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Los Colores Del Dragon
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Los Colores Del Dragon

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Cuando llego el equipo ya está allí al completo, charlando tranquilamente mientras esperan que el general nos honre con su presencia. Me gustan todas las personas presentes en esta sala. Estos hombres se han convertido en mi familia desde que entré en el programa y arriesgaría mi vida por ellos sin pensarlo igual que ellos harían por mí. George, nuestro jefe de equipo, es el mayor de nosotros. Con la autoridad de sus 45 años y sus sienes que imagino entrecanas, aunque no le veo ninguna cana, es como un padre para mí desde la formación del equipo. Yo tenía solo 18 años y mi padre le puso al cargo de mi aprendizaje. Fue entonces cuando conocí a Luke, el benjamín del equipo después de mí. Dos años mayor que yo, acababa de salir de la escuela militar y lo confiaron a los cuidados de George para seguir la formación junto a mí. A lo largo de los combates, técnicas de camuflaje, manejos de armas y demasiados gritos de George, no nos mostramos como unos alumnos muy disciplinados, pero nos acercamos hasta ser como hermanos. Luke es el gemelo en el que yo soñaba durante mis peores momentos de soledad. Un hermano que fuera como yo y que me comprendiera siempre a pesar de mis rarezas. Por otro lado, Luke no es como yo, yo soy única, pero él me comprende mejor que nadie y siempre sabe qué me ronda por la cabeza. Como ahora.

– Calma, Dakota. Asistimos a la reunión y te llevo a casa al instante para que puedas instalarte en el sofá a mirar algún bodrio en la tele.

Le obsequio con mi mejor sonrisa. Acaba de describir mi jornada ideal, mi sueño. Mi canapé, un café y una película romántica que me transporte hacia un mundo ideal y armonioso.

– ¿Seguro que no prefieres pasar la velada conmigo, encanto? Te ayudaré a relajarte, te lo prometo.

Jared, el ligón irreductible. Un buen conversador treintañero con el cuerpo de un dios, esculpido por años de musculación. Lástima que este bello ejemplar, desde lo alto de su metro noventa, usa las chicas como pañuelos: usar y tirar. Por otro lado, debe admitirse que el carácter secreto de nuestras misiones y su peligrosidad no nos permite establecer lazos profundos como nadie de fuera del equipo. Así que ha elegido disfrutar de la vida. Lo respeto, pero tendrá que hacerlo sin mí y él lo sabe. Aún así, le encanta pincharme y, sobre todo, despertar el lado protector de nuestros colegas. No he tenido tiempo para responder cuando Russel lo hace por mí.

– No te atrevas a tocarla, pervertido.

Russel, el chico amable y defensor de las causas perdidas. Y yo soy su última obra de caridad. Lo adoro, siempre se pone de mi lado y fue el primero en apoyarme cuando me opuse a las masacres sistemáticas de demonios, pero no soy ni mucho menos la frágil florecilla que él insinúa. Soy perfectamente capaz de defenderme de los patéticos intentos de Jared. Especialmente porque se trata en esencia de palabras al viento. No soy en absoluto su tipo. Para gustarle se tiene que ser una boba pechugona que se abre de piernas cuando él chasquea los dedos. Por mi parte soy una morena menuda, con curvas pero no demasiadas, perfectamente capaz de defenderme si me busca las pulgas o me falta al respeto. Jasper añade una barrera.

– Ella nunca acabará en tu cama tío, es demasiado inteligente para que la engañes con tu cara bonita.

– Gracias por el cumplido.

Jasper, el último en llegar al equipo. Un amigo fiel y valioso. La persona a quien acudo cuando estoy muy apesadumbrada y tengo verdadera necesidad de reír un poco. Falso. En realidad es Luke quien lo llama al rescate cuando nota que tengo la moral por los suelos. En nuestro negocio es peligroso deprimirse. Cualquier despiste puede costarte la vida. Jasper me permite soltar lastre con su humor y sus payasadas y salir de misión concentrada y alerta.

