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Mi Águila Ottawa
Virginie T.
Una historia de amor sobrenatural sobre el fondo de una leyenda amerindia. Apenimon: he dejado temporalmente mi tribu para partir en busca de mi alma gemela. No pensaba que este viaje me supondría un peligro. Cayla: he venido a Canadá a estudiar la fauna y huir de la infidelidad de mi ex. Aunque soy veterinaria, no me imaginaba tener que curar al rapaz más grande que haya visto jamás. Entre magia, cazadores furtivos, celos y malentendidos, descubriréis la historia de amor de un amerindio fuera de lo común y una veterinaria que no tiene pelos en la lengua.
Apenimon: he dejado temporalmente mi tribu para partir en busca de mi alma gemela. No pensaba que este viaje me supondría un peligro.
Cayla: he venido a Canadá a estudiar la fauna y huir de la infidelidad de mi ex. Aunque soy veterinaria, no me imaginaba tener que curar al rapaz más grande que haya visto jamás.
Entre magia, cazadores furtivos, celos y malentendidos, descubriréis la historia de amor de un amerindio fuera de lo común y una veterinaria que no tiene pelos en la lengua.
Mi águila
ottawa
En busca del alma gemela
Virginie T.
Traducido por Xavier Méndez
El Código de la Propiedad Intelectual prohíbe la copia o reproducción destinada a un uso colectivo. Toda representación o reproducción integral o parcial hecha para cualquier propósito, sin el consentimiento del autor, o de sus derechohabientes
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Todos los derechos reservados.
Título original: Mon aigle Ottawa. À la recherche de l’âme sœur
Traducción de Xavier Méndez Martínez
© Virginie T. 2020
Capítulo 1
Apenimon
Vuelvo del trabajo sin apresurarme, conduciendo con el piloto automático por el camino sinuoso que serpentea a través de la montaña. Es lo mismo todos los días. Mi puesto dentro de la policía de la isla es gratificante, pero algo monótono. En Manitoulin no hay ni crímenes ni tráfico: únicamente pequeños hurtos entre los turistas o accidentes que requieren una investigación para conocer las circunstancias, investigaciones que se cierran rápidamente en general.
Manitoulin es una pequeña isla con un número limitado de habitantes durante el año, lo que hace que todo el mundo conozca a todo el mundo. Es un fenómeno reforzado por el hecho que el 90% de los autóctonos pertenecen a uno de los seis clanes de la tribu ottawa dirigida por Tyee Pontiac, ello refuerza mi impresión de que está anclada en el tiempo.
Mi clan siempre ha vivido apartado de los otros, en la cima de las montañas, allí donde el aire es puro y donde no te expones a que te molesten los vecinos. Nuestro animal tótem necesita espacio y altura, con una vista despejada y abetos por millares. Las montañas son, pues, el lugar soñado. Es algo que nunca me ha molestado y me ha permitido tener una intimidad casi imposible de obtener en el valle. Soy descendiente de un largo linaje de guerreros, de ahí mi profesión de agente del orden, y nuestro pueblo lleva tiempo viviendo en paz, lo cual confiere a mi soledad una escapatoria al aburrimiento. Pero desde hace poco incluso el majestuoso paisaje de los árboles cediendo bajo las ráfagas de viento no basta para acallar mi mente. Me siento como esos árboles que acaban crujiendo y rompiéndose a fuerza de ser probados, sin la protección de su entorno. Mi corazón está vacío, a punto de romperse, y mis amigos no pueden hacer nada por mí. Al contrario, su presencia no haría más que aumentar mi malestar. Ellos no me entienden. A los treinta la mayoría sólo piensan en divertirse y aprovechar la vida, y ese no es mi caso. Yo busco algo más profundo e infinitamente más duradero.
