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Las Sombras
Las Sombras
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Las Sombras

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-Prefería Lavapiés, Malasaña está muy matado. Este barrio molaba más –le digo al tiempo que levanto el cazo y dejo caer un poco de aguardiente –¡Ya ves! Como todos los años por estas fechas…una queimadita para celebrar San Juan.

-¿Y tu colega? No me acuerdo como se llama…

-Luís, ha ido con unos amigos a buscar maderas para hacer una hoguera; fuego por dentro y fuego por fuera ¡hay que purificarse bien, tronco!

Vemos venir a un par de gitanillos, hace un rato estaban en la Corrala tirándose agua, deben tener unos quince años:

-¿Qué es eso?

-Una queimada.

-¿Nos puedes dar un poco?

-Es muy fuerte, lleva aguardiente, no creo que os guste además aún no está acabada, le falta un rato.

-¡Mira lo que hemos encontrado! –gritan mis colegas, que vuelven todos con una puerta debajo del brazo.

-¡Hola tronco! –dice Luís dando la mano al chaval larguirucho que está conmigo –¡hace tiempo que no te veía, como cambiamos de casa! ¿Ya te lo ha contado Sofía, no?

-Sí, creía que os habíais ido de Madrid.

Mientras el resto de la banda está reuniendo la madera en un montón para encender la hoguera yo apago la queimada y comienzo a repartir vasos entre la basca, a los gitanillos les doy uno avisándoles que si no les gusta me la den; hacemos una trompeta mientras que se enfría un poco la bebida. Espero que en el transcurso de la noche aparezca alguno de los colegas de los que avisé por teléfono:

-¡Guau! ¡Está fuerte esto!

-¡Está de putamadre! La manzana está de vicio –digo yo relamiéndome ya que me ha salido muy dulce, que es lo que me gusta.

Vemos pasar un coche del 092 pero o no han visto la que tenemos montada aquí o están pasando olímpicamente; no me extrañaría esto último ya que en la Noche de San Juan cantidad de gente está construyendo hogueras. Reparto la segunda ronda de queimada e inmediatamente comienzo a preparar otra, los gitanillos alucinan:

-¿Me dejas hacer eso? –dice uno de ellos cuando me ve levantando el cazo y dejo caer una columna de color azul en el recipiente.

-Bueno, pero ten cuidado no vaya a caer fuera. Toma.

-Yo primero –dice el más corpulento.

-No, yo –protesta el otro.

-Tranquilos, poco a poco, por orden ¿eh? –digo dándoselo al primero que lo pidió –toma Ricardo, fuma.

-¿Podemos secarnos? –nos dicen unos chavales completamente mojados; tendrán entre quince y diecinueve años.

-¡Tú mismo! ¿Quieres beber? –le digo tendiéndole un vaso –te calentará por dentro.

-Vale, ¿está muy fuerte?

-Ahora os doy un vaso a cada uno cuando acabe con esta.

La noche comienza a animarse: al principio éramos cinco y al cabo de una hora hemos llegado a reunirnos más de veinte tipos alrededor de la queimada. Los vapores se meten por la nariz, ¡buena la voy a coger!, miro al resto del personal y también está a punto de caramelo. Teresa me pide el cucharón, me voy a saltar la hoguera. ¡Qué pasote! Justo ahora va y me sube el tripi, ¡vaya alucine!, veo a Luís que se parte el pecho de risa porque Ricardo está haciendo el orangután, chachi que también está haciéndoles efecto…

-Abrevia Sofía –dice el comisario Soler.

-Es verdad tronca, ¡mira que te enrollas! –opina Teresa.

-Es que me lo pasé tope ese día –les replico al tiempo que enciendo un cigarrillo.

-Pero no tiene importancia para la investigación. Continúa desde el momento que salisteis de Lavapiés; que alguien vaya a por más café, por favor-contesta el comisario.

Sobre las cinco de la madrugada acabamos la juerga, recogemos todo y lo dejamos en casa de Ricardo y Teresa; todavía tenemos ganas de marcha. Así que nos ponemos a buscar un bar subiendo por la calle de Lavapiés. Nada. Luís propone ir a tomar un chocolate con churros a Sol, en un sitio que abre a estas horas.