– Ya basta chicos. El general está a punto de llegar. Estad tranquilos o nos pegará una bronca.

El comentario me sale solo.

– Como si quedarme tranquila en mi silla le fuera a impedir que me salte encima.

– Es un mal trago que hemos de pasar Dakota. Luego podrás volver a tu casa hasta la próxima investigación.

No añado nada. Sin duda, papá George tiene razón. Probablemente lo mejor es callarse y asentir a todas las chorradas que soltará el general. Pero cada vez llevo peor eso de mantener mi papel de buen soldadito cuando mi corazón grita que por encima de todo soy su hija y que después de veinticinco años el Sr. Jones podría haberse dado cuenta. Aprieto los puños y la mandíbula, rechinando los dientes y me instalo en una silla libre. Luke se coloca a mi izquierda y Jasper a mi derecha, ambos tomándome la mano y acariciándome la palma con su pulgar. Un gesto simple, insignificante en apariencia, pero que echo de menos inmediatamente cuando por el pasillo se oyen los pasos del general, obligando a mis amigos a soltarme para evitar la ira de quien ha prohibido cualquier intimidad en el seno de la unidad. Para él, incluso una muestra de afecto amistoso es inaceptable. Somos compañeros de trabajo y nuestras relaciones no pueden salir de lo profesional. Claramente el pensamiento de un oficial que nunca mueve el culo de su despacho. ¿Qué persona sensata confiaría su vida a un desconocido? Porque un compañero de trabajo con el que no estableces ningún afecto acaba siendo un extraño.

Capítulo 3

Dakota

No tengo mucho en común con el general. Al menos, físicamente, no puede decirse que el parecido sea sorprendente. El aspecto de Robert Jones es tan austero como su carácter. Sus facciones son bruscas, con trazos rectos y angulados y sin rastro de barba. El pelo cortado a cepillo, corto y si un solo cabello que sobresalga, tal como debe ser en un militar de alto rango. Por lo que hace a su atuendo, evidentemente, luce el uniforme militar que corresponde a un general, un uniforme sin arruga alguna. Podría creerse que lo han almidonado para ser superrígido, como su porte. Me gustaría decir que me parezco a mi madre, pero no tengo ninguna foto de ella y mi padre rechaza tocar el tema. Tras dos intentos infructuosos, que acabaron en humillación, lo dejé correr. Conservo la esperanza de haber sido adoptada y que algún día mis verdaderos padres vendrán a buscarme. Supongo que es la niña que hay en mí que sigue esperando tener unos padres que la quieran.

De todos modos, en este momento es la adulta la que está en esta habitación, cuadrando los hombros a la espera de la reprimenda que no se hará esperar. El general nos observa con su mirada severa que, apoyada en unos ojos oscuros sin fondo, me provoca escalofríos en la espalda. Aunque parezca mentira, en su presencia estoy más a la defensiva que en medio de demonios capaces de cortarme a trocitos. ¿Por qué será?

– Dakota, has llegado tarde, como de costumbre. Pensaba que te había educado mejor. La puntualidad es una virtud y tu apellido no debe darte ningún privilegio.

Empezamos bien. ¿Cuánto me he retrasado? ¿Medio minuto? Y además estaba en la sala de reuniones antes de que él llegara, me parece, ¿dónde está el problema? Ya lo sé: existo. Ese es el problema. Contra todo pronóstico, me necesita y lo detesta, porque no me soporta. Además, nunca me mira a los ojos. Dicen que los ojos son el reflejo del alma. ¿Qué teme encontrar en los míos para rechazar sistemáticamente el contacto?

– Lo siento mucho, mi general.

Aprieto los dientes al llamarle así. Sé que es la norma en el ejército, se llama a la gente por su rango y si solo fuera en público tampoco me molestaría mucho. Pero resulta que exige que le llame general desde que yo recuerdo. Siempre ha rechazado que le llamara papá, como si no me considerara su hija, lo que me deja un regusto amargo cuando reivindica mi educación. La primera vez que llamé papá a un hombre fue para burlarme de George después de un enésimo sermón. Es patético.