Desde que nuestro chamán, Achak, encontró a su alma gemela, la dulce Isabelle, ruego al Gran Espíritu que me conceda a mí también esa bendición. Llevo tiempo esperando esa dicha, desde que tengo edad para entender la importancia de un alma gemela. Lo deseo arduamente y llevo meses preparándome para ello, hasta he hecho hueco en mi casa para aquella que ha sido creada para mí. También he entendido que el destino es traicionero. Mi mujer seguramente no forma parte de la tribu, quizá ni siquiera sea amerindia, como Isabelle. Como responsable de la seguridad, asisto a todos los Pow Wow desde que tengo edad para beber, he conocido a todos los miembros de la tribu de Pontiac y a todos los de los clanes más alejados y a tantos turistas que no podría ni contarlos. Sin embargo, nunca se me ha mostrado mi prometida, nunca se ha presentado en la isla. De no ser así, ya hace tiempo que me la habría encontrado. Así pues, debo cambiar de táctica y dejar de permanecer inmóvil.
También es hora de que cambiemos nuestra visión de la vida para abrazar nuestro destino si queremos seguir prosperando. Porque seamos honestos, si siempre hemos acogido a los turistas con los brazos abiertos es porque nos interesaba. Al fin y al cabo, son ellos los que dan vida a la mayoría de los habitantes de la isla Manitoulin, y aunque les estemos agradecidos, nos mostramos desconfiados frente a los forasteros que desean instalarse aquí, lo cual explica la escasa diversidad en los orígenes de los habitantes. Como Achak, quien se negaba a contratar a una nodriza forastera para la hija del jefe. Recuerdo sus reflexiones, estaba convencido de que su llegada traería el infortunio a la tribu. Nodriza que, ironías del destino, finalmente ha acabado siendo su otra mitad. A modo de desgracia, la llegada de Isabelle ha representado la alteración más grande en su vida así como su felicidad cada día desde que se conocieron. Así que yo también tengo que tener la mente abierta. Creo que ha llegado mi momento para salir de mi zona de confort e ir a explorar los alrededores de la isla para probar suerte. Por eso me dirijo hacia la impresionante casa que hay junto al parque Blue Jay Creek, para explicárselo a mi jefe, Tyee, que es quien lleva la actividad turística.
Me topo con Isabelle y Aiyanna que juegan juntas en el jardín. La hija de nuestro jefe se parece cada vez más a su madre, Aquene. Tiene unos ojazos azules maliciosos y un pelo negro azabache que brilla bajo el sol. Será una lince magnífica, llena de finura, que hará derretir con sólo una mirada al más aguerrido de los ottawas de aquí unos años. A sus cuatro años, todavía no puede tomar su forma animal, nosotros tenemos acceso a ella en nuestro décimo aniversario, y es preferible así, ya que ese pequeño torbellino ya es difícil de controlar cuando está sobre dos piernas, no me imagino las travesuras que podrá hacer estando sobre cuatro patas. A Tyee le cuesta acostumbrarse. Noto algo que me da una punzada en el corazón, como me ocurre siempre. El vientre de Isabelle se infla cada vez más día tras día. El anuncio de su embarazo el día del Pow Wow nos cogió a todos por sorpresa, incluso a Achak, quien no sabía nada y a quien le costó contener su alegría. Los orígenes franceses de la mujer de nuestro chamán son traicionados por su piel igual de pálida que el marfil, pero su lugar entre nosotros resulta indiscutible. Ha aceptado sin vacilar nuestros ritos y costumbres, y espero que mi compañera sea igual de tolerante. Isabelle forma parte de los ottawas tanto como lo formo yo y la tribu acogerá un bebé lince en los próximos meses. Será un gran momento para todos nosotros y tendrá lugar una gran celebración para festejar ese acontecimiento. Deseo arduamente conocer la alegría de la paternidad yo también y espero acudir a esa ceremonia con mi alma gemela del brazo. Sería un avance esencial en mi sueño de fundar una familia.
Cuando pienso en el lince. Achak sale de la inmensa casa familiar, seguido de cerca por su hermano Tyee, nuestro jefe.
—Buenos días Apenimon. Pareces estar en forma. Me alegro de verte, llevabas tiempo sin dejar tus montañas para visitarnos. Sólo te podemos ver de lejos cuando estás patrullando. ¿Qué podemos hacer por ti?
—Hola. ¿Cómo sabéis que quiero algo? ¿Acaso no puedo venir sólo por el placer de vuestra compañía?
