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El Encargado De Los Juegos
El Encargado De Los Juegos
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El Encargado De Los Juegos

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Croad le llevó hasta las puertas del cementerio. Slim se detuvo mientras Croad quitaba unas hierbas enredadas y las dejaba abiertas.

—Pensaba que estaba viva.

—Lo está. Al menos la última vez que vine.

El cementerio estaba muy descuidado. Slim se preguntó si mantenerlo era otra de las tareas de Croad y si merecía la pena preguntárselo al viejo. Lápidas antiguas y torcidas aparecían de entre las malas hierbas que se agitaban, con sus inscripciones cubiertas de liquen y apenas legibles.

—Parece que nadie viene por aquí —dijo Slim.

—No lo hacen. Ya no. Que no haya mucha gente por aquí no significa que haya habido muchas muertes. Den fue uno de los más recientes y ya han pasado seis años desde su entierro.

—¿Dónde está?

—Ya lo verá.

El camino rodeaba la parte trasera de la iglesia y luego se dividía subiendo un pequeño altozano hacia una hilera de árboles que lo separaba de un segundo cementerio adyacente que parecía un pequeño campo añadido para hacer frente al desbordamiento. Slim trató de ver más allá de Croad hacia dónde iba el camino. Solo pudo suponer que giraría a la derecha pasado el cementerio a una pequeña propiedad al otro lado, aunque no podía ver nada, salvo más campo.

—¿No hay una forma más rápida de atravesarlo? —preguntó Croad—. Parece bastante descuidado.

—No vamos a atravesarlo —dijo Croad—. Vamos allí precisamente.

Pasó a través de la hilera de árboles. El cementerio secundario era después de todo un campo. Había una hilera de nuevas tumbas cerca de los árboles, pero el resto del campo estaba sin cuidar. El camino acababa un par de metros más allá, enterrado por la hierba.

—Cuidado con eso —dijo Croad, mientras Slim casi tropieza con un cable eléctrico oculto entre la hierba—. Uno de los fariseos locales del pueblo lo electrificó.

Slim frunció el ceño, con varias preguntas en la punta de la lengua, pero Croad siguió adelante. Slim, deseando haberse puesto pantalones impermeables, eligió con más cuidado su camino al seguirlo.

Unos pasos más Adelante, Croad se detuvo.

—Aquí estamos —dijo—. Huele como si estuviera cocinando. Eso significa que está en casa.

Slim observó. El campo descendía hacia un pequeño arroyo. A medio camino, aparecía una pequeña lona verde sobre la hierba, apoyada en unos postes desordenados, algunos de los cuales habían rasgado el plástico y habían sido reparados con cinta americana. A medida que se acercaba, Slim vio una pieza de madera vieja todavía con clavos curvos y oxidados, mientras que otra era en realidad parte de una rama baja de un árbol que se levantaba y bajaba con el susurro del viento.

Croad se detuvo más adelante. Se volvió a Slim con una sonrisa desdentada en su cara.

—¿Está listo para esto? —preguntó.

—¿Para qué?

—¿No ha sido militar? Bueno esté listo para ponerse a cubierto. Las bombas están a punto de empezar a caer.

Slim miró involuntariamente al cielo. Croad dio un paso adelante y sacudió el borde de la lona. Esta crujió y cayeron varios puñados de hojas acumuladas.

—¿Shelly? ¿Estás ahí? Soy Croad. He traído a alguien que quiere preguntarte por Den.

Desde el interior les llegó un sonido similar al de alguien caminando sobre papel seco de periódico. Una esquina de la lona se abrió para mostrar una cara anciana y salvaje enmarcado por un pelo ensortijados de un color rubio gris que salía de una bandana azul. Entornaba lo ojos y fruncía los labios con un gruñido salvaje. Siseando, chasqueó la lengua hacia Slim y luego le mostró un palo. Dio un paso atrás, levantando la mano.

—Venimos en son de paz —dijo Croad—-. Este es Mr. Hardy. Quiere preguntarte por Den. Un antiguo amigo de la escuela, ¿verdad?

Slim no se esforzó por contestar. Shelly le dirigió sus gruñidos, con mugre en sus mejillas agrietadas y despellejadas. Frunció los labios, como si quisiera mandarle un beso y luego escupió una flema que cayó cerca de los zapatos de Slim.

—Salid de aquí —les dijo, con una voz ronca y chirriante, señal de su abuso del tabaco o del alcohol, o de ambos.

—Busco a Dennis Sharp —dijo Slim.

Shelly miró detrás de sí, como si buscara algo que arrojarle.

—Hay gente loca que cree que Den sigue vivo —dijo Croad—. Muéstraselo, Shelly, para que me deje en paz.

—Sal de mi maldito porche, sabandija —le escupió a Croad, haciendo que este diera otro paso atrás—. Solía gustarme tu mirada, pero te has convertido en un esbirro de Ozgood desde hace tanto tiempo que la veo llena de…

—Puedo volver en otro momento —dijo Slim.

Shelly gruñó y le tiró algo. Le dio en el muslo y rebotó. Slim frunció el ceño. Un muñeco artesanal, sucio y arañado como si alguien lo hubiera arrastrado con el pie por cemento. Su cabeza hecha con cable tenía pequeñas depresiones y quedaban restos de pegamento en los ojos que le habían sacado, mientras que su boca estaba cubierta por cinta adhesiva. Frunciendo el ceño, Croad levantó un pie y la pateó hacia la hierba.

—Solo enséñaselo, Shelly —dijo el viejo—. Déjale que lo vea.

Shelly lanzó una retahíla de juramentos a Croad, pero dio un pequeño paso atrás y dio un pequeño empujón a algo oculto bajo el toldo con un zapato sucio y desgastado.

Una pequeña cruz de madera.

—Mi chico está ahí —dijo—. Aquí conmigo, como debe ser. Donde nadie más pueda hacerle daño. Ahora iros y no volváis.

12

Capítulo Doce

Slim estaba demasiado traumatizado por la visita a Shelly como para hablar mientras Croad conducía de vuelta a la casa. Había demasiadas cosas que no olvidaría: los ojos salvajes de la mujer, el muñeco destrozado y la pequeña cruz, rodeada por una cadena de margaritas que podía haber hecho un niño.

—¿Ha tenido bastante por hoy? —preguntó Croad mientras se apeaba—. ¿Ha conseguido suficiente de ella? ¿Cree que lo está escondiendo?

Slim se limitó a encogerse de hombros. Dijo adiós con la cabeza a Croad, luego subió y entró, sintiéndose aliviado mientras el coche se iba.

Por primera vez en un par de días tenía un ansia desesperada de beber y se sentó a la mesa con la cabeza entre las manos, esperando que se pasara esa sensación.

Croad le había traído más listas y, tan pronto como fue capaz, llamó a un hombre llamado Evan Ford, con la indicación de detective inspector entre corchetes junto a su nombre, seguido por una nota que decía: «en caso de que quiera comprobar que Den está realmente muerto».

Ford aceptó ver a Slim en el pueblo cercano de Stickwool. Reticente a que Croad le acompañara, Slim caminó hasta la carretera principal, donde tuvo la suerte de poder detener a un autobús local que pasaba y que lo dejó en las afueras del pueblo.

Ford llevaba una chaqueta ligera de paseo y tenía un bastón sobre sus rodillas. Su pelo se arremolinaba en mechones y unas gafas descomunales hacían que pareciera un agente de policía tratando de pasar inútilmente inadvertido. Se levantó para sacudir la mano de Slim y luego pidió a la única camarera dos cafés antes de que Slim hubiera podido siquiera ver una carta.

—Oí que podía llamarme en algún momento —dijo Ford como bienvenida—. ¿Es usted quien pregunta por Dennis Sharp? Algo acerca de una herencia.

—Es una cantidad pequeña —dijo Slim, sofocando un suspiro, sintiendo una creciente frustración por su disfraz y por la capacidad de Croad de adelantarse en cualquier caso en que podría haber planteado algunas respuestas decentes.

—¿Y necesita una prueba de su muerte antes de poder pasar a su pariente más cercano?

—Algo así.

Ford sacó un sobre de plástico.

—Tengo una copia de su certificado de defunción —dijo—. No es el original, me temo. Ese está en el registro público correspondiente. Puede verlo si pide cita.

—Estoy seguro de que no será necesario. —Slim miró el documento, fingiendo interés. Podría ser fácilmente falsificable si estuviera en medio de alguna extraña conspiración, pero ¿qué sentido tendría?

—¿Usted era el oficial a cargo de la investigación? —dijo Slim devolviéndole el documento a través de la mesa y mirando al frente—. ¿Puedo preguntarle si había alguna señal de manipulación?

Ford sacudió la cabeza.

—Ninguna. El accidente de Dennis Sharp tenía todas las trazas de un hombre conduciendo demasiado aprisa en un camino que conocía muy bien, confiándose y cometiendo un error en unas condiciones bastante malas para conducir, un error que le costó la vida.

Slim se inclinó hacia delante.

—¿Y no había ninguna manipulación en el coche?

—Era un coche viejo. Sharp no era rico. Podían haber ido mal media docena de cosas en ese coche. ¿Pero señales evidentes de manipulación? —Ford sacudió la cabeza—. La investigación no encontró ninguna.

—Oí que Sharp había sido absuelto recientemente de un ataque sexual a Ellie Ozgood, la hija de un terrateniente local.

—Absuelto, no. Nunca llegó a juicio. La chica retiró los cargos.

—He oído rumores de que tenían una relación.

—¿Qué tiene eso que ver con una herencia?

—Bueno —dijo Slim—, si hubiera un hijo de su relación, significaría un buen pellizco.

Ford sacudió la cabeza.

—Creo que debería buscar en otro lugar para un pariente más cercano.

Slim asintió mirando el sobre.

—¿Qué más tiene?

—Croad me dijo que sería persistente. ¿Todos los abogados de herencias son como usted?

Slim contuvo una sonrisa.

—Oh, somos como tiburones.

—Creo que su madre es su único pariente vivo. Tratamos de contactar con el padre que parece en el certificado de nacimiento de Dennis, Julian Sharp. Pero descubrimos que había muerto en los noventa. Dennis también tenía un hermano más joven, pero también está muerto.

Slim frunció en entrecejo. La muerte parecía perseguir a Dennis Sharp como una sombra.

—Acabo de conocer a su madre —dijo—. Sin un análisis oficial, creo que no está lo suficientemente bien de la cabeza como para manejar un fideicomiso. ¿No hay otros hermanos? ¿Primos? ¿Tal vez un hermano o hermana nacidos fuera del matrimonio dados en adopción?

Ford frunció el ceño.

—Es raro que lo diga.

Slim encogió los hombros.

—No estoy convencido de que aquí no pueda haber más parientes carnales que su madre.

—Una actitud bastante esnob, ¿no cree? Está suponiendo que la gente del campo no hace más que aparearse.

Slim se inclinó hacia delante, preparando su tono más condescendiente, consciente de que confirmaría su disfraz de abogado de la ciudad.

—¿No es así?

Ford se puso en pie.

—Creo que hemos acabado, Mr. Hardy. Espero que mi información le haya sido útil. —Luego se fue, levantando teatralmente la cara.

13

Capítulo Trece

A pesar de las advertencias de Croad, después de tomar un autobús de vuelta a Scuttleworth, Slim atravesó el pueblo. Subió unos escalones hasta un camino rural, subiendo la colina hasta que consiguió ver el matadero. Lejos de ser el destartalado alojamiento de sufrimiento y muerte animal que siempre había imaginado para esos lugares, era un bloque industrial limpio y compacto rodeado por un estacionamiento asfaltado y una alta alambrada.

Los años de bebedor habían perjudicado a la antigua forma física militar de Slim, pero sus ojos todavía eran lo suficientemente buenos como para apreciar las cajas rectangulares en lo alto de postes que tenían que ser cámaras de un circuito cerrado de televisión. Objetivamente, no los culpaba: la amenaza de intrusos activistas estaba ahora por todas partes, sin que importara lo humano o ético que fuera su proceso de producción. Slim no tenía nada en contra de los derechos de los animales, que incluían comerse un filete y acariciarle la cabeza a una vaca.

Aun así, una gran empresa era una gran empresa. Y la tuya podía estar cortando animales en rebanadas o llevándose porciones de planes de pensiones, pero era raro encontrar una empresa sin algún esqueleto escondido en su armario.

Slim sacó su Nokia y desdobló una hoja de papel guardada en la funda de su teléfono detrás del aparato. Una lista de antiguos contactos del ejército, todos los que habían logrado algo en la vida sin odiarlo. La hermandad del pelotón era más fuerte que la carnal y él había recibido un par de favores a lo largo de los años. A cambio, había hecho todo lo posible por pagar sus deudas: descubriendo a un socio estafador para uno, creando un fondo de jubilación para otro, incluso ayudando a construir una caseta para un tercero.

Llamó a Donald Lane, un viejo amigo del ejército que había fundado una consultoría de inteligencia en Londres después de dejar las fuerzas armadas. Donald se había especializado en trabajos para la policía y el gobierno, pero había ayudado a Slim en otros casos anteriores.

—Don, soy Slim. Han pasado ya unos meses, ¿qué tal te va?

—¿Slim? Qué gusto hablar contigo, tío. Yo sigo igual. ¿Tú también? ¿Te las arreglas?

Slim sonrió.

—En realidad estoy mejor que hace bastante tiempo. Don, necesito una investigación de antecedentes de una empresa.

—¿Eso es todo? Es fácil. ¿Qué buscas?

—Todavía no estoy seguro. Podría no ser algo que no tuviera nada en absoluto que ver con mi investigación, pero también podría ser algo esencial. Nunca se sabe, ¿no?

—¿Así que estás trabajando en algo? Rumores, acusaciones, chismorreos, ¿esas cosas?

—De eso se trata. Harás bingo si me consigues algunas demandas presentadas. Algo que sugiera algún tipo de delito. Estoy buscando cosas que puedan haber afectado a la comunidad que la rodea. Resentimiento, rencores. Ese tipo de cosas.

—Déjamelo a mí. Conozco a un hombre que trabaja para la prensa económica que tiene una oreja en el suelo. ¿Supongo que esto es alto secreto?

—No cuentes más de lo que debas. Me ha contratado un hombre peligroso. El problema que tengo es que no sé cuánto de peligroso.