– Bueno, que no vuelva a suceder. Y ahora veamos el informe. ¿Comandante?

George se aclara la garganta y relata nuestra misión, omitiendo algunos detalles que sin duda me habrían supuesto más reproches, una vez más.

– ¿Nada más que indicar?

Entorna los ojos, con suspicacia. Se diría que sospecha que el relato tiene algunas omisiones. Pero, en contra de lo que podría esperarse, nadie abre la boca. Algo que desagrada a ojos vista al general, que empieza a tamborilear los dedos sobre la mesa, su tic nervioso cuando los acontecimientos no siguen el curso que ha previsto.

– He analizado el vídeo de las gafas de vigilancia antes de convocarles. He observado las imágenes con la mayor atención.

Afortunadamente, las gafas son solo unos ojos y no unas orejas y mi auricular solo sirve para comunicarnos, sin grabar nada, si no lo tendría crudo.

– Debo indicarles que llegado este momento me esperaba tener el cadáver de un serpendión en la morgue. Explíquenme porqué no es así.

Russel toma la palabra.

– El demonio no representaba una amenaza para la población. No había atacado a ningún humano.

– ¿No era una amenaza? Pues yo he visto a ese monstruo coger a Dakota por los pies. Incluso sin sonido, puedo asegurarles que no era su manera de saludarla cordialmente. Así que explícame porqué no has reducido a esa criatura, Dakota. ¿De qué te sirven tus armas? ¿De adorno?

Los hechos están claros, para el general, lo he hecho mal. Le diga lo que le diga considerará que me he equivocado. La mirada compasiva de Luke me indica que ha llegado a la misma conclusión que yo. Es muy reconfortante. Pongo una mirada neutra, la que he trabajado durante toda mi infancia para ocultarle mis emociones, para exponerle las razones de mi clemencia, aunque en realidad me hierve la sangre.

– Al serpendión no le ha encantado mi intrusión en su territorio, lo que es una reacción normal, instintiva, pero he sido muy rápida explicándome y ha colaborado sin más objeciones.

El general frunce las cejas mientras yo siento que la situación empeora con cada una de sus observaciones.

– ¿Y cómo le has hecho entrar en razón?

Me resisto a responder esta pregunta. No soporto las mentiras, es algo visceral, me horrorizan… pero tampoco me hago ilusiones, si le informo de que le he dicho mi nombre a un demonio me tratará de inconsciente y ordenará que eliminen a dicho demonio, supuestamente para protegernos a todos. Es verdad que darle tu identidad a un demonio de los infiernos es darle el poder de hacerte mucho daño. Entonces puede rastrearte con solo murmurar tu nombre y pensar en ti, lo que le permitiría penetrar en lugares infranqueables, como la base de Fort Benning por citar uno, y de golpe matarnos mientras dormimos para aprovechar la ocasión. Este asunto es una marca de confianza entre un humano y un demonio. El serpendión, a su vez, me ha correspondido dándome una de sus escamas, pero no pienso proporcionar esta información a mi progenitor, que también la volvería contra mí. Mi silencio obstinado no le entusiasma.

– Te ordeno que respondas a tu general.

Órdenes, más órdenes y siempre órdenes. ¡De todos modos, es lo único que sabe dar, órdenes! Luke viene en mi ayuda antes de que la situación degenere irremediablemente y yo también pierda los estribos y me gane un montón de problemas. Añadidos.

– Simplemente le ha explicado que solo queríamos encontrarle un territorio menos expuesto al mundo humano y ha aceptado seguirnos.

El general se ríe con sorna, lo que no tiene ninguna gracia.

– ¿Así que ha decidido seguiros de buen grado, como un cachorrillo?

– Exactamente.

Mi padre se deja caer pesadamente en su sillón, que responde crujiendo. No se lo cree, pero sin pruebas no puede hacer nada contra nuestra solidaridad.