Achak se ríe cogiendo a su compañera en brazos, poniendo las manos sobre su vientre con un gesto impregnado de posesividad. Isabelle se acurruca contra él, poniendo sus manos sobre las de él. Hay una afinidad evidente entre ellos. Quiero experimentar la misma química con aquella que está destinada para mí.
—La puerta siempre estará abierta para ti, ya lo sabes. Pero olvidas que los espíritus me hablan, amigo mío. Y no me harás creer que has bajado hasta el valle sólo para vernos las caras.
Tyee mira cómo observo la pareja con una envidia que no puedo ocultar de tan intensa que es. Yo también quiero tener entre mis brazos a la mujer de mi vida y hacer esos ojitos hacia su vientre inflado, prueba irrefutable de nuestro amor.
—Sospechaba que vendrías a verme pronto. Incluso me sorprendo que no hayas venido antes. Te conozco. Hemos crecido juntos, no lo olvides. Deseas una compañera desde hace tiempo y la unión de Achak con su alma gemela ha reavivado tu deseo de encontrar a tu amor verdadero, ¿no es así?
Efectivamente, me conoce bien. Hicimos muchas tonterías juntos cuando éramos niños. Y todavía de adolescentes. ¿Habéis visto alguna vez a un lince volar? ¿Imposible? No cuando es llevado por el aire por mi animal. Pero basta de nostalgia.
—Así es. Y pienso que mi alma gemela no se encuentra en la isla. Si los dos así me dais permiso, me gustaría irme por un tiempo para intentar encontrarla. Estamos en temporada baja de turismo, mis compañeros se las apañarán muy bien sin mí.
Los dos hermanos se miran y se comunican en silencio, únicamente con la mirada. Lo suelen hacer a menudo. Es desconcertante y frustrante. ¿Cómo te puedes oponer a sus argumentos si no puedes oírlos? Achak retoma entonces la palabra.
—Seguramente tengas razón. Tu alma gemela no se encuentra entre los nuestros, ya la habrías descubierto hace tiempo, teniendo en cuenta todas las personas con las que te cruzas durante el día. Además, el clan de los zorros no ha emprendido represalias desde la muerte de Takhi. Su familia ha aceptado el hecho de que ella actuó mal y la conocían bien para saber que murió porque se negó a someterse. Así que puedes partir a explorar tranquilo. Podemos apañárnoslas bien durante un tiempo sin ti. No eres tan indispensable como te crees.
A pesar de sus palabras, sus ojos chispeantes me demuestran que les importo tanto como ellos me importan a mí. Su manera bromista me ayuda a relajarme. No me había dado cuenta hasta este momento que la idea de este enfrentamiento me había puesto de los niervos. Me habría sentado muy mal su negativa.
—¿A dónde piensas ir?
—El Gran Espíritu permanece callado a pesar de mis plegarias. Únicamente sé que tengo que dirigirme al noroeste, pero resulta vago.
Achak asiente con la cabeza. Sabe algo que yo ignoro, sin lugar a duda. Lógico, se comunica con todos los espíritus sin excepción. Nuestro chamán es muy poderoso y cercano a los espíritus tótem.
—Dirígete hacia el lago de Kipawa, pero ve con mucho cuidado. Encontrarás el objeto de tu búsqueda, pero deberás probar tu valor para obtenerlo.
Ah, es verdad. A los espíritus les gustan los enigmas y los misterios. Nos estimulan, pero no dan jamás todas las respuestas. Nos toca a nosotros escoger el camino que tomamos para lograr nuestro objetivo, pues al fin y al cabo el trayecto es igual de importante que el destino. No pierdo más el tiempo. Tengo su bendición, lo cual es muy importante para mí, y sobre todo, un indicio del lugar donde encontraré el amor de mi vida. Por primera vez toco con la yema de los dedos mi sueño y no pienso dejarlo escapar. Ahora me toca hacer lo que sea para lograrlo y no me echaré atrás ante ningún obstáculo.
—Siento no poder darte más precisiones. Sé que no supone una gran información.
—No te preocupes. No me esperaba tanto, así que gracias. Tu ayuda me es muy útil. Gracias a ti no parto a ciegas. Mi animal debería lograr hacer el resto. Es tan impaciente como yo y hará todo lo que está en su poder para dar con aquella que nos pertenece. Hasta pronto. Vendré para presentaros a mi mujer a mi regreso.
