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-No.
-Espera⦠¿recuerdas que la abuela nos contaba que su padre era veneciano y estaba iniciado en los secretos de la alquimia? âintervine âtodos decÃan que estaba loca, pero tal vez lo hacÃan para protegernos.
-Dejad de discutir y prestadme atención, mi maestro me ha dado permiso para relataros esta historia singular: remontémonos al siglo XI, los Monte-Ollivellachio llevan cuatro siglos viviendo en Venecia, le han dado a la ciudad valientes soldados, perspicaces comerciantes y estudiosos de la vida y la muerte, de los misterios de la naturaleza, alquimistas se les llamaba en aquellos tiempos. Ãpoca de continuas guerras entre los pequeños estados que nueve siglos más tarde formarÃan el pueblo italiano; las personas se veÃan obligadas muchas veces a llevar una doble vida a causa de las persecuciones tanto polÃticas como religiosas, debido a ello las casas y palacios eran poseedoras de pasadizos y salas secretas que permitÃan al perseguido desaparecer por un tiempo hasta que los ánimos se calmasen. Esta casa tiene varios. Os haré un plano para que comprendáis bien la historia. Vamos a la biblioteca.
-Por favor. ¡¿Queréis no iros por las ramas?! ¿qué tiene que ver esto con vuestra desaparición, me queréis explicar?-inquirió el comisario Soler.
-Es la historia de las sombras âprotesté molesta por la interrupción, ya que era la segunda.
-¡Te pasas! Y luego hablas que si yo esto o lo otro âdijo SofÃa.
-Haced el favor de abreviar lo más posible, ateneos a los hechos, estoy demasiado cansado como para aguantar fantasÃas.
-¡No son fantasÃas! Es la pura verdad.
-Vale, pero ya lo contarás otro dÃa. Ahora lo que interesa esâ¦
-¡Pero es que es fundamental, no la puedo dejar de lado!
-Hagamos un pequeño descanso, prepararé más café; mientras, ordenad vuestras ideas.
Casi dos horas llevamos hablando y ninguno ha dormido todavÃa. Realmente hay veces en que la realidad supera a la ficción, nunca antes me habÃa visto involucrado en un caso como este, ni hubiese soñado que me podrÃa ocurrir. No les oigo hablar, pongo el café al fuego y regreso a la sala. Se han quedado dormidos, no me extraña, les voy a imitar, pero antes comeré algo y apagaré el gas.
Un inglés ¿de vacaciones?
El charter proveniente de Venezuela acababa de aterrizar, en el venÃa la primera tanda de emigrantes de vacaciones, él también; llamaba la atención por su estatura, era largo y fuerte, su cara morena contrastaba con el pelo castaño claro, miraba de forma directa y su franca sonrisa era su mejor presentación, al instante se pensaba es americano. Pero era inglés. No era la primera vez que hacÃa este viaje; tampoco era un simple turista con dinero para gastar, aunque resultaba conveniente que la gente lo viese de esa manera. Su equipaje, anodino y vulgar, se componÃa de una mochila enorme, la cámara de fotos colgada al cuello y un bolso de mano de una agencia de viajes. Cogió un taxi, y dio al conductor la dirección de una pensión ubicada en el centro de la ciudad, cerca de la playa y los jardines, pagó y, cogiendo todos sus bártulos, se dirigió hacia un portal anejo a una tienda de radios, calculadoras, relojes, etc., llamó al timbre:
-¿Quién es?
-Mister Robinson, tengo reservada habitación, ¿OK.?
-Pase-contestó la voz al tiempo que se oÃa el sonido del portero automático.
Subió por la estrecha escalera hasta el segundo piso donde le esperaba el dueño de la pensión, un hombre bajo, de complexión media y un tanto entrado en carnes, amable, hablaba con un marcado acento gallego. Se conocÃan desde hacÃa cuatro años, cuando por primera vez arribó a estas tierras:
-¿Qué tal el viaje, cansado?
-SÃ, ¿es la misma habitación? âpreguntó mientras firmaba en el registro.
-Por supuesto, la que da a la calle, ¿no?
-No hace falta que me acompañe, por favor avÃseme a las doce.
-Vale señor, que descanse.
-Gracias. Buenas noches.
-Buenas noches.