PELEA TIPO EL SALVAJE OESTE EN PLENO CENTRO DE MADRID

Ayer, a las cinco de la madrugada, en un conocido local de las inmediaciones de la calle Mayor, se organizó una pelea digna de una película de John Ford. Según testigos presenciales, sobre las cuatro y media llegaron cuatro jóvenes en avanzado estado de intoxicación etílica. “Estaban muy borrachos, pidieron un chocolate con churros pero el camarero no quiso servirles”-declaraba una persona ajena a la pelea-“la verdad es que les contestó mal y entonces una de las chicas le replicó una burrada, el camarero quiso pegarle, uno de los chavales salió en defensa de ella; otro de los camareros había ido a buscar al churrero y a otra gente que estaba en la cocina. Luego alguien tiró una taza y un plato, y a partir de ahí se lió todo”.

La policía se personó en el local a los diez minutos pero los jóvenes habían desaparecido, quince personas fueron detenidas aunque se les puso en libertad tan pronto prestaron declaración.

-Nos cogió en la segunda subida del tripi, realmente fue una pasada por nuestra parte –dijo Teresa al comisario Soler.

-Sigue ¿cómo llegasteis a Chueca y qué pasó allí?…Todavía no me explico como fuisteis capaces de lanzaros a una aventura tan incierta y peligrosa.

-La culpa la tuvieron los ácidos –apunta Teresa –yo no lo había comido, lo reservé para más tarde y luego me olvidé de él, me di cuenta de que todo aquello era real por eso mismo.

Sofía es especialista en meter la pata, de buena nos hemos librado en el bar. Realmente el tío se pasó llamándola heavy de mierda pero luego ella remató la jugada llamándole cabrón y colocándole un mini de cerveza por sombrero. Menos mal que se armó un barullo de mucho cuidado y nos pudimos escaquear antes de que llegase la pasma. Ponemos rumbo a Chueca, siempre a la búsqueda de un bar abierto. Está chapado todo. Luís y Ricardo se paran a mear en una esquina:

-¡Tanta cerveza y priba es la hostia!

-¡Mira tronco, allá hay otro tipo igual que nosotros! –dice Ricardo.

-Es un dibujo en la pared –dice Sofía.

-¡Que va! Es un tipo –digo yo.

-No parece que se mueva –observa Luís mirando de reojo.

-Yo creo que es un dibujo –insiste Sofía.

-¡Ya está! No podía aguantar más.

-Ya habéis acabado, ¿no?, vamos a ver aquello de cerca, parece muy real –digo.

La confusión sobre lo que estamos viendo es debido a que aquel rincón se encuentra mal iluminado y a que nosotros estamos relativamente lejos como para distinguir lo que significa aquella sombra. Curiosos, nos acercamos. Sofía tenía razón, es un dibujo:

-¡Está chachi dibujado! –dice Luís –desde lejos parece un tío, ¿verdad?

-Sí, está dabuten, parece que está trepando, ¿no? –dice Ricardo acoplándose a la sombra y colocando manos y piernas en la misma posición que en la pared –desde allá y con esta piedra que tiene delante parecía que estaba meando. ¿Sabes dónde me gustaría estar ahora?

-No –contesta Luís.

-En Coruña, en la playa de Riazor. Allí he visto un dibujo como este.

Nada más pronunciar estas palabras desapareció. No había bebido tanto como para tener visiones y, si ni siquiera me había tomado el ácido, no podía ser una alucinación producida por él. Realmente Ricardo se había volatilizado. El resto de la banda se estaba riendo pues creían que todo era una broma del cachondo de Ricardo:

-Este tipo está colgado, ahora va y se abre –dice Sofía.

-Vamos a jugar unos chinos mientras se decide a venir, estará en algún bar; ¿qué nos jugamos? –pregunta Luís.

-¿Quién paga la próxima ronda si encontramos un sitio abierto?

-Guay.

Cuando están a punto de comenzar la tercera partida aparece por la esquina opuesta a la que nos encontramos, tan campante, como si no hubiera ocurrido nada, y yo estoy segura de que hace un momento lo vi esfumarse delante de mis narices:

-¡Pasa tronco! –grita Luís.

-¡Eh!

-¡Joder tío! ¿Dónde te habías metido? –pregunta Sofía mientras le ofrece un cigarrillo de esos sin filtro que fuma ella.

-Me ha debido pegar un subidón increíble porque cuando me he dado cuenta me encontraba en una tasca gallega que hay cerca de aquí y que no conocía.

-¿Una tasca gallega? –se extraña Luís.

-Sí, ¿qué flipe, no?, por allí a la izquierda, la primera calle que cruza.

-No recuerdo ver ninguna por la zona que me dices –digo yo.

-Pues yo me acabo de beber un vino allí, además un Ulla, y tenían tapas de cocina, chachi que sí –insiste Ricardo.