—Hasta pronto Apenimon. Y no dudes en llamarnos si necesitas ayuda. Estamos aquí para ti, aun estando lejos. Trae a tu alma gemela a casa.
Me paso por casa para preparar las cosas mientras sigo pensando en la advertencia del chamán. Tendría que probar mi valor. ¿Qué han querido decir los espíritus? Soy un guerrero, mi fuerza y mi lealtad no son un secreto para nadie. Para ningún ottawa, más bien. Mi alma gemela está sin duda fuera de este mundo, y de hecho, mi nombre no le dirá nada sobre mí, seré un hombre como cualquier otro a sus ojos. Y el valor no depende ciertamente sólo de la fuerza física, se necesita más que eso para impresionar a una mujer. Me pongo en camino lo antes posible, en cuanto tengo lista la bolsa de viaje y está cargada en el coche, con la cabeza repleta de esperanza y de interrogantes. Estoy impaciente por encontrar a la mujer que colmará mi alma y la de mi animal. Estoy más que listo para seducirla y mantenerla a mi lado.
Capítulo 2
Cayla
Partir por una corazonada en medio del Bosque Antiguo del lago Kipawa me había parecido una buena idea en ese momento. Cuando el MFBP, el Ministerio de Fauna, Bosques y Parques, me propuso esta misión, me dije «genial, podré aunar mi pasión con mi necesidad de estar sola». Ahora que me encuentro en medio de esta vegetación preservada desde hace más de 400 años, magnífica y exuberante sí, pero completamente perdida, estoy menos convencida de este arrebato de genialidad. La soledad está bien, pero en absoluto cuando no hay más que árboles hasta perder la vista y cuando la orientación no es para nada mi punto fuerte. Aún estoy convencida que tenía todas las razones del mundo para exiliarme de esta manera, pero eso no me supone ahora ninguna ayuda frente al mapa que no me aclara en qué posición estoy. ¿Cómo diantres se lee esta cosa? No tengo ni idea de dónde me encuentro y mi cabeza rezuma de pensamientos extraños, cortocircuitando mi lado racional y pausado. Mi última relación amorosa se terminó en pérdida y fracaso y no me dejó más herida de lo que dejé ver a mi familia, dejándome llena de amargor. Mis padres pensaron que el cambio de aires me ayudaría a recuperarme y así pues me apoyaron en mi deseo de irme a la otra punta del mundo, sola. De todas maneras, a mi familia nunca les gustó Richard y era indispensable para mi salud mental que cambiara de aires.
Soy originaria de Lorena, donde descubrí mi pasión: los animales. Desde que era pequeña, tanto como logro recordar en mi memoria, me quedaba admirada frente a ellos y obligaba a mis padres a ir al zoo de Amnéville mínimo una vez al mes. Mis padres conocían esos caminos de memoria a fuerza de llevarme constantemente y a pesar de su lasitud, siempre accedieron a mi demanda. Las cebras y los tigres con sus rayas negras irregulares, los leones blancos de espeso pelaje y todos los otros habitantes del parque de animales me cautivaron a primera vista, como a cualquier niño supongo, pero sobre todo me enamoré de los rapaces. Su pajarera es una de las más grandes del mundo y su espectáculo es simplemente alucinante. Los inmensos halcones, las águilas pescadoras y los halcones de Harris, entre otros, vuelan libremente en un ballet excepcional que acaba en apoteosis con un vuelo final de más de sesenta pájaros simultáneamente que te dejan atónito. Para la pequeña niña que yo era en mi primera visita, aquello fue una revelación. Envidiaba su libertad en el cielo y su apariencia tan majestuosa. Tenía la impresión de ser minúscula bajo esos maestros de los cielos. Entonces decidí ser veterinaria y trabajar en ese zoo. Estudié, perseveré y seguí estudiando. Me sumergí en ese universo con todas las fuerzas de mi ser, poniendo frecuentemente entre paréntesis mi vida de estudiante fiestera y despreocupada diciéndome que ya recuperaría el tiempo más tarde. Mientras las locas de mis compañeras de piso se ponían de punta en blanco para reír, flirtear y seamos honestos, acostarse, yo me sumergía en mis libros de anatomía canina y de comportamientos de animales. Conseguí mi objetivo a los veinticinco años y nunca me he arrepentido de mis sacrificios.
