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«Esta es la foto de una de las tablas que se han encontrado en la tumba del Rey Baldovino II de Jerusalén», continuó Elisa, «que se supone que fue el primero, en el año 1119, en abrir la Cueva de Macpela, llamada también Cueva de los Patriarcas, donde al parecer fueron enterrados Abraham y sus dos hijos, Isaac y Jacob. Estas tumbas se encuentran en el subsuelo de la que hoy llamamos Mezquita o Santuario de Abraham, en Hebrón, Cisjordania». En ese momento, le enseñó una foto de la mezquita.
«Dentro de las tumbas», prosiguió Elisa, «el Rey encontró, además de innumerables objetos de diversa índole, una serie de tablas que pertenecieron a Abraham. Además, se cree que éstas pueden representar una especie de diario donde anotaba los momentos más importantes de su vida».
«Una especie de “registro de viajes”», anticipó Jack, esperando impresionarla.
«En cierto modo sí, ya que, para la época, había viajado bastante».
Deslizando otra foto, Elisa continuó explicando: «Los mayores expertos de su idioma y de las modalidades de representación gráfica de la época han intentado traducir lo que está grabado en esta tabla. Las opiniones han estado, lógicamente, muy divididas en algunas partes, pero todos están de acuerdo en que esto», dijo aumentando un detalle de la foto, «se traduzca como “jarrón” o bien como “ánfora de los Dioses”. Luego están las palabras “sepultura”, “secreto” y “protección” que también están bastante claras».
Jack empezaba a estar un poco confundido, pero, asintiendo con la cabeza, intentó convencer a Elisa de que la estaba siguiendo perfectamente. Ella lo miró un instante, y luego continuó diciendo: «Este símbolo, sin embargo», dijo toqueteando la pantalla para aclarar la imagen, «según algunos, representa una tumba, la tumba de un Dios. Mientras que esta parte describiría uno de los Dioses que advierte o incluso amenaza al pueblo reunido a su alrededor».
El coronel, un poco por culpa del alcohol, un poco por el embriagante perfume que Elisa desprendía a su alrededor, y un poco por los ojos de ella, en los que se había perdido, no estaba entendiendo nada de nada. De todas formas, siguió asintiendo como si todo estuviera clarísimo.
«Entonces, resumiendo», continuó Elisa notando el continuo adormecimiento de Jack, «los expertos han interpretado el contenido de esta tablilla como la representación de un evento que tuvo lugar en los tiempos de Abraham y en el cual, un presunto Dios o más genéricamente unos Dioses, habrían escondido, enterrándolo alrededor de una de sus tumbas, algo muy preciado, al menos para ellos».
«Me parece una afirmación algo genérica», comentó Jack, intentando darse importancia. «Decir que han enterrado algo preciado cerca de una tumba de los Dioses no es como si tuvieras las coordenadas GPS. Podría referirse a cualquier cosa en cualquier lugar».
«Tienes razón, pero todas las inscripciones, especialmente las que resalen a hace tanto tiempo, tienen que interpretarse y contextualizarse de alguna manera. Es por esto que existen los expertos y, mira por dónde, yo soy una de ellos». Al decirlo, comenzó a imitar los movimientos de una modelo mientras es fotografiada por los paparazzi.
«Vale, vale. Sé que eres buena. Pero ahora intenta que entendamos algo los pobres ignorantes como yo».
«Básicamente», siguió hablando Elisa mientras se recomponía, «después de haber analizado y comparado hallazgos históricos de cualquier tipo, historias reales, leyendas, habladurías y todo lo que he encontrado, las grandes “mentes” de la tierra han afirmado que esta reconstrucción tiene una parte de verdad. Sobre estas bases, se ha enviado a arqueólogos de todo el mundo a la búsqueda de este lugar misterioso».
«Pero entonces, ¿qué tiene que ver el ELSAD?», el coronel estaba recuperando sus funciones cerebrales, «a mí me habían dicho que estas investigaciones estaban orientadas a la recuperación de supuestos artefactos nada menos que de origen alienígena».
