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Todas Las Damas Aman A Coventry
Dawn Brower
El conde de Coventry conoce a Lady Abigail Wallace y toda su vida da un giro drástico. Charles Lindsay, el conde de Coventry, tiene grandes planes. Ninguno de ellos incluye tener esposa. Su club es su mayor preocupación, y a los hombres que quiere respetar. Es el más retorcido granuja de todos y no pide perdón por ello. Todo cambia cuando conoce a Lady Abigail Wallace… Todas las damas adoran Coventry, pero ninguna de ellas ha logrado conquistar su corazón. ¿Podrá Lady Abigail lograr tal hazaña que ninguna otra dama ha conseguido y enamorar al conde?
Dawn Brower
Todas Las Damas Aman a Coventry: Bluestockings Defying Rogues 5
TODAS LAS DAMAS AMAN A COVENTRY
BLUESTOCKINGS DEFYING ROGUES 5
DAWN BROWER
TRADUCIDO POR OLARIA JORDI
TEKTIME (https://www.tektime.it/)
Esta obra es ficción. Nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor y son usados de una manera ficcionada sin poder ser interpretados como reales. Cualquier parecido con lugares, organizaciones o personas reales, vivas o fallecidas, son una mera coincidencia.
Todas las damas aman a Coventry © 2019 Dawn Brower
Portada por Victoria Miller (https://victoriamillerartist.com/)
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser usada o reproducida electrónicamente o impresa sin el permiso por escrito, a excepción de citas cortas adjuntas en críticas.
PRÓLOGO
Abril 1794
Charles Lindsay, el conde de Coventry estaba inspeccionando el edificio que quería comprar. Su estructura estaba en buen estado y resultaría ideal por lo que tenía en mente con él. La calle estaba también en un lugar ideal. Un club secreto de caballeros permanecería bien escondido en el vecindario, y sus residentes no harían preguntas sobre las constantes idas y venidas. Tenía muchos planes y esta casa adosada solamente era el inicio.
–¿El propietario está dispuesto a deshacerse de él? —dijo girándose hacia el abogado encargado de la venta. Charles no quería parecer demasiado entusiasta. Hubiera dado al abogado una razón para subir el precio. No podía pagar un penique más de lo que valía.
–Aquí está, mi lord —contestó. Su pelo entrecano estaba esparcido alrededor de sus orejas y por la parte trasera de su cabeza, pero su coronilla estaba completamente calva. El abogado tenía unos ojos tan pequeños y brillantes que le daban un aire poco de fiar. No era nada bueno para alguien que no debería dar tal sensación.
–¿Quiere hacer una oferta?
–No —contestó—. Necesita grandes reformas y no estoy seguro que pueda usarlo para lo que tengo en mente.
No era cierto, pero no quería que aquel hombre se diera cuenta de su gran interés. —Todo el suelo de la planta baja necesitaría ser cambiado y las paredes reconstruidas. Me pides demasiado dinero.
–Ya veo… —el abogado tragó con fuerza. Charles hubiera deseado poder recordar su nombre, pero al no ser importante para él lo olvidó tan pronto como lo había escuchado. Hurgó en búsqueda de unos pergaminos y dijo mientras los miraba:
–Seguro que hay una manera de convencerte para que la compres.
Charles reprimió su sonrisa. No hubiera jugado a su favor y quería esa propiedad. Se tocó la barbilla e intentó actuar como si estuviera considerando sus opciones. La verdad era que conocía perfectamente cual era el siguiente movimiento a hacer. Aquello era el beneficio de ir varios pasos por delante de su oponente. Tenía el don de ver el conjunto y como todas sus piezas a su alrededor terminarían encargando. Su plan era convertirse en alguien importante por lo que tenía que hacerlo todo de una manera correcta para que funcionara.
–Podría considerarlo si el propietario rebajara unas cuantas miles de libras del precio de venta. No pagaré ni un chelín más que esto.
Arrastró sus pies y miró a Charles.
–Parece razonable, mi lord. Informaré al propietario que desea realizar la compra.
Charles levantó una ceja.
–¿Esto es todo? —se encogió de hombros dirigiéndose hacia la salida. En este punto supo que su negocio había concluido. Si el propietario aceptara la oferta el abogado podría enviarle notificación sobre ello. A pesar de todo, tenía una buena sensación. Pronto tendría el edificio necesario para empezar su club.