Y justo cuatro años después me encuentro lejos de mi casa porque hice una mala elección. Una mala elección desde el inicio de mi vida y me encuentro a miles de quilómetros de mi familia. Si hay algo de lo que me arrepiento es de haberle hecho más caso a mi corazón que a mi cerebro. Tendría que haber seguido como antes y escuchar a mi cabeza que me gritaba que no hiciera eso. Salir con mi jefe fue un grave error. Sin embargo, todo había empezado bien. El director del zoo, Richard Watson, diez años mayor que yo, se fue fijando cada vez más en mí y yo me sentí halagada. Bueno, quién no se habría sentido. Richard es rico, carismático, agradable a la vista y respeto su trabajo y su lucha por salvaguardar las especies. Navegábamos en el mismo barco profesional, lo cual para mí era una ventaja. Creí ingenuamente haber encontrado mi alter ego. Era halagador llamar la atención de una autoridad como él en ese campo. Todo empezó con pequeños detalles: me saludaba dándome un beso en vez de apretarme la mano, venía frecuentemente al centro para comprobar que no me faltase material, me preguntaba a menudo mi opinión sobre los animales que iban a venir… Y luego un día todo se volvió más concreto.
«Me gustas mucho, Cayla. Llevo meses observándote, por más que me repito una y otra vez que soy tu jefe y que no son aconsejables las relaciones entre empleados, no logro estar lejos de ti. Vente conmigo a tomar algo».
Lo reflexioné, sopesé los pros y los contras y terminé aceptando. Su sonrisa viril en esos labios firmes y carnosos y sus ojos brillantes de deseo por mí acabaron derrotándome. Nuestra relación empezó un año antes con un beso fogoso. El tipo de beso que te deja con las piernas flaqueando y las bragas húmedas y yo pensaba ingenuamente que acabaríamos pasando nuestra vida juntos. Aunque no vivíamos juntos, a veces hablábamos de tener un hijo. Bueno, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que era sobre todo yo quien pensaba en esa continuación lógica a nuestro amor, mientras que mi amante esquivaba sistemáticamente el tema.
«Estoy tan bien contigo. ¿Te imaginas un pequeño ser que se nos pareciera? ¿Una mezcla entre tú y yo?
—Ya tendremos tiempo para pensar en eso, Cayla, no corras».
Yo no estaba del todo de acuerdo con ese comentario. Al fin y al cabo, nos llevábamos diez años de diferencia y yo me preguntaba a veces si su reticencia no se debía a ese hecho. Richard rozaba los cuarenta y yo suponía que eso lo hacía dudar, mientras que yo me decía que era o ahora o nunca para tener un hijo. No quería que Richard fuese un padre «viejo» cuando llevase a nuestro hijo a la escuela. Es fastidioso cuando le dicen a un niño «aquí está tu yayo» y que te responda «es mi padre». La realidad habría resultado mucho más dolorosa y humillante. El señor no consideraba tener descendientes, ni entonces ni nunca, y la edad era efectivamente un problema para nuestra pareja, pero no era suyo, sino mío. A priori veintinueve años es el límite para sus conquistas.
Me acuerdo perfectamente del día que cambió mi vida y modificó mi futuro. Fui a darle una sorpresa. Ese día libraba y había previsto encontrarme con él para invitarlo a comer. Bien por mí. Fui yo quien se quedó estupefacta y no en el mejor de los sentidos. Entré sin llamar, como solía hacer, y me quedé paralizada in situ por lo que vi. Richard estaba sentado en su sillón detrás de su escritorio, con la bragueta abierta, con una becaria sobre sus rodillas. Fue la voz de mi jefe lo que me sacó de mi estupor.
«—Cayla, ¿qué haces aquí?
—¿Es lo único que se te ocurre decir? Podrías subirte la bragueta al menos.
—No es lo que te imaginas.
—¿Ah no? Déjame adivinar. ¿Nuestra nueva becaria especialista en reptiles quería alimentar tu serpiente? Déjalo bonita, no es ninguna anaconda, más bien una culebrilla».