Realmente estaba derrotado, abrió el bolso de mano y sacó de él un pijama de verano azul marino, de esos que vienen con un pantalón corto; se lo puso y sacó su neceser, que fue a colocar en el armario del cuarto de baño, habÃan tenido el detalle de ponerle una pastilla de jabón y un tubo de pasta dental, era un buen cliente que se pasaba dos meses todos los veranos allà y habÃa que cuidarlo, pensó. Se metió en la cama, al cabo de cinco minutos estaba profundamente dormido.
-La hora, señor Robinson.
-Gracias-contestó al instante ya que hacÃa lo menos media hora que se habÃa despertado.
El primer dÃa en cualquier lugar estaba dedicado a recorrerlo tranquilamente, a reconocer los sitios y las personas, a tomar contacto de nuevo con la ciudad. Terminó de guardar sus cosas en el armario, cogió la cámara de fotos y diciendo adiós al dueño salió a la calle. Lo primero era desayunar y se dirigió hacia una chocolaterÃa que habÃan inaugurado dos meses atrás en la calle de Los Olmos, mientras tomaba una taza de espeso y negro chocolate con churros ojeó los periódicos locales. Nada importante ni que le interesase aparecÃa en ellos. Pagó lo consumido y se levantó. Lo primero era ir a Información y Turismo. Atajó por la travesÃa de Primavera y llegó a los jardines, el puerto, la dársena y sus barcos. Hizo una buena foto de ellos.
Entró en el pequeño edificio y cogió multitud de folletos que guardó en su bolso de mano. Otra vez aquà para hacer el mismo trabajo, le gustaba y esperaba poder seguir haciéndolo. Decidió encaminar sus pasos hacia el Dique Barrié de la Maza, posiblemente por la tarde fuese a ver el castillo-museo que se encontraba camino del Club Náutico. Se rió para sus adentros, no sólo se comportaba, sino que también pensaba como un tÃpico turista, bien, no deberÃa pensar en otra cosa quien le viese, y nunca se sabÃa quién podÃa estar vigilándole. Luego algún conocido de Williams se pondrÃa en contacto con él; siempre alguien diferente, y la mayorÃa de las veces ocurrÃa de forma aparentemente casual. No querÃa pensar en eso aunque debÃa permanecer alerta en todo momento. HacÃa bastante calor, teniendo en cuenta que aún estábamos a principios del mes de junio y La Coruña nunca se ha caracterizado por su buen tiempo; esta anómala situación empujaba a la gente a buscar el frescor del agua hasta en los sitios más infectos como los alrededores del dique, donde se veÃa, a ratos, el agua con bonitos tonos azulados y dorados debido al petróleo. Lo recorrió hasta el final. Aquà siempre soplaba el viento. Encendió un cigarrillo y se quedó mirando el mar, subió a la pequeña rotonda desde donde lanzó otra foto a la bahÃa. Permaneció un rato mirando los yates. Luego emprendió su marcha y regresó bordeando el Hospital Militar, entró en los Jardines de San Carlos, y, como buen turista, hizo una foto a la tumba de sir John Moore, leyó la poesÃa a él dedicada y se asomó al mirador de piedra, ¡qué pena que todo aquello estuviera tan mal cuidado! PodÃa resultar un sitio muy agradable. Miró hacia abajo y vio a dos chavales montados en los cañones que defendieron la ciudad hace siglos de los ataques marÃtimos. Salió de allà y se adentró en la Ciudad Vieja.