-Pues vamos allá; unos vinitos vendrán de putamadre-dice Sofía impaciente como siempre en estos casos, cuando hay papeo y priba de por medio. Yo no me lo acabo de creer, pero no cuento a nadie mis sospechas. Así que guiados por Ricardo vamos en busca de la taberna:

-¡Estaba aquí! –dice.

-Pues ya ves que esto es un solar abandonado –digo yo, casi convencida de que no íbamos a encontrar el lugar donde él había estado hace un momento.

-Me habré equivocado de calle, a lo mejor es la siguiente…Tampoco. Tengo que dar con el bar, seguro que está por aquí cerca, sólo tardé un par de minutos en llegar a donde estabais vosotros.

Damos vueltas por las calles próximas pero nada. Ricardo no se lo explica, mi teoría, aunque parezca increíble, es que esa sombra, de alguna manera, es capaz de que la gente viaje en el espacio con sólo desearlo. Los otros no se enteraban de nada con el moco que tenían; al final decidimos ir a dormirla cada uno a su queli quedando para comer al día siguiente en nuestra casa, mañana les contaría lo que había visto y ya con calma investigaríamos lo ocurrido.

-Me costó trabajo convencerlos, ¿se imagina, comisario?

-Desde luego.

-Además esa noche tuve un sueño bien extraño: estaba en mi cama durmiendo, en un momento dado me despertaba pero en un sofá y vestida con una túnica de seda blanca; a mi alrededor se encontraba más gente en el mismo estado que yo, me levanté sorprendida. Vi claridad al fondo de un pasillo que se encontraba a la espalda del sofá en que había aparecido. Lo seguí y me topé con una escalera de caracol que descendía al piso de abajo; aquello parecía un laboratorio, tubos de ensayo y artilugios de todo tipo llenaban la habitación. En una silla estaba doblada perfectamente mi ropa, así que me cambié y salí. Estaba en Riazor, enfrente de mí se encontraba la playa, comencé a caminar y al doblar la esquina me hallé de repente en la plaza de Chueca, en Madrid. Pensé que en lo que había soñado podía estar la clave de lo ocurrido anoche, si dormidos podemos viajar en el tiempo y en el espacio ¿no sería posible que alguien hubiese descubierto un sistema sencillo de trasladarse más allá de lo que se llama comúnmente realidad? Siempre me han interesado cantidad estos temas, ¿a usted no, comisario Soler?

-La verdad es que mi trabajo no me deja mucho tiempo para soñar. Continúa.

-Eso es imposible –dice Ricardo –estarías alucinando, tronca.

-No me comí el tripi, estoy completamente segura: desapareciste por la pared, esta noche os lo mostraré.

-Bueno, no ocurrirá nada; pero no veo la razón para negarle ese capricho a Teresa –dice Sofía apoyándome, aunque no está, en absoluto, convencida.

-Vale, te haremos caso pero me da la impresión de que te patinan las neuronas –replica Ricardo.

Luís no dice nada, está a la expectativa como siempre, es escéptico por naturaleza y no toma partido en ningún caso. Dejamos de hablar del tema y pasamos la tarde jugando al parchís y cosas así. Alrededor de las diez salimos.

Una sombra nos muestra un asesinato

Es sábado. La zona está a tope de gente. Nos metemos en un bar a comer unas tapas, parecemos sardinas en lata, en él ya no cabe nadie más y a pesar de todo una pandilla de cinco ha entrado al mismo tiempo que nosotros. Decidimos esperar unas tres horas para hacer el experimento, ahora hay demasiada gente, ya procuraremos no privar demasiado.

Encontramos a unos cuantos colegas de rule con los que nos bebemos unas litronas, estamos deseando que llegue el momento de ir a ver la sombra; hemos pasado varias veces por allí y, aunque mis compañeros no creen que ocurra nada, también están intrigados por lo que pueda pasar. La música resuena en las calles cada vez que se abre la puerta de un pub, intoxicación etílica al por mayor, risas, canutos, alcohol, descontrol, algo de coca en los lavabos, caballo, hashish se oye en las esquinas de Chueca, ríos de gente de bar en bar, siempre los mismos, ruido. Sobre las dos de la madrugada, más o menos, nos dirigimos hacia la sombra:

-A ver, vamos a comprobar lo que nos contaste, ya verás como no pasa nada –dice Ricardo.

-Si estás tan seguro haz exactamente los mismos gestos y di las mismas palabras, vamos –arguyo medio ofendida aunque sintiendo una ligera aprensión por temor a meternos en un lío que no se sabe dónde va a llegar.

-¡Vamos tío, demuéstrale que está como una chota! ¡Nadie desaparece así como así! –dice Sofía.