«Y quizás sea precisamente así», respondió Elisa. «Ya se trata de una opinión generalizada, que estos famosos “Dioses”, que en tiempos remotos merodeaban por la Tierra, no eran otra cosa que humanoides provenientes de un planeta externo a nuestro sistema solar. Dada su elevada tecnología y sus notables conocimientos en el campo médico y científico, no era tan difícil que los confundieran con Dioses capaces de realizar quién sabe qué milagros».
«Ya», interrumpió Jack. «Yo también, si llegara con un helicóptero Apache de combate en medio de una tribu del Amazonas central y empezara a lanzar misiles por todos lados, podría ser confundido con un Dios furioso».
«Éste es exactamente el efecto que deben haber producido aquellos seres en los hombres de aquella época. Hay quien dice, incluso, que fueron los alienígenas los que sembraron en el Homo Erectus la semilla de la inteligencia, transformándolo así, en pocas decenas de miles de años, en lo que hoy conocemos como Homo sapiens sapiens».
Elisa miró atentamente al coronel que parecía tener una expresión cada vez más asombrada y decidió dar un golpe bajo. «A decir la verdad, como responsable de esta misión, creía que estabas más informado».
«Yo también lo creía», dijo Jack. «Evidentemente, ahí arriba siguen la filosofía habitual: cuanto menos se sabe, mejor es». La rabia estaba empezando a ocupar el lugar de la ñoñería anterior.
Elisa se dio cuenta de esto, apoyó la PDA en la mesa y se acercó a pocos centímetros del rostro del coronel, que por un momento contuvo la respiración pensando que realmente iba a besarle, y exclamó «Ésta es la parte divertida».
Volvió de golpe a su sitio y le enseñó otra fotografía. «Mientras todos se lanzaron a la búsqueda de esta famosa “tumba de los Dioses”, hurgando entre las pirámides egipcias, tumbas de los Dioses por excelencia, yo he formulado otra interpretación de lo que está grabado en la tablilla y creo que es la buena. Mira esto», y le enseñó satisfecha una imagen que mostraba el texto tal y como ella lo había interpretado.
Los dos compañeros que, dentro del coche estaban escuchando la conversación entre los dos comensales, habrían dado cualquier cosa por ver la foto que la doctora estaba mostrando al coronel.
«¡Maldición!», despotricó el gordinflón. «Tenemos que encontrar la manera de poner las manos en esa PDA».
«Esperemos que por lo menos uno de ellos lo lea en voz alta», añadió el delgado.
«Esperemos también que esta “cenita romántica” termine pronto. Me he cansado de estar aquí fuera a oscuras y, además, me estoy muriendo de hambre».
«¿Hambre? Pero, ¿qué dices? Si te has comido incluso mi parte de los bocadillos».
«No toda, amigo mío. Ha sobrado uno y ahora mismo me lo voy a comer», y mientras reía satisfecho, se giró para cogerlo de la bolsa apoyada en el asiento posterior. Pero, al girarse, golpeó con la rodilla el pulsante de encendido del sistema de grabación que emitió un débil beep y se apagó.
«Pedazo de imbécil, ¿quieres tener cuidado?». El delgado intentó volver a encender rápidamente el equipo. «Ahora tengo que reiniciar el sistema y necesitaré al menos un minuto. Reza para que no estén diciendo nada importante, de lo contrario esta vez patearé tu enorme culo hasta el Golfo Pérsico».
«Perdón», dijo el gordinflón con solo un hilo de voz. «Creo que ha llegado el momento de ponerme a dieta».
“Los Dioses sepultaron el jarrón con el preciado contenido al sur del templo y ordenaron al pueblo no acercarse hasta su vuelta, de lo contrario catástrofes tremendas se habrían cernido sobre todos los habitantes. Para proteger el lugar, cuatro guardianes en llamas.”
«Ésta es mi traducción», afirmó orgullosamente Elisa. «La palabra exacta para mí no es “tumba”, sino “templo” y el Zigurat de Ur, donde estoy realizando mis investigaciones, no es otra cosa que un templo erigido para los Dioses. Claro, me dirás que por esta zona hay muchos Zigurat, pero ninguno está tan cerca de la casa que perteneció a quien, presumiblemente, escribió las tablillas: nuestro querido Abraham».