Le gustaba aquella parte de Coruña, su imaginación se desbordaba cada vez que entraba en ella, siempre habÃa sido un romántico, por eso cuando William le propuso el trabajo dijo que sÃ: puro romanticismo. De cualquier manera, procuraba no dejarse llevar por él muy a menudo, en el pasado habÃa metido la pata frecuentemente debido a ello. La Plaza de MarÃa Pita y el Ayuntamiento. Recordó lo ocurrido hace dos años, ¡qué fácil habÃa resultado entrar y salir sin que nadie lo viese!, hizo otra foto. Representaba su papel a la perfección, hizo una pausa en una de las terrazas de los soportales dejándose timar un poco y luego con andar decidido, se internó en la calle de los vinos. Recorrió unas cuantas tascas, comió copiosamente en una de ellas, luego regresó a la pensión pues tenÃa que escribir una carta y varias postales, una de ellas a Williams. Dedicó al menos una hora a esta labor, escribÃa rápidamente y con claridad; él mismo echarÃa las cartas al correo. ¿Qué cara hubiese puesto el encargado de la oficina postal al ver doce postales escritas en otros tantos idiomas? Era un camaleón de la lengua, podÃa, no sólo hablar a la perfección muchos de esos idiomas sino incluso imitar el acento de cualquier sitio con sólo oÃr antes una breve conversación. Se adaptaba con una facilidad asombrosa, razón por la cual William lo habÃa reclutado. Siempre habÃa sido un buen imitador. Caminaba pensando en todo lo que habÃa hecho hasta ahora: en el principio, cómo conoció a William, sus primeras misiones, sus éxitos y fracasos, en cómo le engañaron como a un chino y cómo aprendió a no confiar en todo el mundo por sistema; le ocurrÃa automáticamente antes de emprender un nuevo trabajo, no podÃa evitar pensar en el pasado. Después se dirigió al castillo de San Antón, aún tardarÃan en abrir asà que se metió en la Taberna del botero, se entretuvo jugando una máquina, luego fue a sentarse en los muros, observó cómo la lancha del práctico del puerto guiaba a un ferry. Por fin abrieron, pagó la entrada, más bien simbólica, y se dispuso a visitar la celda en la que estuvo preso su compatriota. Le gustaba aquel sitio, tan inocente, siempre lleno de turistas y de padres con sus hijos. Le gustaban especialmente las fotos antiguas que se exponÃan en el piso de arriba, se imaginó el castillo cuando todavÃa no estaba unido a tierra y la única forma de entrada a la ciudad eran aquellas puertas del mar, con sus escudos labrados, llegando los pasajeros de los barcos en botes hasta ellas. Por tradición habÃa tirado una moneda al aljibe y pedido un deseo. En la terraza sacó varias fotos, una pareja de alemanes le pidió que les fotografiase juntos, a su vez él les sacó una sin que se diesen cuenta, nunca se sabÃa quiénes podÃan ser: si turistas inofensivos o tal vezâ¦Salió de allÃ. Su próxima visita serÃa a la Torre de Hércules, ¿se habrÃa ya instalado su amigo el vendedor de helados?, posiblemente sÃ. No cogió ningún autobús, disfrutaba caminando, además era la única forma de conocer una ciudad y su gente. Y sobre todo, estaba su contacto; deambular por las calles era la manera de encontrarse, era muy importante el asunto, debÃa parecer todo producto de la casualidad, esa era la clave del éxito: el azar controlado. ¡Qué horror! ¡Estaba empezando a pensar como William! Era un buen amigo y lo apreciaba, tal vez un poco demasiado estirado para su gusto, y además carecÃa de imaginación, siempre tan práctico, demasiado con los pies en el suelo; dudaba que algún dÃa fuera a convertirse en uno de esos tipos que parecen maniquÃes andantes como lo definÃa un compañero de trabajo, a él le sobraba imaginación.
TodavÃa era temprano, decidió bajar un rato a la playa del Orzán a darse un baño y tomar un poco el sol; no tenÃa prisa y allà permaneció más de una hora, cuando decidió que era el momento de ponerse en marcha aún quedaba gente en la playa. Como la mayorÃa se dirigió a la calle de los vinos, el baño le habÃa abierto el apetito y estuvo en algunas de las tascas; era un maniático de las máquinas de flipper y en Pacovi tenÃan una que le encantaba, echó veinte duros, pidió un ribeiro blanco y se puso a jugar, al rato se le acercó una muchacha de pelo corto, vestÃa unos vaqueros, camiseta y zapatillas de deporte, que le pidió fuego, la atendió y entonces ella le dijo:
-No funciona muy bien, ¿verdad?, ya se sabe estas máquinas americanasâ¦
Era la señal esperada, de cualquier modo tenÃa que asegurarse que era el contacto de Williams, asà que habló a su vez.
-La mayorÃa de las veces es culpa del que juega, que no la comprende.
-Cierto. Y los ingleses suelen ser mejores que los americanos. Acaba de llegar, ¿verdad?, ¿conoce la ciudad?, puedo enseñársela, le aseguro que se lo pasará bien, soy de aquà y puedo llevarle a muchos sitios.
-No me vendrÃa mal un guÃa âcontestó, seguro de no equivocarse de persona.