– ¿Será esa la versión oficial de su informe, comandante?

– Sin duda. Es tal como se han desarrollado los hechos.

Le agradezco interiormente a George que falsifique su informe para salvarme el trasero. Mis compañeros no solo me guardan las espaldas sobre el terreno, también lo hacen en el día a día poniendo una muralla entre mi padre, y el mundo en general, y yo.

– Por una vez haré la vista gorda, pero a la próxima tontería Dakota, acabarás en el calabozo.

Podría pensarse que me hace un favor, cuando en realidad se trata de una amenaza velada. Aunque estoy convencida de que no le gusta. Es su manera de dirigir la base. Igual que los presos desobedientes acaban en chirona, los militares rebeldes como yo van a parar al calabozo. Como si estuviéramos en la edad media. Naturalmente ya he disfrutado de algunas estancias en una celda, no es la primera vez que le he contrariado. Ya hace tiempo que mi progenitor tiene una reservada para mí, mi prisión personal. ¡Qué suerte tengo! No obstante, de esta manera no cambiará mi manera de pensar. Una célula de dos por dos metros cuya única comodidad se basa en un catre metálico y un inodoro sin ninguna intimidad no cambiará jamás mis convicciones profundas. En realidad, lo que más me molesta de estos castigos es no poder comer durante los dos días que duran. Soy una luchadora y mi cuerpo, en concreto mis músculos, necesitan proteínas para funcionar. Cada vez salgo debilitada y Luke se ve obligado a llevarme y alimentarme. Es la parte que encuentro más humillante y me parece que mi padre lo ha entendido, ya que siempre espera a que sea incapaz de soportar mi propio peso para liberarme.

– Sigamos con la reunión.

La potente voz del general me devuelve bruscamente a la realidad. ¿Acaso esta reunión no se acabará nunca?

– Vistos los últimos acontecimientos, quiero que le instalen un micro a Dakota tan pronto como salgáis, incluso si no hay ningún contacto con el enemigo.

Me atraganto con mi saliva y las miradas de Jasper y Jared se ensombrecen. Ellos se alistaron por pasión, por fe, pero les cuesta soportar la falta de libre albedrío que esta vida exige. Con ese micrófono que espiará mis palabras, y también mi comunicación con ellos, se llega a la cima de la falta de libertad.

– Con todo el respeto que le debo, general, un dispositivo de escucha podría molestar a ojo de lince en un combate cuerpo a cuerpo y, por ello, ponerla en peligro.

George intenta tocar la fibra sensible del general para conseguir ablandarlo. Pero ha olvidado un pequeño detalle: mi padre no tiene la más mínima sensibilidad, en particular respecto a mí.

– ¿Acaso discute mis órdenes, comandante?

– No, ni mucho menos.

La sonrisa satisfecha de mi general me hace apretar los puños hasta clavarme las uñas en las palmas y hacer palidecer mis dedos. Lamentablemente, si digo algo solo servirá para reafirmarle en su decisión. Haga lo que haga, el general ha hablado y solo puedo aceptarlo.

– Bien. Pues ahora se entrenarán colocándole un chivato. De este modo ella sabrá como reaccionar en caso de ataque para no perderlo ni que le moleste. Háganlo como deseen, pero quiero oír todo lo que suceda durante sus ausencias, sin excepción. El dispositivo es obligatorio desde el mismo momento que abandonen la base. Pidan al servicio técnico el mejor dispositivo. Y no permitiré que haya blancos en la cinta. No aceptaré ninguna excusa y ustedes asumirán las consecuencias. ¿Comprendido?

– Sí, mi general.

Respondemos a la vez, lo que parece gustarle pues nos concede un gesto desenvuelto con la mano, como si fuéramos unos simples peones y no una unidad de élite destinada a combatir a los peores peligros del mundo.

Es por esto que nos encontramos los seis en el gimnasio, cuando lo único que quiero es deslizarme dentro de mi cama y dormir como mínimo dos días para olvidar esta maldita jornada.

– ¿Estás bien Dakota?