Me fui dando un portazo bajo la risita ahogada de la jovencísima chica y el rostro carmesí de mi desde entonces ex amante. Aquella pésima venganza no me alivió en absoluto y volver al trabajo al día siguiente como si nada, después de haber ignorado un sinfín de llamadas de ese idiota, supuso una tortura, todos mis compañeros estaban al corriente de la razón de nuestra ruptura. Su apoyo y su compasión frente a la traición de Richard no hicieron sino intensificar mi impresión de ahogarme en ese lugar que yo tanto había amado. Ya no soportaba recorrer los senderos llenos de familias felices y de compañeros que sabían demasiado sobre mis desengaños amorosos y la vida sexual de Richard.
Así que me puse esa misma tarde en busca de otro trabajo que me permitiera evadirme de todo eso pero estando siempre en contacto con rapaces. Aun así no estaba dispuesta a olvidar mis prioridades. Tras muchas búsquedas, me encontré con la página del Ministerio de Fauna, Bosques y Parques del Quebec. El MFBP buscaba veterinarios especializados en aves para estudiar los pigargos y así adaptar mejor su protección sobre el territorio. Sin pensármelo dos veces, me presenté al puesto y me cogieron. Richard intentó retenerme, recordándome que tenía que dar un preaviso, pero la amenaza de denunciarlo por acoso, con el apoyo de SMS, hizo que desistiera. Y así es como ahora me encuentro en el condado de Témiscamingue, con mi material de camping y de observaciones en un carrito, recorriendo el lago Kipawa por entre las tsugas canadienses y los abedules amarillos, un primo lejano estos de nuestros banales abetos, para observar las águilas majestuosas que nidifican en ellos. Me siento chiquitina en medio de este paisaje inmenso, ciertos especímenes llegan a una altura de hasta treinta metros, pero sigo sintiendo paz. Las semanas después de mi ruptura fueron extenuantes moralmente y la insistencia de Richard por querer retenerme, sólo Dios sabrá por qué, no ayudó mucho. Mi dimisión puso punto y final a esa página de mi vida y este silencio apacible es un auténtico bálsamo apaciguador para mi corazón magullado.
Capítulo 3
Apenimon
La fatiga se deja sentir al cabo de llevar cuatro horas conduciendo, tras haber hecho tres cuartas partes de mi trayecto, y me obliga a detenerme en North Bay. El lugar está más bien desierto a últimas horas del día. Encuentro un hotelito sencillo, pero funcional, con una habitación cómoda con baño incorporado. Se me hace raro estar lejos de la isla. Nunca había salido de ella, excepto durante los años que estudié en la escuela de policía, y este cambio de escenario, aunque sea por una buena causa, me estresa. Sólo necesito una comida copiosa y unas horas de sueño para poder retomar mi camino hacia mi destino. Ardo de impaciencia, pero no lograré mi meta si me duermo al volante y mi estómago vacío no deja de rugir. Así que me paro en el pequeño asador de al lado para reponerme un poco antes de echar un sueñecito bien merecido.
Las grandes camionetas que hay en el aparcamiento me ponen nervioso. No son los vehículos en sí mismos, sino más bien la carga que transportan. Hay jaulas dispuestas en la parte trasera, torpemente cubiertas con una lona, así como cajas metálicas cerradas con llave, seguramente llenas de escopetas de caza. En cuanto que yo también soy cazador, y uno de los mejores, con toda humildad, no me gusta este desequilibrio de fuerzas. ¿Qué puede hacer un animal frente a un arma que puede alcanzarlo a varios metros de distancia? Mi bestia se estremece en mi cabeza con esta desagradable idea. Dudo que los hombres que poseen tal arsenal luchen honradamente, y cuando se caza para comer no se necesita ninguna jaula para encerrar a las presas muertas. Por más que la caza furtiva está prohibida, el tráfico de animales salvajes es muy lucrativo e incita a personas con pocos escrúpulos a saltarse la ley. No pienso quedarme mucho aquí, ni mezclarme en historias que no me conciernen, pero contactaré con las autoridades del condado para darles parte de mis sospechas una vez esté de vuelta en casa.
