturador sonríe. «¡No te lo diré!»

«Dímelo, vamos».

«¿Y qué me das?» pregunta firme.

Y, luego, mis padres se sorprenden de que no quiera tener hijos. «¿Un caramelo?»

«Mamá dice que nunca debo aceptar caramelos de desconocidos».

«Pero yo no soy un desconocido. Vivo aquí arriba».

El niño extiende su mano derecha, le ofrezco un dulce de miel y menta que, afortunadamente, tenía en el bolsillo.

«Ahora, ¿me dices cómo te llamas?»

El niño cruza los brazos e inclina la cabeza hacia adelante.

«Gian…luca».

«Bueno Gianluca, ¿está la abuela?»

«Aunque no hayas dicho por favor» señala. «Pero, ¿cómo se llama mi abuela?»

Sabía que me iba a hacer esta pregunta, pero no recuerdo su nombre. «¿Federica?»

«No».

«¿Elisabetta?» adivino.

«Tibio» sonríe, contento por el nuevo juego.

«¿Elisa?»

«Caliente».

«Ahora escúchame bien. Querido Gianluca, ¿tu abuela Elisa está en casa… por favor?»

«No» y me tira la puerta en la cara.

Mientras me quedo confundido delante de la puerta, me acuerdo de una escena de Caro diario de Nanni Moretti. Él esta de vacaciones en la isla de Salina cuando llama a unos amigos; un niño, antes de pasarle la llamada a sus padres, lo obliga a imitar a varios animales. Por suerte Elisa había escuchado todo. «Francesco, bienvenido, ¿cómo le fue?»

«Fuera de unos retrasos burocráticos…»

Sonríe. «Pallino se ha portado bien. Aquí está. Míralo, te ha escuchado».

Un gato blanco regordete se asoma detrás de las piernas de la vecina y me saluda con u gemido, casi de reproche.

«Gracias una vez más, no habría sabido dónde dejarlo».

Regreso a casa con el gato en brazos. Después de una agradable cena, ambos nos vamos a dormir cansados. Estos días también habrán sido una aventura para él, en una casa que no es la suya.

Martes 20 de julio

«Bienvenido al trabajo, ¿fueron buenas las vacaciones?» pregunta el director en cuanto entro a la sucursal de Montepulciano Stazione.

Ah sí, no lo había dicho todavía. Después de dejar mi puesto como profesor en la universidad, terminé trabajando como agente bancario en ventanilla. No era lo mejor, ¡era un puesto fijo!

No le dije a nadie el motivo de mi viaje o, mejor dicho, los dos motivos: la búsqueda del profesor y del emperador.

«Todo bien… un poco cansado».

Es más difícil desenredar las preguntas de Vito Darino, el colega de la caja que está al lado de la mía. Como dicen por aquí “es un pez extraño”, por lo general apacible y manso, pero cuando se enfada un poco, se pone todo rojo, luego morado y, finalmente, se desinfla de repente. Está molesto con todo el mundo, convencido de que nadie entiende nada y, por eso, los ascendieron, mientras él se queda de por vida en el mismo puesto. Se define como “ single”, pero el término correcto es “solterón”. Creo que hace décadas no tiene pareja, siempre habla de mujeres, pero básicamente es un misógino.

«¿Te has divertido? ¿Has conocido alguna hermosa turquita?» Eso es lo primero que pregunta.

«No, he descansado». Nada más falso.

«También he visitado lugares turísticos».

«¿Dónde fuiste exactamente?» insiste.

Intento no ser tan preciso. «Bueno… a un sitio arquelógico. Sabes que es mi pasión».

«Claro, discúlpeme profesor» dice Vito con ironía.

«Después de todo», intento continuar, «he trabajado en eso durante diez años, hasta que empecé a trabajar aquí».

Vito aumenta la dosis fantaseando con improbables aventuras eróticas. «Entonces, ¿nada de mujeres?»

«¿Qué te puedo decir? Me van a empezar a gustar los hombres».

Descubrí que esta siempre es la forma más brillante para terminar la conversación.

Luego, pegado frente a la computadora, prendí el “piloto automático” de la rutina de caja. Algunas operaciones son largas y aburridas, otras son ligeras como los clientes. En cuanto terminan, olvido el número de cuenta y incluso la cara de la persona que tengo delante.

Esa misma tarde, antes de salir del banco, llega un correo electrónico del decano de la Facultad de Letras.

Estimdos y estimadas colegas,

Les informo que el funeral de nuestro ilustre profesor Luigi Maria Barbarino, fallecido prematuramente por un tráfico destino, se llevará a cabo el jueves 22 a las 16:30 en la Abadía de Poppi…

Jueves 22 de julio

El campo de Arezzo no es como el de Siena. Alrededor de la ciudad del Palio, los pueblos, ahora, se ven tan bellos que parecen de fantasía. Luego, se ven los cerros, innumerables, pequeños y caracterizados por una casita en la cima. Solo una está rodeada de árboles. Sin embargo, en la zona de Arezzo todo es plano; los cultivos, menos variados. Las casas no están aisladas y dispersas, sino próximas entre sí y se ven infinitos espacios vacíos. Los caminos también son diferentes; por allí suben y bajan. Tiene muchas curvas y baches, el descenso es inclinado. Aquí hay un camino largo y recto que parece no conducir a ningún lugar.

Llego a Poppi a las 3 de la tarde. Aprovecho para ver los maravillosos murales en el castillo de los condes Guidi. Así descubro que Dante, de joven, había participado como caballero en la famosa batalla en la llanura debajo del castillo. Siempre imaginaba al gran poeta encerrado en su habitación, para fantasear con mundos místicos. No me lo imagino con una armadura, apuñalando y masacrando enemigos.

Bajo a pie de la fortaleza a la abadía de San Fedele. Mientras admiro la fachada de piedras curadas, llegan dos profesores con una fila de discípulos. El profesor Alessandri se acerca y me da el pésame. Me sorprende un poco. No soy un familiar, pero probablemente, para ellos, soy muy cercano a Barbarino porque fui su asistente por muchos años. Llegan otros tres investigadores: cuando hacen lo mismo, les respondo como cuando estás en el funeral de una tía anciana a la que no veías desde hace años y, además, no era muy amable. «Gracias, gracias, lamentablemente… así es la vida».

Finalmente llegan los familiares. Les doy mis condolencias y entro a la iglesia. Tras las brillantes reflexiones mezcladas con banalidades del cura loval, se le da la palabra al decano, que se levanta del grupo de bancos que está a la derecha, el grupo de profesores que mueren de calor en sus chaquetas y trajes. Mientras el profesor se balancea entre las filas, el pensamiento unánime es solo uno: que acabe rápido. El, con un gran gesto dramático, coloca su birrete (el sombrero negro cuadrado, donado por el rector para homenajear al profesor fallecido) sobre el féretro. Luego, al llegar al podio, saca tres hojas de su bolsillo inferior, las abre y, después, las cierra de manera descarada. Todo esto lo hace con una media sonrisa como diciendo: yo había preparado un discurso, pero soy magnánimo y voy a improvisar. Un amplio suspiro de alivio comenta el gesto.

«Estimados colegas, estamos aquí en representación de toda la facultad y expresar nuestro más sentido pésame a la familia».

[Traducido del lenguaje académico significa: A los miembros de la familia ni siquiera les importa y mucho menos a los profesores, por eso somos tan pocos].

«A todos nos tomó por sorpresa la repentina y prematura muerte del estimado colega…»

[= Nos regocijamos de inmediado cuando el viejo barón finalmente murió…]

«Su partida ha dejado un vació en el personal académico que será muy difícil de llenar».

[= De hecho no lo reemplazaré, usaré el dinero de esa silla para promover a mi amante].

«Toda la facultad está comprometida, en la medida de lo posible, a continuar las excavaciones en Turquía en su nombre».

[= Si aún obtengo fondos del gobierno, enviaré a uno de mis subordinados. De lo contrario, todo se abandonará de inmediato].

«Creo que sería un merecido homenaje organizar conferencias anuales en su memoria…»

[= Con los sobrantes de los fondos de “Proyectos de Relevante Interés Nacional” asignados a su nombre organizaré mediodía de estudio este año y nunca más].

«Finalmente, permítanme expresar mi más profundo agradecimiento a Franceso Speri, quien trajo a nuestro querido difunto aquí».

[= Afortunadamente encontré a ese tonto, de lo contrario hubiese tenido que ir yo hasta allá con este calor].