Pagó y salieron juntos. Ella le ofreció un cigarrillo que aceptó; no era demasiado alta, de constitución atlética, tez morena y mirada inteligente, aquella cara tenÃa personalidad. Ella le miró con interés y después de dar una chupada a su cigarrillo dijo:
-Me llamo MarÃa del Mar, eres inglés ¿verdad?.
Ãl contestó afirmativamente.
-Tengo una tÃa que vive en un pequeño pueblo, en St. Mary Mead, ¿lo conoces?
-SÃ, casualmente también yo tengo una tÃa que vive allÃ.
-A lo mejor son vecinas.
-Es probable, mi nombre es Steven.
El nombre del sitio en que la escritora de novelas de intriga por excelencia habÃa ambientado gran parte de sus relatos era la contraseña final, la prueba definitiva de que aquella muchacha era su enlace. Todo habÃa salido como planeara William, por eso le habÃa facilitado su nombre. Era increÃble la cantidad de gente que conocÃa ese hombre, de lo más variopinto. La misión habÃa comenzado. Pasearon durante horas por la ciudad, bebiendo y tomando tapas, entrando y saliendo de las tascas, como la mayorÃa de las personas a su alrededor; hablaban de Inglaterra, de sus vidas, de la ciudad, de los planes que le tenÃa preparado MarÃa con el objeto de que pasase una estancia agradable y viese todo lo que habÃa que ver. Ãl conocÃa muy bien la zona pero representaron sus respectivos papeles: él, un turista inglés perdido ante las ofertas de una región en fiestas, con tiempo y dinero para gastar; ella, una muchacha solitaria y amable siempre a la caza del turista, enamorada de su tierra y deseando mostrar al extranjero que allà se lo podÃa pasar muy bien. Y cuando llegó la hora se fueron al Orzán, a la zona de copeo, donde iban todos cuando las tascas comenzaban a cerrar, ya de madrugada. Estuvieron en varios de los pubs, él creyó reconocer a alguien entre la multitud que ocupaba las calles pero no le dijo nada, luego MarÃa propuso dar un paseo por la playa y allá se dirigieron cogidos, entrelazados los brazos en actitud de borrachos que no pueden sostenerse a menos que tengan un apoyo, semejaban una más de las parejas a las que les ocurrÃa lo mismo.
En realidad estaban un poco achispados pero no tanto como querÃan hacer creer a la gente; de cualquier manera, se lo podÃan permitir, era su primer dÃa de contacto y entraba en los planes que ocurriese asÃ, todo deberÃa ser de lo más corriente y vulgar. Bajaron por las escaleras, se quitaron el calzado y fueron hacia la orilla, se refrescaron con el agua del mar y comenzaron a andar cogidos de la mano. ¡Cuantas parejas habÃan comenzado asà su noviazgo! Esa era la idea, el truco perfecto para que no se extrañasen de verlos juntos, un amor de verano. No habÃa nadie más y, sintiéndose seguro de no ser escuchado por nadie más que ella, dijo:
-¿Qué ha pasado?
-Hamid ha dicho que están preparados, pronto tendremos que actuar. Lo han encontrado por fin y hay mucha gente detrás de ello, será aquÃ, en Coruña, eso fue lo que le dijo a William en el último mensaje, hace tres dÃas, y que será este mes. Nos avisará por radio, tiene un programa en una emisora local.
-¿Cuál es el plan, cómo nos enteraremos de que ha llegado el momento?
-Por medio de un disco âcontestó mientras sacaba del bolsillo del pantalón un paquete de cigarrillos sin filtro, cogiendo dos ofreció uno a Steven, que aceptó, y después de darle una larga chupada continuó hablando âmañana debo llamarle y pedirle una determinada canción de un grupo concreto, y él sabrá que estamos preparados: El plan de Alaska y los Pegamoides. Entonces él hará como que tarda un par de dÃas en encontrarla, si la emite esa misma noche nos veremos aquÃ, en la playa, y nos transmitirá las últimas órdenes de Williams; si no puede o se siente vigilado o imposibilitado para actuar cambiará de canción y pondrá La lÃnea se cortó.
-Asà que, ¿no podemos hacer nada hasta dentro de un par de dÃas?
-Tan sólo representar el papel que nos han pedido âdijo volviendo a andar.
Se cogieron otra vez de la mano, se habÃan serenado un poco, arriba la gente hablaba y reÃa, pasando de un pub a otro, ellos continuaron su paseo, de repente Steven se paró y la miró a los ojos, le gustaba aquella chica, tenÃa algo indefinido que le atraÃa, ella aguantó la mirada con firmeza y curiosidad, él la cogió de la cintura y la atrajo hacia sÃ, quien los viese desde el paseo pensarÃa en una pareja de novios. ParecÃa todo tan inocente. Luego desasiéndose volvieron al bullicio. Entraron en un pub, pidieron cerveza y subieron a jugar un billar; él jugaba muy bien y le enseñó algunos trucos. Fueron un par de partidas más tarde cuando Steven creyó ver de nuevo aquella cara conocida, miró hacia abajo mientras ella estaba concentrada en el juego, habÃa demasiada gente, no estaba seguro pero su instinto le decÃa que no se equivocaba, aunque no pudiese en ese momento reconocer a la persona. Se acercó a ella y en voz baja le informó de sus sospechas, no le dieron la menor importancia, más tarde quizás se plantearan el descubrir quién los seguÃa, no deseaban llamar la atención. Quien quiera que fuese no conocÃa a MarÃa y podÃa pensar que todavÃa Steven no habÃa contactado con su enlace, si asumÃan bien sus respectivos papeles despistarÃan a quien les observase. Acabaron la partida y pagaron la consumición, luego la acompañó a su casa y cogiendo un taxi volvió a la pensión.
La playa es un buen sitio para morir
Dio dos vueltas en la cama, casi estaba despierta pero le gustaba remolonear un rato antes de levantarse, habÃa que aprovechar que la habÃan dejado sola y que no se encontraba nadie en casa para gritarle ¡es la hora!, comenzó a pensar en Steven, en lo bien que lo habÃan pasado estos dÃas rulando de aquà para allá, recordabaâ¦
-¡Buenos dÃas, queridos radioyentes! Los cuatro jinetex del Rock-polisis comienza su emisión, vuestro amigo Hamid os hará pasar una mañana de lo más marchosssa, tenemos cuatro horas por delante para disfrutar de la mejor música del momento, sin olvidarnos, por supuesto, de los maestrosâ¦Â¿cómo, qué no sabes a qué me refiero?, ¿qué es la primera vez que nos escuchas?. Pero ¡eso es imperdonable! Espero que a partir de ahora, ya, subsanes tu desconocimiento y te enganches a escuchar el magazÃn más enrollado de todo el noroeste del paÃs. Vamos a ponernos las pilas escuchando a uno de los grandes: Deep Purple. ¡Control! ¿Preparado? Pues ahà tenéis el Child in time del MADE IN JAPAN.
¡Qué susto! HabÃa olvidado que habÃa programado la radio para que la despertase, rápidamente saltó de la cama y bajó el volumen, aunque no demasiado, cogió ropa limpia y se dirigió a la ducha.
Mientras, en la radio, Hamid manejaba con soltura los controles, hacÃa el programa solo pero el hablar en plural daba impresión de profesionalidad al oyente. Dentro de una hora empezarÃan las llamadas, una de ellasâ¦ya tenÃa preparado el disco, pronto estarÃan en acciónâ¦pero no debÃa pensar en eso, debÃa concentrarse en el programa. Después de estar cuatro años rulando de emisora en emisora y llevando a cabo pequeños trabajos, proyectos, controles y algún que otro guión, le dieron la oportunidad de desarrollar sus ideas. Llevaba un año en antena con Los cuatro jinetex del Rock-polisis y desde hacÃa dos meses se habÃa convertido en un magazÃn diario, tenÃa que trabajar duro para a mantenerlo a flote pero no le importaba porque disfrutaba con todo esto. El tema estaba a punto de terminar, fue bajando la música y abrió micrófono:
-¡Tope! Bien, os voy a contar lo que haremos hoy: en primer lugar me voy a dar el gustazo de poner la música que más me mola, es como sabéis la sección yo, yo, yo y nadie más que yo, de vez en cuando os tengo una sorpresa, hoy también, estad muy atentos porque os voy a preguntar algo con respecto aâ¦no os lo voy a decir, asà que tenéis que escucharme. Luego vendrá la sección Babilonia: podéis llamar todos los que queráis haciendo peticiones de lo que más os gusta. A continuación El cuento de nunca acabar, os recuerdo que estamos en el capÃtulo 159 de Alma de rock, podéis mandar sugerencias en cuanto al tema o desarrollo del argumento, animaros, escribid al apartado de correos número 80, poniendo en el sobre el nombre del programa y la sección del mismo. Cada loco con su tema entrevistará hoy a cuatro personajes de lo más curioso: dos ficticios y dos reales. Ya está bien de charlar, Hamid, que te estás poniendo muy pelma, ¿verdad que lo pensáis? Yo también, asà que dejémonos de rollos y vamos a oÃr a Aerosmiths. Ahà va.