A esta hora tardía hay poca gente en el establecimiento y encuentro fácilmente una mesa donde instalarme. Al igual que la isla Manitoulin, esta parte del Quebec está habitada principalmente por amerindios, lo que me permite pasar relativamente desapercibido. La misma piel oscura y el mismo acento, podría hacerme pasar fácilmente por alguien de la zona. En fin, es lo que pensaba hasta que la camarera se dirige hacia mí y me hace un interrogatorio en regla sobre cualquier cosa menos sobre mi elección para comer. Además, se resiste a darme la carta antes de haber obtenido respuestas sobre una situación que no la concierne para nada.
—Buenos días. Nunca lo había visto por aquí. ¿De dónde dice que viene?
¿A qué viene esa mirada sospechosa y fuertemente incómoda? Me mira como a un trozo de carne jugosa que tuviera delante mientras está a régimen. ¿Es que no reciben nunca turistas en esta ciudad? Si se mira bien, es un local pequeñito que no tiene muy buena pinta con únicamente unos cuantos hombres que me miran como a una bestia curiosa y la camarera de mediana edad que no parece ser muy amable. No debe haber montones de visitantes esperando para entrar. Su melena rubia recogida en un moño deforme y su pintalabios chillón apenas hacen que desvíe la mirada de su uniforme limpio, aunque no muy atractivo precisamente. Puestos a jugar, vayamos hasta el final. No tengo nada de qué esconderme o arrepentirme, así que esto debería acabar pronto.
—Vengo del lago Huron.
—¿Y qué viene a hacer a nuestro pueblecito?
—Turismo. Sólo estoy de paso.
—¿Y a dónde se dirige si sólo está de paso?
Ya basta. Quiero ser cooperativo, pero hay unos límites. Soy un guerrero, no un acusado en una comisaría. Normalmente soy yo quien hace las preguntas y a esta mujer le falta cruelmente sutileza echando esas miradas insistentes a los hombres apostados a la barra. He venido a comer, no a hacer una exposición de las razones de por qué estoy en este lugar en este preciso instante. Miro brevemente la carta y pido la especialidad de la casa, cortando de seco su intrusión en mi vida privada.
—¿Me podría poner un bocadillo de carne ahumada y puchero, por favor?
Ella me mira de reojo, descontenta por mi evasión, pero acaba tirando la toalla tras haberles echado otra mirada a los cazadores. Por lo que se ve, se conocen. Responde con un tono seco.
—Se lo traigo enseguida. ¿Agua?
—Estaría genial.
Se gira no sin una mirada sospechosa en mi dirección. Sus comentarios insistentes acerca de las razones de mi presencia han llamado lógicamente la atención de los cazadores. Parecen nerviosos y no me quitan el ojo de encima, la camarera seguramente les ayuda a identificar una amenaza para ellos. Me encargo del servicio de protección de animales, así que dejo de observarlos cuando llega mi plato. No quiero buscarme problemas, no estoy aquí para eso, pero me anoto mentalmente avisar sin falta a las autoridades.
Aprovecho la comida para pensar en mi compañera. Me pregunto cómo será. No tengo ninguna preferencia sobre el físico. No tengo un tipo de chica que me llame la atención más que otro, mientras sea natural y me sienta seguro. Estoy seguro que los espíritus me han reservado la mujer perfecta para mí. Aunque sí que soy más exigente en el carácter. Isabelle es una mujer adorable y la aprecio mucho, pero es demasiado tímida y reservada para mi gusto. Yo desearía una mujer más fuerte, con más temple, que pueda hacerme frente y que no dude en hacer sus propias elecciones sin miedo a las consecuencias. Mi animal es un predador y está lejos de estar amaestrado. Necesitamos, él y yo, una compañera que nos diga lo que piensa, que tome la iniciativa, y que no tenga miedo de ponernos en nuestro sitio en caso de necesidad. Me he comido mis platos de una sentada sin ni siquiera darme cuenta que mis pensamientos estaban acaparados por mi alma gemela, como me pasa a menudo. Pago y me meto de inmediato en la cama. Caigo rendido, un sueño reparador me permitirá emprender de nuevo mañana por la mañana, sin perder más tiempo.
