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La Tercera Parca
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La Tercera Parca

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Hacer todo el trayecto hasta la comisaría con el libro rojo en el asiento de atrás del coche tuvo sobre el inspector otro efecto de deja vu, recordándole una vez más aquel día del 2002: en esa ocasión se llevó el libro rojo incluso a casa, a la espera de entregarlo en la comisaría.

Zamagni y Finocchi intercambiaron pocas palabras durante la vuelta y, una vez llegados, pusieron al corriente al capitán, que, finalmente, sólo dijo Buen trabajo.

En ese momento el inspector y Marco Finocchi se tomaron una pausa para intentar comprender mejor en qué manera habría podido serles útil para su investigación aquel libro.

Los dos policías se fueron al escritorio del inspector y este último comenzó a hojear el libro, sin encontrar nada de interesante.

Lo que Zamagni nunca había comprendido era cómo aquel libro pudiese brillar con luz propia.

Al principio, cuando encontró aquel libro en la bodega del bar de Mauro Romani, había pensado que el efecto luminoso pudiese derivar de la fluorescencia de la cubierta pero no era así.

–Este libro producía una luz cegadora –dijo Zamagni al agente Finocchi –pero ahora ya no es así y no entiendo el motivo.

Marco Finocchi asintió, luego se dio cuenta de la presencia de la pequeña nota adhesiva en el interior de la cubierta, justo después de la última página, y se lo hizo observar al inspector. Era una nota de la policía científica, probablemente de quien había examinado aquel libro para buscar información que hubiese podido ser útil para la investigación que, hacía más de diez años, habían llevado al descubrimiento del desaparecido Daniele Santopietro.

La nota decía:

ATENCIÓN: MECANISMO ELECTRÓNICO EN EL FONDO DE LA CUBIERTA. PULSAR EL BOTÓN HACIA ATRÁS.

¿Qué significaba aquella frase?

Ni Zamagni ni el agente Finocchi habrían podido saberlo sin probarlo, así que, conscientes de que no podía ser nada peligroso, tratándose de una nota de un compañero, el inspector siguió las instrucciones.

Al principio no conseguía entender qué habría tenido que pulsar porque, aparentemente, en la cubierta a la que se refería la nota no había nada, luego, en cambio, se percató de una ligera depresión en un lateral.

Primero lo tocó, para confirmar la impresión que había tenido poco antes, luego hizo una pequeña presión en aquel punto exacto... y el libro rojo se iluminó con un resplandor tal que tanto él como el agente Finocchi debieron cerrar los ojos. Unos segundos después, Zamagni presionó de nuevo sobre el mismo punto y el resplandor se desvaneció.

A continuación, Zamagni apoyó el libro en el escritorio y miró al agente Finocchi.

Los dos quedaron unos segundos sin decir nada, luego el agente rompió el silencio.

–¿Es una especie de efecto especial? –preguntó.

–Parece algo de eso –respondió Zamagni.

–Esto me hace pensar que cualquiera que tenga en sus manos el libro cuando quiere puede encender y apagar la cubierta.

–Eso parecería –asintió el inspector.

–¿Y si esto quería dar la impresión de algo sobrenatural? ¿De inexplicable? –se atrevió a decir Marco Finocchi.

–No lo sé –respondió el inspector después de un momento –realmente, mientras perseguíamos a Santopietro tuvimos que enfrentarnos con algunas cosas aparentemente inexplicables.

El agente se quedó en silencio, como si esperase que Zamagni tuviese la intención de seguir hablando.

–Me vienen a la mente las frases en las paredes que primero estaban y luego desaparecían –volvió a hablar el inspector –o aquella frase en el cielo cuando explotó mi coche.

–¿Podría existir una explicación racional a estas cosas? –preguntó Marco Finocchi.

–Por ahora no sabría responderte –dijo Zamagni –Es verdad que me gustaría que existiese aunque ahora no sé dónde ir para encontrarla.

–Si hubiese una explicación científica, no científica o de cualquier otro tipo, ¿querría decir que alguien tenía intención de volver loco a alguien?

–Efectivamente no podemos excluirlo, considerando lo que ahora sabemos con respecto a este libro –concluyó Zamagni mirando fijamente de nuevo la cubierta roja.

–¿Vamos a contar esto al capitán? –propuso el agente.