MarÃa estaba terminando su desayuno mientras escuchaba la radio, tenÃa que salir a la calle, hasta dentro de una hora no habÃa nada que hacer, luego llamarÃa a Steven pero antes debÃa preparar todo lo necesario para pasar un dÃa en la playa, su papel de guÃa turÃstico tenÃa que se irreprochable, no se podÃan permitir el lujo de despertar sospechas, el futuro de todo un pueblo dependÃa de que ellos supiesen desempeñar su trabajo escrupulosa y eficazmente. PreferÃa no pensar en ello en estos momentos, no hasta que Hamid les diese las instrucciones. Recogió los cubiertos; se puso una cazadora y salió a la calle, hacÃa un dÃa estupendo, primero fue al estanco a comprar tabaco, luego se hizo con lo necesario para unos bocadillos, el periódico y por fin volvió a casa; Hamid seguÃa hablando por la radio pero no le prestó atención. Iba de aquà para allá buscando bañadores y toallas, de vez en cuando llegaba hasta ella la música: Black Sabbath, Cinderella, Ãngeles del Infierno, Corazones Negrosâ¦a Hamid le chiflaba el heavy metal. Era el momento en que tenÃa que hacer la llamada: marcó el número de la emisora.
-¡Piu, piu, piu, piu!
-Parece ser que tenemos aquà a un oyente âdijo Hamid, cogiendo el teléfono âHamid al habla, pide por esa boquita.
-â¦
SÃ, lo he encontrado, ahora mismo.
-â¦
A ti âdijo colgando el teléfono âla primera llamada pide una canción de Alaska y los Pegamoides cuyo tÃtulo es El plan; personalmente prefiero cualquiera de las otras que componen ese LP, pero esta sección se hizo para vuestros caprichos asà que me tengo que fastidiar y atender las peticiones. Asà pues, colega, escucha tu canción.
En cuanto la música comenzó a sonar llamó a Steven, podÃa pasar a recogerla, ya estaba todo listo; colgó el teléfono, reunió todos sus bártulos y bajó las escaleras. Salió y se dirigió al bar de al lado a esperarlo, a los diez minutos Steven entraba por la puerta, aún no habÃa desayunado por lo que se dispuso a hacerlo cómodamente sentado en una de las mesas.
-Vamos a ir a Miño, o sea que date prisa porque tenemos que pillar un autobús âle apremió.
-Tranquila, tenemos todo el dÃa por delante, esta tostada está estupenda âreplicó él, relamiéndose, al tiempo que bajaba la voz y se acercaba a ella âtranquilÃzate, todo marcha bien, no te pongas nerviosa, debemos estar alerta pero sin nervios. Recuerda que somos dos enamorados.
Ella se rió, llamó al camarero y pidió otro café.
-Ya verás, te encantará Miño.
Durante unos minutos hablaron de cosas banales como el tiempo, las playas, los planes que tenÃan para el dÃaâ¦pagaron y se fueron hacia la estación de autobuses. Bajaban las escaleras cuando por los altavoces se escuchó una voz que anunciaba la salida del autobús con destino a Miño, tuvieron que correr un montón pero el conductor les abrió la puerta y entraron en él de un salto. Pasaron el dÃa bañándose, revolcándose por la arena y caminando, luego cuando tuvieron hambre buscaron un sitio en el pinar y dieron buena cuenta de sus bocadillos. Steven sacó de su mochila unas latas de cerveza que, sorprendentemente, estaban frÃas.