Hay un ruido tremendo a mi alrededor. Es difícil distinguir algo claro entre tanto alboroto. Debería transformarme, tendría una mejor visión y el tiempo no me molestaría más allá de las nubes. Pero soy incapaz. Estoy bloqueado en mi cuerpo de hombre. Algo me mantiene anclado al suelo, inmóvil. No puedo moverme ni un centímetro. Hasta la cabeza la tengo en una posición nada natural, bocarriba, lo que hace que no pueda verme el cuerpo, únicamente la cima de los árboles y un cielo azul despejado de nubes. De repente oigo una voz. Una voz hechizante que me habla con mucho afecto. Entreveo una silueta en la cercanía, pero no distingo sus rasgos. Tiene que ser ella. La persona hecha para mí está ahí. Me dice que esté tranquilo, que ella se ocupará de mí. Es agradable oírle decir que cuidará de mí después de todos estos años en que me he ocupado de otros, pero en realidad soy yo quien tiene que mimar a mi mujer. Por desgracia siento una amenaza que se cierne sobre nosotros. ¿Por qué estoy paralizado? ¿Soy un simple espectador? Es como si estuviera fuera de mi cuerpo, pero sin verme. ¿Y por qué mi prometida es una sombra? Tengo que defender a mi mujer, es mi deber. Soy un guerrero ottawa y un policía, estoy preparado para protegerla, siempre y cuando mi cuerpo me responda. El peligro se acerca, pérfido. Y de repente, todo se vuelve rojo ante mis ojos, oscureciéndome la vista y volviéndola inútil. Hay sangre, la sangre se extiende por doquier a mi alrededor y mi amor empieza a alejarse, a desaparecer de mi campo de visión. No, no, no. No puedo perder a mi otra mitad, no ahora, que justo acabo de encontrarla. Me debato contra el sopor que me habita. Libro un combate contra mi propio cuerpo para poder moverme, tengo que salvarla.
Pataleo tanto que acabo… cayéndome de la cama. Un sueño, no ha sido más que un sueño. No, no un sueño cualquiera. Es un mensaje de advertencia de los espíritus. Tengo que apresurarme. Mi compañera corre un grande peligro. Tengo que encontrarla y rápido si no quiero que esta pesadilla se haga realidad. El despertador encima de la mesilla me muestra que son las seis y media y percibo los primeros rayos de sol a través de los resquicios de las persianas. Desde aquí es imposible transformarme para emprender el vuelo. Es la regla más importante de mi tribu, nadie debe estar al corriente de nuestros poderes fuera de los clanes. Un animal salvaje saliendo de una habitación de hotel llamaría mucho la atención.
No pierdo ni un segundo. Meto mis cosas en el maletero del coche, paso por la recepción del hotel para entregar las llaves y recoger de paso, gracias al conserje, una información vital: la dirección de un lugar tranquilo. Me pongo de nuevo al volante rumbo al bosque de Widdifield, guiado por el recepcionista, a sólo unos quilómetros de aquí.
Dejo el vehículo en un caminito entre los grandes abetos. Todo está tranquilo, ningún excursionista o campista a la vista, como me lo había asegurado el empleado del hotel. Es perfecto. Me desnudo a salvo de miradas, me transformo en un haz de chispas y cojo altura. Mi bestia está contenta de desplegar sus alas y de sentir el viento sobre su cabeza y a lo largo de su plumaje. Pero no disfruta de este momento de libertad como de costumbre. No vuela en círculos para avistar una presa, no se tira en picado hacia el suelo para tener un subidón de adrenalina. Vamos de cacería para darnos un gran festín, el mayor de los tesoros. Nuestra compañera nos espera en el lago Kipawa. Nos necesita. El lago Kipawa es inmenso, más de trescientos quilómetros cuadrados, y se extiende en cinco cantones diferentes. Encontrar a mi alma gemela en medio de un territorio tan vasto será como encontrar una aguja en un pajar. Por suerte mi rapaz tiene la costumbre de ver hasta un pequeño ratón en medio de un bosque. Su vista es la mejor del reino animal. Mi animal sale disparado como una flecha hacia la extensión de agua a unos cien quilómetros al sureste de mi posición, al acecho del menor indicio que indique la presencia de mi compañera.
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