El inspector asintió, así que los dos policías se fueron hacia el escritorio de Giorgio Luzzi.

–Vuestra teoría podría ser interesante y no exenta de fundamento –comentó el capitán después de haber escuchado lo que le habían dicho Zamagni y el agente Finocchi.

–¿Por qué nunca nos ha llegado una comunicación con respecto a este libro rojo y a aquel artilugio... infernal... que está guardado en el depósito? –quiso saber el inspector.

–Por un motivo muy simple –respondió Luzzi. –Cuando los hombres de la policía científica terminaron el trabajo Daniele Santopietro ya estaba muerto. Yo mismo pensé que esos resultados no tendrían ya importancia en vuestro trabajo. Como parecía lógico pensar, aparentemente no serviría a nadie saber cómo funcionaba aquella cubierta o aquel.... ¿cómo lo has llamado?... Ah, si.... artilugio infernal.

Zamagni y Finocchi asintieron.

–Ahora, sin embargo, la pregunta que viene a continuación es otra –prosiguió el capitán –Es decir: saber lo que ahora sabemos, ¿cómo puede ayudarnos en la investigación? Conociendo estas cosas, ¿conseguiremos llegar hasta la Voz?

El inspector y el agente Finocchi se intercambiaron una mirada interrogativa, luego miraron de nuevo a Giorgio Luzzi.

–No sabría responderle –dijo el inspector después de unos segundos de silencio.

–Ni tampoco yo, al menos por el momento –respondió el capitán –En este momento no nos queda otra cosa que volver al edificio en el que vivía Santopietro y esperar recuperar alguna información.

–Esperemos que nos puedan resultar también útiles –añadió el agente.

–Ya –asintió Luzzi –ahora idos.

Zamagni y Finocchi se despidieron del capitán y salieron de la oficina cerrando la puerta.

El hombre abrió el sobre que había encontrado en la librería y sacó de él un folio de pequeñas dimensiones doblado por la mitad.

Leyó las pocas palabras que había escritas en el papel.

El mensaje era claro: había anotada una dirección en la que encontraría a Stefano Zamagni.

Aunque en el folio no había sido especificado, conectando aquellas informaciones con la llamada que había recibido cuando se encontraba en Sevilla, el hombre comprendió que Stefano Zamagni tendría las horas contadas gracias a él.

Esta vez, sin embargo, a diferencia de las anteriores, su cliente pretendía algo más: en el papel estaba anotada la hora de la muerte.

El hombre volvió a doblar el folio, lo volvió a poner en el sobre y puso todo en un bolsillo de los pantalones.

Un nombre, una dirección y un hora... ¡es realmente inteligente!, pensó el hombre. A primera vista parece un mensaje sencillo, casi banal, y sobre todo inocuo. Nadie lo sabría descifrar por lo que es en realidad.

En el interior del sobre había también una nota adhesiva: era el aviso de llegada de un repartidor con una segunda fecha para una nueva entrega.

El resto de la jornada transcurrió sin problemas de ningún tipo. Una tarde tranquila seguida de una velada también tranquila.

Se fue a dormir cuando faltaban poco menos de veinte minutos para medianoche.

Todavía tendría algunos días de descanso antes de ese trabajo, así que hizo las cosas con calma, consciente de que podría permitirse trasnochar si hubiese querido.

El inspector Zamagni y el agente Finocchi volvieron al edificio en el que había vivido Daniele Santopietro cuando ya habían pasado las cinco de la tarde.

Su intención era la de conseguir hablar con la familia que ocupaba en este momento el apartamento que había sido habitado anteriormente por el criminal y, si fuese posible, recolectar el mayor número de información entre los otros vecinos, en particular modo de los que habitaban en ese edificio en el mismo período en que había estado Santopietro.

Como habían sabido con antelación por otro vecino, la familia que habitualmente ocupaba el apartamento donde había habitado Santopietro estaba allí desde hacía pocos años. Zamagni y Finocchi tuvieron la oportunidad de hablar directamente con el marido y la esposa mientras que, en ese momento, los dos hijos se encontraban fuera de casa, y los dos cónyuges pudieron sólo confirmar de no ser de gran ayuda. Esto también porque, en aquella época, compraron el apartamento a través del anuncio de una agencia inmobiliaria y, por lo que sabían del ex propietario, se había perdido la pista. Se rumoreaba que se había transferido al extranjero, probablemente a Australia con unos parientes, pero, aunque la policía hubiese removido Roma con Santiago, no estaba garantizado poder encontrarlo porque se trataba, de todas formas, de un hombre muy anciano que podría ya haber muerto a causa de su edad avanzada.