«Muy interesante». El coronel estaba analizando atentamente el texto. «Efectivamente, la que todos han señalado como la “Casa de Abraham” está solo a unos doscientos metros del templo».
«Además, si aquellos seres fueran realmente alienígenas», continuó Elisa, «imagina lo interesante que sería, para vosotros los militares, el “jarrón”. Quizás incluso más que su “preciado contenido”».
Jack reflexionó durante un momento, luego dijo: «Este es el motivo del interés por parte del ELSAD. El jarrón enterrado podría ser mucho más que un simple contenedor de barro».
«Excelente. Y ahora, un giro inesperado», exclamó teatralmente Elisa. «Ladies and gentlemen, aquí está lo que he encontrado esta mañana».
Tocó la pantalla y una nueva foto apareció en la PDA. «Es el mismo símbolo que estaba en la tablilla», exclamó Jack.
«Exacto. Pero esta foto la he hecho hoy», respondió satisfecha Elisa. «Por lo que parece, Abraham, para indicar a los “Dioses”, ha utilizado la misma representación que los Sumerios ya habían utilizado: una estrella con doce planetas alrededor de ella y que, casualmente, he encontrado tallada en la tapa del “contenedor” que estamos sacando a la luz».
«Podría no significar nada», comentó Jack. «Quizás es solo una casualidad. El símbolo podría tener otros mil significados».
«Ah, ¿sí? Y entonces esto, según tú, ¿qué es?», y le enseñó la última foto. «La hemos hecho desde el exterior del contenedor con nuestro aparato de rayos X portátil».
Jack no pudo ocultar su cara de sorpresa al verlo.
Nave espacial Theos – Análisis de los datos
Petri estaba aún inmerso en el análisis de la sonda cuando Azakis, volviendo al puente de mando, dijo dirigiéndose a su amigo: «Nos avisarán».
«Que quiere decir que nos las apañemos solos», comentó amargamente Petri.
«Más o menos como de costumbre, ¿no?», respondió Azakis, dándole una palmadita en la espalda a su compañero de viaje. «¿Qué puedes decirme sobre ese amasijo de hierros?».
«A parte del hecho de que ha faltado realmente poco para que nos arañara la pintura de la estructura externa, puedo confirmarte, casi con absoluta certeza, que nuestro amigo de tres aspas no ha transmitido ningún mensaje. La sonda parece que ha sido diseñada con la finalidad de analizar cuerpos celestes. Una especie de viajero solitario del espacio, que registra datos y los transmite con periodicidad a la base», y señaló el detalle de la antena en el holograma que fluctuaba en la habitación.
«Probablemente hemos pasado demasiado rápido como para que pueda haber registrado nuestra presencia», se atrevió a suponer Azakis.
«No solo eso, viejo amigo. Sus instrumentos de a bordo están programados para analizar objetos a una distancia de cientos de miles de kilómetros y nosotros le hemos pasado tan cerca que, si no estuviéramos en el vacío, el movimiento del aire lo estaría aun haciendo girar como una peonza».
«Y ahora que nos hemos alejado, ¿crees que puede detectar nuestra presencia?».
«No lo creo. Definitivamente somos demasiado pequeños y rápidos para formar parte de sus “intereses”».
«Bien», exclamó Azakis. «Ésta parece finalmente una buena noticia».
«He intentado hacer un análisis del método de transmisión adoptado por la sonda», continuó Petri. «Parece que no está todavía equipada con la tecnología de “vórtices de luz” como la nuestra, sino que utiliza aún un viejo sistema de modulación de frecuencia».
«¿No era el que utilizaban nuestros predecesores antes de la Gran Revolución[14 - Periodo histórico a partir del cual cambiaron los sistemas de propulsión y comunicación.]?», preguntó Azakis.
«Exacto. No era demasiado eficiente, pero permitió intercambiar información con todo el planeta durante muchísimo tiempo y decididamente ha contribuido a que llegáramos donde estamos ahora».
Azakis se sentó en el sillón de mando, se mordisqueó el dedo índice, luego dijo: «Si este es el sistema de comunicación utilizado actualmente en la Tierra, quizás incluso podamos ser capaces de captar alguna de sus transmisiones».
«Sí, quizás una buena película porno», comentó Petri sacando ligeramente la lengua por el lado izquierdo de la boca.
