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El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5)
El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5)
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El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5)

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Mirándole más de cerca, Sammy le dio con el dedo en el bíceps. —Eres real. No eras un amigo imaginario.

—Claro que soy... ¿Qué estás haciendo? —preguntó cuando Sammy dio una vuelta a su alrededor y le dio una palmadita en los omóplatos. Se puso rígido al percatarse de lo que Sammy estaba haciendo.

«Está buscando mis alas. Lo recuerda».

—Lo sabía —susurró Sammy con voz ronca, mirándole nuevamente a la cara—. Sabía que eras real.

Sammy le cogió la mano y la apretó contra la suya, mirando ambas manos como si fueran a desaparecer en cualquier momento.

—Tan real como el chocolate. —Jeremy cogió una servilleta de la mesa y se la pasó a Sammy por las comisuras de la boca—. Ya veo que te sigue gustando el Sammywich.

El rostro de Sammy se relajó y soltó la mano a Jeremy.

Jeremy sintió pena al darse cuenta de lo que había hecho. No era necesario leer mentes para saber lo que Sammy estaba pensando. La expresión turbada de su rostro lo decía todo. Él era un recordatorio del doloroso pasado de Sammy.

«¡Maldita sea! ¿Por qué narices estoy aquí?» Lo único que hacía era traer dolor a las personas que le importaban. Era obvio que Leilani y Sammy habían pasado página. Debería haberles dejado en paz en lugar de recordarles el peor día de sus vidas.

—Lo siento, Sammy. No pretendía...

Se produjo un fuerte golpe seguido de un coro de risas. Alguien gritó el nombre de Leilani, seguido de un montón de insultos. La audiencia se empezó a reír más fuerte.

Los ojos de Jeremy volaron hacia el escenario. Candy estaba tumbada bocarriba agitando los brazos y las piernas. Detrás de ella estaba Leilani con la boca ligeramente abierta mientras le miraba a él y Sammy con sobresalto.

Las emociones inundaban su rostro. Conmoción, felicidad, dolor, y alguna que otra cosa más.

Esa mirada. Esos ojos.

Le empujaban hacia ella.

Quería abrirse camino entre toda esa gente, olvidarse de que era un arcángel y llevarse a Leilani y a Sammy de allí.

Esa mirada era de anhelo.

Anhelo por él.

«¡Detente!» Se hincó las uñas en la palma de la mano.

Era una chica joven e influenciable. Él representaba el pasado que había perdido. Ella deseaba ese pasado, no a él. Tenía que recordar que eran amigos. Lo mínimo que podía hacer era asegurarse de que se encontraba bien.

La saludó con la mano, sonriendo.

Leilani parpadeó y a continuación su rostro se arrugó al fruncir el ceño. Sus ojos se encendieron de tal forma que él se quedó sin aliento. Se agarró a la silla que tenía justo delante, sin ser apenas consciente de que el metal del asiento se estaba deformando por la presión de sus dedos.

Leilani salió del escenario, ignorando la mirada asesina de Candy y abriéndose paso dando un empujón a un señor mayor que llevaba una camisa hawaiana.

—Demos un aplauso a las jóvenes y hermosas señoritas —dijo el hombre—. Y por supuesto demos las gracias especialmente a la encantadora Candy Hu.

Candy pasó de mirar mal a Leilani a sonreír al público mientras salía del escenario.

Candy no era la única con mirada asesina.

—Oh-oh... Leilani está cabreada —dijo Sammy mientras ella iba directa hacia ellos—. Corre, Jeremy.

Si no fuera un arcángel, habría hecho caso al consejo de Sammy. Cuanto más cerca estaba, más miedo daba.

—Creo que ya es un poco tarde para eso, colega.

—¿Qué narices estás haciendo aquí, Chico dorado? ¿Ya te has aburrido de Los Ángeles?

—Aloha a ti también —contestó él con la mejor de sus sonrisas.

Ella se detuvo. Sus ojos se vidriaron y se le suavizó el rostro. Era la misma expresión que mostraban la mayoría de las mujeres cuando revelaba todo su encanto.

—Estaba pasando unos días de vacaciones y se me ocurrió dejarme caer por aquí para ver cómo estabais Sammy y tú. Y parece que os va estupendamente. Así que, ¿ahora bailas?

Se produjo un incómodo silencio mientras ella le miraba de forma inexpresiva.

—¿Leilani? —Agitó una mano delante de su rostro.

¿Qué le ocurría? Nunca la había visto tan callada.

Su rostro se encendió, volviéndose cada vez más rojo. Comenzó a respirar agitadamente. Sus labios color rubí se movieron, pero no salió ni una sola palabra de ellos.

—Corre, ahora —susurró Sammy—. Está a punto de explotar.

—¿Estupendamente? ¿De verdad crees que estamos estupendamente? —espetó elevando la voz con cada palabra que decía—. Chaval, eres todo un personaje. Debería haberme dado cuenta antes. No puedo creer que me tragara todos tus cuentos. Amigos, ¿no? —Soltó una carcajada.

—¿Qué quieres decir con eso? Soy tu amigo.

—Claro, tú no lo sabes. ¿Cómo ibas a saberlo? No eres uno de nosotros. Vienes a la isla fingiendo ser un amigo. Hiciste que Sammy te quisiera. Le gustabas a mi familia. Y yo... —Se mordió el labio tembloroso.

—Leilani. —Extendió el brazo para tocar su mejilla.

Ella se alejó bruscamente de su mano mientras le fulminaba con la mirada. —Hiciste que todos te quisiéramos. Y entonces, de repente desapareces. Así de simple. —Chasqueó los dedos.

—Vino al hospital —apuntó Sammy.

—Ya hemos hablado de esto, Sammy. Estabas confundido —le dijo ella en voz baja, apartándole el pelo de su sudada frente.

—No estaba confundido. Díselo, Jeremy. Tú estuviste allí.

—Bueno...

—¿Ves lo que hiciste? —espetó—. Hiciste que un niño de cinco años tuviera alucinaciones contigo. Él tenía tantas ganas de que estuvieras allí ¡que se lo imaginó! —Entonces se giró hacia Sammy y calmadamente le dijo—: Estabas muy medicado. Él no estuvo allí.

Jeremy abrió la boca para decir que en realidad sí había estado allí. Que estuvo a su lado en todo momento. Pero no podía hacerlo sin contarles quien era realmente.

—Lo siento. No sabía nada sobre el accidente. Tuve que irme por una cuestión familiar —se excusó finalmente.

—Sí, lo que tú digas. Ahora mismo no puedo ni mirarte. Tengo que volver al trabajo. Sammy, te dije que me esperaras en la cocina.

—Yo puedo quedarme con él —dijo Jeremy—. Así podremos ponernos al día.

—¡Sí! —El rostro de Sammy se iluminó.

—No. No volveremos a caer en sus redes.

—Ay, vamos, Leilani. Por favor —suplicó Sammy.

—Seguro que tiene mejores cosas que hacer. ¿Tal vez en otra isla?

Leilani estaba muy molesta, y con toda la razón. Él sabía que tenía que irse de allí, pero no quería hacerlo; al menos no si ella estaba así. Estaba a punto de defenderse cuando alguien gritó y el sonido de los tambores empezó a sonar por los altavoces.

El público gritó y chifló cuando cinco hombres vestidos con unos pareos cortos que les llegaban a mitad de los muslos corrieron rápidamente entre el público.

Cuando subieron corriendo al escenario, uno que llevaba un tribal tatuado en la parte superior del brazo se colocó en el centro dando vueltas a un bastón de fuego. Se detuvo sosteniéndolo sobre su cabeza para a continuación llevárselo a la boca. Escupió un líquido y el fuego se expandió por encima de su cabeza. La audiencia rugía con deleite.

—No te vayas todavía, Jeremy. Tienes que ver la danza del fuego de Kai. Yo le he ayudado con sus movimientos —dijo Sammy, orgulloso.

«¿Ese es Kai?»