– Sin duda. ¿Por qué no habría de ser así? Después de las gafas-cámara, el chivato. Normal. ¿Y cuál es el siguiente paso? ¿Un chip GPS implantado bajo mi piel?

George se retuerce las manos. Se le ve incómodo ya que no hay ninguna razón para ello. No le gusta nada este tipo de decisiones e incluso ha intentado ayudarme. Prefiere dejarme sola con Luke, que levanta sus manos en signo de paz y yo lo lamento inmediatamente. No es con ellos que estoy furiosa, sino con Robert Jones, el hombre que se reivindica como mi padre cuando le conviene pero que no lo demuestra con hechos. Lo que más me sulfura es que, visto desde fuera, podría pensarse que su exceso de supervisión es un signo de atención, de inquietud por mi seguridad, pero sé que no tiene nada que ver. Todos sus dispositivos son solo un medio para controlarme un poco más, tener la mano encima de la unidad que le ha permitido llegar a jefe de la base.

– Lo lamento, mi rencor no tiene nada que ver contigo.

Mi hermano del alma me abraza y me acaricia la cabeza. Es consciente de que estos encuentros con mi progenitor son siempre toda una prueba para mí.

– DAKOTA.

George me llama desde el otro lado del gimnasio y su potente voz resuena contra las paredes. Se encuentra justo al lado del saco de arena. Él también me conoce bien. Es exactamente lo que necesito para liberar la tensión y calmar mi furia. Me voy hacia él trotando mientras Jasper y Jared suben al ring para entregarse a un combate de boxeo amistoso. O casi. No me gustaría en absoluto recibir algunos de los golpes que se intercambian. Mi comandante me venda las manos a conciencia y luego me ayuda a ponerme los guantes. Me paso la hora siguiente encadenando directos, ganchos y uppercuts. Contrariamente a lo que se ha avanzado en la reunión, no tengo ninguna necesidad de luchar con un chivato. Que lo pierda o no en el combate no tiene la más mínima importancia, ya que, en primer lugar, eso no me impedirá jamás salvar el pescuezo, que es mi prioridad, y segundo, esté o no completa la grabación, mi padre encontrará alguna razón para criticarme. En fin, que me cuesta relajarme y dejar de lado los agrios comentarios del hombre para quien debería ser lo más importante del mundo.

Capítulo 4

Dakota

Como sucedía a menudo, después del entrenamiento aterrizamos todos en mi casa. Mi apartamento es sin duda demasiado pequeño para acoger a cinco machos hinchados de testosterona, pero yo me siento extremadamente incómoda en un entorno distinto del mío, así que ellos tienen la amabilidad de aceptar apretarse un poco para que pueda ser yo misma.

– ¿Qué quieres comer Dakota?

Buena pregunta. ¿Que podría subirme la moral y apaciguar mi magullado corazoncito?

– ¿Qué puede importar la comida? Mientras te la comas sobre mi cuerpo de ensueño estarás en el séptimo cielo, muñeca.

Estallo a carcajadas ante Jared, que hincha los pectorales mientras levanta las cejas sugestivamente. Luke le pasa por detrás para darle un palmetazo en la nuca mientras yo lucho por recuperar el aliento con las lágrimas a punto de saltarme. Y así es, para aliviar este día agotador más que comida lo que necesito son mis amigos y sus payasadas.

– En serio tío, ¿eso te funciona al echarle los tejos a las chicas?

– Evidentemente. ¿No ves lo galante que soy? Nadie puede resistirse a mi encanto.

– ¿Tu encanto de bocazas, quieres decir?

Dejo que Jasper y Jared se peleen amablemente y me uno a George, que busca desesperadamente algo comestible en mi nevera.

– ¿Qué quieres que te prepare con unos restos de queso enmohecido y una botella de leche caducada?