«Deja de decir tonterías. En cambio, ¿por qué no intentas readaptar nuestro sistema de comunicación secundario para esta tecnología?».
«Entiendo. Me quedan varias horas de trabajo en ese minúsculo compartimento».
«¿Qué te parece si comemos algo antes?», preguntó Azakis anticipando la solicitud de su amigo, que imaginaba llegaría algunos instantes después.
«Esta es la primera cosa sensata que te he escuchado decir hoy», respondió Petri. «Todo este alboroto me ha abierto el apetito».
«Vale, hagamos una pausa, pero yo decido lo que comemos. El hígado de Nebir que elegiste ayer se ha quedado en mi pobre estómago tanto tiempo que parecía que había echado raíces».
Unos diez minutos después, mientras los dos compañeros de viaje estaban aún intentando acabar su comida, en la Tierra, en el Centro de Control de Misiones de la NASA, un joven ingeniero detectaba una extraña variación de ruta de la sonda que estaba monitorizando.
«Jefe», dijo en el micrófono que tenía a un centímetro de la boca y que estaba conectado a sus auriculares. «Puede que tengamos un problema».
«¿Qué tipo de problema?», se apresuró en responder el ingeniero responsable de la misión.
«Parece que Juno, por algún motivo que todavía ignoramos, ha sufrido una ligera variación en la ruta establecida».
«¿Variación? ¿Y de cuánto? Pero, ¿a qué se debe?». Ya tenía sudores fríos. El coste de aquella misión era desorbitado y nada debería torcerse.
«Estoy analizando los datos en este preciso momento. La telemetría indica un desplazamiento de 0,01 grados sin ningún motivo aparente. Todo parece estar funcionando correctamente».
«Podría haber sido golpeada por un fragmento de roca», supuso el ingeniero anciano. «Después de todo, el cinturón de asteroides no está tan lejos».
«Juno se encuentra prácticamente en la órbita de Júpiter y allí no debería haber ninguno», aseguró con mucho tacto el joven.
«Y entonces, ¿qué ha sucedido? Tiene que haber necesariamente un fallo de algún tipo». Reflexionó durante un segundo y luego ordenó: «Quiero un doble control en todo el equipo de a bordo. Los resultados en cinco minutos en mi ordenador», y cerró la comunicación.
El joven ingeniero se dio cuenta repentinamente de la responsabilidad que le habían confiado. Se observó las manos: temblaban ligeramente. Decidió ignorarlas. Pidió ayuda a un compañero para que realizara un check-up diferenciado de la sonda y cruzó los dedos. Los ordenadores empezaron a realizar secuencialmente todos los controles programados y, después de algunos minutos, en su pantalla, aparecieron los resultados del análisis:
Check-up completado. Todos los instrumentos están operativos.
«Parece que todo está bien», comentó su colega.
«Y entonces, ¿qué demonios ha pasado? Si no lo descubrimos en los próximos dos minutos, el jefe nos pateará el culo a ambos», y comenzó a teclear desesperadamente los mandos del teclado que tenía delante.
Nada de nada. Todo funciona perfectamente.
Necesitaba inventarse algo, y tenía que hacerlo rápido. Empezó a dar golpecitos con los dedos en el escritorio. Continuó durante una decena de segundos, luego decidió apelar a la primera regla del manual de comportamiento en el lugar de trabajo: nunca contradecir al jefe.
Abrió el micrófono y dijo de repente: «Jefe, tenía usted razón. Ha sido un pequeño asteroide troyano que ha desviado la sonda. Afortunadamente, no la ha golpeado directamente, sino que ha pasado cerca de ella. Evidentemente, la masa del asteroide ha creado una mínima atracción gravitacional en nuestro Juno, provocando así la ligera variación de ruta. Le estoy enviando los datos», y contuvo la respiración.
Después de interminables instantes, a los auriculares llegó, orgullosa, la voz del jefe: «Estaba seguro. Hijo mío, el instinto del viejo lobo no se supera». Luego añadió: «Proceded a activar los motores de la sonda y corregir la ruta. No admitiré errores», y cerró la conversación. Un segundo después, la volvió a abrir diciendo: «Excelente trabajo chicos».
El joven ingeniero se dio cuenta de que la sangre estaba volviendo a fluir en su cuerpo. Su corazón latía tan fuerte que lo sentía palpitar en las orejas. Después de todo, podría haber sido así. Dirigió la mirada hacia su colega y, levantando el dedo pulgar, le hizo un gesto de satisfacción. El otro respondió guiñando un ojo. Se habían librado, al menos por el momento.
Nassiriya – Después de la cena
El sistema de grabación emitió un doble beep y se volvió a activar. La voz de la doctora volvió a reproducirse en el pequeño altavoz del interior del coche. «Creo que es hora de irse, Jack. Mañana por la mañana me tengo que levantar temprano para continuar con las excavaciones».
«Vale», respondió el coronel. «Voy a felicitar al chef y nos vamos».
«Maldita sea», exclamó el delgado. «Por tu culpa nos hemos perdido la mejor parte».
«Venga, ni que lo hubiera hecho a posta», se justificó el gordo. «Siempre podemos decir que ha habido un fallo en el sistema y que una parte de la conversación no hemos conseguido grabarla».
«Siempre tengo que salvarte el culo», afirmó el otro.
«Haré que me perdones. Tengo en mente un plan para poner mis manos en la PDA de nuestra doctora». Se cogió la nariz entre el pulgar y el índice, luego dijo: «Nos introduciremos esta noche en su habitación y copiaremos todos los datos sin que se dé cuenta».
«Y para que no se despierte, ¿qué hacemos? ¿le cantamos una nana?».
«No te preocupes amigo mío. Tengo un as en la manga» y le guiñó el ojo.
Mientras tanto, en el restaurante, Jack y Elisa se preparaban para salir. El coronel encendió el comunicador portátil y contactó la escolta. «Estamos saliendo».
«Aquí fuera está todo tranquilo, coronel» respondió una voz en el auricular.
Con aire cauteloso, el coronel abrió la puerta del local y observó con atención el exterior. Fuera, de pie cerca del coche, estaba aún el militar que había acompañado a Elisa.
«Puedes irte chico», ordenó el coronel. «Yo acompaño a la doctora».
El soldado se puso firme, saludó militarmente y, diciendo algo en su comunicador, desapareció en la noche.
«Ha sido una tarde maravillosa, Jack», dijo Elisa saliendo. Respiró profundamente el aire fresco de la noche y añadió: «Hacía mucho tiempo que no pasaba un rato así. Gracias, de verdad», e hizo otra de sus maravillosas sonrisas.
«Ven, no es muy seguro aún estar al aire libre en esta zona», dijo mientras abría la puerta del coche y le ayudaba a subir.
El gran coche oscuro, conducido por el coronel, arrancó rápidamente, dejando tras de sí una hermosa nube de polvo.
«Yo también he estado muy bien. No habría pensado nunca que una velada con una “sabionda doctora” pudiera ser tan agradable».
«¿Sabionda? ¿Es así como crees que soy?», y se giró hacia el otro lado fingiendo estar ofendida.
«Sabionda sí, pero también muy simpática, inteligente y realmente sexy». Como ella estaba mirando hacia afuera, aprovechó para acariciarle delicadamente los cabellos de la nuca.
El contacto le provocó una serie de agradables escalofríos a lo largo de la espalda. No podía ceder tan pronto. Pero su excitación estaba creciendo cada vez más. Decidió no decir nada y disfrutó ese agradable, pequeño masaje. Jack, alentado por la ausencia de reacciones por su gesto, siguió durante un rato más acariciándole los largos cabellos. De repente, empezó a deslizar la mano, primero en su hombro, luego en el brazo y después más y más abajo, hasta rozarle delicadamente los dedos. Ella, permaneciendo girada hacia la ventanilla, tomó la mano de él y la estrechó con decisión. Era una mano grande y fuerte. Ese contacto le daba mucha seguridad.
A poca distancia, otro coche oscuro estaba siguiéndolos, intentando entender algún diálogo interesante.
«Esos diez dólares creo que están cambiando de acera, viejo amigo», dijo el gordito. «Ahora la lleva al hotel, ella lo invita a subir para beber algo y ¡hecho!».