Como era habitual, el inspector preguntó a los dos cónyuges que le informasen si por casualidad se acordaban de algún detalle que podría ser útil para la investigación en curso, así que interrogaron de nuevo a otros vecinos, consiguiendo hablar, de esta manera, también con Mariano Bonfigioli y la mujer y con una pareja de ancianos que no estaban presentes durante su anterior visita al edificio.

De esta forma se enteraron de que, posiblemente, en el período en el que Santopietro habitaba en aquel edificio, se hicieron algunos trabajos en el hueco de la escalera, que habían creado no poco disgusto entre los vecinos mismos. Por lo que recordaban los vecinos interpelados, durante esas labores se instalaron algunas videocámaras que a continuación fueron desactivadas pocos meses más tarde.

El motivo de la desactivación, por lo que había dicho el administrador, era el excesivo coste del mantenimiento del servicio.

–¿Podemos conocer el nombre del administrador? –preguntó Zamagni.

–Se llamaba Dante Tarterini –respondió el marido –pero creo que ya no ejerce la profesión. Creo que se ha jubilado. De todas formas, no es ya el administrador de este edificio. Ahora lo lleva Pierpaolo Maurizzi.

Zamagni y Finocchi le dieron las gracias a los vecinos por el tiempo que les habían dedicado y se despidieron, recordando que cualquier noticia aparentemente digna de ser recordada sería bienvenida para la investigación que estaban llevando a cabo.

VI

Al día siguiente, después de hacer el balance de la situación con el capitán Luzzi con respecto a la investigación sobre el pasado de Daniele Santopietro, Stefano Zamagni y el agente Marco Finocchi se fueron a ver al administrador del edificio en el que el criminal había vivido durante un cierto tiempo, antes de desaparecer en la nada.

Después de una llamada telefónica para saber si podrían pasar para tener una pequeña charla, los dos policías se presentaron en las oficinas del estudio del administración Maurizzi y fueron recibidos por una empleada que les hizo sentar a la espera de que el administrador estuviese libre.

–Serán sólo unos pocos minutos –explicó la mujer y la previsión fue correcta.

–Encantados de conocerles –les saludó el administrador –¿A qué debemos vuestra visita? A parte de los controles rutinarios de la Guardia di Finanza

nunca me había ocurrido que en nuestras oficinas llegasen las fuerzas del orden por otros motivos.

El inspector Zamagni explicó que su visita tenía que ver con el edificio que ellos administraban desde hacía años, luego, cuando él y el agente Finocchi se encontraron en la oficina del administrador, pasó también a contarle los detalles.

–Me deben perdonar, pero han pasado más de diez años desde los hechos que me estáis contando –dijo el hombre –y, realmente, no me acuerdo exactamente de este detalle con respecto a la instalación de tele cámaras. Imagino, de todos modos, que se haya tratado de una instalación a raíz de una asamblea y debido a motivos de seguridad.

–¿Tiene una forma de comprobarlo? –preguntó Zamagni.

–Claro, pero necesito unos días –respondió el administrador –Debo recuperar la información del archivo y remontarme a diez años atrás.

–De acuerdo –le complació el inspector –Podemos darle dos días. ¿Cree que serán suficientes?

–Quizás es poco tiempo pero veremos qué puedo hacer.

Zamagni y Finocchi le dieron las gracias, a continuación abandonaron el estudio de administración y volvieron a la calle.

Esa tarde, el administrador comprobó la documentación del edificio en cuestión y, cuando se dio cuenta de lo que le habían pedido los policías, se acordó de un detalle y llamó por teléfono con la esperanza de que aquel número de teléfono móvil estuviese todavía activo.

El regreso del inspector Zamagni y del agente Finocchi hacia la comisaría se vio frenado por un accidente.

Cuando transitaban por el inicio de la vía Saffi, los dos policías vieron un atasco y se pusieron a la cola.

Un poco más adelante se veían las luces intermitentes de una ambulancia y de un coche de la policía municipal.