-Bueno, me puse así y dije que me gustaría estar en Coruña en la playa de Riazor…

¡Zuuummmm! ¡Increíble! ¡Ha desaparecido! ¡Guau! Por un momento nos quedamos anonadados, es para no creérselo pero Ricardo se ha fundido en la pared. Entonces uno a uno hacemos lo mismo. No podemos dejarle solo. Parecemos los protagonistas de una novela de ciencia-ficción pero es la realidad, si lo contáramos creerían que estamos chiflados. Nos sentamos en la arena, cerca del muro y detrás de una roca:

-¡Que pasote!

-¡Incredible, colega! Podremos tomar vinos cuando nos pete, ¡tope guay! –dice Sofía.

Y entonces ocurrió; llevábamos un rato desvariando sobre las infinitas posibilidades de la sombra cuando oímos un gemido. Nos quedamos en silencio unos minutos a ver si volvíamos a oírlo, el lamento se repitió, extrañados nos levantamos con el fin de investigar su procedencia; no había nadie en los alrededores pero continuábamos escuchándolo, parecía venir del mar así que nos pusimos a caminar por la orilla, a medida que avanzábamos en dirección a Las Esclavas se hacía más nítido y claro, no se veía nada. A la altura del Playa Club y debajo de una de las barcas, descubrimos un bulto, origen del gemido, un hombre de unos treinta años, desangrándose, con un puñal en el costado derecho: no estaba muerto pero no tardaría en estarlo, con gran esfuerzo abrió los ojos y mirando a Sofía dijo:

-¡Rais…rais…toma, guarda…lo…¡cof,cof!…rais,rais…da…se…lo,…no…olvidar…¡Rais!-logró articular el hombre antes de morir. Una pequeña caja de metal plateado pasó a manos de Sofía. Nos disponíamos a ver el contenido cuando hasta nosotros llegó un rumor, alguien venía hacia donde nos encontrábamos, teníamos que desaparecer antes de que nos descubrieran al lado del cadáver, podía dar lugar a un malentendido; como no teníamos mucho tiempo nos deslizamos por detrás de las barcas hasta el muro y entonces oímos una conversación que aún nos dejó más perplejos:

-Tiene que estar por aquí, sé que Los Otros no lo encontraron, no sirvió de nada el torturar a Abdul, ni siquiera las amenazas de muerte lograron amedrentarlo, era un valiente. Debemos recuperar la caja, la vida de nuestro pueblo depende de ella –oímos decir a una voz ronca y bien modulada aunque extranjera.

-Tiene que tenerla encima.

-Lo he registrado bien y no la tiene, sé que ninguno de Los Otros la ha encontrado.

-A lo mejor tuvo tiempo de esconderlo antes de que lo cogieran.

-Es posible pero ¿Dónde está? ¿Dónde ha podido ocultarla?

-Por la mañana podemos, debemos, ir a la playa de la última vez, quizás…

-Puede que tengas razón, larguémonos antes de que pase alguien por aquí-replicó el dueño de la voz ronca.

-Vamos.

¡En menudo lío nos acabábamos de meter! Lo mejor que podíamos hacer, por el momento, era buscar un sitio tranquilo y seguro donde pasar la noche y examinar la caja, luego ya pensaríamos qué hacer con ella. A Luís se le ocurrió que el viejo matadero abandonado sería un buen sitio y hacia allí encaminamos nuestros pasos, nos sentíamos confundidos por lo sucedido y durante el camino apenas nos dirigimos la palabra. Resultaba alucinante que hubiera habido un asesinato en la playa de una ciudad en la que, normalmente, esta clase de sucesos era la excepción, ¡pensar que mientras la basca se divierte en una noche de sábado a pocos metros estaba cometiéndose un crimen!

¿A donde nos llevaría aquella caja? ¿Por qué era tan importante? Un hombre había muerto por su culpa; me recordaba las antiguas películas de espías con muertos por todas partes y esas cosas. Seguro que la explicación era mucho más simple: algún ajuste de cuentas entre traficantes de droga o algo parecido, pero…estaba aquella extraña conversación que me hacía pensar que la anterior interpretación era falsa. De cualquier modo me parecía increíble estar viviendo una de espías. Entramos sin dificultad en el edificio ya que la puerta no tenía cerradura, no había nadie, sólo escombros por todas partes, aquí y allá algunas mantas y cartones, allí vivía gente por lo que decidimos subir al primer piso donde se encontraban las oficinas y nos metimos en una de ellas. Ricardo, que es especialista en coleccionar boberías tales como llaveros-navaja, llaveros –cartas de baraja, llaveros-bloc de notas y demás, sacó de su bolsillo una pequeña linterna-llavero: