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El Retorno
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El Retorno

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El Retorno

«No toda, amigo mío. Ha sobrado uno y ahora mismo me lo voy a comer», y mientras reía satisfecho, se giró para cogerlo de la bolsa apoyada en el asiento posterior. Pero, al girarse, golpeó con la rodilla el pulsante de encendido del sistema de grabación que emitió un débil beep y se apagó.

«Pedazo de imbécil, ¿quieres tener cuidado?». El delgado intentó volver a encender rápidamente el equipo. «Ahora tengo que reiniciar el sistema y necesitaré al menos un minuto. Reza para que no estén diciendo nada importante, de lo contrario esta vez patearé tu enorme culo hasta el Golfo Pérsico».

«Perdón», dijo el gordinflón con solo un hilo de voz. «Creo que ha llegado el momento de ponerme a dieta».

“Los Dioses sepultaron el jarrón con el preciado contenido al sur del templo y ordenaron al pueblo no acercarse hasta su vuelta, de lo contrario catástrofes tremendas se habrían cernido sobre todos los habitantes. Para proteger el lugar, cuatro guardianes en llamas.”

«Ésta es mi traducción», afirmó orgullosamente Elisa. «La palabra exacta para mí no es “tumba”, sino “templo” y el Zigurat de Ur, donde estoy realizando mis investigaciones, no es otra cosa que un templo erigido para los Dioses. Claro, me dirás que por esta zona hay muchos Zigurat, pero ninguno está tan cerca de la casa que perteneció a quien, presumiblemente, escribió las tablillas: nuestro querido Abraham».

«Muy interesante». El coronel estaba analizando atentamente el texto. «Efectivamente, la que todos han señalado como la “Casa de Abraham” está solo a unos doscientos metros del templo».

«Además, si aquellos seres fueran realmente alienígenas», continuó Elisa, «imagina lo interesante que sería, para vosotros los militares, el “jarrón”. Quizás incluso más que su “preciado contenido”».

Jack reflexionó durante un momento, luego dijo: «Este es el motivo del interés por parte del ELSAD. El jarrón enterrado podría ser mucho más que un simple contenedor de barro».

«Excelente. Y ahora, un giro inesperado», exclamó teatralmente Elisa. «Ladies and gentlemen, aquí está lo que he encontrado esta mañana».

Tocó la pantalla y una nueva foto apareció en la PDA. «Es el mismo símbolo que estaba en la tablilla», exclamó Jack.

«Exacto. Pero esta foto la he hecho hoy», respondió satisfecha Elisa. «Por lo que parece, Abraham, para indicar a los “Dioses”, ha utilizado la misma representación que los Sumerios ya habían utilizado: una estrella con doce planetas alrededor de ella y que, casualmente, he encontrado tallada en la tapa del “contenedor” que estamos sacando a la luz».

«Podría no significar nada», comentó Jack. «Quizás es solo una casualidad. El símbolo podría tener otros mil significados».

«Ah, ¿sí? Y entonces esto, según tú, ¿qué es?», y le enseñó la última foto. «La hemos hecho desde el exterior del contenedor con nuestro aparato de rayos X portátil».

Jack no pudo ocultar su cara de sorpresa al verlo.

Nave espacial Theos – Análisis de los datos

Petri estaba aún inmerso en el análisis de la sonda cuando Azakis, volviendo al puente de mando, dijo dirigiéndose a su amigo: «Nos avisarán».

«Que quiere decir que nos las apañemos solos», comentó amargamente Petri.

«Más o menos como de costumbre, ¿no?», respondió Azakis, dándole una palmadita en la espalda a su compañero de viaje. «¿Qué puedes decirme sobre ese amasijo de hierros?».

«A parte del hecho de que ha faltado realmente poco para que nos arañara la pintura de la estructura externa, puedo confirmarte, casi con absoluta certeza, que nuestro amigo de tres aspas no ha transmitido ningún mensaje. La sonda parece que ha sido diseñada con la finalidad de analizar cuerpos celestes. Una especie de viajero solitario del espacio, que registra datos y los transmite con periodicidad a la base», y señaló el detalle de la antena en el holograma que fluctuaba en la habitación.

«Probablemente hemos pasado demasiado rápido como para que pueda haber registrado nuestra presencia», se atrevió a suponer Azakis.

«No solo eso, viejo amigo. Sus instrumentos de a bordo están programados para analizar objetos a una distancia de cientos de miles de kilómetros y nosotros le hemos pasado tan cerca que, si no estuviéramos en el vacío, el movimiento del aire lo estaría aun haciendo girar como una peonza».

«Y ahora que nos hemos alejado, ¿crees que puede detectar nuestra presencia?».

«No lo creo. Definitivamente somos demasiado pequeños y rápidos para formar parte de sus “intereses”».

«Bien», exclamó Azakis. «Ésta parece finalmente una buena noticia».

«He intentado hacer un análisis del método de transmisión adoptado por la sonda», continuó Petri. «Parece que no está todavía equipada con la tecnología de “vórtices de luz” como la nuestra, sino que utiliza aún un viejo sistema de modulación de frecuencia».

«¿No era el que utilizaban nuestros predecesores antes de la Gran Revolución14 ?», preguntó Azakis.

«Exacto. No era demasiado eficiente, pero permitió intercambiar información con todo el planeta durante muchísimo tiempo y decididamente ha contribuido a que llegáramos donde estamos ahora».

Azakis se sentó en el sillón de mando, se mordisqueó el dedo índice, luego dijo: «Si este es el sistema de comunicación utilizado actualmente en la Tierra, quizás incluso podamos ser capaces de captar alguna de sus transmisiones».

«Sí, quizás una buena película porno», comentó Petri sacando ligeramente la lengua por el lado izquierdo de la boca.

«Deja de decir tonterías. En cambio, ¿por qué no intentas readaptar nuestro sistema de comunicación secundario para esta tecnología?».

«Entiendo. Me quedan varias horas de trabajo en ese minúsculo compartimento».

«¿Qué te parece si comemos algo antes?», preguntó Azakis anticipando la solicitud de su amigo, que imaginaba llegaría algunos instantes después.

«Esta es la primera cosa sensata que te he escuchado decir hoy», respondió Petri. «Todo este alboroto me ha abierto el apetito».

«Vale, hagamos una pausa, pero yo decido lo que comemos. El hígado de Nebir que elegiste ayer se ha quedado en mi pobre estómago tanto tiempo que parecía que había echado raíces».

Unos diez minutos después, mientras los dos compañeros de viaje estaban aún intentando acabar su comida, en la Tierra, en el Centro de Control de Misiones de la NASA, un joven ingeniero detectaba una extraña variación de ruta de la sonda que estaba monitorizando.

«Jefe», dijo en el micrófono que tenía a un centímetro de la boca y que estaba conectado a sus auriculares. «Puede que tengamos un problema».

«¿Qué tipo de problema?», se apresuró en responder el ingeniero responsable de la misión.

«Parece que Juno, por algún motivo que todavía ignoramos, ha sufrido una ligera variación en la ruta establecida».

«¿Variación? ¿Y de cuánto? Pero, ¿a qué se debe?». Ya tenía sudores fríos. El coste de aquella misión era desorbitado y nada debería torcerse.

«Estoy analizando los datos en este preciso momento. La telemetría indica un desplazamiento de 0,01 grados sin ningún motivo aparente. Todo parece estar funcionando correctamente».

«Podría haber sido golpeada por un fragmento de roca», supuso el ingeniero anciano. «Después de todo, el cinturón de asteroides no está tan lejos».

«Juno se encuentra prácticamente en la órbita de Júpiter y allí no debería haber ninguno», aseguró con mucho tacto el joven.

«Y entonces, ¿qué ha sucedido? Tiene que haber necesariamente un fallo de algún tipo». Reflexionó durante un segundo y luego ordenó: «Quiero un doble control en todo el equipo de a bordo. Los resultados en cinco minutos en mi ordenador», y cerró la comunicación.

El joven ingeniero se dio cuenta repentinamente de la responsabilidad que le habían confiado. Se observó las manos: temblaban ligeramente. Decidió ignorarlas. Pidió ayuda a un compañero para que realizara un check-up diferenciado de la sonda y cruzó los dedos. Los ordenadores empezaron a realizar secuencialmente todos los controles programados y, después de algunos minutos, en su pantalla, aparecieron los resultados del análisis:

Check-up completado. Todos los instrumentos están operativos.

«Parece que todo está bien», comentó su colega.

«Y entonces, ¿qué demonios ha pasado? Si no lo descubrimos en los próximos dos minutos, el jefe nos pateará el culo a ambos», y comenzó a teclear desesperadamente los mandos del teclado que tenía delante.

Nada de nada. Todo funciona perfectamente.

Necesitaba inventarse algo, y tenía que hacerlo rápido. Empezó a dar golpecitos con los dedos en el escritorio. Continuó durante una decena de segundos, luego decidió apelar a la primera regla del manual de comportamiento en el lugar de trabajo: nunca contradecir al jefe.

Abrió el micrófono y dijo de repente: «Jefe, tenía usted razón. Ha sido un pequeño asteroide troyano que ha desviado la sonda. Afortunadamente, no la ha golpeado directamente, sino que ha pasado cerca de ella. Evidentemente, la masa del asteroide ha creado una mínima atracción gravitacional en nuestro Juno, provocando así la ligera variación de ruta. Le estoy enviando los datos», y contuvo la respiración.

Después de interminables instantes, a los auriculares llegó, orgullosa, la voz del jefe: «Estaba seguro. Hijo mío, el instinto del viejo lobo no se supera». Luego añadió: «Proceded a activar los motores de la sonda y corregir la ruta. No admitiré errores», y cerró la conversación. Un segundo después, la volvió a abrir diciendo: «Excelente trabajo chicos».

El joven ingeniero se dio cuenta de que la sangre estaba volviendo a fluir en su cuerpo. Su corazón latía tan fuerte que lo sentía palpitar en las orejas. Después de todo, podría haber sido así. Dirigió la mirada hacia su colega y, levantando el dedo pulgar, le hizo un gesto de satisfacción. El otro respondió guiñando un ojo. Se habían librado, al menos por el momento.

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