A la espera de que el tráfico se desplazase en aquel punto, aunque fuese lentamente, una persona fue metida en la ambulancia y esta partió con las sirenas a todo meter justo después.

Por lo que se podía entender, un automovilista había embestido a un peatón en el paso de cebra y, en cuanto llegaron al lugar exacto del accidente, Zamagni se identificó con un agente de la policía municipal y le preguntó si todo estaba resuelto.

–El hombre que ha sido atropellado probablemente esté llegando a Urgencias del Hospital Maggiore en estos momentos –explicó el policía municipal –mientras que al automovilista le ha caído una multa, sólo para empezar, luego ya se verá cómo se desarrollarán las condiciones de la persona atropellada.

Zamagni le dio las gracias por la información esperando que todo concluyese de la mejor manera.

Dejando a la espalda el lugar del accidente, los dos policías llegaron a la comisaría y, después de explicar al capitán Luzzi el motivo de su retraso, comenzaron a ponerlo al día con respecto a su coloquio con el administrador Maurizzi.

–Sinceramente espero que estas búsquedas nos puedan llevar a la identificación de la Voz –admitió el capitán, asintiendo. –A veces se me ocurre pensar que pueden resultar inútiles e infructuosas pero, por otra parte, me doy cuenta de que no es fácil rastrear a una persona cuando las únicas referencias que tenemos son un criminal muerto y alguien que ha escuchado la Voz sólo por teléfono.

–Seguramente es muy difícil hacer una identificación –concordó el inspector –pero podemos usar sólo los datos que tenemos en mano, y son pocas, y luego los que consigamos obtener.

–Ya... bueno, ahora salid de aquí e id a descansar –les despidió Giorgio Luzzi. –Mañana será otro día y decidiremos cómo proceder.

–De acuerdo. Gracias.

Zamagni y Finocchi salieron de la oficina del capitán dándole las buenas noches.

El hombre tenía consigo la dirección del inspector Zamagni y así, poseyendo todavía un día antes de deber cumplir la petición de su cliente, fue a investigar in situ.

Avenida della Reppublica en San Lazzaro di Savena era una calle bastante frecuentada, por lo menos en las horas diurnas, con coches que iban y venían en las dos direcciones y peatones que la recorrían por las aceras y bajo los tramos de los porches.

Gracias a una rápida búsqueda en Internet había visto que la dirección que le interesaba se encontraba en la extremidad opuesta, cerca de vía Jussi, pero él, para hacerse una idea más precisa de la zona, entró en la calle por la parte opuesta.

Al principio vio un parque público a la derecha y varios negocios a la izquierda, luego los negocios se alternaban con edificios a ambos lados.

Vio también un bar, a primera vista bastante frecuentado, así que continuó por la carretera para llegar a su destino, más o menos enfrente de un supermercado de medianas dimensiones.

Atravesada la calle, que en aquel punto en el centro tenía también una placita peatonal alrededor de la cual discurría el tráfico rodado, el hombre llegó delante del número 96 y, poniendo cuidado en que nadie lo viese o de llamar la atención de posibles peatones, cogió el aviso de llegada del repartidor y lo pegó al panel de los timbres de aquel edificio.

En ese momento, volvió a la parte opuesta de la avenida della Reppublica y se apostó en un sitio desde donde podría tener una buena visibilidad del otro lado de la calle.

Al volver a su apartamento cogió el ordenador portátil, se conectó al sitio web de Youtube e hizo una búsqueda rápida. Entre los primeros resultados encontró aquel que le interesaba, así que cogió la pequeña grabadora de bolsillo, volvió a poner el vídeo y encendió la grabadora.

Después de unas cuantas tentativas, el hombre decidió que la grabación hecha era adecuada para el uso que debería hacer con ella.

Aquella noche, cuando volvió a casa, el inspector Zamagni encontró en el panel de los timbres un aviso de llegada por parte de un repartidor. Dándose cuenta de que no esperaba nada, se preguntó qué le habrían enviado y quién lo habría hecho.

En el aviso estaba señalada también una nueva fecha de entrega, dos días después a las seis de la tarde.

Tomando nota de la información y teniendo todavía en la cabeza la cuestión con respecto al remitente y el objeto que recibiría, el inspector subió las escaleras y entró en su apartamento sin saber que alguien lo estaba observando.