El dÃa transcurrió apaciblemente, serÃan cerca de las siete cuando cogieron el autobús de vuelta a Coruña. El tiempo necesario para dejar las cosas en casa y se lanzaron a la noche coruñesa; pero, a diferencia de los otros dÃas, éste era especial, Hamid los esperaba en la playa a las once de la noche, y debÃan de tener cuidado. Era sábado y la gente tomaba los bares por asalto, llegaban sedientos, toda una semana de abstinencia y por fin la liberación, las copas , el flirteo, el baile. El Orzán era en aquellos momentos la zona más poblada de Coruña; ellos paseaban esperando que llegara la hora de hablar con Hamid. En el momento apropiado bajaron a la playa y se dirigieron a las barcas, esperaron, esperaron más de una hora pero no apareció, algo habÃa salido mal, posiblemente alguien lo estaba siguiendo: se escondieron debajo de una de las barcas y aguardaron en silencio. Cerca de la una de la madrugada oyeron voces que se acercaban a su escondite:
-Cuidado con lo que haces, más te vale no engañarnos.
-â¦
-¿Dónde lo has escondido? âdijo amenazadora aquella voz âno grites o eres hombre muerto, mi cuchillo se encargará de tu preciosa garganta.
-Ya no lo tengo, intenté decÃrtelo antes.
-¡No te creo! ¡Llevo más de un mes vigilándote!
-Lo he mandado por correo, te lo juro.
-Tú lo has querido ây diciendo estas palabras clavó la navaja en el cuerpo de Hamid. Empezó a buscar frenéticamente por los bolsillos del hombre asesinado. Desde su escondite MarÃa y Steven fueron testigos de todo: aquel hombre habÃa matado a su compañero, si lo apresaban la misión se irÃa al garete, tenÃan que esperar a que se marchase puede que Hamid le hubiera dicho la verdad pero no era probable. DebÃa de estar escondido en algún sitio. Como el hombre no encontrara nada interesante entre la ropa del cadáver, se fue. Aguardaron unos minutos antes de salir siguiendo al asesino de su amigo, tenÃan que averiguar para quién trabajaba, pero no se puso en contacto con nadie: entró en un bar, tomó una cerveza y, cogiendo un taxi, desapareció. Ellos volvieron a las barcas, Hamid estaba inconsciente, apenas tenÃa pulso, no podÃan hacer nada por él.
-Tiene que tenerla encima.
-Lo he registrado bien y no la tiene, sabemos que los Otros no han logrado hacerse con ella.
-A lo mejor tuvo tiempo de esconderlo antes de que lo cogieran.
-Es posible, pero ¿dónde está, dónde ha podido ocultarlo?
En Venecia siempre ocurren cosas extrañas
Nada más meterme en cama quedé dormido, soñé con Venecia, un duelo a espadas en una ermita o castillo abandonado, yo los veÃa a ellos pero, aun cuando no me escondÃa ni procuraba pasar desapercibido, parecÃa que no se daban cuenta de mi presencia, me ignoraban, era como si estuviésemos en dos tiempos distintos aunque coincidiésemos en el lugar; la lucha era desigual: tres hombres, vestidos enteramente de negro y embozados en sus capas, rodeaban a otro que se defendÃa valientemente de los continuos ataques de los que era objeto. Fue retrocediendo sin dejar que las espadas tocasen un pelo de su persona y logró meterse en el edificio, al que iluminaba la luna llena dándole un aura misteriosa. Los seguÃ. El hombre perseguido, que vestÃa a la moda veneciana del siglo XVI, o algo parecido ya que la historia nunca fue mi especialidad, escapó escaleras arriba, los otros le siguieron intentando detenerlo, pero ¡cuál no fue la sorpresa de todos cuando lo único que encontraron en el piso superior fue una habitación desnuda de muebles y el hombre habÃa desaparecido! Tan sólo una sombra en la pared era el único ornato del habitáculo. Asombrados y rabiosos por no haberle dado alcance los tres hombres se fueron; entonces me desperté.
