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El Encargado De Los Juegos
El Encargado De Los Juegos
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El Encargado De Los Juegos

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—¿Va a entrar? —preguntó Croad—. Necesitará esto. —Se inclinó por encima de la cancela para dar una linterna a Slim—. Los jóvenes han destrozado el lugar, así que Ozgood lo hizo tapiar, ya que no se volvió a alquilar.

—Me gustaría conocer a esos jóvenes —dijo Slim—. Seguro que tienen historias que contar.

—En el parque los viernes por la noche —dijo Croad—. Los encontrará en el jardín de la cerveza, bebiendo sidra barata. Eso hace que siga funcionando la tienda de Cathy.

Slim asintió. Tomó la linterna y apuntó hacía la oscuridad. Las siluetas de objetos de cocina en descomposición aparecían en medio de la vegetación. Pisando con cuidado, dio unos pasos hacia el interior, pero no había nada que ver, salvo la ruina de la casa. Cristales rotos, pedazos de albañilería y unas pocas piezas no identificables de metal sostenían a los sospechosos habituales de una propiedad abandonada: unas pocas latas aplastadas de Special Brew en un par de charcos, revistas pornográficas y un condón polvoriento y usado que se había dividido en el extremo correspondiente.

A sus espaldas, Croad dijo:

—Yo soy el responsable de las cervezas. Con respecto al resto, no tengo nada que ver.

Slim apagó la linterna.

—Aquí no vive nadie —dijo—. Creo que es hora de dejar de hacer turismo y de que alguien me cuente acerca de la naturaleza de ese supuesto chantaje.

Croad sonrió.

—Usted manda. ¿Lo quiere en el coche o fuera de él?

8

Capítulo Ocho

Pocos minutos después se sentaron delante del viejo Marina de Croad, con vasos de café sobre sus regazos. Croad sacó una hoja de papel y se la pasó a Slim, que la dejó sobre sus rodillas mientras leía.

—La primera —dijo Croad.

—Querido Oliver —leyó Slim—. Iré directamente al grano, puede que te sorprenda oír de mí, pero no estoy muerto como esperabas. Pido perdón por eso. De hecho, la tragedia que crees que me ocurrió nunca pasó. Estoy muy vivo. Estoy vivo, pero muy frustrado. Y ahí entras tú. Verás, sé lo que hiciste y creo que ya es hora de que lo pagues. También sé todo lo demás. Acudiré a la policía si no haces exactamente lo que te digo. Tuyo, Dennis.

La nota acababa con una solicitud de medio millón de libras en efectivo que había que dejar en una bolsa en un paso elevado de la cercana autovía A30. Día y hora: 6 de septiembre a las siete y cuarto de la tarde.

Slim se burló mientras la devolvía.

—La tarifa habitual del chantajista —dijo—. Ningún detalle concreto. Supongo que la ignoraron.

—Por supuesto, dijo Croad—. Mr. Ozgood es un hombre de negocios. Recibe cartas como esta todos los días. Esta no pasó de su secretaria. Así que el chantajista pasó a ser un poco más específico.

—Muéstremela.

—Esta es la primera que llegó hasta Ozgood.

Slim tomó la hoja y empezó a leer, esta vez en silencio.

Querido Oliver,

He advertido que no te presentaste el 6 de septiembre.

No sueles faltar a una cita importante, ¿verdad?

Creo que no te das cuenta de que hablo en serio.

Sé lo que hiciste. ¿Crees que tu

dinero te sacará de esta? Sí, bien que lo hizo.

Esa suerte que tienes. No la tenemos los menos privilegiados.

El precio ahora es de un millón.

Eso podría reparar parte del daño que causaste.

Dile a Ellie cuando la veas,

que nunca olvidaré su sonrisa

cuando me dijo que me quería.

Y pregúntale acerca de ese arañazo en su espalda.

La zarza… No sabía que estaba allí.

Seré tu sombra hasta ver tu dinero,

a las seis en punto del 2 de otubre

en el mismo lugar que antes.

Dennis

Slim miró al frente.

—Supongo que Ozgood se tomó esta algo más en serio.

—No se equivoca —gruñó Croad—. Durante la supuesta violación, Ellie Ozgood recibió un arañazo en su espalda, tal y como dice la carta de Den. Había una espina en su piel y los forenses en la investigación inicial la vincularon con una planta concreta del jardín de Den —señaló Croad—. Esa misma, aunque ha crecido un poco desde entonces. Habría bastado para condenarlo si Ellie no hubiera retirado la denuncia.

—¿Que ella qué? Ozgood me dijo que el caso fue sobreseído.

—Sí, eso fue algo delicado. Elli retiró la denuncia. Dijo que era de mutuo acuerdo. La chica había cumplido dieciséis un mes antes, poniendo a Den a salvo. Él tenía treinta y ocho. A Mr. Ozgood no le gustaba, no creía a Den ni a ella. No podía haber sido que su pequeña estuviera liada con el jardinero, ¿entiende? Así que se ocupó personalmente del asunto.

—Eso entendí.

Croad sonrió, pero por primera vez lo hizo de una manera siniestra. En la penumbra que atravesaba los árboles, la cara del viejo parecía un esqueleto amenazador.

—Los tres mosqueteros —dijo.

—¿Qué?

—Solo nosotros tres sabemos lo que hizo Ozgood esa noche. Él, por supuesto, yo y ahora usted. Le debo una vida y ahora usted también. No se debe saber, ¿queda claro?

Slim decidió no mencionar que parecía que el propio Ozgood había roto su vínculo sagrado alardeando de lo que había hecho ante Kay Skelton. Por el contrario, dijo:

—¿Me está amenazando?