No había llegado a la salida cuando el abogado lo llamó de nuevo.
–Lord Coventry.
Se dio la vuelta y contestó:
–¿Sí?
–Tengo la autoridad para aprobar la venta hasta cierta cantidad. Si quiere la propiedad, es suya.
Esta vez se permitió sonreír. El Club Coventry estaba un paso más cerca para hacerse realidad. No pudo esperar a decírselo a su buen amigo George, el conde de Harrington. Juntos planificarían el desarrollo y reconstrucción del edificio.
–Maravilloso —dijo el abogado—. Se lo haré saber a mi superior y vosotros dos ya os encargaréis de los detalles.
Charles asintió con la cabeza.
–Gracias por su ayuda.
Con tales palabras salió del edificio camino a casa. Tenía una cita más tarde con George en la que podrían terminar sus planes.
Charles golpeaba sus dedos contra su escritorio impacientemente. ¿Dónde demonios estaba George? Se suponía que debería haber llegado hace varias horas. Suspiró y llenó su vaso de brandy de la botella que había en el escritorio. Tenían que discutir sus planes para el Club Coventry. Dio un sorbo a su brandy preguntándose si le habría pasado algo a su amigo. No logró de ninguna de las maneras poder discernir la razón por la cual George no había venido. Su amigo jamás había faltado a una cita. Charles era el hombre más fiable de todos los que conocía.
Dejó el vaso y miró de cerca la escritura de su nueva propiedad. Ya había enviado notificaciones para empezar las reparaciones y reformas. En cuestión de meses, no más de un año, su sueño se convertiría en realidad. Un refugio seguro para hombres que no tienen otro lugar, una guarida de inmoralidad para los que la necesiten, pero sobretodo un lugar donde la lealtad prevalecería por encima de cualquier otra cosa.
La puerta de su estudio se abrió de repente y George entró. Su rostro estaba iluminado con una enorme sonrisa cuando exclamó:
–He sido padre, Charles.
Había olvidado que la mujer de George estaba en cinta. Aquella era una muy buena razón por haber llegado tarde. Ahora que se dio cuenta de la razón, se sintió bastante ridículo. Charles tomó un vaso y se sirvió dos dedos de brandy, y se lo dio a su amigo. Levantó el suyo y brindó:
–Por la paternidad.
Bebió a sorbos su brandy y preguntó:
–Tengo que preguntarte… ¿es un heredero o una hija?
–Es un niño —contestó George— el más perfecto pequeño manojo de joya que jamás he tenido en mis manos. Lo hemos llamado Jonas como bisabuelo materno. Eso pondrá contenta a mi madre.
Charles sabía que debería buscar una esposa y seguir con el ejemplo, pero la idea de atarse a una mujer para el resto de su vida no le llamaba la atención. No había conocido mujer que le inspirara tal compromiso. George se había casado con su mujer por exigencias de su padre. El duque de Southington era un hombre al cual no se le podía decir que no. Charles no envidiaba la situación de su amigo en tal observación.
–Estoy seguro que estará encantada de tener un nieto a quien dedicarle su tiempo. Se que hay mujeres así.
–Seguramente tienes razón en tal conjetura. En cualquier caso estoy agradecido que haya sido un niño. El parto fue difícil para Sarah. No creo que pueda soportar otro embarazo —suspiró—. Jonas es una bendición para ambos. Mi padre por fin nos dejará solos con lo de seguir el linaje familiar.
–Tu padre es cruel.
Él era un completo tonto que chuleaba con George siempre que podía. Charles deseaba encontrar una manera para quitar al duque de Southington de la vida de su amigo. Desafortunadamente, no le correspondería a él sacar a George del control de su padre. Su amigo tendría que encontrar las agallas para hacerlo por si mismo. Era la única manera que conocía para que llegara a conocer lo que es tomar decisiones él solo.
–Tengo noticias —empezó diciendo Charles— he comprado el edificio que necesito para el Coventry Club.
–¿Lo compraste? —su rostro se iluminó de felicidad—. Fantástico. Ahora ya podrás hacer realidad tus objetivos y tendremos un lugar para escapar de la realidad de nuestras vidas.
–Tengo que discernir las reglas del club antes de invitar a los nuevos miembros. Me gustaría que tu fueras el primer director del club, si lo deseas.
Quería que George tuviera la responsabilidad de sentirse incluido, y eso le daría pie para centrarse más allá del terror hacia el padre.
–¿Yo?– preguntó George sorprendido.
–¿No quieres llevar tu propio club?
–Estoy seguro que al principio me encantaría. Pero un día dejaría de lado mis obligaciones. Tu eres un hombre de mayor categoría que yo. Creo que el primer director del club tendría que ser el único que pueda casarse. No quiero un puñado de maridos chistosos que traigan a sus amantes al club.
–Por lo tanto, ¿una vez que se casen deberían abandonar el club? —preguntó George.
–No es mala idea. ¿No lo dejarás hasta que encuentres esposa? Eso será mucho tiempo, ¿no es así?
Charles sonrió.
–Sé que un día me casaré con alguien, pero tienes razón, no tengo planeado encontrar una dama con la que casarme en los próximos años. Contaré contigo para que todo fluya a la perfección hasta entonces. Pero no hay ningún requisito para casarse y mantener el cargo. Si crees que es demasiado duro, lo dejaré. Si antes me caso… también lo dejaré.
–Sí —dijo George con tono decidido— tiene sentido —asintió mirando a Charles—. Muy bien, llevaré tu club.
Sus labios se inclinaron hacia arriba como otra muestra de sonrisa.
–No puedo esperar para empezar.
Charles tomó su vaso y señaló con él a su amigo.
–Ya lo he echo. Ahora bebamos por tu hijo.
–Es una idea fabulosa —contestó George. Tomó su vaso y lo hizo chocar con el de Charles—. Y para tu futuro club. Será un éxito tal como lo has imaginado.
Cuando ambos terminaron sus copas, Charles las rellenó otra vez con brandy. Tomaron varios vasos antes de que George se marchara. Tenían decidas ya todas las normas del club y el futuro de su Coventry Club sería una realidad después de mucho tiempo. Charles le encantaba cuando un buen plan daba sus frutos.
CAPÍTULO UNO
Abril 1800
Lady Abigail Wallace miraba timidamente su insípido vestido blanco y frunció el cejo. El único color que le era permitido vestir era el azul zafiro en su faja atada alrededor de su pecho.
Poco hizo para que su vestido fuera más atractivo. Al menos el color de la faja coincidía con el de sus ojos. Sin embargo, el blanco hizo que su piel pareciera casi enfermiza. Tenía una piel clara y algunas pocas pecas en la cara. Nadie la confundiría con una señorita inglesa, especialmente por su desvergonzado pelo rojo.
¿Por qué había dejado que su padre la convenciera de pasar una temporada en Londres? No había nada que aquel lugar pudiera ofrecer que no pudiera encontrar en su casa, en Escocia. ¿Qué de malo había en buscar un buen laird escocés como esposo? Sus propiedades familiares estaban en los lowlands y su padre se identificaba más con su hermano que son los highlanders escoceces, pero Abigail hubiera deseado probar suerte en Edimburgo.
–Deja de inquietarte —dijo su hermana, Belinda, silbando por lo bajo. Su acento escocés la ponía en evidencia incluso en el tono más bajo que podía.
–No, nadie nos pedirá que bailemos con él si sigues con esta actitud.
Quería contestarle, algo que le haría feliz. Pero ninguno de los caballeros le gustaban. Todo lo que quería era sobrevivir a todo aquello y regresar a casa. Si volviera sin pretendiente, su padre aceptaría pasar una temporada en Edimburgo.
Él quería que su hija mayor se casara después de todo. Belinda no le hubiera echo ningún feo durante una buena temporada. Era una auténtica belleza y cosecharía muchos pretendientes. Su hermana tenía un bonito pelo rubio y unos preciosos ojos azules. Parecía más una dama inglesa, nada parecido a Abigail. Mientras Belinda terminó pareciendóse a su madre, Abigail había recibido el cabello castaño de su padre. Eso no fue todo lo que ella había recibido de él. Su temperamento fue resultado directo de su sangre escocesa. Ella nunca encajaría con una sociedad educada.
Abigail no tuvo que lidiar con impresentables, ya que la mayoría de los caballeros allí presentes lo eran de verdad.
–No tienes por que preocuparte, querida hermana —empezó Abigail— hay montones de caballeros mirándote. No pasará mucho tiempo antes de que uno sea lo suficientemente valiente como para pedir un baile contigo.
Aquello también era verdad. Varios caballeros estaban mirando en esa dirección, pero siempre sobrepasaban a Belinda. Abigail había cumplido veintiún años antes de partir hacia Londres.
Belinda era tres años menor que ella. Ambas deberían al menos estar ya comprometidas, pero cuando su madre murió, su padre se mostró reacio a verlas partir. Ahora estaba decidido a que ambas encontraran un marido, como era correcto en su opinión. Abigail quería decirle dónde podía poner sus ideas sobre el matrimonio, y no era un lugar agradable.
–Quizás —dijo su hermana en tono decidido— si dejas de deslumbrarlos harán el esfuerzo.
Su hermana la miró con mala cara.
–Puede que no desees un caballero de clase media, pero yo sí. No me lo quites.
Una conmoción se escuchó entre el abarrotado salón de baile. Todos se giraron hacia la escalera junto a la entrada. Alguien importante debía estar llegando para hacer que todos se detuvieran en lo que estaban haciendo. Abigail deseaba poder decir que no le importaba, pero su curiosidad se apoderó de ella. ¿Quién podría llegar que atrajera tanta atención? Muchas de las mujeres comenzaron a susurrar detrás de sus abanicos y casi chillaron de emoción. ¿Aparecía el propio Príncipe Regente? Nada más tenía sentido para ella.
Uno de los sirvientes de Loxton abrió las puertas sobre la larga y amplia escalera y anunció: “El conde y la condesa de Harrington”. Un hombre alto con cabello oscuro y una bella mujer etérea con cabello rubio plateado bajaron las escaleras. Entonces un hombre apareció detrás de ellos. Ese hombre llamó su atención. Era hermoso, si un hombre pudiera ser descrito como tal. No una hermosura clásica, pero si de una manera que le quitó el aliento. Tenía los pómulos altos y los labios más besables que ella había presenciado en un hombre de buena educación. Su cabello oscuro era del color de un cielo de medianoche y ella sintió curiosidad por la sombra de sus ojos.
El hombre no había sido anunciado, pero parecía ser el que todos esperaban. Contuvieron el aliento mientras él seguía al conde y la condesa. ¿Quien era él?
–Oh, él es encantador —dijo su hermana casi soplando las palabras— ¿Quién crees que es?
–No tengo ni idea —dijo.
Sus palabras salieron tan entrecortadas como sus hermanas.
–Tal vez deberíamos averiguarlo.
–¿Cómo? —Belinda levantó una ceja— No tenemos las conexiones necesarias y nuestro acompañante no será de mucha ayuda— señaló a la matrona que los había acompañado. Ella estaba roncando en un sofá cercano, ajena a lo que estaban haciendo sus cargos.
No es que Abigail y Belinda hicieran mucho. Nadie les había pedido que bailaran o hablaran con ellos. Eran floreros al comienzo de su aparición en la sociedad. Odiaba decírselo a Belinda, pero no pueden irse con sus esposos. Belinda aún tenía la mejor oportunidad. Tal vez Abigail debería quedarse en casa la próxima vez y los caballeros estarían más cómodos acercándose a su hermana.
–Vamos a escuchar un poco a las damas. Todos parecen estar enamorados de él —le respondió Abigail—. Están bastante impresionados por su presencia.
Ella no los culpó. El hombre realmente era encantador de contemplar, pero deberían tener un poco de autocontrol. Claramente las ignoró a todas porque sabía que tenía su atención. Fue entonces cuando se dio cuenta de que él era tan engreído como guapo. Eso significaría que esperaría a que una mujer se enamorara de él. Abigail podría encontrar su rostro atractivo, pero ella se negó a ser el peón de cualquier hombre.
–Él podría ser un buen pretendiente para vosotras.
–¿Eso crees? —preguntó Belinda mientras inclinaba la cabeza— parece incluso más improbable que tenerme en cuenta que el resto de los caballeros.