¡Qué barbaridad! ¡Bah, no tenÃa nada que ver con la investigación! El cansancio y las fantasÃas de estos chicos habÃan hecho posible que tuviese tan extraño sueño. Miré el reloj, aparentemente habÃamos dormido más de doce horas, me vestÃ, descorrà las cortinas y vi que era de dÃa. Lo primero era bajar a comprar el periódico, a mi vuelta los despertarÃa. ¡Dos dÃas! HabÃan pasado dos dÃas desde que nos acostáramos, llamé a la oficina: no, aún no habÃa acabado el informa, estaba interrogándoles y quedaban muchas cosas por explicar. SÃ, me darÃa prisa en terminarlo pero el jefe debÃa comprender que la historia tenÃa múltiples ramificaciones y todavÃa tardarÃa un tiempo en conseguir localizar a un par de testigos que faltaban, a los que oyeron en la playa de Riazor y que estaban relacionados con el hombre muerto; los compañeros de la comisarÃa de La Coruña estaban a punto de conseguirlo, pero no serÃa hasta dentro de cuatro o cinco dÃas. Me despedà del jefe prometiéndole que le tendrÃa informado de los adelantos que hiciese y entré en la panaderÃa a comprar unos bollos para el desayuno. Cuando regresé ya estaban levantados y enfrascados en una conversación:
-Puede que no se lo crea pero sabes que es la pura verdad âdecÃa Teresa.
-No hubiésemos descubierto nada a no ser por las sombras dichosas âañadió SofÃa.
-Hola a todos. ¿Habéis aclarado vuestras ideas? Hoy he tenido un sueño bien extraño, esta historia parece ser que me ha afectado, era absurdo: ¡testigo de un duelo a espada!
-¿En una ermita o castillo abandonado, tal vez? âinquirió Teresa.
-SÃ, ¿cómo lo sabes?¿Acaso hablo mientras duermo o algo parecido?
-No, no es eso; usted vio el comienzo de toda esta historia.
-No te entiendo. ExplÃcate.
-De alguna manera los antepasados de Carla han logrado comunicarse con usted y le han mostrado al inventor de las sombras perseguido por los monjes-soldados jesuitas que intentaban hacerse con el secreto de la construcción de las sombras; ocurrió allá por el siglo XIV o XVI, de eso no me acuerdo bien. Pietro Francesco di Monte-Ollivellachio habÃa heredado de sus antepasados un palacio en Venecia, pero muy poco dinero, las dos generaciones anteriores a la suya se habÃan dedicado a dilapidar la fortuna familiar. Con una de las mejores bibliotecas de la época y manteniendo una vida frugal disponÃa de mucho tiempo para recorrer el palacio asà como para leer; vivÃa con su hermana, soltera, y comprometida por entonces con un rico mercader, miembro de una familia con la que los Monte-Ollivellachio habÃan mantenido relaciones cordiales por espacio de dos siglos. En ese tiempo los lazos entre las familias se habÃan estrechado, bien de manera estrictamente comercial bien por medio de enlaces matrimoniales, que siempre, cosa extraña, habÃan sido llevados a buen término. TenÃa más hermanos: uno en Módena, otro en el Vaticano, pues siguiendo la costumbre de su tiempo las familias consideraban muy positivo y prestigioso tener a un miembro dentro de la Iglesia, dos más habÃan elegido la carrera militar y debÃan andar en alguna guerra de las que mantenÃa Venecia con sus vecinos; otros dos viajaban en sus barcos comerciando. La hermana era la única mujer de la familia y también la menor de ellos. Ya que sus padres habÃan muerto dos años atrás se reunieron los hermanos y decidieron que uno de ellos se quedarÃa en la casa cuidándola hasta que encontrase marido, entonces quedarÃa el elegido liberado de su obligación; en contrapartida, el resto dotarÃa a la hermana y también compartirÃan, de acuerdo con las posibilidades de cada cual, el mantenimiento material de ambos.
-¡Bobadas! Es un sueño muy corriente; no tiene nada que ver con lo que os ocurrió ârepuso, escéptico, el comisario Soler.
-Tenga paciencia, escúcheme. El caso es que Carla nos llevó a la biblioteca para mostrarnos esta historia en un libro en el que durante generaciones se habÃa ido escribiendo la historia familiar, y, es más, el tal Pietro era aficionado a la pintura, de hecho fue él quien comenzó la colección que ahora posee el palacio, e hizo un pequeño esbozo de ese episodio. Pudimos hacer una fotocopia de él. MÃrelo usted âdijo Teresa sacando un papel cuidadosamente doblado de su cartera.
-SÃ, es bastante parecido a lo que soñé.
-Reconózcalo, es la misma escena; Pietro era muy buen dibujante.
-Eso demuestra que se han comunicado con usted porque únicamente quien hubiera estado allà en el momento del duelo podrÃa transmitÃrselo durante un sueño âasintió Ricardo, al tiempo que se levantaba y se dirigÃa a la cocina.