—Solo dejando las cosas claras. Llevo mucho tiempo a su servicio y me he ganado su confianza. Usted no. No considero que me deba nada, así que le dejo claro con quién está trabajando.

Slim suspiró. La tentación de largarse era fuerte, pero también la atracción por el pub más cercano y tal vez eso fuera más probable que lo matara.

—Entiendo —dijo.

—Bien. Pues hay más. Siempre hay más, ¿verdad?

Slim frunció el ceño, sin estar seguro de qué quería decir Croad, pero el viejo le pasó otra hoja de papel.

—Tercera y última —dijo.

Querido Oliver,

Esta es realmente tu última oportunidad de pagar. No

olvides lo que hiciste a Scuttleworth, o

cuánto destruiste.

Ahora por todo el daño

que me hiciste debes pagarlo. Tienes la oportunidad

de reparar lo que causaste.

9 de noviembre, a las 5:25 de la tarde.

Un maletín de cuero atado al noveno poste.

Nos vemos,

Dennis

Slim le devolvió la carta.

—Sabe lo que le voy a preguntar, ¿no?

Croad sonrió.

—Soy muy agudo. Llegó hace ocho días. Tenemos poco más de dos semanas hasta el día del pago. No sabemos a qué se refiere con todo eso de reparar las cosas. No son más que amenazas y mentiras. Pero el problema es la niña.

—¿Ellie? ¿Por qué?

— Mr. Ozgood quiere dejarla fuera, que nada la perjudique.

—¿Pero…?

—Es terca como una mula y no quiere irse. Dice que no le preocupa ninguna amenaza de nadie. Eso da que pensar, ¿no?

—¿Ozgood planea entregar el dinero?

—No, si puede evitarlo. Por eso está usted aquí.

—No soy especialmente rápido en mi trabajo —dijo Slim—. No estoy seguro de poder ahorrarle dinero.

Croad rio.

—¿Cree que a Mr. Ozgood le preocupan un par de millones? Todavía no lo entiende, ¿verdad? Nadie se enfrenta a Mr. Ozgood. Dennis Sharp lo hizo una vez y murió. A quienquiera que esté enviando estas cartas le pasará lo mismo. Está aquí para evitar que Mr. Ozgood se manche las manos con sangre o al menos dejar tan poca como para poder lavárselas fácilmente.

9

Capítulo Nueve

Croad dio una excusa sobre otras cosas que tenía que hacer y luego dejó a Slim en la casa, sabiendo poco más que antes. Superficialmente, parecía un caso claro de usurpación de identidad. Si la evidencia era la que había escuchado, debía haber algún error acerca de que Dennis Sharp seguía vivo. El chantajista era alguien sin duda cercano a la familia y que sabía más de lo que creía Croad. Lo único que tenía que hacer Slim era descubrirlo y denunciarlo. Luego Ozgood podría volver a dominar el mundo y Slim a su gradual descenso a una muerte triste y olvidable.

Croad le dio una lista garabateada de contactos, añadiendo un asterisco a aquellos con los que era más probable que hubiera que hablar. En unas notas al pie explicaba que una cruz significaba que probablemente le dirían a Slim que se largara.

El primer nombre en la lista era Clora Ball. Las notas de Croad la describían como «Parece vieja, huele mal, no sonríe. Exnovia de Den».

Su domicilio estaba a un paseo de veinte minutos por un camino estrecho que acababa en un desmañado edificio de dos plantas en el que el piso inferior se usaba como garaje de maquinaria agrícola. Clora vivía en el piso superior, al que se accedía por una puerta a un lado de la casa. Slim se encontró pulsando un botón de un portero automático moderno sin tener idea de qué iba a decir.

—¿Qué pasa? —oyó decir a una voz electrónica a través del receptor— ¿Sabe qué hora es?

Slim miró la pantalla de su viejo teléfono Nokia. Las diez menos cuarto de la mañana.

Le dijo la hora.

—¿Puedo hablar con usted, por favor? Me gustaría preguntarla sobre Dennis Sharp.

El receptor hizo clic y se apagó. Slim esperó unos largos segundos, pensando que ya había llegado a un callejón sin salida cuando sonó la puerta, abriéndose unos centímetros.

—¡Aquí arriba! —gritó una voz desde una puerta en lo alto de una empinada escalera.

Slim subió. Le llegó el olor a mitad de camino. La acritud familiar de una vida arruinada: comida precocinada, cigarrillos, alcohol barato. Se detuvo mientras esperaba a que su cabeza dejara de martillear, consciente de que su investigación podía resolverse este primer día y luego continuó subiendo.

Clora Ball se había retirado a una butaca con brazos en medio de un reino de basura. Los elementos de una vida normal se expresaban en elementos de cocina, aparadores, mesas y sillas, pero parecía como si hubiera pasado una ola dejando basura en todas las superficies disponibles. Ella tomó el mando remoto del televisor y apuntó a este, que no estaba inmediatamente visible al encontrarse en medio de una pila de cajas, luego se giró hacia él con gesto de desafío como si empezara un episodio de La guerra de la basura.

—No me ha dado tiempo a ordenar. ¿Quién es usted, de todos modos?

—Me llamo Slim Hardy. Soy investigador privado. Quería preguntarla sobre un viejo conocido. Dennis Sharp.

—Bueno, menuda historia, ¿verdad? Hacía mucho que no oía ese nombre, aunque no sea alguien a quien una quiera olvidar.

Clora, a pesar de su aparente carácter esquivo, parecía contenta de tener compañía. Cuando Slim no respondió de inmediato, agitó una mano gordezuela en dirección a la cocina.