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La Tercera Parca
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La Tercera Parca

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Durante la cena, el inspector miró el telediario y, entre todas las noticias, le llamó la atención especialmente la que tenía que ver con un accidente de tráfico ocurrido al comienzo de la vía Saffi en las que un hombre había sido atropellado por un coche.

Enseguida se percató de que era aquel con el que se habían encontrado al volver a comisaría.

–El hombre atropellado –había añadido el periodista –el día anterior había salido de prisión, donde se encontraba porque hacía exactamente un mes había atracado una joyería en vía san Felice.

VII

A la mañana siguiente, Zamagni y Finocchi, junto con el capitán Luzzi, intentaron hacer de nuevo un análisis de la situación de la investigación que estaban llevando a cabo, para comprender cuál podría ser el paso siguiente.

No tenían realmente gran cosa pero era seguramente algo más con respecto a cuando habían comenzado a asumir el control de los efectos personales de Daniele Santopietro.

–Entretanto creo entender que de esos objetos no conseguiremos sacar alguna información útil para nuestra investigación –comenzó a decir el capitán –¿no es verdad?

–Por lo que parece, así es. –asintió el inspector –el único objeto particular es aquel libro rojo con el botón en el interior de la cubierta. Luego está ese artilugio del que no sabemos todavía el uso.

–Comprendo –dijo el capitán –en cambio, los objetos que están dentro de las cajas que se encuentran todavía en tu escritorio parecen totalmente inútiles.

–Exacto –estuvo de acuerdo Zamagni.

–De acuerdo. Luego tenemos las tele cámaras montadas en el edificio donde Santopietro ha vivido durante un tiempo.

–Sí –confirmó el agente Finocchi.

–¿Sabemos algo más con respecto a estas? –preguntó Luzzi –me refiero por parte del administrador.

–Todavía no –respondió Zamagni –Le hemos dado dos días para obtener la información de la documentación que debe estar en el archivo de la oficina.

–Bien –asintió el capitán –Esto significa que mañana por la mañana volveréis a ver al administrador del edificio y, si todo va como debe, deberéis saber todos los detalles concernientes a esto.

–Exacto –dijo Zamagni.

Marco Finocchi hizo sencillamente un gesto con la cabeza, sin decir nada, para confirmarlo.

–Perfecto –continuó diciendo Giorgio Luzzi – Y mientras tanto, ¿qué pensáis hacer? ¿Tenéis alguna idea?

El inspector intercambió una mirada con el agente Finocchi y, por su lenguaje corporal, el capitán entendió que no tenían ninguna, por lo menos de momento, sobre cómo continuar con la investigación.

El hombre estaba reposando cuando sonó el teléfono móvil.

–Ha surgido un imprevisto –escuchó que decían desde la otra parte de la línea –Los detalles se encuentran al lado del rey, siempre en el mismo lugar –a continuación se interrumpió la llamada.

¿Qué había ocurrido de manera tan repentina?, se preguntó, luego, considerando que no estaba haciendo nada importante, salió corriendo para ir a dónde le habían dicho.

En cuanto llegó a la librería enfrente de las Due Torri, el hombre entró y se dirigió a la sección dedicada a la narrativa y buscó las novelas de Stephen King.

Pasó revista a todas las que había en la estantería hasta que vio algo que le llamó su atención.

Esperó el momento oportuno, unos minutos después, sin hacerse ver por ojos indiscretos, lo sacó con decisión y se encontró en la mano un sobre blanco como el que había hallado algunos días antes en la misma librería, pero en la estantería dedicada a las guías turísticas.

Por suerte tengo la mente abierta, de lo contrario ni siquiera yo habría comprendido las pistas.

Se metió rápidamente el sobre en el bolsillo de los pantalones, luego dio una vuelta rápida por el interior de la librería, de manera que pareciese un cliente normal, y salió de nuevo a la calle pasando delante de las cajas registradoras.

En cuanto llegó a casa, abrió el sobre y leyó el mensaje que había en su interior, escrito sobre un papel blanco.

Todos los mensajes escritos que recibía habían sido escritos con el uso de un programa de escritura, nunca a mano.

El mensaje era sencillo y perentorio: eran las indicaciones para llegar a una habitación del Hospital Maggiore de Bologna, junto con una fecha y una hora. La fecha era al día siguiente mientras que la hora era las doce del mediodía en punto.

El hombre volvió a doblar el folio y lo volvió a meter dentro del sobre, luego dejó todo encima de la mesa.

La segunda visita al administrador del edificio en el que había vivido Daniele Santopietro no produjo grandes resultados para el avance de la investigación.

A Zamagni y Finocchi se les dijo que la instalación de las tele cámaras a lo largo de las escaleras fue hecha como consecuencia de algunos robos en los apartamentos y que eso resultaba ser un normal medio de prevención para mantener la seguridad de los vecinos.

En cuanto entraron en la comisaría, le pasaron la información al capitán Luzzi que, después de haber asentido, quedó unos minutos en silencio pensando.

–¿Ideas? –dijo, finalmente –¿Habéis pensado cómo debemos actuar ahora?

El inspector y el agente Finocchi se intercambiaron la mirada, luego negaron con la cabeza.

–Efectivamente, esta información no me parece útil para el desarrollo de la investigación... –concluyó el capitán –por lo que se nos debe ocurrir alguna otra cosa.

Zamagni asintió.

–¿Podríamos conseguir hacer un análisis vocal? –propuso el agente Finocchi.

–¿Análisis vocal? –repitió Zamagni.

–Sí –confirmó Marco Finocchi –Esta persona que estamos buscando la hemos podido escuchar por lo menos en una ocasión, por lo que podría ocurrir de nuevo. Si la próxima vez que suceda nosotros estuviésemos preparados para registrar la llamada y la pasásemos a un experto en la materia, quizás nos sabría describir el perfil vocálico y quizás podría ser útil para obtener mayor información con respecto a esta Voz, sino incluso identificarla.

La propuesta del agente Finocchi parecía sofisticada pero el capitán comentó positivamente la idea.

–No deberías ser complicado conseguirlo –añadió.

–¿Y en el caso de que esta Voz no se escuchase de nuevo? –objetó el inspector.

–Mientras tanto podremos informarnos con respecto a esta posibilidad –respondió Giorgio Luzzi –por lo demás, nunca se sabe.

–O podríamos encontrar la manera de obligarlo a llamar –propuso el agente Finocchi –Cuando ocurrió en el pasado fue, por ejemplo, en ocasión de la resolución del caso ligado a la Asociación Atropos. ¡Incluso nos ha felicitado!

–Haría falta algo que lo hiciese sentirse... derrotado –admitió el capitán.

–¿Qué podría ser? –preguntó Zamagni.

–No lo sé –respondió el capitán. –Ahora, personalmente, no sabría decirlo.

VIII

El hombre llegó al hospital Maggiore y siguió las indicaciones escritas en el interior del segundo sobre que había encontrado en la librería para llegar a la habitación donde estaba ingresado su objetivo.

Desde lejos vio a un hombre de uniforme delante de la puerta. Policía.

No recordaba haber leído sobre este detalle, de todas formas se adaptó enseguida a la situación: retrocedió y fue a investigar entre los pisos hasta que, en una habitación de pequeñas dimensiones, encontró una bata blanca colgado de un perchero y se la puso encima apoyando alrededor del cuello un fonendoscopio que había en uno de los bolsillos inferiores.

En el bolsillo arriba a la izquierda había colgado un cartelito con el nombre del médico, el titular de la bata misma.

Rápidamente volvió al piso en donde había estado cuando había llegado a la estructura hospitalaria, luego, con maneras desenvueltas, dijo al agente que estaba plantado delante de la habitación que debería comprobar las condiciones del paciente que se encontraba en el interior.

Un minuto después, el hombre se encontraba enfrente de su objetivo del día, que lo miró sin hablar, como si estuviese a la espera de las indicaciones del médico que llevaba habitualmente la bata.

El falso médico miró el reloj: las 9:24 y 45 segundos. En cuanto se puso en el minuto siguiente, como estaba indicado en las pocas líneas que había encontrado en el segundo sobre, cogió una almohada que se encontraba en la silla en el interior de la estancia y, sin dar tiempo al paciente para darse cuenta de lo que estaba sucediendo, con la mano izquierda la comprimió contra el rostro del hombre que se encontraba acostado mientras que con la derecha extrajo desde debajo de la bata una pistola con silenciador y disparó a la almohada haciendo revolotear por la habitación algunas fibras inidentificables.

Después de haber puesto la almohada donde se encontraba poco antes, esperó todavía un par de minutos, luego salió de la habitación, hizo una señal de saludo al agente, ignorante de lo que había ocurrido, colocó la bata donde la había encontrado poco antes y dejó el hospital.

Cuando la tarde de aquel día el auténtico médico se puso la bata no sabía que, de alguna manera, había contribuido a un homicidio.

El cuerpo sin vida de la víctima fue encontrado sólo algunas horas después del servicio de distribución de las comidas y, en esa ocasión, el agente plantado delante de la habitación se quedó sin decir nada durante unos segundos, inconsciente de cómo podía haber ocurrido algo parecido.

Después de todo, la única persona que había visto entrar en aquella habitación había sido un médico.

El inspector Zamagni y el agente Finocchi continuaban rompiéndose la cabeza para comprender los próximos pasos que harían para localizar a la Voz, pero cada una de las tentativas que hacían los llevaba a un callejón sin salida.

En realidad, parecía que el único camino con sentido fuese aquel del reconocimiento a través del perfil de voz.

Para probar esta solución Zamagni decidió hablar directamente con la sección técnica de la policía con el objeto de decidir qué hacer.

Le propusieron que tuviesen bajo control su teléfono móvil, dado que la Voz le había llamado al número del celular. De esta manera podrían intentar rastrear la posible llamada y, al mismo tiempo, grabarla para intentar descifrar el perfil de voz de la persona que llamaba.

–Me parece una buena idea –comentó el capitán Luzzi después de que el inspector le hubiese explicado a él y al agente Finocchi el procedimiento que podrían seguir.

También Marco Finocchi asintió.

Dado que estaban todos de acuerdo, el capitán procedió con la petición a la sección competente.

–Ahora sólo debemos esperar a que esta persona se haga oír –concluyó el inspector.

–Tengo confianza en que antes o después sucederá –dijo Marco Finocchi, encontrando apoyo en la mirada del capitán.

–¿Y ahora qué hacemos? –preguntó Zamagni rompiendo el silencio que se había creado.

–Considerando que, aparentemente, por el momento nos encontramos en un punto muerto de la investigación, propondría esperar –respondió Giorgio Luzzi –Mientras tanto, seguramente se nos ocurrirá alguna idea.

–De acuerdo –asintieron al unísono Zamagni y Finocchi que justo después salieron de la oficina del capitán.

El promotor de aquel homicidio se enteró de la muerte de un paciente en el hospital Maggiore de Bologna mientras miraba el telediario.

El cuerpo había sido encontrado podo después del mediodía por los asistentes que se ocupaban de la distribución de las comidas de los pacientes, mientras que el agente de policía que estaba fuera de la puerta vigilando al paciente que había en el interior no se había dado cuenta de nada.

Por lo que estaba diciendo el periodista en la habitación se había visto entrar un médico poco antes de las 9:30.


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