Miró sorprendido al hombre que giraba dos bastones de fuego. Era casi tan grande como él. Giraba los bastones tan rápido que parecía un gran círculo de fuego.

¿Ese era el chico a quien Leilani llamaba Chucky? Ya no era ningún niño. Era un hombre.

Los otros bailarines que estaban a su lado hicieron que las chicas del público gritaran todavía más. Parecían pequeños comparados con el cuerpo de Kai.

Se movían a la vez mientras el fuego daba vueltas sobre sus cabezas, alrededor de sus cuerpos, y bajo sus piernas.

—¿No es genial? —Los ojos de Sammy brillaron al contemplar a Kai.

Echó un vistazo a Leilani, que de repente estaba muy callada, y se le paró el corazón.

A ella también le brillaban los ojos.

Obligó a su corazón a latir de nuevo. Eso era lo que él quería. Así era como debía ser. No quería que estuvieran solos. Ahora tenían a Kai.

Debería estar feliz por ellos. De hecho, debería irse y dejarles vivir sus vidas.

Pero, ¿por qué no era capaz de hacer que sus pies se movieran?

¿Y por qué no podía apartar la vista de Leilani?

4

Naomi se encontraba sentada en uno de los grandes ventanales de la habitación con las piernas colgando hacia el exterior cuando una lágrima rodó por su mejilla.

«¿Por qué, Welita? ¿Por qué me has abandonado?»

Se produjo un leve repiqueteo en el suelo, y a continuación algo húmedo le dio unos empujoncitos en el codo.

—Hola, Bear —le saludó con voz ronca.

Mirase adónde mirase, siempre veía algo que le recordaba a Welita. Si veía una flor, lloraba porque recordaba lo mucho que le gustaba a Welita trabajar en su jardín. Tampoco podía cocinar porque todo lo que sabía hacer se lo había enseñado ella. Y apenas era capaz de mirar a la pequeña chihuahua sin venirse abajo.

Bear lloriqueó mientras le daba con la patita en el regazo a Naomi.

—Estoy bien, de verdad. —Cogió a Bear en brazos y la puso sobre su regazo. Bear estaba preocupada. Pobrecita. Había olvidado lo sensible que era la pequeña.

Bear inclinó hacia un lado su diminuta cabecita, mientras sus húmedos ojitos negros la miraban y parpadeaban.

—¿No me crees?

Bear ladró.

—No puedo esconderte nada, ¿verdad? —suspiró—. Welita se ha ido. ¿Puedes sentirlo?

Lloriqueó de nuevo y escondió la cabeza en el regazo de Naomi.

—¿Los animales lo saben?

—Sí, así es. —La voz de Lash se manifestó detrás de ella—. Bueno, al menos Bear lo sabe con toda seguridad. Lleva de bajón desde que regresamos. Ayer ni siquiera gruñó cuando Gabrielle la acarició.

Se secó las lágrimas rápidamente. No podía dejar que Lash la viera llorando otra vez. Estaba segura de que verla así le estaba destrozando.

—¿Gabrielle estuvo aquí? No la oí.

—Llevas un tiempo ausente. —Se sentó junto a ella y la rodeó con el brazo.

Cuando no estaba llorando, estaba deambulando como un zombi. Lash y Rachel se fueron turnando para asegurarse de que al menos comía algo.

—Sé que necesito pasar página. Pero es que me resulta muy difícil hacerlo. No quiero olvidarla.

Él le dio un beso en la parte superior de la cabeza. —Nunca la olvidaremos. Ella siempre estará con nosotros.

—Sé que tienes razón. Ojalá pudiera hacer que mi corazón también lo creyera.

—Puedes hacerlo. Sé que puedes. Welita querría que fueras feliz.

Él tenía razón. Ella aún podía escuchar a Welita diciendo: "Ay, mijita, la vida es muy valiosa. No descuides a aquellos que te aman".

Tenía que esforzarse un poco más.

—Bueno, ¿y qué quería Gabrielle?

—Ella solo, esto..., se vino a cerciorarse de que estabas bien.

Ella levantó la cabeza y miró sus dulces ojos color miel. Había algo que no le estaba contando.