Le contesto con una tímida sonrisa contrita. Lo cierto es que salimos de misión una semana y el general no me dejó tiempo para llenar la despensa. Aunque ni siquiera en períodos de calma, sin misión ni nada parecido (lo que no sucede a menudo, los demonios no conocen el concepto "vacaciones") no se puede decir que sea una maga de la logística. Nadie me ha enseñado a cocinar y detesto las tareas del hogar, contentándome con el mínimo estricto para que el interior sea acogedor. Mi nevera no sabe nada de platillos. Ya es todo un milagro cuando contiene algo comestible. Por contra, su exterior está lleno de folletos de comida a domicilio sujetos con imanes.

– ¿Pedimos chino?

– ¿Estás segura de querer una galleta de la suerte con su predicción? No puede decirse que el día haya sido afortunado hasta ahora.

– Cierto.

Luke llega por detrás y me coloca el brazo sobre los hombros, pegando su cálido cuerpo al mío. Es en estos momentos de complicidad que lamento no poder verle de verdad. No ser capaz de observarles si no es a través de un filtro verde que desnaturaliza la alegría que aloja su rostro.

– Pareces pensativa.

Me sobresalto al oír a Russel detrás de mí. No había notado su presencia en la cocina. Para ser un soldado de élite bregado en los combates y las misiones más peligrosos de esta tierra, me he dejado sorprender como una pardilla.

– Voy a pedir unas pizzas.

– Es exactamente lo que necesitas. Algo graso y pesado que te haga cabecear y dormir como un bebé.

– Pide además el helado que podrás lamer sobre mí.

Jared no puede evitarlo. Y al mismo tiempo es exactamente lo que necesitaba, comentarios indecentes, abrazos amistosos y la paternal compasión de George. Y así acabamos todos alrededor de la mesa baja, unas pizzas pepperoni con doble de queso tendidas ante nosotros, una cerveza en la mano y un bodrio romántico, como dicen estos cavernícolas, en la pantalla. Me despierto dos horas más tarde, después de que el lado soporífero de la pizza haya hecho su efecto.

Los muchachos se han ido, excepto Luke, adormecido a mi lado en el canapé. Tiene un aspecto tan apacible que prefiero dejarle dormir. Al fin y al cabo no será la primera noche que "okupa" mi canapé. Parpadeo varias veces para aclararme las ideas. Me pregunto qué me ha despertado. Por una vez ninguna pesadilla ha perturbado mi ánimo, mi subconsciente me ha dejado en paz, sin visiones de monstruos ni masacres sangrientas. Entonces ¿por qué tengo los ojos como platos en plena noche, cuando estaba bien colocada junto a Luke y caliente gracias a la colcha con la que uno de mis adorables colegas me ha tapado? De repente mi mirada se ve atraída por el televisor, que proyecta siniestras luces rojas y azules en todo mi salón. Unas sirenas de policía invaden la pantalla y una banda roja pasa en bucle por la parte baja de la pantalla. Subo el volumen para comprender qué dice el periodista en primer plano.

"En el pequeño pueblo de Gettysburg, Dakota del Sur, el descubrimiento de una mujer destripada ha conmocionado a la población. La joven, embarazada de ocho meses, ha sido asesinada en oscuras circunstancias y su bebé ha desaparecido. De momento no se descarta ninguna hipótesis, pero a la vista de la sangrienta escena digna de una película de horror que ha afectado incluso a las fuerzas del orden, esto solo puede ser obra de un psicópata". No, esta no es la única hipótesis, lamentablemente. Un demonio es perfectamente capaz de cometer este tipo de horror. El periodista sigue con su crónica mientras mis meninges giran a pleno régimen. "En este pueblo de solo un millar de habitantes, este crimen ha levantado una oleada de pánico y la población pide la ayuda del estado para detener cuanto antes a ese asesino ladrón de niños". Prefiero apagar el televisor antes del final. He oído suficiente para tener una noche agitada. O quedarme sin noche, porque el timbre de mi teléfono resuena en todo el apartamento. No necesito descolgar, sé de qué va la cosa cuando oigo que el teléfono de Luke también suena. El sueño puede esperar, tenemos una nueva misión.


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